jueves, 22 de noviembre de 2018

FASTIDIO DE VIVIR

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"El que posee el amor a la vida 
y el que lo ha perdido no tienen un lenguaje en común".

Primo Levi. "Hacia Occidente", en Cuentos completos
El Aleph eds. Barcelona, 2009.

Primo Levi (1919-1987), genial escritor italiano de origen sefardita, es conocido sobre todo por su memoria del Holocausto, al que sobrevivió de chiripa tras pasar diez meses en el campo de concentración de Monowize. Químico de formación, sus relatos tienen algo de profético, el humor sombrío de una prosa elegante, precisa, muy económica, y contienen agudísimas reflexiones sobre nuestra condición, sobre el "progreso" tecnológico, así como sobre nuestras relaciones con animales y máquinas.


Se discute si Levi se suicidó tirándose por unas escaleras, porque no dejó nota para aclararlo. La discusión es relevante teniendo en cuenta la fascinante mezcla de desesperanza y optimismo de sus escritos. Precisamente en uno de ellos (Hacia Occidente) plantea el caso misterioso de unos lemmings que -no se sabe por qué- emigran periódicamente en masa hacia occidente desde los fiordos noruegos, es decir, huyen de la vida, hacia el mar y la muerte. Los científicos investigan los motivos de esta "angustia existencial" gregaria, cazando y analizando a muchos de los ratones suicidas. Y ensayan con un tipo de alcohol que parece contenerles y a partir del cual los investigadores sintetizan un fármaco contra la depresión del instinto de supervivencia y la ausencia de ganas de vivir.

Prevenidos por un artículo de antropología, Anna y Walter, los científicos que protagonizan el relato, viajan a una selva perdida del Amazonas donde el pueblo Arunde, que en tiempos pasados habitaba un vasto territorio del tamaño de Holanda, ha ido encogiéndose en la aldea de un breve altiplano. Su número no se ha visto reducido ni por falta de alimento ni por epidemias, sino por un elevado índice de suicidios.

Al hablar con ellos, descubren que los arunde tienen una cultura rica, pero carecen de metafísica, no tienen iglesias, ni sacerdotes, ni hechiceros, y no esperan ayuda del Cielo, ni de la Tierra ni del Infierno: no creen ni en dioses ni en diablos, ni en premios ni en castigos trascendentes. Cuentan con leyes justas, pero dan poco valor a la supervivencia individual y menos aún a la nacional. Desde la infancia son educados exclusivamente para estimar la vida alguedónicamente, esto es, en relación a un balance estricto entre dolores y placeres. Naturalmente, en su moral no cuentan sólo los placeres y dolores propios, egoístas, sino también los provocados en los demás.

Cuando un ciudadano arunde considera que padece y causa más fastidios que alegrías, se le invita a una discusión con el Consejo de Ancianos (raramente pasan estos "ancianos" de los cuarenta años) y, si su opinión sobre el balance alguedónico se confirma, se le allana el camino: tras la despedida es conducido a los campos Ktan, donde los arunde cultivan un cereal del que se alimentan y que es preciso cribar antes de hacer con él pan, porque germina mezclado con una gramínea estupefaciente y muy tóxica. 

El hombre en cuestión era entonces alimentado por los cultivadores de Ktan con hogazas amasadas y horneadas con semillas no cribadas, mezcladas con las venenosas. A los pocos días y tras un agradable estupor, entregaba el alma. Si cambiaba de opinión (pocos lo hacían), volvía a la ciudad arunde donde era recibido con una fiesta.

Para evitar tanta eutanasia prematura, los científicos envían al jefe de los arunde un paquete con un montón de dosis del fármaco que han descubierto a partir del estudio y los experimentos contra la "angustia existencial" de los lemmings, pero a las pocas semanas les es devuelto con una nota en español que dice así:
"El pueblo de los arunde, que pronto ya no será un pueblo, os saluda y os da las gracias. No queremos ofenderos, pero os devolvemos vuestro medicamento para que lo aproveche aquel de vosotros que lo quiera. Nosotros preferimos la libertad a la droga y la muerte a la ilusión" (el subrayado es mío).
La contestación del jefe es trágica y heroica, pero contiene contradicción, pues los arunde usan también de una droga contra el sufrimiento: las semillas de la gramínea que dan en el pan al deprimido, o mejor dicho, el estuporizante mortal que ofrecen contra el negativo balance entre sufrimiento y placer, un balance que -huelga decirlo- suele oscilar a favor de los dolores, inevitablemente, con el envejecimiento... Sólo que esa droga contra el fastidio de seguir viviendo que suministran en los campos Ktan es letal, o por lo menos conduce más directamente hacia la muerte que cualquier otro analgésico, euforizante, psicodélico o ansiolítico.

  

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