Diótima, en el Banquete de Platón, dice que el deseo es hijo del recurso y de la carencia.
Esto quiere decir que no queremos nunca lo que tenemos, sino lo que nos falta. El hombre satisfecho sería un hombre sin deseo. Pero el recurso estaría en el empuje vital del deseo, que nos impulsa a vivir y a querer. El deseo nos desborda, nos arranca de la apatía.
Esto mismo decía Aristóteles, que consideraba que era la imagen la que impulsa el deseo, la imagen de un placer por venir. Epicuro defiende un deseo natural frente al artificial y un deseo que no nos haga depender del otro: la amistad contra el amor. Su placer es un placer homoestático, tranquilo. Los estoicos plantean eliminar el deseo y el placer en nombre del deber, de la ley moral.
Para
Spinoza el deseo es la razón del impulso, es decir, que es nuestro
impulso vital, nuestro conatus el que se expresa a través del deseo. El
deseo es alegre porque desarrolla nuestra potencia vital. Nos hace
sentir vivos porque es la vida misma la que se manifiesta a través de
él. Son las pasiones de la impotencia las que son tristes. Es cuando no
entendemos ni seguimos el deseo. Pero este deseo es el anhelo profundo
que entendemos con el pensamiento, que nos permite diferenciarlo de los
deseos superficiales.
Kant sigue la tradición estoica al negar el deseo y el placer como expresiones de la ley natural y el deber y la ley moral como lo que nos hace libres, es decir humanos. Schopenhauer está de acuerdo en la primera parte pero no en la segunda. El movimiento del deseo es una compulsión ciega que nos conduce a la decepción. La imagen es siempre ilusoria, es un señuelo, un engaño. El placer es tan efímero cuando existe que se transforma en aburrimiento, la vida oscila entonces entre la tensión desagradable del deseo y el estado desagradable del aburrimiento, cuando no es el dolor el que nos domina. John Stuart Mill intentó un utilitarismo matizado en el que reivindicaba el deseo de superarse frente al conformismo de la satisfacción, en el que intentaba recuperar el término placer de sus versiones más groseras.
Lacan y Castoriadis discutieron sobre el tema. Castoriadis mantenía una posición similar a la de Spinoza, el deseo es un movimiento hacia la alegría, que nos conduce hacia lo que no tenemos o a permanecer en lo que nos proporciona placer. Para Lacan el placer y el deseo no tienen que ver. El placer es homoestático. En los animales es la tensión física de la carencia la que empuja a conseguir el acto satisfactorio, que proporciona placer en la medida que desaparece la tensión. Ya lo dijo Freud. Pero Lacan teoriza el goce, que desarrollaría algo implícito y todavía ambiguo en el fundador del psicoanálisis cuando constata que buscamos la excitación, no solo su eliminación. El goce es el producto de la pulsión, algo más oscuro que el instinto, porque no es natural, porque no tiene un objeto natural. El objeto está perdido cuando nos separamos y queda un vacío que se manifiesta a través de la falta cuando lo ligamos a un significante, a algo que tiene un significado para nosotros. Con el extraño término de "objeto a" se refería a este vacío capaz de producir una falta ligada a un deseo. Para Lacan, como para Freud, la felicidad es un ideal imposible. Pero tampoco son tan pesimistas como Schopenhauer, aunque están en su línea, no en la de Spinoza.
Deleuze quiere enfantizar el deseo spinoziano y considera el placer como un obstáculo para esta emergencia vital que nos mueve a la acción. No soporto la palabra "placer" dice Deleuze. Pero su amigo Foucault lo que no soporta es la palabra "deseo". No la soporta porque le remite, bajo influencia lacaniana, a la falta. Nietzsche, fuente de inspiración para ambos, dijo algo muy sabio, tanto del placer como del deseo: "El placer es más profundo que el dolor, porque quiere permanecer", "el hombre desea desear".
¿ Donde nos llevaría la ausencia de deseo ? ¿ Al punto cero de la depresión o al punto cero de la serenidad ? La falta de deseo lleva a la depresión. Otra cosa es que a partir de una transformación radical se pueda acceder a un estado interno en el que el deseo como movimiento emocional sea suprimido. Es posible. La mejor formulación no es la del estoicismo, que me parece muy triste. Es la del taoísmo y el budismo influenciado por él (chan chino, zen japonés). Pero no está claro que aquí no perviva un deseo en el sentido spinoziano, no schopenhaueriano. El deseo se dice de muchas maneras. Lo mismo que el placer. Foucault reivindica el placer de los cuerpos como algo no separado de la espiritualidad antigua. Otro gran debate. Pero aquí, como en el deseo, se impone lo cualitativo y los matices. Los placeres son cuantitativos porque varían en intensidad, pero también cualitativos, como nos enseñó Epicuro.
