Entrevista traducida por Ana Azanza
"Congregados los sentidos, surge el alma"
Bioy Casares
¿Cómo
hace nuestro cerebro para crear la imagen de uno mismo?
El físico Christof Koch (1956) investiga el origen de nuestra conciencia.
Nuestro
cerebro está formado por kilo y medio de agua, proteína y grasa.
¿Cómo es posible que de esa tambaleante masa puedan salir todas
nuestras vivencias? Los pensadores más optimistas se asustan ante la
pregunta. Christof Koch sin embargo afirma que el enigma de la
conciencia se puede descifrar. Causan sensación sus experimentos con
los que ha descubierto las células del cerebro que reconocen a las
estrellas de Hollywood.
El
millonario Paul Allen de Microsoft ha invertido una fortuna en el
Allen
Institute for Brain Science en
Seattle, dirigido por Christof Koch. Es vegetariano, porque dice que
incluso en los gusanos se puede reconocer huellas de la conciencia.
ZEITmagazin: Señor
Koch,¿podemos a la vez hablar y disfrutar conscientemente de la
comida?
Christof
Koch: Probablemente
no. La
conciencia requiere normalmente atención. Y por lo general sólo se
puede estar atento a una sola cosa. Cualquier
otra cosa la enmascara. Si
está usted en una conversación muy animada, aunque las papilas
gustativas de su lengua se exciten, notará poco el sabor de la
comida.
Koch:
Su
experiencia interior. Saborea la sal de la hoja de lechuga, en el
momento siguiente ve usted la imagen de mi cara. De esta forma
dispensa su atención a las impresiones sensoriales. Pero todo eso no
basta. Porque la percepción sensorial sólo valora señales físicas:
las moléculas que rozan su lengua, las ondas lumínicas que llegan a
sus ojos. De esta forma tenemos sensaciones, un sabor, una imagen.
Pero la conciencia es algo muy diferente, esa vivencia tiene que
originarse en algún lugar de las catacumbas de nuestro cerebro. Cómo
ocurre eso es una gran misterio.
ZEITmagazin: La
mayoría de la gente se maravilla de ello. Les parece lo más
evidente del mundo que su vida sea como ver una película.
Koch: ¿Piensa
el pez en el agua en la que nada? Así nos pasa con la conciencia,
que la echamos en falta cuando desaparece. Sólo en el sueño
profundo, narcosis o en graves secuelas mentales tras un accidente
reconocemos que la conciencia no es algo que pertenezca de manera
necesaria a nuestra vida.
ZEITmagazin: Usted
se ha dedicado a investigar
la conciencia desde hace 30 años. ¿Qué le llevó al tema?
Koch: La
conciencia es el presupuesto de todo conocimiento. ¿Cómo puedo
darme cuenta de que el universo existe? ¿Y cómo puedo saber que yo
mismo existo? Sólo porque tengo vivencias de las dos cosas. La
conciencia es lo único de lo que podemos estar verdaderamente
seguros. Aquí coincido con Descartes.
ZEITmagazin: "Cogito
ergo sum", Pienso luego soy. Aunque no entiendo por qué subraya
tanto el pensar. Me parece más esencial sentir, yo hubiera dicho
“siento luego soy”.
Koch: Creo
que Descartes quiere decir eso: Puedo imaginar cualquier cosa
posible, por ejemplo que una mujer muy atractiva me quiere, y sin
embargo equivocarme. Pero sobre el hecho de que tengo una experiencia
interior, no puedo equivocarme. Quizás
hoy Descartes hubiera dicho "soy consciente luego existo". Que
hay conciencia es la propiedad fundamental del universo en el que
vivo. Para mí es un enigma cómo la ciencia ha evitado esta pregunta
durante tanto tiempo.
ZEITmagazin: Usted
habló una vez de "mi deseo irresistible de justificar mi creencia
en que la vida tiene un sentido". Y esta exigencia le ha llevado a
la búsqueda de los orígenes de la conciencia. Me
parece sorprendente.
