viernes, 30 de diciembre de 2016

ZEN Y FILOSOFÍA


(En memoria de Umberto Eco, 1932-2016)


Introducción


En una sobresaliente disertación de 1959, reeditada en 1962 en Obra abierta, Umberto Eco examina las relaciones entre el Zen y el Occidente. El impacto de esta mística oriental en la Usamérica de la beat generation, la influencia del magisterio del maestro Daisetz Teitaro Suzuki. Eco ensaya explicar por qué el Zen y por qué en esos momentos tuvo tan gran predicamento en Norteamérica y Europa, o sea los elementos del Zen que han podido fascinar a los occidentales.

El Zen es una actitud fundamentalmente antiintelectual, de elemental y decidida aceptación de la vida en su inmediatez, en su libre fluir, en su positiva discontinuidad. En esta categoría de la discontinuidad halla una cierta clave, pues la cultura occidental moderna ha destruido definitivamente los conceptos clásicos de continuidad, de ley universal, de relación causal y previsibilidad de los fenómenos. En general, la filosofía occidental ha renunciado a elaborar metafísicas (a no ser que tomemos cosmologías como la del big bang por tales), prescindimos de módulos definitivos que expliquen el mundo. La discontinuidad irradia en conceptos como ambigüedad, inseguridad, incertidumbre, azar, probabilidad... Tras la teoría general de la relatividad y los descubrimientos de la física cuántica, la conciencia de un universo ordenado e inmutable con un tiempo y espacio únicos no es ya más que una nostalgia.


El Zen venía precisamente aceptando la mutabilidad indefinible, la fugacidad paradójica de los acontecimientos y hallaba además en la aceptación del no sentido lógico del mundo la máxima sabiduría y la iluminación final. La divinidad está precisamente en la inabarcable multiplicidad de todas las cosas y la beatitud consiste en aceptar esta diversidad, viendo en cada criatura, en cada hecho, la inmensidad intelectualmente inabarcable del todo.



Beat Zen & Square Zen


El "pienso luego existo" cartesiano es sustituido así por la técnica del “sitting”, largos ratos de meditación silenciosa controlando la respiración y anonadando la conciencia: “Respiro, sin embargo existo”. Naturalismo, conformismo oriental, vaciamiento de la mente, consideración sustantiva del espacio vacío… Sin duda el Zen importaba una estilística, una estética, una nueva Locura Santa -como dice Jack Kerouac- sin abstracciones ni explicaciones, una poética tipificada en el haiku, es decir en la contemplación directa del milagro del suceso cotidiano, y una plástica que huye de la simetría y en la que predomina la mancha sobre la línea, una iconografía informalista y abierta.

Eco percibe ciertas analogías entre la estética zen y el arte de Pollock o la desorganización musical de John Cage, sacerdote de lo casual y cuya dialéctica zen le parece perfectamente ortodoxa, aunque a muchos, con sus mezclas horrísonas, no les parezca más que un payaso capaz de explotar en beneficio propio la imbelicidad de las masas y la complacencia de los mass media. Pero el humorismo evasivo de Cage es también consistente con el humorismo de muchos maestros budistas, humorismo ante el no sentido de la existencia y la no solución de un koan, esa adivinanza que derrota a la inteligencia y pone al discípulo en el camino de la verdadera luz. 


Rama de bambú (f.: J. Biedma L.)

Puede que algunos beatnicks, amigos de las experiencias místicas propiciadas por drogas psicodélicas, escogieran el zen como justificación de su libertinaje y de una hasta cierto punto cómoda y famosa marginalidad (valga la paradoja), igual que los biliosos de medio siglo antes habían elegido el superhombre nietzscheano como bandera de su intemperancia. Ruth Fuller Sasaki, sacerdotisa zen, criticó el Beat Zen, a favor de la disciplina del Square Zen, señalando que el Zen no es un culto, sino más bien una ascética vitalicia que nada tiene que ver con una legitimación fideísta del anarquismo individualista que busca experiencias mágicas al margen de las convenciones sociales o evandiéndose de ellas.

Zen y vanguardias


A este lado del charco no es de extrañar que ciertos motivos del Zen hayan congeniado con las vanguardias artísticas, con la gimnasia surrealista, con la provocación dadá, con el nihilismo y el fragmentarismo postmoderno, con el auge del automatismo supuestamente creativo, o con el naturalismo hippy o ecologista. En un mundo que, tras la segunda guerra mundial, estaba muy inclinado a aceptar con una culta y maligna satisfacción los atentados a la lógica (¿no se habían efectuado crímenes horrendos con la complicidad de los intelectuales y en nombre de la ciencia?).

Con su teatro del absurdo, Ionesco, Beckett, han sido maestros de esta tendencia. Pero, al contrario que el Zen, las obras de estos dramaturgos, como las de Camus o Sartre, respiran angustia existencial, mientras que el zen busca paz y serenidad en la aceptación del absurdo.

Zen terapéutico

Jung se interesó por los estudios de Suzuki, y esta aceptación serena de la absurdidad de la existencia, resolviendo el no-sentido de la vida en una contemplación emocionante de su milagro o de su insondable fondo divino, puede parecer una vía de sublimación apropiada para las neurosis de nuestro tiempo. De ahí que muchos psicoanalistas incorporen las técnicas de meditación zen como una parte de su programa terapéutico.

Wittgenstein y el Zen


Eco también se refiere a la analogía entre la filosofía del último Heidegger y el Zen. Y más detalladamente a los puntos de contacto entre este y la filosofía de Wittgenstein. En su ensayo Zen and the Work of Wittgenstein, Paul Wienpahl observa:

“Wittgenstein ha llegado a un estado espiritual semejante al que los maestros del Zen llaman satori, y ha elaborado un método educativo que parece el método de los mundo y de los koan”.