Mi conclusión es que los límites de la socialización (la humanización, en definitiva) son los límites de la ley y del lenguaje. La ley es el reconocimiento del otro, como sujeto del deseo y del placer, no como objeto de nuestros deseos y nuestros placeres. El lenguaje es la mediación que nos separa de lo natural: nuestro mundo está separado de lo natural y a través de las palabras recuperamos el mundo. El deseo es fruto de la distancia, la que nos imponen los otros y el lenguaje. Hay siempre en el hombre un vacío y el deseo siempre tiene algo de inacabado. Encontrar el propio anhelo, lo que realmente queremos es lo que nos proporciona el placer de vivir, que es el placer de este cuerpo pensante y hablante tan singular que es el humano. Podemos llamarlo también, como decía Spinoza, alegría.
Esto quiere decir que no queremos nunca lo que tenemos, sino lo que nos falta. El hombre satisfecho sería un hombre sin deseo. Pero el recurso estaría en el empuje vital del deseo, que nos impulsa a vivir y a querer. El deseo nos desborda, nos arranca de la apatía.
Esto mismo decía Aristóteles, que consideraba que era la imagen la que impulsa el deseo, la imagen de un placer por venir. Epicuro defiende un deseo natural frente al artificial y un deseo que no nos haga depender del otro: la amistad contra el amor. Su placer es un placer homoestático, tranquilo. Los estoicos plantean eliminar el deseo y el placer en nombre del deber, de la ley moral.
Kant sigue la tradición estoica al negar el deseo y el placer como expresiones de la ley natural y el deber y la ley moral como lo que nos hace libres, es decir humanos. Schopenhauer está de acuerdo en la primera parte pero no en la segunda. El movimiento del deseo es una compulsión ciega que nos conduce a la decepción. La imagen es siempre ilusoria, es un señuelo, un engaño. El placer es tan efímero cuando existe que se transforma en aburrimiento, la vida oscila entonces entre la tensión desagradable del deseo y el estado desagradable del aburrimiento, cuando no es el dolor el que nos domina. John Stuart Mill intentó un utilitarismo matizado en el que reivindicaba el deseo de superarse frente al conformismo de la satisfacción, en el que intentaba recuperar el término placer de sus versiones más groseras.
Lacan y Castoriadis discutieron sobre el tema. Castoriadis mantenía una posición similar a la de Spinoza, el deseo es un movimiento hacia la alegría, que nos conduce hacia lo que no tenemos o a permanecer en lo que nos proporciona placer. Para Lacan el placer y el deseo no tienen que ver. El placer es homoestático. En los animales es la tensión física de la carencia la que empuja a conseguir el acto satisfactorio, que proporciona placer en la medida que desaparece la tensión. Ya lo dijo Freud. Pero Lacan teoriza el goce, que desarrollaría algo implícito y todavía ambiguo en el fundador del psicoanálisis cuando constata que buscamos la excitación, no solo su eliminación. El goce es el producto de la pulsión, algo más oscuro que el instinto, porque no es natural, porque no tiene un objeto natural. El objeto está perdido cuando nos separamos y queda un vacío que se manifiesta a través de la falta cuando lo ligamos a un significante, a algo que tiene un significado para nosotros. Con el extraño término de "objeto a" se refería a este vacío capaz de producir una falta ligada a un deseo. Para Lacan, como para Freud, la felicidad es un ideal imposible. Pero tampoco son tan pesimistas como Schopenhauer, aunque están en su línea, no en la de Spinoza.
Deleuze quiere enfantizar el deseo spinoziano y considera el placer como un obstáculo para esta emergencia vital que nos mueve a la acción. No soporto la palabra "placer" dice Deleuze. Pero su amigo Foucault lo que no soporta es la palabra "deseo". No la soporta porque le remite, bajo influencia lacaniana, a la falta. Nietzsche, fuente de inspiración para ambos, dijo algo muy sabio, tanto del placer como del deseo: "El placer es más profundo que el dolor, porque quiere permanecer", "el hombre desea desear".
¿ Donde nos llevaría la ausencia de deseo ? ¿ Al punto cero de la depresión o al punto cero de la serenidad ? La falta de deseo lleva a la depresión. Otra cosa es que a partir de una transformación radical se pueda acceder a un estado interno en el que el deseo como movimiento emocional sea suprimido. Es posible. La mejor formulación no es la del estoicismo, que me parece muy triste. Es la del taoísmo y el budismo influenciado por él (chan chino, zen japonés). Pero no está claro que aquí no perviva un deseo en el sentido spinoziano, no schopenhaueriano. El deseo se dice de muchas maneras. Lo mismo que el placer. Foucault reivindica el placer de los cuerpos como algo no separado de la espiritualidad antigua. Otro gran debate. Pero aquí, como en el deseo, se impone lo cualitativo y los matices. Los placeres son cuantitativos porque varían en intensidad, pero también cualitativos, como nos enseñó Epicuro.