Koch: A
un científico no debería preguntársele por lo que le atrae.
ZEITmagazin: Se
lo pregunto como persona.
Habla
sobre su educación católica, fue monaguillo, estudió con los
jesuitas que le hablaron de un sistema espiritual de relaciones y
calmaron así su búsqueda de sentido. Pero como físico en el
laboratorio había otro mundo, los hechos, la ciencia explica las
cosas de otro modo. Vivió en un mundo dividido y entonces se
encontró con Crick, el científico que junto con Watson descubrió
el ADN por lo que recibieron el premio Nobel. Habían
descubierto el secreto de la herencia, y se interesaba por la
conciencia. Empezaron a trabajar juntos a principios de los años 80.
Las
religiones se preocupan mucho de la conciencia, es una cuestión
central. Y dan respuestas más fáciles que las de la ciencia. Pero
el cerebro es de una complejidad inimaginable.
Koch:
En el
volumen de un grano de arroz hay casi un millón de células
nerviosas. Y se unen entre sí por medio de unos dos mil millones de
sinapsis. Si desenrolláramos el mínimo cableado en toda esta
impresionante masa cerebral, necesitaríamos unos 20 km. En ese
grano de arroz tenemos unos 100 tipos diferentes de neuronas. No lo
sabemos con precisión. Cada vez que queremos saber algo sobre el
cerebro nos damos cuenta de que es mucho más complejo de lo que
pensábamos. A esa complejidad le debemos la conciencia.
ZEITmagazin: Y
aunque haya investigado el cerebro en sus menores detalles, el
problema sigue sin resolverse. Siempre queda esa experiencia interior
sin explicar. Ningún microscopio ni aparato de medida nos la puede
explicar. Para entender cómo vivimos cada cual tiene que mirar
dentro de sí mismo. ¿Cómo
quiere descubrir si el café nos sabe igual a los dos?
Koch:
Puedo
acercarme a su conciencia sin alcanzarla totalmente. Pero
nuestros cerebros funcionan de manera parecida. Si no, no sería posible que una novela o una ópera emocionara a millones
de personas. La antigua tragedia de Tristán e Isolda que Richard
Wagner compuso hace más de 130 años todavía nos afecta porque
todos hemos estado enamorados alguna vez. Hoy
disponemos de nuevas posibilidades para investigar estos procesos.
Podemos leer patrones de actividad en el cerebro.
Josh Brolin |
ZEITmagazin:
¿qué
quiere decir eso?
Koch:
En mi
laboratorio trabajamos desde hace diez años con neurocirujanos que
implantan electrodos para investigar en las “cocinas” de los
ataques. Mientras esos electrodos permanecen en el cerebro podemos
experimentar con ellos. A veces les mostramos imágenes para ver como
reaccionan las neuronas conectadas a los electrodos. A veces son
fotos de actores que están en Hollywood a unas pocas millas de la
clínica. Una vez tuvimos una mujer que trabajaba en los estudios y
que conocía personalmente a Jennifer Aniston. Cada vez que le
mostrábamos esa foto se disparaba la misma neurona. Extrañamente
esa neurona respondía sólo a Aniston, no con otra actriz ni con
ninguna otra rubia. En otros cerebros hemos encontrado neuronas que
sólo reaccionan con Halle Berry o Bill Clinton.
ZEITmagazin: ¿Es
la señal de una experiencia consciente?
Koch:
Esa
paciente decía: "Veo claramente a Jennifer Aniston". Y la
misma neurona no sólo reaccionaba con la foto sino también cuando
se le mostraba la palabra “Aniston” escrita o se la decíamos en
voz alta. Aparentemente tenemos grupos especializados de neuronas
para todas las cosas con las que estamos familiarizados, células
grises para nuestra pareja, nuestros hijos, nuestra mascota, nuestro
coche e incluso para los famosos.
