"No deseo más, y encantos afuera y Dios ayude a la razón y a la verdad"
Don Quijote de la Mancha (II, 17)
El Quijote cuenta la historia de un hidalgo que enloquece leyendo libros de caballerías; cree histórico lo que es ficción, y, dispuesto a resucitar la orden caballeresca, sale de su aldea tres veces en busca de aventuras, hasta que, obligado mediante engaños por quienes le quieren bien, regresa a casa, recupera el juicio, maldice los libros de caballería y muere. Pero cuenta también, al mismo tiempo, la historia de un libro que está haciéndose y que inaugura un nuevo género literario: la novela moderna. Emilio Lledó dijo que Cerventes anticipó, dramatizándola, la filosofía subjetivista de Descartes. Podría decirse que también se anticipó a Kant, dramatizando su máxima sapere aude: a través del ejemplo negativo de Don Quijote, Cervantes propone al individuo de la Modernidad desencantada que se atreva a leer, pensar y obrar de forma autónoma, con espíritu crítico y distanciamiento.
Interpretaciones del
Quijote.
José Luis López Calle distingue
dos líneas básicas de interpretación del Quijote,
a partir de una perspectiva dual narrativa de la novela:
“una
perspectiva seria, la de don Quijote, la de su mundo de ilusión caballeresca,
en la que el hidalgo manchego aparece como un héroe idealizado enfrentado a un
mundo adverso y en la que el carácter cómico-satírico de la novela se difumina,
incluso se borra; y, por otro lado, una perspectiva cómico-realista, la del
narrador, que es la de la realidad y la verdad que el autor contrasta
constantemente con la visión idealizada del protagonista. Pues bien, según el
peso que se conceda a una u otra de las dos, tendremos diferentes exégesis de
la novela” (LÓPEZ CALLE José Antonio. Otras interpretaciones del Quijote.
Revista digital El Catoblepas. Nº 76.
Junio 2008).
Dependiendo de la preferencia por una u
otra perspectiva se optará por una de las dos líneas de interpretación. Si se
adopta la perspectiva cómico-realista nos situaremos en la línea interpretativa
directa, literal o literalista; si se elige la perspectiva seria nos
situamos en la línea alegórica o simbólica.
El tipo de interpretaciones cómico-realistas parten de una
premisa básica: el Quijote es,
fundamentalmente, una novela paródica de un género literario. Esta afirmación,
además de abrir un cauce de interpretación, cierra otros. En efecto, si es una
parodia de los libros de caballerías, el Quijote no puede, al menos en la intención de su autor, ser expresión en clave
alegórica de un mensaje político, social, histórico, religioso, autobiográfico,
etc., aunque en sus páginas encontremos algo o mucho de todo esto.
“No se piense,
sin embargo (…) que la concepción del Quijote como una invectiva
cómica de los libros de caballerías es una mera excusa para expresar contenidos
más profundos, lo que no equivale a negar que el Quijote contenga
contenidos profundos: los tiene, pero no en forma de alegoría, sino en la forma
de los numerosos comentarios, reflexiones y observaciones filosóficas dispersos
en los múltiples discursos de don Quijote, en conversaciones entre
éste y su escudero o en conversaciones con otros personajes” (LÓPEZ CALLE José Antonio. Sobre la interpretación del Quijote. En revista digital El Catoblepas. Nº 70. Diciembre 2007).
Las interpretaciones literales, sin embargo, inciden en cuáles fueron los motivos que llevaron a Cervantes a escribir el Quijote, y a cómo fue
entendido por el público al que iba dirigido en la época en que fue escrito,
esto es, como una parodia de los libros de caballerías. Sin embargo, a partir
del Romanticismo, el Quijote empezó a
interpretarse de forma alegórica, siendo la primera y más habitual la que hace
de Don Quijote encarnación de un espíritu idealista enfrentado a la grosera,
injusta y mezquina realidad. Es esta la interpretación hegemónica desde
entonces, propia de la corriente crítica romántica que comienza a destacar el
aspecto dramático e idealista de la obra, y que abrió el camino a la corriente crítica simbólica.
Interpretaciones alegóricas posteriores harán de Don Quijote un
residuo del feudalismo, de una época donde imperan los valores del guerrero, del
noble, del caballero; o un adalid de los menesterosos contra los poderes sociales
y económicos. Junto a otras, son éstas lecturas que parten de los presupuestos
ideológicos o estéticos de cada intérprete. Unamuno llegó al extremo de afirmar
que Cervantes estaba muy por debajo de su obra y que había muerto sin haber
comprendido el alcance del Quijote; que no le importaba lo que Cervantes, autor, hubiera querido decir, sino lo que él, lector, veía en el Quijote. Pero, aun siendo muy injusto con Cervantes, Unamuno no hizo más que decir una
perogrullada sobre la recepción de toda obra de arte. Los lectores, en efecto, pueden darle al Quijote -y de hecho se lo han dado- un sentido muy distinto al que pudiera haberle dado Cervantes.
El talento literario de Cervantes y su rica y agitada experiencia vital permiten que en esa parodia encontremos un cuadro de la vida española de la época, elementos autobiográficos y reflexiones sobre todo tipo de cuestiones, interesantes no sólo en la suya, sino en cualquier época. Todo ello permite que sea objeto de las más dispares interpretaciones, porque cada época ha proyectado sus preocupaciones éticas y estéticas en la obra cervantina, manteniéndola viva y enriqueciéndola. Los lectores de otras épocas han realizado interpretaciones de la novela coherentes con su universo estético y cultural, modificando el sentido inicial que ésta pudiera tener, y si sigue leyéndose es porque se adapta a la sensibilidad cambiante, porque permite hacer de ella nuevas interpretaciones. Es justamente eso lo que convierte al Quijote en un clásico.
