sábado, 27 de agosto de 2011

De lo sobrenatural en el cine de Woody Allen

Pocos directores de cine, sin poder ser llamados espirituales, han mostrado en sus filmes tantas incursiones en lo sobrenatural como Woody Allen. Desde los encuentros espiritistas de Scarlett Johansson con un periodista muerto en Scoop, hasta el reciente viaje de Owen Wilson a un idílico pasado en Medianoche en París, pasando por el peripatético encuentro con la muerte en La última noche de Boris Grushenko o incluso el salto de Jeff Daniels de la pantalla del cine a la realidad en La rosa púrpura de El Cairo, es evidente que lo sobrenatural, y hasta podemos decir lo paranormal, se encuentra presente en una porción significativa de las películas de Allen –quizá dejando aparte algunas de sus primeras comedias y unos pocos dramas urbanos.
Gérard Lénne, en su libro El cine fantástico y sus mitologías, proporcionaba claves para distinguir dos ramas principales en el amplio tronco del cine fantástico: por un lado, encontramos aquellos filmes que describen la incursión de lo imposible en lo cotidiano –películas de monstruos como Frankenstein o Mimic, de superhéroes como la saga X-Men, de alienígenas, ciencia-ficción, etc.–, que serían los propiamente fantásticos; por otro lado, existen otros filmes donde lo inconcebible está íntimamente imbricado en el escenario de la acción, ya por punto de vista –p.e. la perspectiva infantil en La noche del cazador–, porque se desarrollan en un mundo inventado –Cristal Oscuro, El señor de los anillos, etc.– o simplemente por una elección estilística que convierte todo el relato en una imagen soñada –Los 5.000 dedos del Dr. T, El gabinete del Dr. Caligari, o incluso la lírica Drácula de Bram Stoker–. Estas películas pertenecerían a una categoría más relativa que lo meramente fantástico, tratándose de filmes de lo maravilloso. De alguna forma, a pesar de tener la cotidianidad como escenario principal, el cine de Woody Allen pertenece a esta última categoría porque, en sus filmes, cuando lo sobrenatural invade lo real no se crea una fisura, sino que la aparición de esta realidad paralela responde a una necesidad intrínseca de los personajes, hasta tal punto que a menudo se dejan llevar a esa otra dimensión –como cuando Mia Farrow penetra la pantalla, conociendo el mundo del cine desde ese otro lado, en la ya citada La rosa púrpura de El Cairo.
En sus películas, Woody Allen no deja de preguntarse por cuestiones trascendentales como el sentido de la vida y la perdurabilidad de lo humano; sin embargo, como he apuntado más arriba, su cine no se caracteriza por ser especialmente espiritual. Esta calificación podría servir para Bergman o Murnau, autores de filmografías más solemnes. O incluso podría servir para definir filmes como Ghost o El sexto sentido, que toman muy en serio el espiritismo. Al contrario, lo sobrenatural en el cine de Allen se plantea como un juego o pretexto lúdico: de hecho, a veces lo irreal pasa casi desapercibido en sus películas porque, en vez de presentarlo con gravedad o misterio, se manifiesta de forma cómica, ágil o sutil, ligera como una pompa de jabón. Y a veces, incluso queda flotando la incertidumbre, de tan difusas que son las barreras entre lo real y lo imaginario, sobre la influencia de esa otra dimensión en nuestra vida psíquica: ¿quién sueña con las víctimas del asesinato en Match Point, su verdugo trastornado por la culpa o el inspector de policía que está obsesionado con el caso? Porque vemos al primero dormir y participar en esa visión más allá del Leteo, pero a continuación es el otro quien despierta, teniendo la certeza absoluta sobre quién las mató…
Se podría aducir ahora que, por el contrario, Woody Allen reserva en sus películas un lugar especialmente denigrante para las personas que creen en lo paranormal o, en general, en lo no contrastado por la ciencia: para Allen, los que hablan del horóscopo y los que toman equinácea para prevenir el resfriado caben en el mismo saco –así nos lo demostraba por boca de Charlize Theron en Celebrity–. Esto también vale para los obsesos de las dietas, el tofu y el aerobic: podría parecer una pataleta de señor mayor contra las tendencias modernas –que en sí también pueden parecer lo extraño, casi lo siniestro en términos freudianos–, y así ocurre cuando, en Maridos y mujeres, Sydney Pollack arremete contra su joven novia, una profesora de aerobic algo simple –se disculpa con sus amigos, “no es Simone de Beauvoir”–, a quien se ha empeñado en introducir en un ambiente que no es el suyo: en un ataque de celos, la paga con ella diciéndole, “¿qué haces hablándole a mis amigos sobre el tofu? ¡¿No ves que son intelectuales?!”, y ella responde encolerizada, “¡no consiento que un Escorpio como tú me hable así!”