sábado, 22 de noviembre de 2025

REINVENCIÓN DEL AMOR

 

Alain Badiou

Elogio del amor

Entrevistado por Nicolas Truons, el filósofo francés Alen Badiou ingenia un original elogio del amor. Badiou cree que el ser amante es uno de los roles del filósofo, que también ha de tener condición de artista, de científico y de militante (o de "activista"). A fin de cuentas, la raíz verbal de amistad y concordia está en la voz philo-sophía, amistad con la sabiduría presupone el oficio de filósofo... Y todo filósofo tiene algo de comediante, sea cual sea su hostilidad hacia la interpretación y el fingimiento. Todos nuestros ancestros griegos --como los fiósofos hoy-- hablaban en público. El filósofo es un ilusionista que seduce amorosamente a la gente para llevarla hacia verdades improbables, pero lo bueno es que seduce (o aliena) en nombre de verdades, dice Badiou.

Piensa el francés que hoy el amor está amenazado. Byung Chul Han ha pronunciado un dictamen parecido. Vivimos tiempos de "coaching amoroso", de relaciones entrenadas y calculadas en beneficio de seguridades higiénicas, solvencias hedónicas..., vivimos tiempos de "liesones" efímeras, nada peligrosas, sin riesgo, programadas, aventuras de fin de semana. Cónyuges que se prometen fidelidad, incluso delante de un altar, para desistir de ella al año. Y sin embargo, se sigue creyendo que el amor es la emoción que da intensidad y significación a la vida. Pero Badiou piensa que, si es auténtico, no puede ser seguro, no puede carecer de riesgos. Toute liaison est dangereux. Un amor sin riesgos es tan absurdo como una guerra sin muertos o un exterior sin insectos.

Hoy sólo se cree en el amor supeditado a una exigencia de bienestar y seguridad, tal amor "securitario" es un camelo. El amor es un riesgo inútil y desechable para quienes buscan una conyugalidad preparada y continuada en la dulzura del consumo, con acuerdos y componendas sexuales placenteras, química o artificialmente intensificadas... Por eso cree Badiou que hay que reinventar el riesgo en el amor y la aventura esforzada contra la seguridad y la comodidad.

Repasando la historia de la reflexión sobre el amor, nos encontramos con la filosofía anti-amor de Schopenhauer que interpreta la pasión amorosa como un engaño que nos tiende la naturaleza (Voluntad anónima) para que nos sacrifiquemos en beneficio de la especie, un cebo de placer intenso y breve para que reproduzcamos el dolor extenso e ineludible de la existencia... ¡Menos mal que otros muchos filósofos han hecho del amor una experiencia subjetiva suprema!, empezando por Platón, cuya erótica es una modalidad de ascensión hacia lo ideal, motivada por el deseo de engendrar en la belleza y no sólo físicamente, pues Eros es para el ateniense el estímulo de toda creación cultural. Interpreta Badiou que ese élan amoroso, platónico, es germen de lo universal y por eso cuando admiro un bello cuerpo --lo quiera o no, lo sepa o no-- estoy ya de camino hacia la idea de la belleza, que es --como dijo Ficino en su comentario al Banquete-- el esplendor del Bien.

No lo llames sexo

Badiou piensa que el amor nos anima a experimentar el mundo a partir de la Diferencia y no solamente desde la Identidad. Sorprende su tesis de que lo sexual no une, sino que separa, dado que el goce te arrastra lejos del otro aunque estés físicamente pegado a él. Contra Proust, para el cual el goce era el verdadero contenido de la subjetividad amorosa, Badiou sostiene que tal postura es una variente de la tesis escéptica respecto del amor, y defiende que el goce es un parásito artificial del amor que no tiene por qué entrar en su definición. La reducción del amor al goce sexual es narcisista. Por eso Lacan concluía que no había en rigor "relación sexual", provocando con ello un gran escándalo en una época en que todo se sexualizaba. "El amor es un pensamiento", escribio Pessoa.