El talento literario de Cervantes y su rica y agitada experiencia vital permiten que en esa parodia encontremos un cuadro de la vida española de la época, elementos autobiográficos y reflexiones sobre todo tipo de cuestiones, interesantes no sólo en la suya, sino en cualquier época. Todo ello permite que sea objeto de las más dispares interpretaciones, porque cada época ha proyectado sus preocupaciones éticas y estéticas en la obra cervantina, manteniéndola viva y enriqueciéndola. Los lectores de otras épocas han realizado interpretaciones de la novela coherentes con su universo estético y cultural, modificando el sentido inicial que ésta pudiera tener, y si sigue leyéndose es porque se adapta a la sensibilidad cambiante, porque permite hacer de ella nuevas interpretaciones. Es justamente eso lo que convierte al Quijote en un clásico.
No obstante la hegemonía en los siglos XIX y XX de las
interpretaciones simbólicas o alegóricas, la teoría crítica tradicional
sobrevive en cervantistas como el propio López Calle o Martín de
Riquer. La primera prueba aportada por estos autores en defensa de la exégesis
del Quijote como parodia de las
novelas de caballerías es la declaración de intenciones del propio Cervantes,
que repite en varias ocasiones que el Quijote
es una parodia del género de las novelas de caballerías; género despreciable pero muy popular que estaba corrompiendo a las gentes más simples, ingenuas y crédulas.
“No existe libro alguno cuyo poder de alusiones simbólicas al
sentido universal de la vida sea tan grande, y sin embargo, no existe libro
alguno en que hallemos menos anticipaciones, menos indicios para su propia
interpretación”, afirma Ortega y Gasset en Meditaciones
del Quijote. Contra esta idea, sostiene López Calle que no hay una novela en
la que el propio autor, en el prólogo o por boca de sus personajes, insista más
en anunciar el propósito con el que escribe.
“[Cervantes] es
el único entre los grandes maestros de la literatura universal en anticiparnos
el sentido fundamental de su obra y en encargarse de recordárnoslo con
frecuencia a lo largo de la misma” (LÓPEZ CALLE José Antonio. Sobre la
interpretación del Quijote. En revista El
Catoblepas. Nº 70. Diciembre 2007).
¿Por qué ignoraría Ortega la repetida declaración de intenciones de Cervantes? ¿Acaso no lo creía sincero? Martín de Riquer dice al respecto
que, siendo tan reiterativo y machacón Cervantes respecto del propósito y deseo
que le lleva a escribir la novela, tenemos al menos la obligación de reparar
en este aspecto (DE RIQUER Martín. Para
leer a Cervantes. Acantilado. Barcelona. 2003., pag. 99).
Escribe Cervantes en el prólogo al Quijote de 1605: "todo él es una invectiva contra los
libros de caballerías”, y también que lleva “la mira puesta a derribar la
máquina mal fundada destos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y
alabados de muchos más; que si esto alcanzásedes, no habrías alcanzado poco”. Y
al final, en el último capítulo del Quijote
de 1615, en las líneas que cierran la novela: “No ha sido otro mi deseo que
poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de
los libros de caballerías, que por las de mi verdadero don Quijote van ya
tropezando y han de caer del todo, sin duda alguna. Vale”. Último capítulo en el que, al recuperar el juicio perdido
por la lectura de libros de caballerías, Alonso Quijano da gracias a Dios por librarle
de “las sombras caliginosas de la ignorancia que sobre él [el juicio] me
pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las
caballerías. Ya conozco sus disparates y embelecos, y no me pesa sino que este
desengaño ha llegado tan tarde”. Y unas líneas más adelante: “Dadme albricias,
buenos señores, de que ya no soy Don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano
(…) Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la caterva de su linaje; ya me
son odiosas todas la historias profanas de del andante caballería; ya conozco
mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído”, para rematar con la
amenaza de desheredar a su sobrina si esta casara con alguien, no ya lector,
sino mero conocedor de lo que son los libros de caballerías.
Este último capítulo, el de la curación y muerte de Alonso Quijano, refuerza la defensa de la interpretación literal o cómico-realista. En él, Alonso Quijano recupera el juicio, deja de ser Don Quijote y reconoce que su desvarío lo ha causado la lectura de los libros de caballerías, a los que maldice por ello. Es el final lógico y apropiado de una sátira de los libros de caballerías. Quienes interpretan a Don Quijote como un héroe positivo se tienen que enfrentar con el hecho de que el autor, si bien dibuja a su personaje con simpatía y ternura, no deja de describirlo como un loco equivocado que causa más entuertos de los que endereza. Si don Quijote es un símbolo moralmente positivo deja de serlo en el mismo instante en que Alonso Quijano recupera el juicio y maldice a los libros de caballerías que lo han enloquecido.
Este último capítulo, el de la curación y muerte de Alonso Quijano, refuerza la defensa de la interpretación literal o cómico-realista. En él, Alonso Quijano recupera el juicio, deja de ser Don Quijote y reconoce que su desvarío lo ha causado la lectura de los libros de caballerías, a los que maldice por ello. Es el final lógico y apropiado de una sátira de los libros de caballerías. Quienes interpretan a Don Quijote como un héroe positivo se tienen que enfrentar con el hecho de que el autor, si bien dibuja a su personaje con simpatía y ternura, no deja de describirlo como un loco equivocado que causa más entuertos de los que endereza. Si don Quijote es un símbolo moralmente positivo deja de serlo en el mismo instante en que Alonso Quijano recupera el juicio y maldice a los libros de caballerías que lo han enloquecido.