No deja de ser sorprendente hallar concomitancias entre el Zen y el neopositivismo lógico, pero hemos de recordar que se da en Wittgenstein la renuncia a la filosofía como explicación total del mundo. La primacía se le concede en el Tractatus al hecho atómico, puntual, en cuanto irrelato. El método científico se reduce a una descripción lógicamente correcta de dichos hechos puntuales. Las expresiones lingüísticas ni interpretan, ni comprenden, ni explican el hecho, únicamente lo “muestran”, indican, reproducen reflexivamente sus conexiones.

Eco de compuesta (f.: J. Biedma L.)
Para Wittgenstein lo que hay en común entre la proposición y el hecho no puede decirse, sólo mostrarse:

“Las oraciones pueden representar toda la realidad, pero no pueden representar lo que deben tener en común con ella para poderla representar: la forma lógica. Para poder representar la forma lógica deberíamos ser capaces de colocarnos, al mismo tiempo que las oraciones, fuera de la lógica, es decir, fuera del mundo” (4.12).

Precisamente en ese negarse a salir del mundo para congelarlo en explicaciones se justifica la principal referencia del primer Wittgenstein al Zen. Su apelación al silencio y a lo místico es ya un filosofema: “lo que puede mostrarse no puede decirse” (4.1212). La frase parece un koan. No es de extrañar que tanto el estilo como las afirmaciones del Tractatus hayan impresionado también a los budistas:

“El mundo es todo lo que ocurre. Las principales proposiciones y problemas que se han planteado acerca de temas filosóficos no son falsos, pero carecen de sentido… Existe en verdad lo inexpresable. Ello se muestra; es lo místico” (6.44, 6.52). 

Discontinuidad, asimetría, espacio vacío..., valores estéticos del Zen

La idea que expresa Wittgenstein en 6.54 de abandonar la escala de su lógica tras haberla subido para luego ver el mundo en una toma directa, para la cual las palabras no son sino un obstáculo, eso es el satori de Wittgenstein: “De lo que no se puede hablar, se debe callar”. Fin de la reflexión sobre la vida. ¡A vivirla! Hora de la acción. Y Wittgenstein abandona la academia para hacerse jardinero, enfermero, arquitecto, maestro… Es decir, escoge la experiencia contra la ciencia. 

Wienpahl considera que el filósofo austriaco escogió un apartamiento en el que los problemas filosóficos en lugar de quedar resueltos quedaban disueltos. No obstante, para el primer Wittgenstein las proposiciones lógicas sí describen la estructura del mundo (6.124). Pero son tautológicas, no niegan los hechos, los describen, pero no nos dicen qué significan ni cuál es su sentido. Es la paradoja de una inteligencia derrotada, una inteligencia que Wittgenstein desecha después de haberla usado con una profundidad lógica sin parangón. Quedan abiertos los caminos de la ciencia natural, pero no parece ser que sea eso lo que Wittgenstein busca...

Wienpahl encuentra incluso analogías más expresivas con el Zen en las Investigaciones filosóficas del segundo Wittgenstein, particularmente en la tarea de la filosofía como una “lucha contra la fascinación que ejercen las formas de representación”. Un positivismo terapéutico que conduce a la filosofía a desvanecerse en un silencio místico.

A Eco le parece indudable que Wittgenstein pertenece a la gran tradición mística germánica, alineado con los que hallan el éxtasis en el abismo y el silencio, desde Eckhart a Suso y a Ruysbroek. El momento místico del consciente abandono de la inteligencia clasificadora es un momento recurrente en la historia de todas las culturas, si bien en el pensamiento oriental ha sido más constante.

Estanque de jardín malagueño (f.: J. Biedma)

Conclusión


Pero en el Zen la repulsa al saber objetivo a favor de una experiencia directa de las cosas (que también tiene su correlato fenomenológico en la epojé de Husserl) no implica ninguna repulsa hacia la vida, sino más bien una invitación a vivirla más intensamente, sin la mediación fría del cálculo, una valoración de la actividad práctica como condensación en un gesto descrito con amor, una llamada a la simplicidad del enlace con las cosas mismas (muy alejado por tanto de la virtualidad con que hoy nos relacionamos con ellas a través del link tecnológico).

Comprendemos que el Zen haya fascinado a Occidente, pero otra cosa es pensar que pueda ser absolutamente válido su mensaje para el hombre occidental. Sobre ello Eco abrigaba amplísimas reservas con sólidos motivos. Porque lo propio del hombre occidental no es la mera aceptación de la vida, sino su reconstrucción de acuerdo a una orientación deseada por la inteligencia. El momento contemplativo tiene su valor, sin duda, pero también el dominio de la naturaleza o, por decirlo más en concreto, la conversión de la selva en jardín.

Bien es verdad que hemos aprendido que el azar domina el mundo subatómico, que la incertidumbre y al probabilidad han sustituido a la certeza y la seguridad en el análisis fino de la realidad. Pero incertidumbre, indeterminación, azar y probabilidad son también propiedades objetivas del mundo físico. Por otra parte, sería penoso que la conciencia crítica hallase en el Zen o en otras menos finas, menos estéticas y elaboradas religiones y prácticas orientales, un sucedáneo mágico o mitológico que impida a la inteligencia distinguir formas y descubrir o inventar orden y sentido. 

Puede parecernos absurdo el mundo a veces, pero es indudable que en él hay también inteligencia, nosotros no somos la única prueba, aunque la búsqueda de sentido sea sin término. 

Scabiosa stellata

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