El amor es, precisamente, lo que viene a suplir la falta de relación sexual. En el amor el sujeto intenta abordar "el ser del otro". Esa diferencia entre dos individuos es infinita. El amor es ese acontecimiento en el que el sujeto va más allá de sí mismo y de su reflejo narcisista, pues en el sexo uno se relaciona consigo mismo, si bien mediante el otro, mediante la mediación del diferente. El sexo instrumenaliza al otro, en lugar de aprestarse a vivir su diferencia. El otro te sirve para descubrir lo real del goce. En el amor, en cambio, la mediación del otro vale por sí misma. Eso es el encuentro amoroso: uno parte del "asalto del otro", a fin de hacerle existir con uno, tal como es...



El milagro del encuentro

"El asalto del otro"...Las metáforas guerreras o cinegéticas son comunes para referir al encuentro y al proceso de seducción, "la conquista" del amado como "presa" de una caza en que la persuasión atrayente y atractiva, la fascinación graciosa, sustituyen al interés, a la fuerza o la violencia... La concepción lacaniana del amor como encuentro con lo diferente le parece a Badiou mucho más profunda que la concepción absolutamente banal según la cual el amor no sería sino una pintura imaginaria o un ornamento estético del sexo, concepción que facilitaría su mercantilización, pues el sexo se puede comprar y el amor no y --peor, según Marcuse-- tal descomposición del pensamiento erótico en su realización carnal funcionaría como una desublimación represiva, como una presión alienante y porno-publicitaria.

Badiou distingue entre una concepcion comercial y jurídica del amor, como contrato entre dos individuos libres que declaran que se aman y atienden a una igualdad en la relación como sistema de ventajas recíprocas, y el amor como construcción de verdad. Hay una concepción escéptica que hace del amor una ilusión temporal, mero oropel del deseo, pero el escritor nacido en Rabat no reduce el amor a un espejismo bioquímico ni a un contrato, sino que lo define como auténtica construcción, edificación que merece la pena y es digna de trabajo y esfuerzo. Es lo que se experimenta a partir de lo Dos y no de lo Uno (todos hemos sido sin saberlo lo Dos, antes de ser lo Uno). O sea, el amor es el mundo examinado, practicado y vivido a partir de la diferencia y no de la identidad. Es el proyecto que incluye naturalmente el deseo sexual y sus pruebas, que incluye el nacimiento de un niño y otras mil cosas. Se trata de vivir desde el punto de vista de la diferencia. "El deseo es una potencia inmediata, pero el amor pide cuidados, reanudaciones".

El otro inmanente

Próxima a la suya, esta la concepción de E. Levinas que piensa el amor como experiencia irreductible del otro, epifanía cuyo soporte es Dios como "lo totalmente Otro", la experiencia central de la alteridad que funda la ética. El amor es sin duda y por excelencia un sentimiento ético (sobre-natural, podríamos decir), según Levinas. Sin embargo, Badiou opina que no hay nada especialmente "ético" en el amor como tal y pasa de "rumiaciones teológicas", pues ve en ello la revancha última de lo Uno frente a lo Dos, aunque es consciente de la relevancia en la historia del trascendentalismo a lo divino. Supongo que alude con ello a la mística, a la erotomanía de la abnegación teopática.

El encuentro con el otro no es para el filósofo y dramaturgo una experiencia "oblativa" en la que me olvido de mí en beneficio del otro y, en lugar de querer apropiármelo, lo que deseo es darme a él: la entrega y el olvido de mí mismo para darme a lo totalmente Otro ("dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado". El amor no me lleva hacia "lo de Arriba", pero tampoco a "lo de Abajo", ni al Cielo ni al Infierno. Es una proposición existencial: la construcción de un mundo descentrado respecto a mi simple pulsión de supervivencia, o sea, respecto a mi interés. Badiou opone construcción a mera experiencia.