La censura de los libros de caballerías era compartida por
los humanistas de le época. Refiere Martín de Riquer que los autores de muy
diversa condición y temperamento que condenan los libros de caballerías y las razones
por las cuales lo hacen, en esencia, coinciden con las que aduce el propio
Cervantes. Pero la forma que elige
Cervantes en su invectiva contra los libros de caballerías no es la de los
moralistas. Su tono no es serio, sino cómico, con lo que, además de su carácter
moralizante, el autor pretende divertir al público, aumentando con ello la eficacia del mensaje.
La primera razón de la críticas a tan denostado género
literario radicaba en su popularidad, pues si no gustaran a tantos no llegarían a
preocupar tanto los supuestos efectos perniciosos de su lectura. La segunda razón se encontraba en su contenido y estilo: su
inverosimilitud histórica y geográfica, su extravagancia, su antinaturalismo,
sus amores exacerbados, sus disparatados hechos de armas y sus exageradas aventuras amorosas. Al
veredicto de culpabilidad siguió la condena: “Merecían echarse al fuego”
sostuvo fray Antonio de Guevara. Y a ello se ponen el cura y el barbero, vecinos de Alonso Quijano. Lo que no hizo la realidad lo hizo la literatura (una
función fundamental de la literatura de ficción es el ajuste de cuentas con la realidad).
Se trataba, por tanto, de ridiculizar los libros de
caballerías. Para ello Cervantes se sirvió de la parodia. Don Quijote, que
adopta el código moral de los héroes de la novela de caballería, y actúa de
acuerdo con ese código, encuentra su campo de acción en la España del siglo
XVI, realidad con la que choca
inevitablemente. Es ese choque el que provoca la risa del lector; el contraste
entre la realidad y la interpretación alucinada que Don Quijote hace de ella,
entre su código caballeresco y los códigos sociales de sus paisanos, entre la manera
de hablar de estos y la suya, poblada de arcaísmos. Cervantes parodia el género literario de los libros de
caballería, es decir, lo ridiculiza, pero también lo parasita; además de ser un
género sobre el que se habla constantemente en la novela, muchas de las
aventuras de don Quijote son un remedo jocoso de aventuras leídas en los libros de
caballerías. Satirizar parasitando el objeto de la sátira: eso es
la parodia (“imitar burlando”, como se lee en el DRAE); y utilizarla fue un gran acierto de
Cervantes, pues ofrecía al mismo público que gustaba de leer los libros de
caballerías una sátira de estos. Los intérpretes del Quijote como novela cómica y paródica insisten en esto:
“Nada más
abrir el libro se advierte la intención satírica y paródica del autor, no sólo
por la declaración expresa de éste antes citada, sino también por los poemas
burlescos firmados por héroes fabulosos, como Amadís de Gaula, de los libros de
caballerías que precisamente se persigue parodiar (…) Todos los elementos
compositivos de la obra denuncian esa intención: la estructura narrativa, la
construcción de los personajes principales, las aventuras, el estilo literario
y el heroísmo quijotesco” (LÓPEZ CALLE José Antonio. Estructura narrativa y personajes principales del Quijote. En
revista El Catoblepas, nº 71. Enero
2008).
El Quijote era, por
tanto, parodia de un género literario, pero asimismo un nuevo género literario.
Cervantes renovó el repertorio estético con nuevos elementos sobre una base de
elementos ya conocidos.
El Quijote y Don Quijote.
Sostiene Antonio Sánchez que el protagonista del Quijote “no es Don Quijote, sino la
misma novela. Y los personajes que se manejan está allí para poner esto de
manifiesto” (SÁNCHEZ FERNÁNDEZ Antonio. "El
sortilegio de la lectura: el nacimiento de la novela moderna en Cervantes", en Renacimiento y Modernidad, Tecnos, Madrid, 2007). Tesis que modificaré para afirmar que los
protagonistas del Quijote son Don
Quijote y la novela misma: los dos, el libro y el personaje cuyas aventuras narra el libro. De esta tesis se sigue otra: que la razón de las diferencias entre la
primera y la segunda parte del Quijote, el
de 1605 y el de 1615, se encuentra en en el protagonismo del personaje en la primera parte y en
la del libro en la segunda. En ésta, Cervantes, tras el éxito de la primera parte, después de una carrera literaria no demasiado brillante, y sobre todo, después de la aparición del Quijote de Avellaneda (en 1614, mientras preparaba para su publicación la segunda parte), resolvió, orgulloso y celoso de la paternidad de su obra, poner en primer plano el Quijote en detrimento de Don Quijote; resaltar su propio quehacer literario por encima de las aventuras de su personaje. Además, habían pasado ya suficientes años desde la publicación de la primera parte como para que Cervantes se diera cuenta de las posibilidades del género que había iniciado. En el Quijote de 1615 se observa que la parodia de los libros de caballerías es, digamos, menos pura, y que Cervantes introduce elementos que luego veremos desarrollarse en el género novelístico que inicia, como la inserción en el relato de materiales que hacen referencia a hechos que interesaban, preocupaban y afectaban a sus contemporáneos: la expulsión de los moriscos, el bandolerismo catalán o los ataques de los piratas berberiscos a las costas españolas. No es casual que en estos episodios Don Quijote sólo tenga protagonismo como espectador, y pase a un segundo plano justo cuando se le brinda magnífica ocasión para demostrar su valía como caballero andante.
