domingo, 2 de noviembre de 2025

PÉRDIDA, REDENCIÓN, PERDÓN

Imagen creada por Gemini (IA)

 La Parábola del hijo pródigo es una de las tres "parábolas de la misericordia" predicadas por Jesús "a publicanos y pecadores" y contenidas en el Evangelio de San Lucas. Aparece junto a la de "la oveja perdida" (el pastor que deja a noventa y nueve para buscarla) y detrás de "la parábola del dracma" (la dueña que barre todos los rincones de la casa para recuperar una moneda perdida)... 

"Del mismo modo, os digo, se produce alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta" (Lucas, 15, 10).

Esas palabras de Jesús aclaran el sentido o moraleja de ambos relatos. La criatura que abandona el rebaño, la moneda que se pierde y que luego, oveja y dracma, son recuperadas por el pastor o por su dueña, son metáforas del pecador que se arrepiente y es redimido, recuperado para el Señor, Dios-creador, pastor de almas.

El relato o alegoría de El Hijo pródigo es, de los tres, el más extenso y complejo: 

El hijo menor de un terrateniente exige a su padre la herencia que le corresponde y se marcha a un país remoto donde gasta los dineros pagando fiestas, bebiendo, fornicando y viviendo como un libertino. Cuando se le acaban los dineros y vienen los malos tiempos, pasa necesidad por lo que no tiene más remedio que rebajarse a ejercer de porquero (lo cual es lo peor que puede hacer un judío que considera al cerdo animal impuro). Acaba deseando comer las algarrobas que les dan a los cerdos y pensando que los jornaleros de su padre viven mejor...

Por consiguiente, arrepentido o fastididado por la falta de recursos, vuelve junto al padre para pedirle perdón con la esperanza de ser tratado al menos como uno de sus peones: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo" (Lc. 15, 21). Pero el padre le sale al encuentro, le abraza y besa efusivamente, y manda a sus criados que lo vistan con las mejores galas para celebrar una fiesta en honor del hijo recuperado.


Murillo. El retorno del hijo pródigo (fuente Wikipedia)

Con todo motivo, el hijo mayor, que estaba trabajando en el campo, cuando regresa y ve lo que sucede en casa del padre, se irrita y le reprocha su favoritismo: 

"Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!" (Lc., 29-30).

El gran filósofo Paul Ricoeur tal vez diría que es una excelente fábula para mostrar la superioridad del amor incondicional y gratuito (gracioso) sobre la simple justicia del toma y daca o del do ut des (doy para que me des). De verdad este padre es símbolo de un Dios misericordioso que poco tiene ya que ver con el iracundo del Antiguo Testamento... 

***

Mas confieso que siempre me ha parecido una mala fábula para edificar al hijo golfo y un mal ejemplo para el rebelde y despilfarrador. Si conoce la parábola de Jesús, el vicioso siempre hallará en ella la esperanza de que sus trapacerías sean perdonadas y queden impunes por mor de la misericordia injusta del padre consentidor. ¿No puede haber una misericordia injusta y una gracia insensata como regalo impropio?

Para empezar, ya es bastante imprudente desprenderse en vida de una parte importante de la hacienda. En esto, el padre de la parábola, poco previsor, parece que no ha sabido poner límites a la desvergüenza hedonista del benjamín maleducado.

***

Al principio de la segunda parte de Las máscaras del héroe, notabilísima novela de Juan Manuel de Prada, he encontrado una imprevista interpretación de la famosa parábola o el valioso mito. Según este autor, en ella se pinta al padre como un dechado de magnanimidad ("magnánimo", o sea de 'magna ánima', de alma grande), dispuesto a perdonar a quien ha despilfarrado su hacienda y arrastrado su apellido por lupanares y pocilgas y, en lugar de aplicarle un castigo proporcionado a su culpa, lo agasaja y restablece --con honores y hasta con anillo-- en sus privilegios.

Según J. M. de Prada, la parábola escamotea el verdadero motivo de esa actitud "aparentemente generosa". El verdadero motivo... 

"no es otro que el de extirpar para siempre la capacidad de rebeldía del hijo que un día huyó de casa, pues no hay cosa que domestique y humille más al ofensor que el perdón de su ofensa".

Desde luego, estas son sólo reflexiones de un malvado, Fernando Navales, protagonista ficticio de la novela, tipo oportunista, nihilista y alter-ego de Pedro Luis de Gálvez, poeta bohemio que prefiere enmascarar su heroísmo con los disfraces del desgarro y la truhanería... A mi juicio, sucede que Navales, precisamente porque es malo, muy malo, no concibe que se pueda actuar generosamente, sin una doble intención egoísta. Por eso el malvado suele ser también malicioso. Cree el ladrón, que todos son de su condición.

Es relevante oponerse a semejante opinión, no porque la diga un malvado, que puede no estar equivocado aún siendo lo peor y careciendo de escrúpulos, sino porque es dudoso que el perdón humille. O mejor dicho, ¡hay que ser más que ruin para sentirse humillado por ese "su-per-don"!, por ese regalo que se nos entrega gratuitamente, pues quien perdona no tiene por qué hacerlo. 

Ni siquiera es natural perdonar, ni obligatorio, si lo fuese no tendría gracia o no sería un auténtico perdón, sino sólo un perdón simulado; lo natural no es perdonar, sino buscar vengarse o castigar al que nos ha hecho daño o, al menos, denunciar y solicitar que sea castigado por quien detenta el privilegio de la fuerza (o su legitimidad) que es el Estado. A eso le llamamos "pedir justicia", la que administran lo jueces.

El perdón, antes que humillar, libera una parte de la culpa, la que sentimos respecto a la víctima, en relación a la persona a la que hemos hecho injustamente daño..., pero el perdón no nos salva de la culpa que debiéramos sentir ante la Idea del Soberano Bien o del Ideal del Padre misericordioso, si es que nos hemos elevado hasta el mismo y conservamos tal idea, representada también en la fábula por el Cielo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti".


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