Un puente entre dos soledades

El amor es la paradoja de una diferencia idéntica, "nuestra diferencia" que existe y promete perseverar todavía. Su fragilidad es la de un puente tendido entre dos soledades. El verdadero sujeto del amor es el devenir edificante de la pareja y no la satisfacción de los individuos que la componen: Ella y yo --o él y yo--, incoporados a un único sujeto, el sujeto del amor, el "nosotros" de la pareja, que ensaya el desplegamiento de un mundo a través del prisma de nuestra diferencia, de modo que este mundo advenga, nazca, en lugar de ser solo lo que llena mi interés o mi perspectiva personal. "El amor es siempre la posibilidad de asistir al nacimiento del mundo". Por lo demás, el nacimiento de un niño, si es en el amor, es uno de los ejemplos --tal vez el más intenso y feliz-- de esta posibilidad. El verdadero enemigo del amor no es el rival del celoso o de la celosa, sino el egoísmo, aquel a quien debo vencer es a mí mismo, al "yo" que quiere la identidad contra la diferencia, que quiere imponer su mundo frente al del otro, que no deja espacio ni tiempo para apropiar la diferencia en la unidad del Dos.

La construcción amorosa parte de una separación, una disyunción, de una diferencia infinita, un Dos. Se inicia en un encuentro, al que Badiou da el estatuto metafísico de acontecimiento, esto es algo parecido al "azar significativo" de los surrealistas, "algo que no entra en la ley inmediata de las cosas". Romeo y Julieta representan la alegoría de aquella separación inicial pues pertenecen a mundos enemigos. El encuentro entre dos diferencias es una acontecimiento contingente que sorprende... Hay un vínculo profundo entre el amor y la muerte, su cumbre pudiera ser el Tristán e Isolda de Wagner, entonces el amor se consume en el momento fugaz, inefable y excepcional del encuentro y no puede después entrar en el mundo que permanece como exterior y contrario a la relación.


Tal concepción romántica ha de ser rechazada, porque el amor no debe reducirse al encuentro, pues se trata de una construcción que aspira a cumplir una duración más interesante que sus comienzos. Es ese "comer perdices" de los cuentos de hadas que resta para después de la boda, que no se explicita cuando se dice "y fueron felices y comieron perdices". Por supuesto que existe el deslumbramiento, el éxtasis de los comienzos, pero un amor es, ante todo, una construcción duradera, una obstinada aventura. Dejarse caer al primer obstáculo, a la primera divergencia seria en los primeros aburrimientos, no es sino una desfiguración del amor. Un amor verdadero es aquel que triunfa duraderamente, a veces también duramente, sobre los obstáculos del mundo. Casi se puede definir el amor como una exitosa lucha contra la separación.

Por duración no hay que entender que el amor dure, que se ame siempre o para siempre, sino que el amor inventa una manera diferente de durar en la vida. Que la existencia de cada uno, en la prueba del amor, se confunde con una temporalidad nueva. El amor es también "el duro deseo de durar", el deseo de una duración desconocida porque reinventa la vida. Reinventar el amor es reinventar esta reinvención. Por desgracia, el amor es descalificado hoy, deconstruido, desilusionado o desublimado, en nombre de su "realidad sexual". Hay que aceptar que el amor inscribe en su devenir la realización del deseo y es más que una declaración o un encuentro que compromete... Liberar nuestro cuerpo, desnudarnos para el otro, renunciar a todo pudor, criar, toda esta entrada en escena del cuerpo vale como prueba de amor, de un abandono al amor que señala la diferencia esencial con la amistad, pues la amistad no exige prueba corporal ni resonancia en el goce del cuerpo, ya que es un sentimiento más intelectual, por lo que muchos filósofos han preferido la amistad al desconfiar de la pasión (padecimiento) amoroso...

"Pérfido amor, y cuál huye
tras los primeros momentos
del ardor!
¡Santa amistad, que concluye
por cumplir los juramentos
del amor!

Los versos del filósofo asturiano pueden sugerir que el amor, en su duración, presenta todos los rasgos positivos de la amistad. Sin embargo, distinto y por encima de la amistad, se relaciona con la totalidad del ser del otro: el abandono del cuerpo a la caricia y el compromiso con el cuidado del otro es el símbolo material de esta totalidad erótica. 

