En una de sus disertaciones se preguntaba Gadamer (*) si el aislamiento es un síntoma de autoenajenación. Seguramente, el aislamiento como soledad no buscada, no querida, como abandono de los amigos, como abandono de Dios. Ese abandono que expresó Cristo en sus últimas palabras en la cruz.
Gadamer ve una íntima relación, en toda experiencia religiosa, entre el abandono del otro y el abandono de Dios, pues el mandato cristiano ve juntos el amor del prójimo y la relación con Dios. También cita en su apoyo la sabiduría pagana de Eurípides: "Abrazar a los amigos, esto es Dios". Holderlin le llamó "la esfera comunitaria que Dios es". Los cultos se rinden en fraternidades, en cofradías, mejor que en sectas. Pero también en el cristianismo conocemos la soledad del devoto, la del monje, la del cartujo, la del anacoreta, que remite a la soledad del Hijo de Dios. También está la soledad del penitente que en las procesiones de Semana Santa se aísla eventualmente del tiempo y del espacio común y corriente con su capirote y su máscara.
La búsqueda voluntaria de la soledad es otra cosa que el aislamiento. En muchos lugares de Alemania -recuerda Gadamer- hay un "Camino del filósofo" para aquel "que tiene un oído histórico". Tal vez no sea muy natural que alguien desee pasear solo, buscando ese tiempo de interioridad, o la ensoñación divagante, en mitad de la inocencia de la naturaleza -como Rousseau-, huyendo de la corrupción de las costumbres.
Uno no busca en tal caso el aislamiento sino el rumor de los arroyos, el zumbido de los insectos trasegando néctar entre las flores: la serenidad, la calma, el ensimismamiento, "el callado aliento de la naturaleza que lo acepta a uno en su vida como con un gesto de simpatía". También la soledad puede embriagar, sobre todo si es soledad que anhela la captura de algo valioso, algo que puede ser el simple sentirse uno ahí a sí mismo, un sí mismo que, lejos de los cantos de sirena de los Media, puede parecer un otro.
En una de sus prosas poéticas lo dijo Baudelaire: De la dispersión y de la concentración del yo, ça c'est tout! Saberse dispersar (divertir, olvidarse de sí) y saberse concentrar (volver a sí, recogerse) con orden y oportunidad, en eso tal vez consista una gran parte del arte de savoir vivre, la técnica del buen vividor. "Voy a recogerme" -dice la gente en mi pueblo cuando está ya harta de calle, de cantina, de bar, de terraza, de conversación, incluso de amigos...-. Y uno parte del ágora, de la plaza pública, hacia el rincón íntimo, a la captura de algo a la vez interior y ausente.
Hay una soledad no del todo voluntaria que está oculta en el poder... Una vez fui nombrado director de una institución, el efecto inmediato fue cierto aislamiento, un seguro descender el tono de la voz de mis subordinados cuando me hallaba cerca. La adulación o el temor tejen aquí el velo de la soledad que rodea al que ostenta algún poder. El coronel no tiene quien le escriba.
Pero la soledad del sabio no tiene mucho que ver con dicho abandono. Aldous Huxley, enorme escritor y visionario, dejó escrito que cuanto más poderosa y original es una mente más se inclina hacia la religión de la soledad. Sí, religión mejor que región. Me he preguntado muchas veces si no será eso la religión: lo que uno hace con su soledad.
Es verdad que el sabio acaba por no compartir la mayoría de los intereses de los demás, tal vez disimule su desilusionada mirada sobre la realidad, que es la mirada de Sócrates cuando desciende con afán pedagógico de la luz del sol a la umbrosa caverna. El liberado de ideologías, de opiniones, de tópicos, de vanidades, ya no puede compartir el atracón de apariencias que se están pegando sus antiguos compañeros de presidio. Zarathustra, el apócrifo de Nietzsche, perdió del todo ese sentir común; se quedó arriba, en las altas cumbres del descubrimiento doloroso, escupiendo desesperados sarcasmos, mirándose la sima de su ombligo, en el que se hundían todos los valores precedentes.
Así que la soledad querida -concluye Gadamer- es algo completamente distinto al aislamiento. No es una experiencia de pérdida ni de renuncia. "El aislamiento se padece, en la soledad se busca algo".
Nota bibliográfica
(*) Hans-Georg Gadamer, "El aislamiento como síntoma de autoenajenación". En Elogio de la teoría (discursos y artículos). Península, trad. Anna Poca, Barcelona, 1993.
"El liberado de ideologías, de opiniones, de tópicos, de vanidades, ya no puede compartir el atracón de apariencias que se están pegando sus antiguos compañeros de presidio"
ResponderEliminarpreciosa frase don José
Me interesa la soledad del que manda, los hay que mandan y se dan tal atracón de que ya no saben hacer otra cosa, interesante tu reflexión.
Y detalle cursi: los alemanes distingue entre "einsam" y "allein", uno de los dos ya no sé cual, significa que te han dejado solo y el otro solo de solo sin más.