Hay muchos pasajes del Quijote que ilustran su condición de obra literaria que se cuenta a
sí misma. Ya en el prólogo de la primera
parte el autor y un amigo suyo discuten sobre cómo escribir ese mismo prólogo. Pero encontramos este tipo de pasajes, sobre todo, en la segunda parte, donde, como ya hemos dicho, la historia del Quijote cobra más importancia que la historia de
Don Quijote. En su prólogo anuncia la razón
por la cual se hablará en ella tanto de la primera parte del Quijote. Lo arranca Cervantes ajustando
cuentas con furia templada con el autor de aquel “segundo Don Quijote (…) que
dicen que se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona”, y lo termina
dejando claro que la segunda parte que ofrece al lector no es como la segunda
parte que ha publicado el tal Avellaneda, sino que es cortada “del mismo
artificio y del mesmo paño que la primera, y que en ella te doy a don Quijote
dilatado, y, finalmente, muerto y sepultado, porque ninguno se atreva a
lanzarle nuevos testimonios”. En efecto, en el último capítulo Cide Hamete
(Cervantes) defiende su derecho de propiedad intelectual sobre el Quijote contra el “escritor fingido y
tordesillesco” que se atrevió a escribir “con pluma de avestruz grosera y mal deliñada
las hazañas de mi valerosos caballero”. Mata a su personaje, lo entierra y
pudre su cuerpo, para imposibilitar que otros como Avellaneda hagan con él
“salida nueva”. Pura metaliteratura para poner doble llave sobre el sepulcro de Don Quijote de la Mancha e impedir que vuelva a cabalgar.
La firme defensa de su autoría determinó en gran
medida la estructura y el sentido que Cervantes dio a la segunda parte del Quijote. ¿Por qué afectó tanto a
Cervantes la aparición del Quijote de
Avellaneda un año antes de la publicación del Quijote de 1615? Señala Martín de
Riquer (DE RIQUER , 2003. Pags. 222 y 223), que no era
fenómeno nada raro en la literatura de la época que un escritor continuara la
obra empezada por otro, pero que en el caso de
Avellaneda no se presenta de la forma acostumbrada, pues el autor se
esconde tras un seudónimo y, para más inri, ataca a Cervantes en el
prólogo. Es lo que más debió doler a Cervantes, quien contesta en el prólogo de
la segunda parte con su brillante y célebre... “Lo que no he podido dejar de
sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber
detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en
alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los
presentes, ni esperan ver los venideros”.
Otra cuestión que abunda en la consideración del Quijote como relato de la obra misma –y
que es también un aspecto literario muy moderno y totalmente novedoso- es la preocupación
de Cervantes por la recepción de su obra por los lectores, los presentes y los futuros.
Esa preocupación es expresada, además, a través de los propios personajes de la
novela. Donde más claramente podemos verlo es en el capítulo tercero de la
segunda parte, que Cervantes utiliza para reflexionar sobre varios aspectos de
la primera parte de la novela, que ya llevaba impresa el tiempo suficiente como para valorar su acogida entre el público (además de insistir, una vez más, en su propósito anunciado diez años antes).
“(…) sino procurar que a la
llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra
oración y período sonoro y festivo, pintando en todo lo que alcanzáredes y
fuere posible vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos sin
intricarlos y escurecerlos. Procurad también que, leyendo vuestra historia, el
melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no
se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni
el prudente deje de alabarla. En efecto llevad la mira puesta a derribar la
máquina mal fundada destos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y
alabados de muchos más; que, si esto alcanzásedes, no habríades alcanzado
poco (…) porque es tan
clara, que no hay cosa que dificultar en ella: los niños la manosean, los
mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y,
finalmente, es tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes,
que apenas han visto algún rocín flaco, cuando dicen: «Allí va Rocinante». Y
los que más se han dado a su letura son los pajes: no hay antecámara de señor
donde no se halle un Don Quijote, unos le toman si otros le dejan, estos
le embisten y aquellos le piden. Finalmente, la tal historia es del
más gustoso y menos perjudicial entretenimiento que hasta agora se haya visto,
porque en toda ella no se descubre ni por semejas una palabra deshonesta ni un
pensamiento menos que católico.”
Este tercer capítulo del Quijote
de 1615 arranca con un don Quijote pensativo “esperando al bachiller Carrasco,
de quien esperaba oír las nuevas de sí mismo puestas en libro”. Le sorprende
que en un libro de caballerías estén tan presentes los hechos y dichos de un
escudero (con lo cual reafirma Cervantes la naturaleza paródica y la modernidad de la obra)
y le desconsuela enterarse que su autor
sea moro. Este recurso a un manuscrito encontrado escrito en árabe, que manda traducir, siempre ha
desconcertado a algunos cervantistas; desconcierto que desconcierta al cervantista Martín de
Riquer, quien, buen conocedor de la literatura caballeresca, advierte al lector
que “no debe olvidar jamás que todo es un juego y una intencionada parodia de
las obras graves y serias” (DE RIQUER. 2003. Pag 143).
Sigamos con el capítulo tres, cuando entra el “muy gran
socarrón” Sansón Carrasco, quien le confirma a Don Quijote que, en
efecto, hay historia suya escrita por un sabio moro en manos, ojos y oídos del
público. Tenemos aquí ya una primera valoración de la obra hecha por un lector/personaje.
Valoración que participa del tono y del sentido paródico: el bachiller alaba a Don Quijote con sarcasmo por lo leído en una parodia brutal contra los libros reverenciados
por Don Quijote, que son maltratados en el Quijote
que ha leído Sansón Carrasco. A continuación encontramos el primer informe
“comercial” de la novela y una predicción sobre ella que se verá cumplida: “y a
mí se me trasluce que no a de haber nación ni lengua donde no se traduzca”.
La primera novela
moderna.
Interpretar el Quijote
como una obra inicial y fundamentalmente satírica no debe conducir a sostener
una lectura parcial y reductora de la obra de Cervantes. Son importantes los
adverbios resaltados. Sostengo que el
propósito inicial de Cervantes era, fundamentalmente, el que él mismo confiesa
repetidamente en el prólogo y en varios pasajes de la obra, pero sostengo al mismo
tiempo -creo que sin caer en una interpretación alegórico-simbólica
incompatible con la interpretación cómico-realista- que, en coherencia con ese
propósito inicial, Cervantes fue más allá de la mera parodia de un género
literario aborrecible: inventando las aventuras de un personaje enloquecido por
la lectura de los libros de caballerías, Cervantes juzgaba esos libros; contando
la historia del libro que cuenta esas aventuras nos narra cómo nace, se
desarrolla y es recibida por el público la obra con la que inicia un nuevo
género literario de exitosos futuro, la novela moderna, de la cual, además, nos
advierte Cervantes que es cosa distinta y que, por ello, exige una nueva forma
de leer.