ZEITmagazin:
Y
si de estas células se derivan señales se pueden leer los
pensamientos.
Koch:
Sí.
Uno
de mis doctorandos unió los electrodos a un proyector. Cuando sólo
se dispara una célula gris, el aparato muestra la imagen
correspondiente. En un paciente por ejemplo había muchas neuronas
codificadas para Marilyn Monroe, otro para Josh Brolin. En cuanto el
paciente pensaba en Marilyn, aparecía la famosa foto en la que la
falda se levanta y cuando pensaba en Brolin la correspondiente foto
de Bild. Si la persona dudaba se podía ver una superposición de las
dos imágenes, una mezcla de Marilyn y Brolin. Mostramos esas
proyecciones a los pacientes. A través de la retroalimentación
aprendían a controlar sus pensamientos y con ello sus neuronas.
ZEITmagazin:
El
espíritu domina la materia.
Koch: ¿Quién
controla a quién? Diría que una parte del cerebro domina a la otra.
Si le pido a un paciente que en los siguientes diez segundos piense
en Marilyn, esta instrucción se almacena en memoria a corto plazo,
en la frente del cerebro. Las células grises son aquí influidas por
las neuronas más profundas que se ocupan de los recuerdos a largo
plazo. Lo mismo pasa cuando usted reprime un impulso de tomarse un
postre por ejemplo. Una parte de su cerebro quiere disfrutar ahora,
pero la otra parte calcula las consecuencias a largo plazo en la
salud y detiene su acción de coger el menú. Esto lo llevan a cabo
las regiones tras la frente. Con determinadas técnicas de meditación
se puede entrenar esta capacidad de control.
Concentrarse
hasta que el yo desaparezca
ZEITmagazin:
Así
se aprende a autocontrolarse.
Koch:
Me
impresiona cuánto se puede hacer con esas prácticas. La mayoría de
la gente piensan y hacen lo que les dicta su impulso. Tienen hambre,
comen. Les viene a la cabeza una preocupación, se preocupan por
ella. Como un velero que es empujado según sopla el viento. Pero
quien medita durante mucho tiempo puede independizarse de esos
influjos. Las
personas que se han entrenado mucho en la meditación pueden evitar
totalmente las sensaciones de dolor. Del mismo modo que sople de
donde sople el viento el barco sigue su rumbo. Pueden concentrarse
durante muchas horas en una sola cosa. Desgraciadamente este nivel de
concentración tiene un precio muy alto, hay que entrenar durante
muchos años.
ZEITmagazin: Como
cualquier cosa que se quiera dominar.
Koch:
Sí
es una capacidad extrema. El que la consigue te dice que ha
necesitado entrenar seis horas diarias durante 20 años.
ZEITmagazin: ¿Lo
ha intentado?
Koch: Sí
pero me pregunté si merecía realmente la pena pasar la mitad de mi
vida despierto en la posición del loto meditando en la nada. Cuando
esté muerto descansaré. Prefiero hacer otras experiencias, así que
decidí tomar otro camino.
ZEITmagazin: Corre
la Maratón en Death Valley y escala montañas.
Koch:
todo
eso tiene un gran parecido con la meditación, hay que concentrarse
de forma extrema en lo que se hace. De esa forma desaparece la
conciencia del yo, ese crítico interior que siempre nos acompaña.
Cuando se anda durante horas por la montaña, se acerca uno a una
región sin tiempo, se puede llegar a caer en la dependencia de esta
práctica.
ZEITmagazin:
Comprendo
muy bien lo que dice. Yo también escalaba. No se piensa. Es como si
no fuera yo el que escalara sino que “se me escala”.
Koch:
Porque desaparece el Ego. Esto nos hace felices. Los psicólogos lo
llaman Flow.
ZEITmagazin:
En
esos momentos la conciencia está llena de una sola fuerte
experiencia: Estoy aquí. Existo.
La vivencia interna se vuelve sencilla.