Procedimiento de verdad

En conclusión, el amor no puede ser --y no lo es para nadie, salvo para los ideólogos interesandos en su pérdida-- un simple revestimiento del deseo sexual, una astucia complicada y quimérica para que se cumpla la reproducción de la especie. Por eso Badiou llama al amor "procedimiento de verdad", es decir, una experiencia con la que un cierto tipo de verdad se construye: la verdad sobre lo Dos, la verdad de la diferencia. Lo que hay de universal en el amor, por lo que interesa a todo el mundo en todas las épocas, es que propone una experiencia de verdad sobre lo que es ser dos y no uno, por eso amamos el amor como decía San Agustín. Es el Adamar sanjuanesco. Peo amamos también que otros amen, simplemente porque amamos las verdades. Es lo que da sentido a la filosofía, que la gente ama las verdades, incluso cuando no saben que las aman.

La declaración de amor señala el paso del azar al destino. Eso la hace peligrosa y cargada de angustia. Puede ser larga, difusa, confusa, complicada, re-declarada, abocada a ser repetida. Fija el azar, indica que de lo que fue casualidad nos proponemos sacar causalidad, es decir, otra cosa, una duración, una obstinación, un compromiso, una fidelidad... Badiou usa esta palabra "fidelidad" para precisar el paso de un encuentro azaroso a una construcción sólida como si hubiera sido necesaria. Y cita el libro de André Gorz Lettre a D. Histoire d'un amour, en el que el autor declara su amor a Dorine con estas palabras:

"Vas a cumplir ochenta años. Has empequeñecido seis centímetros, sólo pesas cuarenta y ocho kilos y siempre eres bella, graciosa y deseable. Hace cincuenta y nueve años que vivimos juntos y te amo más que nunca. De nuevo llevo en el hueco de mi pecho un vacío devorador que sólo calma el calor de tu cuerpo contra el mío."

En efecto, hay gente que se ama siempre, y son muchos más de los que se cree, y muchos más de los que se dicen. El "te amo para siempre" (eis aiona) fija el azar en el registro de la eternidad. El amor es eso: una declaración de eternidad que se despliega como puede en el tiempo físico, una irrupción de la eternidad en la temporalidad mundana. Por eso es un sentimiento tan intenso. El amor prueba que la eternidad puede existir en el espacio de sentido de la vida cuando su esencia es la fidelidad.




Si bien el amor es prueba de lo Dos: encuentro, declaración, duración y eternidad, hay un momento en que debe probarse en el orden de lo Uno, volver a lo Uno. La figura a la vez simbólica y real de este uno es el niño. Su nacimiento es a la vez un milagro y una dificultad que pone a prueba la relación, porque alrededor del Uno del niño ha de desplegarse el Dos. Por eso el amor ha de ser re-declarado. El nacimiento de los hijos puede provocar crisis existenciales violentas. Como muchos procedimientos de verdad, el amoroso no siempre es pacífico, comporta violentas peleas, verdaderos sufrimientos, separaciones que se superan o no. El amor repele a los cobardes porque comporta dolores, desengaños, pérdidas irreparables... Hay incluso suicidas amorosos, porque la esencia del amor es dramática, tragicómica a veces. "El drama amoroso es la experiencia más clara del conflicto entre la identidad y la diferencia".

La comunidad familiar

Y además se complica con relaciones de poder, con lo que podríamos llamar micropolítica, que puede degenerar en "terrorismo íntimo". Se trata de saber si Dos son capaces de asumir la diferencia en igualdad y hacerla creadora. La familia socializa esa gestión como célula base de la propiedad y el egoísmo. Para Badiou, la familia puede definirse como el Estado del amor. En ella anida la Fraternidad, el más obscuro de los tres valores del lema republicano. De Libertad e Igualdad caben definiciones bastante estrictas, pero ¿qué será la fraternidad? Es difícil que al hablar de fraternidad tal expresión no resuene en el tambor milenario de la sentimentalidad cristiana. Para Badiou atañe a la cuestión de la coopresencia amistosa de las diferencias en el seno de las relaciones de poder, una noción que se lleva tan bien con el ecumenismo religioso, como con el cosmopolitismo estoico o con el internacionalismo comunista, capaz de integrar las mayores diferencias.