. Entonces, cabría preguntarnos, ¿consentiría el maltrato de mano de un Tauro o a un Piscis? Bromas aparte, lo que claramente irrita a Allen es la prepotencia que permite juzgar a las personas a partir de prejuicios –esto es, juicios que se emiten sin conocimiento previo, adjudicando etiquetas–, y hasta podríamos decir que su talante intelectual es necesariamente contrario a cualquier nicho donde puedan instalarnos los demás, o nosotros mismos. Un amigo mío me ha hecho ver recientemente que, cuando Allen saca a colación el asunto de los signos zodiacales, él –o sus alter ego, como Kenneth Branagh en Celebrity– es Sagitario (su signo en la vida real), mientras que las mujeres que encuentra, devoradoras, carnívoras, son siempre Escorpio. Creo que no deja de tratarse de un tópico: a Woody Allen no le interesa nada el horóscopo, habla meramente de lo que le suena, y la prueba es que en Balas sobre Broadway, la extravagante actriz encarnada por Dianne Wiest le dice al dramaturgo John Cusack, en pleno mes de septiembre: “oh, es tu cumpleaños, ¡eres Escorpio!” (cuando este signo pertenece a octubre-noviembre). Aunque no se debe confundir lo que dicen los personajes de un autor con sus propias opiniones, ni siquiera cuando el mismo director representa un personaje, la insistencia en un mismo tema no deja lugar a dudas: en Sueños de un seductor, cuando los amigos de Allen le proponen que salga con una chica que trabaja en la consulta de un astrólogo, él responde con desdén, “buf, no me interesa, es tonta”.
Con todo, Allen no deja de respetar lo paranormal –entendido como mejor se pueda–, como una forma de conocernos a nosotros mismos, estableciendo un diálogo no con el más allá, sino con nuestras verdaderas intenciones, con aquello que hemos sepultado en lo subconsciente. Recuerden las delirantes sesiones de hipnotismo en Zelig, donde el camaleón humano se muestra tal como era antes de empezar a pretender ser otro: la primera vez que mintió fue cuando fingió haber leído Moby Dick frente a otras personas –por otro lado, esta anécdota no deja de prevenirnos contra los peligros de un intelectualismo extremo: como decía antes, Allen se resiste a los clichés, presentándose como él mismo y su contrario, alternativamente–. Más recientemente, en Conocerás al hombre de tus sueños, Allen nos presenta a una vidente que estafa a una señora desesperada, asegurándole que encontrará nuevamente el amor tras su divorcio, y que básicamente le recita todo lo que ella desea oír sobre la difícil relación de su hija con su yerno; sin embargo, la mujer extrae algo positivo de todo esto, reemprendiendo su vida con esperanza junto a un hombre igualmente crédulo –“querida, tú en otra vida fuiste Cleopatra”–, y lo que es más importante: la vidente le proporciona confianza en sí misma para impedir que su hija la siga exprimiendo económicamente. Los videntes son estafadores, sí, pero para Allen tienen además algo de psicólogos, porque su verdadero poder radica en servir de matrona socrática al cliente para que extraiga la verdad de sí mismo, y así ayudarle a solucionar sus dilemas. Esta tesitura también se observa en Celebrity –cuando Judy Davis planta en el altar a Joe Mantegna y va a parar, por azar, a la consulta de una tarotista–, pero más claramente aún en el episodio dirigido por Allen para Historias de Nueva York, “Edipo Reprimido”: tras estériles años de psicoanálisis, Allen encuentra el equilibro y el amor gracias a una vidente algo chapucera que debe ayudarle a exorcizar a su madre, omnipresente en la ciudad de Nueva York.
Por lo general, cuando uno de estos personajes menciona lo paranormal, podemos esperar que su personalidad sea, cuando menos, grotesca. No de otra forma ocurre en Septiembre, un drama realista donde Mia Farrow es la desdichada hija de una antigua actriz, una mujer irresponsable y superficial: en una significativa escena, la madre juega sola con una ouija; sin embargo, el diálogo con el más allá no tiene lugar más que en su (mala) conciencia, ya que habla sola, desesperadamente, con el amante violento al que asesinó. El ejercicio de lo paranormal se presenta, una vez más, como una experiencia terapéutica, o que como poco nos ayuda a descubrir la verdad sobre uno mismo.