Koch: Sin
embargo se siente la presencia del cuerpo en las inmediaciones. El
mundo exterior se bambolea siempre como lo opuesto también cuando
se escala. Se puede ver la más pequeña hendidura en la piedra. Está
claro donde está el sol, dónde cuelga la cuerda y donde queda el
último agarre de seguridad.
Edurne Pasaban escalando |
ZEITmagazin:
Todo
se funde en un sentimiento unitario. Mi cuerpo, el sol, la cuerda: Lo
que percibo siempre está relacionado con lo demás. Ya no hay
particularidades, el mundo parece ser un gran todo.
Koch:
Esa
reconciliación es el proceso a través del que se origina la
conciencia. Cuando se amontona información como en el disco duro de
un ordenador no puede haber conciencia. Nuestro cerebro está hecho
de tal manera que puede enlazar unos datos con otros. A través de
esa integración podemos tener experiencias conscientes.
ZEITmagazin:
”Cuando se congregan los sentidos surge el alma” así lo expresó
Bioy Casares, un escritor argentino amigo de Borges.
Bioy Casares (1914-1999) |
Koch: ¡Muy
poético! Entre
tanto hemos desarrollado una fórmula matemática que describe cómo la reunión de la información hace posible la conciencia.
ZEITmagazin: En Occidente solemos creer que la conciencia tiene mucho que ver con
nuestro pensamiento, cuando nos topamos con Casares y con su teoría
nos sentimos engañados. Porque seríamos conscientes, de que no
poco nos sirve articular la información, como al escalador en la
pared.
Koch: O
como un monje que medita. Quizás sería posible medir la conciencia.
Giulio
Tononi,
un colega de la Universidad de Wisconsin, ha desarrollado un
instrumento con el que analiza con qué corrientes de un impulso
magnético reacciona el cerebro y calcula el nivel de conciencia.
ZEITmagazin: Suena
a ciencia ficción.
Koch: ¿Ha
visto Star Trek? Tienen un aparato con el que pueden escanear el
estado interno de las criaturas extrañas. Tononi expone sus
resultados en revistas prestigiosas.
ZEITmagazin: ¿Qué
pretende con ese aparato?
Koch: Medir
el estado de conciencia de los pacientes en coma Wachkoma.
Esos pacientes no reaccionan a los estímulos externos. Pero pueden
sentir algo aunque no son capaces de comunicarlo. Sus
parientes y médicos no saben qué hacer.
ZEITmagazin: ¿Se
podría probar esa máquina en los animales?
Koch:
No se
ha intentado. Pero para saber que tienen conciencia no hace falta
ningún aparato. Desde pequeño he convivido con animales y puedo
decir que tienen sus propios estados internos. Están manifiestamente
contentos, tristes, curiosos o temerosos.
ZEITmagazin: Y
dado que usted reconoce en sí mismo esos estados, deduce que su
perro también debe ser consciente de lo mismo.
Koch: Claro.
Mire
dos perros en el parque. Se
divierten juntos. ¿Puede
usted pensar que no son felices? A veces me pregunto si los perros no
están siempre en ese estado de "Flow". Viven más el aquí y
ahora. Me parece que son más felices que nosotros, ¿no es eso
quizás lo que mucha gente llaman “estados superiores de la
conciencia”?
ZEITmagazin: Al
final los perros son "iluminados".
Koch: Quién
sabe. Sin
embargo le puede dar un par de argumentos científicos. Si le muestro
en el microscopio un trozo de cerebro del tamaño de un grano de
arroz casi no puede distinguir si se trata de un ratón, de un perro
o de un hombre. La gran diferencia está solo en que el ratón tiene
un gramo de cerebro y el hombre 1500.
ZEITmagazin: El
cerebro de un elefante pesa cuatro kilos. Pero por lo visto tiene
menos neuronas que el nuestro.
Koch: Justamente.
Nuestra
capacidad de cálculo es mayor si quiere. Por lo que somos capaces de
mayor comprensión, tenemos recuerdos de nuestra biografía y
autoconciencia.
