sábado, 25 de septiembre de 2021

ADICCIÓN A LA EMOCIÓN

La evolución de la tecnología digital no estaba escrita. Los nuevos imperios de la red han construido un modelo de servidumbre digital voluntaria, por decirlo adaptando las famosas palabras de La Boétie. Y en el anuncio desde el  Foro de Davos o Foro Económico Mundial de la instalación definitiva de la cuarta revolución industrial puede haber un determinismo tecnológico o no, es más clara  la mutación del capitalismo. Aprovechándose de la economía de la atención y de la credulidad y confianza humana en la autoridad.

El capitalismo digital intenta aumentar la productividad del tiempo para obtener un mayor beneficio. El tiempo se comprime y la aceleración ha sustituido en nuestra vida cotidiana la satisfacción por una obra bien hecha por la adicción. Esta nueva economía de la emoción utiliza los algoritmos.

Por eso Bruno Patino denuncia que nada escapa al nuevo capitalismo digital. Nuestra relación con los medios,  con el conocimiento, con la verdad, con la información.

La histerización de la conversación pública vía pantalla no tendría porqué ser el resultado determinista de la tecnología. La tesis plausible es que si la información se desmorona es como consecuencia del régimen económico seguido por las grandes empresas de Internet. El mercado de la atención "apaga las luces de la filosofía en beneficio de las señales digitales".

Bruno Patino escribió su libro a raíz de haberse pillado a sí mismo consultando la pantalla del Iphone varias veces por la noche. "No, espera, esto no es normal ¿qué me está pasando."

La pantalla del teléfono aunque atenuada sigue activa por la noche. Perturba el sueño porque las células ganglionares envían a los núcleos supraquiasmáticos del cerebro la orden de despertar, pues confunden la luz de los LED con la luz del día. Así, con el móvil encendido de noche, desajustamos el sueño nocturno, nuestro reloj interno se vuelve loco.

El deseo que se impone a todos los demás: abalanzarse sobre el teléfono que nunca está apagado y metido en el cajón. En las reuniones sociales consultamos más o menos disimuladamente poniendo en marcha el llamado phnubbing, cuyo origen es phone+snub, es decir, telefonodesdeñar, mostrar desdén a los presentes sirviéndose del teléfono. Acostumbrándonos a nunca estar donde estamos físicamente. 

Sentir pánico ante el alejamiento temporal del móvil se llama nomofobia: fobia a quedarse sin móvil.

Como conectada inquieta empiezo por los mensajes, sigo por Twitter, timeline y luego menciones. Después WhatsApp, Telegram, Messenger ¿me habré perdido algo? Viene el turno de Instagram y Facebook para acabar con las alertas y los mails. Al termina el recorrido, vuelta empezar por la bulimia de móvil. En los casos más extremos cada 2 minutos, 30 veces por hora, 1 cada 3 horas de sueño, 542 al día lo que suma casi 200.000 al año.

Investigadores de la Universidad de Pensilvania advierten: a partir de 30 mintuos en las redes hay riesgo para la salud mental. Y sin embargo el tiempo medio dedicado al teléfono se duplicó entre 2012 y 2016, dicen que en Brasil llega a 4 horas 48 minutos y en China a 3 horas. Los adultos se preocupan por el impacto de las pantallas en sus hijos al mismo tiempo que la gran mayoría reconoce su propia dependencia. En EEU los jóvenes dedican ya un tercio de sus vidas, 8 horas diarias a la conexión, hecho que se agrava si se piensa que un quinto de esa población ni estudia ni trabaja. Pasan el tiempo conectados.

En la primera potencia del mundo con permiso de China, las consultas médicas se llenan de adolescentes cuya infancia fue tragada por las pantallas. Sus historias de amor las viven como convencinos del amado, que también esta enganchado conectado, absorbido por la conversación social, parejas incapaces de estar juntos sin dejar testimonio a través de la correspondiente foto o vídeo subido. Los hay que faltan a clase, se deprimen y llegan a plantearse el suicidio. Es la excepción, pero marca una pauta.

En 2014 un tuit soñado, mostraba el andén del metro, mujeres, hombres, jóvenes, mayores, todos concentrados con la cabeza inclinada hacia el teléfono. En posición de sumisión universal. Solo un hombre al fondo del andén mira hacia delante con la cabeza alta: preocupación en los comentarios ¿qué le pasa a ese tipo? ¿qué está mirando? ¿el mundo?.

Drogadictos hipnotizados por la pantalla.

Tolerancia, compulsión, adicción. Tolerancia o necesidad en el organismo de aumentar la dosis para obtener la misma satisfacción. Compulsión es imposibilidad de resistir al deseo. Adicción es la servidumbre, la necesidad de mirar y de scroll, pasar el dedo por la pantalla, acaba ocupando todo el tiempo disponible.

En el Near Future Laboratory han observado 4  nuevas fragilidades mentales:

-Síndrome de ansiedad: necesidad de difundir todos los momentos de la vida en foto.  Se acompaña de angustia porque la foto no sea lo suficientmente likeada a pesar de todas las herramientas que permiten mejorarla. Los accidentes provocados por el hacerse el selfi más extradordinario, provocan risa pero son la manifestación más extrema. Miedo a desaparecer sin la mirada y la aprobación electrónica del prójimo, aunque esos prójimos, no lo sean tanto, solo perfiles con los que nos cruzamos navegando.

-La esquizofrenia de perfil es más rara, afecta a quienes adoptan varias personalidades diferentes en las redes  y portales como Meetic y ya no saben cuál es su verdadera identidad.