Aunque se ha identificado el Yavé del Antiguo Testamento con un Dios colérico y vengativo, la presencia del amor en lo que los hebreos llaman Tanaj es también considerable, sólo hay que recordar el Cantar de los cantares, atribuido al rey Salomón... Pero el ejemplo supremo del uso de la intensidad amorosa en la dirección de una concepción trascendente del amor universal es el cristianismo, que aspiró en sus orígenes a formar una comunidad fraterna (charitas, ágape) orientada hacia la fuente última de todo amor, identificada con la trascendencia divina, tal movimiento de elevación tuvo su antecedente en Platón, a través de una erótica orientada hacia la belleza de la perfección inefable e indefinible.




A pesar de las violencias y genocidios causados por el comunismo, Badiou se conserva "comunista" en un sentido muy particular, podriamos decir que es un comunista reformado o "revisionista" (recordando el sentido negativo que el "revisionismo" tuvo durante la exaltación estalinista y el dogmatismo althusseriano, cuando los intelectuales de izquierdas miraban para otra parte, no queriendo saber nada del genocidio imperialista provocado por el comunismo bolchevique o maoísta); como materialista ("platonismo materialista", valga la disonancia cognitiva o la contradicción entre los términos) Badiou reduce el amor a lo inmanente y terrenal. Afirma al Otro, pero sin el "totalmente-Otro", sin el "Gran-Otro" de las trascendencias éticas, religiosas o místicas... 

"Un amor arrodillado para mí no es un amor, incluso si, a veces, en el amor tenemos la pasión de entregarnos a aquel o aquella a quien amamos".

La voluntad de hacer gravitar el amor con la tierra, de pasar de la trascendencia a la inmanencia, fue, según el filósofo, la del comunismo histórico, al materializar la exigencia absoluta de proximidad fraternal que inventó el cristianismo. Pero lo único que hizo el comunismo fue sutituir al Padre eterno --como reconoce Badiou-- por el culto a la personalidad del caudillo del Partido Único. La expresión "culto a la personalidad" nombra también ese género de transferencia colectiva sobre la figura política. Los poetas también cayeron en ello, recordemos los cantos de Eluard a Stalin, los de Aragon... "Mi Partido me ha dado los colores de Francia", el extraño contubernio nacional-socialista, tan histórico y probable como el rojipardo pacto de Hitler y Stalin para repartirse Polonia. El Partido convertido en secta y fetiche. Badiou asume la autocrítica e insiste ahora en que no hay que mezclar el tema del amor con la pasión política.

Para él, el problema político es el del control del odio, y no el del amor. Y el odio es una pasión que activa casi inevitablemente la cuestión del enemigo. En el ámbito político existen enemigos; en el amoroso, no. Ni el furor comunista ni el furor capitalista, que hace del interés el único fin de la acción, valen si queremos reinventar el amor, porque todo procedimiento de verdad es esencialmente desinteresado: su valor no reside sino en sí mismo, y este valor está más allá de los intereses inmediatos de los dos individuos a los que el amor compromete.

El amor, irreductible a toda ley, agujerea la existencia, es al "amor loco" de Breton, el "ama y haz lo que quieras" de San Agustín. Por eso el conflicto teatral más frecuente, el más explotado, es la lucha del amor azaroso contra la ley necesaria (cfr. Antígona). El arte ha representado de mil maneras este carácter asocial o anómico del amor. Sin embargo, los surrealistas no se interesaron por su duración, insistieron en la eternidad del instante, en el eterno femenino y la mística de los encuentros, en la ventana a la eternidad del éxtasis orgásmico. Badiou propone una concepción de la eternidad amorosa menos "milagrosa" y más tenaz y laboriosa de la experiencia de lo Dos. 

"Hay un trabajo del amor, y no solamente existe el milagro. Hay que estar en la brecha, hay que ponerse en guardia, hay que reunirse, con uno mismo y con el otro. Hay que pensar, actuar, transformar. Y entonces sí, como recompensa inmanente del trabajo, está la felicidad"

Y sin embargo, es cierto que el amor como construcción verdadera --o como "conversación interminable" (José Antonio Marina) franquea siempre un punto de imposibilidad en la brevedad de la vida, en la inmanencia de las horas, por eso reclama inmortalidades.


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