miércoles, 23 de julio de 2014

Un libro francés de un autor de origen chino en una librería de Japón...

Aquí estoy, contento de volver a compartir con Uds., queridos amigos de Espíritu y Cuerpo, luego de una ausencia de meses. Resulta que migrar a Japón desde Buenos Aires, estudiar intensivamente el idioma local, el dolor del desarraigo, las nuevas relaciones y experiencias, todo junto, ha sido sumamente interesante pero también muy difícil. Por eso no he podido, hasta ahora, encontrar el 'momento', es decir la calma y disposición interior, para volver a leerlos y escribirles. Pero aquí estoy, 'vivito y coleando' como se dice en nuestros pueblos.
La experiencia más importante de estos meses ha sido la concurrencia las aulas de la JASSO (Japan Students Service Organization); pero no tanto por el idioma en sí, que es un verdadero dolor de cabeza, como por los encuentros humanos que ahí tuve. Me ha tocado compartir el curso con gente de Tailandia, Nepal, Filipinas, Taiwán y China. Dicho sea de paso, yo era el único occidental, pues no cuento a un norteamericano que claudicó a la semana de comenzar. Por cierto la empatía que se generó entre todos fue una de las cosas más conmovedoras, sino la más, que me han tocado vivir en estos meses. El hecho de que gente tan distinta pueda saltar por encima de las barreras idiomáticas y culturales, y logre construir un ámbito común de cooperación y entendimiento, es algo digno de ser contado. Y por eso lo hago.

El Japón daría para mucho hablar pero no lo voy a hacer ahora, pues no quiero ser invasivo y tampoco tengo tanto tiempo. Pero al menos sí quiero comentarles que si tuviera que decir en muy pero muy pocas palabras qué es lo que aquí se respira a diario, diría que es la mezcla paradójica de tradición milenaria y ultramodernidad. Ese, junto a la ancestral discreción y prolijidad de este pueblo, es un rasgo sobresaliente de este país, y es imposible no verlo (a menos que uno esté cegado por algún estereotipo 'mediático'). A la vuelta de cualquier esquina de barrio se encuentran santuarios callejeros, humildes pero prolijamente cuidados por los vecinos. Obviamente también los templos propiamente dichos; quiero decir donde la gente se reúne a rezar y no sólo hace ofrendas y oraciones al paso como en los santuarios; de hecho se ven más templos aquí que iglesias en una ciudad católica. Y así como está de viva la religión está vivo también el teatro, tanto el Kabuki como el Noh, los dos géneros tradicionales del Japón, así como el Bunraku, el teatro de marionetas, todos los cuales tienen temporadas de actividad que la gente espera con ansiedad a lo largo del año. Y lo mismo se puede decir de los festivales, la música, la cocina, etc.
Pero ese Japón tradicional está extrañamente mezclado con la tecnología y las modas culturales postmodernas. Mezcla que a veces se da en una suerte de pacífica indiferencia recíproca de los dos mundos, y otras veces en forma de un 'remixeado' tradicional-moderno.
Otro rasgo sobresaliente del Japón es su cosmopolitismo. Es algo muy difícil de explicar, pues se trata de un pueblo con un fuerte sentido de identidad; pero los japoneses, sin dejar nunca de sentirse orgullosos de serlo, son como esponjas capaces de absorber todo lo que les llega del resto del mundo. Su consigna es 'observar, imitar, mejorar'. Así, se trate de lo que se trate, los nipones, si la cosa les gusta, intentarán comprenderla, imitarla, y luego producir su propia versión mejorada.
Por supuesto no todo les sale bien. El mundial de fútbol lo demostró (lo digo con orgullo argentino...). Y el café, hay que decirlo, es pésimo. Pero para compensar la mediocridad del café predominante, tienen su Marufuku: una cafetería en la cual un cafeinómano como yo podría quedarse a vivir, pues tiene café de todas las procedencias y tipos. Otro tanto hay que decir de la filosofía. Quiero decir que no les sale del todo bien. Tal vez porque el budismo sino-japonés, que es el suelo cultural del país, es esencialmente sintético (cuando no directamente apofático como el Zen) y por eso poco inclinado a las elaboraciones teórico discursivas. Sin embargo, al igual que con el café, lo compensan importando: así fue como pude encontrar en la gigantesca librería Maruzen Junkudo, un edificio de ocho pisos enteramente dedicados a libros, una serie de charlas de François Cheng tituladas 'Cinq méditations sur la mort'.
Cheng escribe ahí sobre la muerte desde la doble perspectiva del joven chino que fue alguna vez, y el anciano francés que llegó a ser. Así, en sus páginas se combinan fluidamente por ejemplo un Lao Tze y un Rilke, y alude tanto al culto chino de los antepasados como a las metamorfosis de Ovidio. De modo que yo, lector sudamericano de habla hispana, lengua europea, viviendo en Japón me encontré con un autor de origen chino que escribe en francés sobre la muerte, y lo hace citando fuentes de todos los tiempos y lugares. Otra vez se trata de diferencias, empatías y encuentros...
Ya que mencioné el culto a los ancestros quiero contarles, para ir terminando, que pronto aquí en Japón comienza una época del año en que, dice la tradición, los antepasados vuelven a las ciudades y casas en las que vivieron, y rondan cerca de sus descendientes. A estos 'obakes' (palabra que se podría mal traducir por 'fantasmas') la gente les ofrece ceremonias, flores, y oraciones para expresarles agradecimiento. Algunas de tales celebraciones constituyen espectáculos imponentes. Sin embargo, mucho más interesante que su potencia estética es su sentido interior: pues se trata de cuidar la relación, y mantener el equilibrio, entre los ausentes y los presentes.
Respecto a este mismo tema dice Cheng en su libro:
"L'humanité se retrouve dans chaque individu, et chaque individu, s'il épouse la vie, prend part á l'aventure de l'humanité qui est partie intégrante d'une aventure bien plus vaste: celle de l'univers vivant en devenir"
Es decir abrazar la vida es asumir el lazo entre el mundo visible y el invisible. Dos mundos cuya frontera es la muerte, pero permanecen misteriosamente unidos para estos pueblos que no han sucumbido todavía, al menos no totalmente, a la alienación de la instantaneidad postmoderna.
Ahh, la muerte... La gran migración. Esa de la cual todas las pequeñas migraciones -cada partida, cada ruptura, cada pérdida, cada pasaje- no son sino símbolos y preludios. Por hoy dejo. Un afectuoso saludo a todos.