En otro simpático film, Comedia sexual de una noche de verano, Allen reinventa la mágica obra shakesperiana, dotándola de otro contexto: Allen es un inventor que vive en el campo con su esposa, en los años 20; se dedica a fabricar todo tipo de máquinas imposibles, como un artefacto para volar, o una curiosa esfera que capta la presencia de espíritus, y los proyecta: Allen, generalmente escéptico, se reinventa aquí como una persona idealista y emprendedora, indiferente a lo que digan mentes más científicas como la de José Ferrer –quien, por cierto, se materializa como espíritu al final del filme–. Se trata, como he dicho, de un filme-divertimento, sin mayores pretensiones, donde lo sobrenatural sirve para interrumpir la monotonía de lo cotidiano. Así también ocurre en Alice, donde Mia Farrow toma unas hierbas que sirven para ser invisible, lo que le permite saber qué ocultan sus conocidos tras la fachada.
En su trilogía de Nueva York –Manhattan, Annie Hall, Hanna y sus hermanas–, las referencias a lo sobrenatural brillan por su ausencia; sin embargo no puede dejar de hablarse de lo extraordinario en Annie Hall, que viene facilitado por el artificio mismo del cine: en una escena de cama de Allen con Diane Keaton, la mujer pone poca pasión y realmente preferiría salir a fumar cannabis; entonces, por efecto de sobreimpresión, su imagen se desdobla, levantándose del lecho como un fantasma, para ir al sillón a fumar, mientras Allen le dice, “cariño, ¿qué te pasa? Te noto ausente”. Aquí lo sobrenatural no existe más que como metáfora inherente al lenguaje cinematográfico, donde todo es posible. También es memorable el momento de Desmontando a Harry, en que Allen, muy nervioso, se siente “desenfocado”, y efectivamente su imagen pierde nitidez. El cine facilita este tipo de recursos, y lo que es más llamativo, los espectadores lo asumen con naturalidad como parte de su sintaxis: no de otra forma se entiende que Allen hable libremente con Humphrey Bogart, caracterizado como Rick en Casablanca, en Sueños de un seductor: la imagen espectral no es sino una proyección de su conciencia, que le da consejos para ligarse a las chicas.
Los escenarios tópicos también proporcionan a Allen una excusa para mostrar lo extraordinario, aunque de manera un tanto chabacana, contando con la complicidad del espectador: en Desmontando a Harry, Allen tiene una ensoñación donde baja al infierno, y allí, naturalmente, suena música de jazz todo el tiempo, haciendo un guiño a la iconografía creada por los cartoons animados de los años 30 y 40. Asimismo, Allen muestra gran afición por las funciones de magia, mostrando magos un tanto alcanforados, con una estética anticuada y decadente; sin embargo, en este contexto pueden llegar a ocurrir cosas extraordinarias, desde la sesión de hipnotismo en La maldición del escorpión de jade, hasta la abducción de la madre de Allen en Historias de Nueva York, o el ya mencionado encuentro de Scarlett Johansson con un espíritu que viaja en una estrafalaria barca de Caronte. Por último, merece la pena destacar una condición doble en este último filme, Scoop: el mago de la función no es otro que Allen, que naturalmente se tiene a sí mismo por un fraude; sin embargo, demuestra poseer verdaderas dotes psíquicas, aunque él no llega a saberlo nunca, cuando adivina que la vocación profesional de Johansson era la de higienista dental –qué mala suerte, en ese momento la muchacha tenía sus escarceos con el periodismo…
Como conclusión, podemos afirmar que para Woody Allen lo sobrenatural es inherente al cine, al mero hecho de narrar para entretener; y es que, las más de las veces, lo cotidiano es demasiado aburrido. ¿El cine no debería permitirnos soñar con una realidad mejor, menos insoportable? El cine es el medio donde podemos plantearnos la pregunta, “¿Y si…?”, y responderla con la mayor libertad posible, porque la imagen cinematográfica es en todo semejante a nuestros procesos psíquicos, nuestras ensoñaciones y utopías, como la imaginación con que tratamos de acercarnos infinitamente a lo real, sin conocerlo nunca.