ZEITmagazin: Quiere
usted decir que soy consciente de que soy yo y nadie más.
Koch: Mi
perro no puede pensar: "Mi cola se mueve hoy, quizás me falta
algo". Pero sería absurdo negarle la conciencia por ello. Todos los
mamíferos y probablemente todos los animales pluricelulares tienen
conciencia.
ZEITmagazin: ¿También
las lombrices?
Koch: Charles
Darwin escribió un libro hace 130 años sobre las lombrices y se
preguntó por qué motivo esas criaturas no tendrían conciencia y no
encontró ninguno. Las facultades espirituales se han desarrollado
poco a poco en la evolución, no han salido de repente. Por tanto no
hay una frontera clara entre la lombriz y el hombre que separe lo
consciente de lo inconsciente. Me parece bastante plausible pensar
que la conciencia está bastante extendida en la naturaleza.
ZEITmagazin: Usted
mismo ha estudiado durante 25 años la percepción visual y la
conciencia. En su nuevo instituto de Seattle se dedica ahora al
cerebro de los ratones. ¿Por qué ese cambio?
Koch: Me
sentía cada vez más frustrado, para fundamentar la conciencia es
preciso investigar las neuronas en acción. Ellas son los átomos de
la conciencia. La investigación que llevo a cabo nos puede ayudar a
conocer enfermedades como el autismo o la esquizofrenia. Trabajamos
juntos cientos de biólogos, físicos, ópticos e informáticos.
ZEITmagazin:
¿Qué hacen?
Koch:
Queremos construir un observatorio del cerebro, para ello colocamos
en la bóveda craneal del ratón una lámina de plexiglas que no le
molesta. Le dejamos que mire o tome decisiones y le lanzamos un rayo
láser para ver qué neuronas están en acción.
ZEITmagazin: ¿Cuándo
tendrán los hombres implantes de plexiglas en el cerebro?
Koch: No
es posible, sería muy peligroso, para las personas necesitamos otras
técnicas. Trabajamos en un atlas del cerebro. Para ello dividimos el
cerebro en capas tan finas como un pelo. Así medimos las conexiones
entre las neuronas y hacemos una fotografía de todos los genes
activos. Para el cerebro de los ratones ya tenemos el atlas. Cada
cual se lo puede descargar. Ratón u hombre no hay gran diferencia.
La conciencia está en todo sistema suficientemente complejo, no hay
nada de magia en el cerebro humano.
ZEITmagazin:¿Hay
algo en contra de que los ordenadores tengan conciencia?
Koch:
En principio no. Probablemente podremos copiar un día nuestros
pensamientos y sentimientos en una máquina. Podríamos transferir
toda la información del cerebro al ordenador. Nuestra personalidad
sería inmortal. Pero desgraciadamente no voy a vivir ese día.
Es evidente que la conciencia no es un fenómeno del tipo todo o nada, más bien es como una lámpara que se puede encender y apagar, y se manifiesta en grados. El misterio de la conciencia es grande, pero lo es mucho más el de la voluntad, esa facultad, clave del espíritu o del sujeto ejecutivo, injustamente olvidada por la ciencia.
ResponderEliminarBuen trabajo, Ana.
y también la memoria está olvidada y menospreciada como te haces eco en el artículo de la recién edición de Alfa que supongo habrás recibido. Si la memoria es importante para la formación de la individualidad, no lo es menos para la formación de la colectividad.
ResponderEliminarProblemas de fantasmas no asimilados se pueden dar en cada uno de las personas como en la sociedad en su conjunto que también tiene necesidad de identidad, sin exagerar las identidades colectivas, pero el imaginario como tú bien sabes, le has dedicado un libro de filosofía, es fundamental. Como los 5 sentidos, las pautas, las referencias. El olvido y menosprecio de un solo de nuestros connacionales no son ningún buen pasaporte para la convivencia en paz.