En opinión de Antonio Sánchez (ver obra citada más arriba), el Quijote trata del porvenir la novela moderna, género literario que
alcanzará su cima en la segunda mitad del siglo XIX. El Quijote es una novela –la primera novela- en la que entran “el
autor, el lector, los personajes, lo real, lo ideal, lo ordinario trastocado,
el sueño del héroe, su tragedia y la burla que se hace de ella”. Pero, además de todo esto, que hace del Quijote una novela que cumple con todos
los requisitos que exige el género, contiene algo más. Y en este algo más,
afirma Sánchez, se encuentra precisamente su principal mérito. Aunque quizá no
sea lo más apropiado llamar mérito a la esencial capacidad deconstructiva del mismo
género que inaugura. En efecto, para Sánchez, “en este
primer y completo desarrollo de la novela resulta que ya tenemos su superación
crítica, y con ella, la desmembración del sujeto que quiere reconocerse en tal
tipo de relato, del lector que llega a creer que se puede reflejar en lo que
allí se le muestra, ese hombre moderno que encuentra en la novela la
representación de su más honda y segura realidad". El sentido de la novela sería,
paradójicamente, que la novela no puede tener sentido. “Cervantes escribe sobre
el sinsentido de una forma de imaginar y experimentar la realidad humana que
casi está todavía por descubrir, y se llamará novela realista”. Novela que
llevará emparejada un lector que imagina como suyas las vidas de los personajes
que le son presentadas. Don Quijote sería la personificación anticipada de ese
futuro lector abstracto.
La burla de Cervantes, pues, además de tener como objeto un
género literario, el de los libros de caballería, tendría también como objeto
una forma de leer. La parodia de las inverosímiles y extravagantes aventuras de
los caballeros andantes incluía la crítica a un tipo de lectura alienante (Martín
de Riquer refiere anécdotas de personas de la época que creyeron que la ficción
de los libros de caballerías era historia verdadera; por ejemplo, la de un
estudiante de Salamanca que llegó a perder el juicio por unos momentos; leyendo en uno de estos libros que un caballero era acosado por unos
“villanos”, comenzó a soltar espadazos imaginarios por la estancia. DE RIQUER. 2003. Pags. 33 y 34). Pero además, la crítica de Cervantes iría más lejos (o más
cerca), al criticar a la naciente novela, a su propia obra, con su mezcla de
burlas y veras y su confusión entre realidad y ficción (“crítica”, en el
sentido kantiano de poner límites y establecer fundamentos) ¿Nos estaría Cervantes
advirtiendo de lo que sería capaz la novela de hacer en mojado (la novela
realista), si en seco (la fantástica) había sido capaz de volver loco a Alonso
Quijano? Creo que eso es precisamente lo que afirma A. Sánchez, pues mantiene
que la ironía cervantina hubiese sido mucho más fértil en el bien abonado
terreno de la novela realista decimonónica.
Cervantes, entonces, de manera análoga a los pensadores de la
Escuela de Frankfurt respecto de la Modernidad, estaría mostrando el absurdo de
una incipiente forma de novelar tremendamente productiva pero que esencialmente
portaba el pecado original de creerse “capaz de poner ante el lector la misma y
verdadera imagen de lo real”. Según A. Sánchez, “Cervantes es un visionario que
borra de un plumazo la imagen que se le avecina, y la deja convertida, de
tremendo duende, en irrisorio espejismo (…) se burla Cervantes de la veracidad
de su historia, de la posibilidad de narrarla, se burla hasta más no poder de
cualquier instancia que pudiera asegurar el sentido o la seriedad de la
escritura”. La tesis de A. Sánchez es que el Quijote trata del “porvenir de un género literario que consiste en
una peculiar forma de entender la realidad humana y de interpretarla”. Y esto
nos interesa sumamente, porque dos de las formas que tiene el hombre moderno de explorar
su existencia, el conocimiento científico y la novela, ven la luz y dan a luz
en/a la Modernidad; ambas son manifestaciones de un
mismo espíritu que se complementan. La novela se interna en el terreno olvidado por la razón
científica.
Milan Kundera en El arte de la novela, afirma, en este mismo sentido, que el creador de la Edad Moderna no es sólo Descartes (filósofo y científico), sino también Cervantes (novelista). Si la ciencia y la filosofía se han “olvidado del ser”, la novela explora este ser olvidado, revelando, exponiendo e iluminando los temas existenciales olvidados por toda la filosofía y la ciencia europea anterior. El conocimiento es la única moral de la novela, sostiene Kundera. Pero si, como afirma Antonio Sánchez, Cervantes descubre la imposibilidad de sentido de la novela moderna, el conocimiento que nos aportaría la novela, el tema existencial sobre el que nos iluminaría, sólo podría ser el sinsentido de la vida. Metidos de hoz y coz en un escepticismo brutal, la novela serviría, como la lucecita de Voltaire, para alumbrarnos un poco; o como la razón de Horkheimer, para que no nos timen. Pero para que la novela cumpla esta función su lectura exige -sostiene Antonio Sánchez- finura de análisis, reflexión y distanciamiento, de tal manera que podamos poner en duda lo que ella misma nos ofrece (y de paso poner en duda todo lo demás). Cervantes, en definitiva, reflexiona sobre una manera de escribir y de leer, y nos invita a hacerlo de manera crítica, y no como Don Quijote, alienado por la mala lectura.