7 comentarios:

  1. Muy interesante, M. No tengo mucha idea de la obra de Woody Allen, creo que la única película suya que yo haya visto es la Maldición del Escorpión de Jade, hace muchos años, y no me gustó, pero algunas de las escenas que has citado han alimentado mi curiosidad, por Scoop sobre todo. Un día de estos le daré una oportunidad.

    Pero a pesar de todo, habiendo leído el resto del artículo, no me parece que Allen utilice lo sobrenatural como un fin, esto es, para combatir lo cotidiano y hacer volar nuestra imaginación; sino más bien como un medio, un recurso narrativo de vanguardia, algo así como convertir la metáfora en metonimia. En las novelas se puede leer declaraciones como "la muerte le pisaba los talones" sin que se transmita al lector ni un atisbo de surrealismo. En cambio, colocar a un actor con una guadaña y vestido de parca para que siga los pasos del protagonista, que sería una traducción casi literal al idioma visual del cine (pese a que darle una imagen a la muerte, aunque sea ésta una forma colectivamente aceptada, es una obvia alteración del original), rompe la suspensión de la credibilidad.

    Por alguna -psicológica- razón, no somos capaces de digerir las metáforas visuales de la misma manera que las verbales. Diría que a Woody Allen esto simplemente se la sopla y prefiere aprovechar su poder narrativo antes que descartarlas por extravagantes.

    Y a mí, eso, me mola.

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  2. Simplemente genial. A mí me gustaría saber si la autora del texto ha revisado todas las películas de Allen que cita para la confección del texto, si las ha visto más de tres veces cada una o, sencillamente, tiene memoria fotográfica.
    Para los fans del director, como yo, un auténtico placer estas agudas reflexiones de María.

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  3. D., gracias, tienes toda la razón: tu observación de que Allen convierte la metáfora en metonimia es brillante, y además recuerda mucho a los recursos de una animador al que admira mucho, Tex Avery (p.e. "Symphony in Slang"). También le rinde homenaje en otra de sus rarezas cinematográficas, "What's Up, Tiger Lily?", donde, en un momento dado, un pelo estorba la visión, como cuando se quedaban enganchados en el proyector de cine, y una mano entra en campo para arrancarlo, pero DENTRO de la película. De lo que se trata es que no olvidemos nunca que lo que vemos es una ficción (eso también vale para las miradas a cámara y los apartes).
    En respuesta a Anónimo (que sé quién es), no, suele bastarme ver la película una vez para recordar las frases que me hacen gracia. Pero gracias.

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  4. Llevo un tiempo siguiendo la trayectoria de María Lorenzo y me apunto al criterio de Anónimo: - el artículo es Genial!!! Cada línea me lleva a recordar los buenos momentos que he pasado viendo las películas de Woody Allen.

    Espero ansioso leer el próximo artículo de María, o ver su último cuadro, o dibujo, o película de animación… ¡esta chica es más prolífica que un hombre del renacimiento!

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  5. Woody Allen se rie de la humanidad, incluido el mismo. Lo sobrenatural o paranormal forma parte de lo humano, y nada debe ser tomado demasiado en serio

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  6. Un articulo muy bueno que hace que uno se ria desde la silla cada vez que coincide con algo que ha leido.

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  7. Quizá pueda hablarse de lo sobrenatural en las películas de Woody Allen en otro sentido. Me refiero a cuando la conjunción de música y poesía tienen el poder de evocación de una eternidad, entendida como momento fuera de las coordenadas del tiempo y el espacio. Al menos es la sensación que a mí me producen dos escenas concatenadas lógicamente en Hanna y sus hermanas. En la primera, Michael Caine, enamorado de una de las hermanas de su esposa Hanna-Mia Farrow, interpretada por Barbara Hershey, conversan en una librería y él le regala un libro del poeta vanguardista E. E. Cummings(1894-1962), al parecer el favorito de Allen, recomendándole que lea un determinado poema, Allí donde nunca he viajado. Ya en su casa, ella recita algunos de sus maravillosos versos con Bewitched sonando de fondo, mientras se superponen las imágenes de ella leyendo y él imaginando que ella lee. Os puedo asegurar que, como el título de la canción, todos terminamos hechizados. Alguien por ahí ha escrito que esta es la mejor escena jamás rodada por el neoyorkino.
    Algunos de esos versos son

    Con solo mirarme me liberas,
    Aunque yo me haya cerrado como un puño.
    Siempre abres
    Pétalo a pétalo mi ser,
    Como la primavera abre, con un toque
    Diestro y misterioso, su primera rosa.
    Ignoro tu destreza para cerrar y abrir
    Pero cierto es que algo me dice
    Que la voz de tus ojos
    Es más profunda que todas las rosas.
    Nadie, ni siquiera la lluvia,
    Tiene manos tan pequeñas.

    En otra escena posterior, Caine quiere comprobar la eficacia de su hechizo poético, y esta vez el transporte a la eternidad se produce sobre las mágicas notas del segundo movimiento del Concierto en fa menor de Bach, BMV1056.
    Ambas escenas de magia cinematográfica duran... ¡menos de 1 minuto! y vienen precedidas y seguidas, magistralmente, de otras verdaderamente hilarantes que relajan la tensión de tanta trascendencia. Para ilustrarlas, he barajado la posibilidad de añadir aquí sendos enlaces a youtube pero me temo que, descontextualizadas del resto de la película, pierden su fuerza narrativa tan intensa.

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