5 comentarios:

  1. Muchas gracias por este relato tan interesante, directo y humano de tu experiencia en ese lejano país. Un gusto que nos compartas tus experiencias allá, desde esa comunidad multicultural de aprendices de japonés, hasta esa mezcla de lo viejo y lo nuevo, con sus aciertos y desaciertos. Genial, he disfrutado mucho leyéndolo

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  2. Vivimos en un mundo realmente planetario. Me quedo de piedra cuando un personaje de Murakami toma, en un bistró tokiata, un Don Pepe... La batidora ya funcionó en el pasado. Recuerda al inca Garcilaso, traduciendo al castellano unos Diálogos de amor que escribió en florentino un judío de origen ibérico. Debemos aprender a pensar la desigualdad como una fuente de enriquecimiento y no como ocasión de violencia y opresión. Pero eso implica mucho valor y una educación razonable, refinada... Gracias, Max, por compartir.

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  3. Gracias a ti, José. Coincido plenamente con tu llamada a favor del enriquecimiento mutuo y en contra de la violencia. No es ocioso destacar, subrayar una vez más, que donde hay violencia siempre se encuentra alguna forma de unilateralidad... y una imposibilidad de reconocer al otro en su diferencia.

    Abrazo

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  4. Muy sugerente tu relato, y contado de una forma muy cercana para cualquier lector. No sé si ya habías comentado antes la razón de ese viaje y de tu aprendizaje del japonés, y de si el proyecto tiene una continuidad en el futuro. Tengo curiosidad al respecto.
    Cuando hablabas de esa comunión de espíritus con tus compañeros de estudios de otras nacionalidades y culturas, me ha recordado cómo funcionan las experiencias iniciáticas. Siempre tiene una triple fase: separación de la procedencia, creación de una comunidad igualitaria de los iniciandos, que experimentan una intensa vivencia de grupo como tal, y reagregación al a vida normal. Es un rito de paso en toda regla.
    Otra cuestión que comentas y que me interesaría entender mejor es esa intensa religiosidad en un mundo ultramoderno. ¿Solo son religiosas las personas de más edad o también los jóvenes?
    Me ha llamado la atención esa referencia a un momento del año en que creen que vuelven los antepasados. No concretas el mes. Si pudieras decirlo, estaría muy bien. Estoy intentando hacer un mapa de costumbres similares de otros pueblos. De hecho, casi parece un universal cultural, de tanto que se repite.
    Finalmente, sé que estás muy ocupado, pero si en algún momento te apetece escribir algo específico sobre las costumbres japonesas, en el blog de Antropología Tinieblas en el corazón estaríamos encantadas de publicarlo. Un abrazo.

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