Milan Kundera en El arte de la novela, afirma, en este mismo sentido, que el creador de la Edad Moderna no es sólo Descartes (filósofo y científico), sino también Cervantes (novelista). Si la ciencia y la filosofía se han “olvidado del ser”, la novela explora este ser olvidado, revelando, exponiendo e iluminando los temas existenciales olvidados por toda la filosofía y la ciencia europea anterior. El conocimiento es la única moral de la novela, sostiene Kundera. Pero si, como afirma Antonio Sánchez, Cervantes descubre la imposibilidad de sentido de la novela moderna, el conocimiento que nos aportaría la novela, el tema existencial sobre el que nos iluminaría, sólo podría ser el sinsentido de la vida. Metidos de hoz y coz en un escepticismo brutal, la novela serviría, como la lucecita de Voltaire, para alumbrarnos un poco; o como la razón de Horkheimer, para que no nos timen. Pero para que la novela cumpla esta función su lectura exige -sostiene Antonio Sánchez- finura de análisis, reflexión y distanciamiento, de tal manera que podamos poner en duda lo que ella misma nos ofrece (y de paso poner en duda todo lo demás). Cervantes, en definitiva, reflexiona sobre una manera de escribir y de leer, y nos invita a hacerlo de manera crítica, y no como Don Quijote, alienado por la mala lectura.
Don Quijote encantado.
El Quijote contiene tal cantidad de referencias a
la sociedad de su tiempo que no es de extrañar que haya motivado todo tipo de
interpretaciones socio-históricas. Las de inspiración marxista, para las cuales
el Quijote sería una alegoría de la estructura social de la
España cervantina o de los conflictos sociales y de clase de la época, se
encuentran entre éstas. El conflicto social, desde la perspectiva marxista,
se puede reducir a una cuestión de intereses económicos divergentes, pues, como
se sabe, para Marx el modo de producción de la vida material condiciona el
proceso de la vida social, política y espiritual en general.
A este análisis de la sociedad, que muchos
encontraron reduccionista, se opuso, entre otros, Max Weber, quizá el
científico social más influyente en el siglo XX, después del propio Marx. De
Weber cabe destacar, precisamente, su concepción del conflicto social como algo
más que una oposición entre intereses económicos contrapuestos; como un
problema, ante todo, de cosmovisiones enfrentadas. Aunque para Weber las relaciones
sociales contemporáneas son consecuencia del desarrollo de la sociedad
industrial, ésta no es resultado de la lucha de clases. No serían, por tanto,
sólo las condiciones de existencia material, sino también la identidad
cultural, en todos sus aspectos, la que conforma las comunidades históricas.
Weber, además, considera la religión como
un repertorio básico de sentido para las colectividades, y en su
análisis, confronta la esfera religiosa con el mundo, descubriendo en esa
relación -en la decadencia de esa relación- el aspecto esencial de la sociedad
moderna occidental. Advierte Weber en ella una marcha cada vez más acelerada
hacia un racionalismo instrumental de tipo baconiano, paralelamente al cual se
origina unos nuevo modo de relación con la realidad que configura un ethos (el espíritu capitalista) y unas
instituciones sociales (las del libre mercado) que acabarán siendo hegemónicas.
A esta marcha
cada vez más acelerada, con efecto bola de nieve, la llamó Weber “proceso de
racionalización”. Europa se va alejando, cada vez en mayor grado, de su
espíritu religioso (a pesar de ser la ética protestante la que lo impulsara),
produciéndose lo que se ha denominado “secularización”, que Weber considera una
tendencia imparable de la sociedad moderna. Para expresar este proceso de
racionalización y secularización, Weber acuñó el término “desencantamiento”.
Extraña no encontrar (yo al menos no lo he hecho)
una interpretación según la cual el Quijote
sería expresión literaria de este desencantamiento del mundo, y don Quijote,
personificación de un ethos todavía
encantado. Intentaré un bosquejo de interpretación “weberiano”, quedando justificada su inclusión en este texto por
su relación con el apartado anterior y con el que seguirá a este.
Respecto al comportamiento ético en un mundo desencantado, se imponía una valoración íntima que no podía ser impuesta desde fuera por una religión, ni por la ciencia, ni por el Estado, ni por la comunidad. Don Quijote podría ser comprendido como personificación de la alienación que producen en el individuo éstas imposiciones. Su monomanía, su locura entreverada, por la cual el hidalgo sería en todo hombre discreto y de buen juicio, menos en lo tocante a los libros de caballerías, además de un recurso genial de Cervantes de gran efecto dramático, muestra, según esta interpretación "weberiana", que incluso personas juiciosas e inteligentes pueden ser víctimas de estas imposiciones externas, aunque sean de lo más disparatado. La enorme dificultad de desarrollarse personalmente, de dirigir conscientemente la propia vida basándose en una elección libre y autónoma y responsable de los valores últimos que la guían y dan sentido, en definitiva, el problema de la “dirección de la vida”, es uno de los temas centrales del programa de investigación weberiano. Don Quijote podría ser interpretado como ejemplo patético del hombre que intenta dirigir su vida, creyendo que lo hace autónomamente, eligiendo lo que quiere sin coacciones sociales, y que muere poco después de descubrir que ha perseguido una ilusión.