Mi conclusión es que los límites de la socialización (la humanización, en definitiva) son los límites de la ley y del lenguaje. La ley es el reconocimiento del otro, como sujeto del deseo y del placer, no como objeto de nuestros deseos y nuestros placeres. El lenguaje es la mediación que nos separa de lo natural: nuestro mundo está separado de lo natural y a través de las palabras recuperamos el mundo. El deseo es fruto de la distancia, la que nos imponen los otros y el lenguaje. Hay siempre en el hombre un vacío y el deseo siempre tiene algo de inacabado. Encontrar el propio anhelo, lo que realmente queremos es lo que nos proporciona el placer de vivir, que es el placer de este cuerpo pensante y hablante tan singular que es el humano. Podemos llamarlo también, como decía Spinoza, alegría.
No he leído a todos los autores que citas ni he profundizado tanto como tú, así que puede que mi comentario sea superficial. De todo el recorrido que haces por tantos "placeres y deseos satisfechos o no", me quedo con lo de Stuart Mill, más que deseo lo que llena la vida es el afán de nuevas metas, la lucha por alcanzarlas y conseguirlas. También lo de Espinosa me parece necesario hacerlo revivir y me sirve, somos un impulso vital que lucha por manifestarse y "choca" con ... lo que sea ¿la realidad? no sé, pero la vida como conatus que se pliega o despliegas según puede y que cuando se despliega encuentra alegría me parece muy atrayente.
ResponderEliminarSchopenhauer vería la botella medio vacía en esta historia, porque efectivamente se puede hacer la melancólica suma de nuestra vida como él la hace, del deseo a la satisfacción, de aquí al hastío...Es un complicado equilibrio el que hay que encontrar.
Lo que dices de Freud, Lacan, Castoriadis es otro mundo para mí desconocido, no pienso que la vida consista en excitaciones, vacíos que llenar, ausencias de objetos... es una base de lo que nos pasa, pero no el todo de lo que nos pasa. Me baso en lo que tú has dicho, sin profundizar.
Suprimir los deseos o afanes cualesquiera por minimos que sean me parece dejar de vivir, a lo mejor se consigue más que suprimirlos convivir con ellos en equilibrio, sin que trastoquen la propia vida. Esto lo digo en referencia a lo que afirmas sobre la sabiduría oriental, que también desconozco.
Hola Ana,
EliminarEn realidad hay dos planteamientos, el de deseo como movimiento y el del deseo como respuesta a una acarencia. Como dices hay matices y no podemos polarizarlo tanto, yo creo que hay falta pero no todo se explica por este vacío. Yo creo que en la sabiduría orintal hay planteamientos también heterogeneos, pero en el mismo budismo hay versiones más pesismistas de esta vida, junto con otras más alegres. En el fondo también hablan de un tipo de deseo, como el zazen, la meditación zen, que sostiene la vida del budista.
Gracias por el comentario y un gran abarzo
¡Ay, qué cansado de vivir y nunca de desear estoy! -exclamaba Diego de San Pedro en su "Cárcel de amores".
ResponderEliminarUna buena síntesis histórica, la que nos ofreces, Luis.
Pero como platonista no puedo aceptar la traducción de Poros por "abundancia". Poros -padre mítico de Eros- es Recurso, Capacidad de adquirir. De hecho, Abundancia se lleva mal con Amor, como se puede comprobar en la mayoría de los hogares de los ricos. Mejor -aunque bastante creativa, lo cual es prueba de amor- es la traducción de Poros por Ingenio, tan frecuente. A fin de cuentas, Poros es hijo de Metis, diosa de la perspicacia.
Penía, la carencia o pobreza, no es pues lo contrario o antitético de Poros, aunque esté falta de recursos... Como sabemos, enseña más la necesidad que la universidad, y la penuria estimula el ingenio (¿no resultó, de esta condición menesterosa, toda la expansión cerebral de nuestra raza?).
En griego la cosa tiene más gracia, y se dice así: Penía está en condición de "a-poría", esto es, carente de "poros". Así que aprovechó la fiesta (en honor del nacimiento de Afrodita) para llenarse de Recurso, cuando este dormía en el huerto de Zeus...
Respecto de la alegría, dijo el santo de Fontiveros, cuyo aniversario se acaba de celebrar por aquí pues murió en la ciudad de los Cerros, que es la moneda contante y sonante de la felicidad.
Gracias José, yo he tenido un lapsus con lo de abundancia en lugar de recurso, que me ha hecho cambiar el texto por tu precisión.El resto, un buen complemento.
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