Respecto al comportamiento ético en un mundo desencantado, se imponía una valoración íntima que no podía ser impuesta desde fuera por una religión, ni por la ciencia, ni por el Estado, ni por la comunidad. Don Quijote podría ser comprendido como personificación de la alienación que producen en el individuo éstas imposiciones. Su monomanía, su locura entreverada, por la cual el hidalgo sería en todo hombre discreto y de buen juicio, menos en lo tocante a los libros de caballerías, además de un recurso genial de Cervantes de gran efecto dramático, muestra, según esta interpretación "weberiana", que incluso personas juiciosas e inteligentes pueden ser víctimas de estas imposiciones externas, aunque sean de lo más disparatado. La enorme dificultad de desarrollarse personalmente, de dirigir conscientemente la propia vida basándose en una elección libre y autónoma y responsable de los valores últimos que la guían y dan sentido, en definitiva, el problema de la “dirección de la vida”, es uno de los temas centrales del programa de investigación weberiano. Don Quijote podría ser interpretado como ejemplo patético del hombre que intenta dirigir su vida, creyendo que lo hace autónomamente, eligiendo lo que quiere sin coacciones sociales, y que muere poco después de descubrir que ha perseguido una ilusión.
Para Weber, aunque el desencantamiento producía,
respecto a épocas pasadas, una mayor autonomía individual, y venía socialmente marcado por una disminución de la influencia
religiosa, en la esfera privada y en la vivencia íntima en
comunidades o grupos emocionales no sucedía lo mismo. El hombre seguía
necesitando un sentido que la ciencia o la adscripción nacional aún no podía
sustituir al que ofrecía la religión. Podríamos considerar que Cervantes inició una nueva
práctica artística que, alejándose de la mítica y la épica en la misma medida
que de la ciencia, podía dar cuenta del mundo, o de partes de él. Sería entonces, paradójicamente, el retraso español científico-técnico respecto del norte de Europa, el que permitió
la aparición en España del género literario más específicamente moderno, como paradójico fue que la plata que los españoles extraían de las Indias sirviera para consolidar el incipiente capitalismo
mercantilista ausente en España. No sería así un realismo genuina y casi genéticamente
español el que permitió la aparición de la novela moderna, como tantas veces se ha dicho, sino unas circunstancias
históricas socioculturales que impidieron que el nuevo ethos y las nuevas instituciones que Weber advierte que van
surgiendo en Europa en el proceso de desencantamiento del mundo lo hicieran en
España. O dicho de otro modo: que España fuera poco moderna permitió que en ella naciera la novela moderna. A medio camino entre la literatura fantástica medieval y la ciencia
europea, entre la ausencia de racionalidad y el exceso de ella, entre la
explicación religiosa del mundo y la explicación científica, Cervantes,
engendró la novela moderna. O también: entre el mundo encantado en el que la interpretación del sentido se daba mascadita y el exagerado
optimismo epistemológico de la exactitud científica experimental, Cervantes
ofrece una tercera vía que, como dice A. Sánchez, no exige de nosotros
“creencia ciega, sino finura en el análisis”.
El mismo papel que desde esta perspectiva otorgamos
a Cervantes como iniciador de una literatura entendida como vehículo de
expresión de fragmentos de la realidad que no pueden expresarse ni comprenderse
por vía mitico-religiosa, ni tampoco a través del conocimiento científico, y
también el carácter esencialmente ambiguo que Antonio Sánchez encuentra en la novela
moderna (carácter que es precisamente el que ha facilitado las muy numerosas y diversas
interpretaciones del Quijote) los
encontramos en esta cita de Kundera.
“Cuando Dios
abandonaba lentamente el lugar desde donde había dirigido el universo y su
orden de valores, separado el bien del mal y dado un sentido a cada cosa, don
Quijote salió de su casa y ya no estuvo en condiciones de reconocer el mundo.
Este, en ausencia del Juez supremo, apareció de pronto en una dudosa
ambigüedad; la única verdad divina se descompuso en cientos de verdades
relativas que los hombres se repartieron. De este modo nació el mundo de la
Edad Moderna y con él la novela, su imagen y modelo (…) Comprender con
Cervantes el mundo como ambigüedad, tener que afrontar, no una única verdad
absoluta, sino un montón de verdades relativas que se
contradicen” (KUNDERA
Milan. El arte de la novela. Versión
electrónica en www.losdependientes.com.ar. pp. 6 y 7).
Bacía o
yelmo (o El Quijote como autointerpretación de sí mismo y la novela moderna).
La conclusión de este trabajo es que el propósito inicial de Cervantes
fue, efectivamente, el de parodiar los libros de caballerías, pero que, percatándose
del sentido más amplio que podía alcanzar la parodia, y no siendo éste incoherente
ni incompatible con el propósito inicial, sino más bien su consecuencia
lógica, disparando –digamos- por elevación, hizo de los fantásticos, populares y perniciosos libros de caballería metáfora del poderoso influjo de un
grupo autoasignado como el único autorizado para interpretar los textos
religiosos, y, elevando aun más el tiro, hizo del Quijote una invitación a leer cuidadosa y responsablemente, una apología de la capacidad crítica del individuo y un
llamamiento a utilizarla.
Así que, acerca de este propósito inicial de Cervantes al
escribir el Quijote, estarían en lo
cierto autores como Martín de Riquer o López Calle. A este respecto, Martín de Riquer se
mostraba tajante en una entrevista publicada en el diario El País el 9 de junio de 2003:
"No hay
que buscarle los tres pies al gato. Basta con ir leyéndolo tal como aparece
escrito, sin pensar en otras cosas, en símbolos... Sobre él puede decirse todo
lo que se quiera. Pero lo que yo procuro en mi libro [Para leer a Cervantes] es no llegar a ninguna explicación de ese
tipo. No soy partidario de decir que Don Quijote simboliza una cosa y Sancho la
otra. Por ejemplo, el pasaje en que Don Quijote libera a los forzados no es, en
la intención de Cervantes, un símbolo de la libertad, sino un enorme disparate
de Don Quijote, que acaba con una soberana paliza. La quijotada, en este caso,
sería creer que eso es dar libertad. Hay que plantearle al lector que en la
lectura del Quijote no hay más cera que la que arde".
Ortega y Gasset, en cambio, opinaba que sí hay que buscar los
tres pies al gato. Pienso que en el término medio está la virtud -siempre que no
se recurra al principio aristotélico con la intención de no
complicarse la vida o de alcanzar un apaño interesado-. Quiero decir que, sobre los cimientos de su propósito inicial, Cervantes construyó algo más que una parodia de los libros
de caballerías, y también que, aunque quizá algunas veces sea justo y
conveniente buscarle los tres pies del gato, tampoco hay que excederse y buscar
peras en el olmo. El problema, claro, es trazar la línea que separa una actitud
de otra. Cervantes intentó orientarnos a este respecto.
Lo más probable es que cuando escribió la aventura de los
molinos de viento Cervantes no estuviera pensando en los Fugger, pero el hecho
cierto es que, muchos años después, alguien leyó el famoso episodio y sí pensó
en los Fugger. Quien tal hizo fue Ramón Chao, en un artículo titulado ¿Don Quijote neoliberal?, publicado en
2008 en Le monde diplomatique (nº
157).
“Los negocios de los Fúgaros [Fugger] se
extendían a los cereales y a los molinos, pero las especulaciones con las
cosechas a expensas de los campesinos y sus abusos en la incautación de bienes
y casas en caso de impagos fomentaron en el pueblo un odio masivo contra la
«multinacional» de los Fúgaros. Pues bien, don Quijote, como paladín de los
pobres y oprimidos, no hace otra cosa que expresar el furor vengativo y
justiciero del pueblo a través de su batalla contra los gigantes, que no son
sino figura de los odiados Fúgaros” (Citado por LÓPEZ CALLE José Antonio. El materialismo histórico al servicio del
alegorismo esotérico. En revista El
Catoblepas. Nº 89. Julio 2009).
Proyectando su interpretación a la intención del
autor, Chao creyó que Cervantes debió de pensar en los Fugger al escribir la
aventura de don Quijote arremetiendo contra unos molinos de viento.
Dice Don Quijote que el yelmo de
Mambrino que él le creyó arrebatar a un caballero, a otros les puede parece bacía de
barbero. Cervantes nos enseña que, aunque son posibles las diversas
lecturas, algunas pueden ser disparatadas, y que no hay mayor disparate que vivir
de acuerdo a una lectura disparatada. Disparata quien crea, al leer los libros
donde se narran sus fabulosas aventuras, que los caballeros andantes fueron
personajes históricos, y en base a esa loca creencia considere conveniente
imitar la práctica de esos héroes de ficción.
Uno puede sostener que los molinos representan el poder de los Fugger, y que Don Quijote encarna a los enemigos del neoliberalismo, o que una bacía de barbero es el yelmo de Mambrino; pero ser, ese objeto que tiene hechuras
de bacía, con su escotadura semicircular en el borde para meter el cuello, y
que, además, pertenece a un barbero que la utiliza para rapar barbas (aunque ocasionalmente
la lleve en la cabeza para protegerse de la lluvia)…, eso, digo, que parece
bacía, es bacía, aunque a algunos le parezca yelmo y finalmente alguien
sentencie salomónicamente que es baciyelmo. Ocurre que a unos les parece yelmo,
sin serlo, y que otros a quienes no se lo parece, que bien saben que es bacía, afirman que es yelmo para burlarse de quien dice que es yelmo, o por miedo a ir
contracorriente, o por interés, o por el que dirán, o por esnobismo, o por
epatar. Pero ser, por mucho que
se diga y se discuta, la bacía es bacía: “Finalmente el rumor se apaciguó por
entonces, la albarda se quedó por jaez hasta el día del juicio, y la bacía por
yelmo y la venta por castillo en la imaginación de don Quijote” (I, 15).
Cervantes lo escribe en román paladino: sólo es yelmo en la trastornada imaginación
de don Quijote. En la Modernidad desencantada debemos atrevernos a pensar, pero nunca de forma dogmática como Don Quijote.
Cervantes nos aconseja andar con pies de plomo cuando nos sumergimos en la novela moderna, ya que su realismo es potencialmente más engañoso que los inverosímiles libros de caballerías. Parece querer
advertirnos: ahí tenéis mi Quijote,
la obra más abierta y ambigua de la literatura, ¡a ver cómo lo leéis, no os pase lo que a mi Don Quijote!
José Javier Villalba Alameda
José Javier Villalba Alameda
"¿Es posible que los encantados principales padecen necesidad?"... -Créame vuestra merced, señor don Quijote de la Mancha, que esta que llaman necesidad adondequiera se usa y por todo se estiende y a todos alcanza, y aun hasta los encantados no perdona..." (Don Quijote, II, XXIII).
ResponderEliminarExcelente síntesis, Javier, de perspectivas diversas.
Don Quijote, como Juan de la Cruz o don Juan Tenorio (valga la confusión entre lo imaginario y lo real, el idealismo, la mística y el libertinaje) representan una trinidad diversa de excesos de la Voluntad creadora (o deseo divino).
H. Bloom afirma que el aporte de Cervantes a la creación es el coraje quijotesco -literal, moral, visionario-, y que el Genial Manco comparte con Dante y Shakespeare una propiedad de la corona cabalística (Keter), la auroral "audacia de Adán" (Walt Whitman): el coraje y el entusiasmo de Deseo luchando y fracasando contra Necesidad.
He aquí una interpretación metafísica plausible.
Coraje y entusiasmo desmedidos que tienen su aspecto negativo en lo ético-político. Echando mano otra vez de Weber: Don Quijote encarna la ética de la convicción; su voluntarismo, ajeno a cualquier análisis racional de los resultados de la acción, provoca más entuertos que los que deshace.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarY te agradezco el comentario, pero no es sólo una síntesis de perspectivas diversas, sino que hay aportaciones propias que creo pueden tener cierto interés.
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