-La atazagorafobia, es el miedo a ser olvidado, el atazagorafóbico consulta el móvil con la esperanza de obener corazones o likes, retuits, menciones.

-La atenuación consiste en buscar despesperadamente huella de la vida de una o más personas, a cada foto o vínculo que encontramos, el otro parece más presente pero en realidad se va alejando. 

Cada minuto que pasa 480.000 tuits, 2,4 millones de snaps, 973.000 se conectan al Face. En 60 segundos hace ya 3 años había 38 millones de mensajes, 10 de SMS, 1,1 de movimientos en Tinder pasando de un perfil a otro.

En la universidad de Oxford intentaron medir el tiempo libre disponible para cada individuo y la oferta disponible de información, diversión y cultura, abandonaron el cálculo poqrue lo infinito no se puede fraccionar.

El vértigo que provoca la "No conexión" es un producto de laboratorio, al igual que la necesidad compulsiva de responder a todo mensaje digital. La fórmula es la misma de la que se aprovechan las máquinas tragaperras. La dependencia no es un efecto secundario no querido por Silicon Valley. Es el efecto perseguido por las interfaces y servicios digitales.

La investigación a la que alude Bruno Patino en el vídeo data de los años 30. El ratón aprende rápido a accionar el botón para recibir comida. Pero los investigadores cambiaron el experimento: a veces la pulsación equivalía a mucha comida, otras a ninguna, otras a poca. Resultado, el ratón no dejó de pulsar el botón de forma más automática y violenta aunque tuviera la jaula llena de comida. Ya no se trataba de comer, su condicionamiento le había hecho dependiente del mecanismo.

Skinner demostró con este experimento que la incertidumbre genera complusión que genera adicción, la posiblidad de ganar aunque sea muy pequeña, impide que el ratón se pueda alejar del mecanismo.  Skinner falleció sin ver cómo sus investigaciones servían a las grandes plataformas digitales.

Toda empresa comercial intenta comprender el comportamiento humano: analizan las preferencias individuales, estudian los hábitos, registran las reacciones. Como en los supermercados que ponen grandes carros incitadores  a ser llenados, instalan los productos más caros y menos necesarios bien a la vista y los más necesarios al final del recorrido. Hay ingenieros trabajando para provocar reacciones de compra, pero el sistema tiene imperfecciones, los ingenieros se basan en "individuos tipo" no en individuos reales y aunque buscan desarrollar ciertos hábitos no consiguen producir adicciones.

En las máquinas tragaperras las cosas son diferentes. El jugador es como el ratón de Skinner

Y en algunas plataformas se utilizan mecanismos similares. Las observaciones del comportamiento que llevan a cabo se realizan a partir de miles de millones de datos, combinados con los datos individuales del usuario, personalizando al límite el entorno con el fin de crear la adicción.

La capacidad de tomar decisiones razonadas sin sucumbir a la tentación de lo inmediato tarda en formarse. Está en la zona delantera del cerebro, córtex orbitofrontal. Cada decisión es una confrontación entre esa zona que calcula a largo plazo y el núcleo accumbens y cuerpo estriado que dan prioridad a la satisfacción instantánea.

Si un niño o adolescente cuyo cerebro no está totalmente desarrollado recibe demasiados estímulos es más fácil que se canse y deje de luchar contra el placer inmediato. Además la satisfacción produce dopamina, molécula del placer que envía señal al cerebro primitivo y produce deseos de repetir la experiencia.

El desorden de los hilos de Twitter o Facebook donde se pasa de lo sublime a lo gore, de lo útil a lo futil, de lo serio a lo ridículo sin transición produce el efecto de las maquinitas, que pueden devolver cantidades entre 5 céntimos y 10.000 euros.

En Tinder desfilan perfiles y hay que marcar aquellos con los que nos gustaría llegar más lejos. Si el resultado fuera muy previsible se perdería aleatoriedad y la utilización de la aplicación sería menos compulsiva. Es necesario pues que la inteligencia artificial mantenga en este caso una alternancia entre perfiles parecidos a elecciones anteriores y perfiles más alejados de los gustos y usos del individuo. Así el usuario no se puede despegar tan fácil de la pantalla. Es necesario crear cierto grado de incertidumbre para generar la posibilidad adictiva de sentirse unas veces decepcionado y otras encantado.

El "efecto Zeigarnik"  consiste en proponer un conjunto de acciones encadenadas cuyo objetivo es generar satisfacción solo al final, lo que hace que el individuo olvide su libre albedrío en las distintas etapas. Así funciona Netflix. Un episodio por semana crea un hábito. Hay que dosificar sutilmente, satisfacer al espectador y frustrarlo moderadamente para que vuelva. La ergonomía de la plataforma Netflix hace como en las cadenas tradicionales y también en la teoría de la completud.

Lo que cuenta no es la calidad de la serie, sino la frustración de no haber visto lo que pasaba hasta el final. El encadenamiento de los vídeos intenta no interrumpir la dependencia con otros estímulos. La función "autoplay" permite encadeenar episodios sin tener que hacer ningún gesto. El usuario puede dejarse llevar con total pasividad. La comodidad agradable pronto se vuelve necesaria y se impone a la zona de control del cerebro. 

La experiencia óptima, teoría de Csikszentmilhalyi es otra herramienta utilizada por el Candy Crush. No se trata de adaptar el nivel de dificultad de forma precisa al jugador. Lo importante es que no sea demasiado fácil, ni demasiado difícil, para quedarse enganchado jugando de modo automático, sacando al jugador del entorno inmediato. No es una competición para "superarse", se trata de sentirse amparado por la pantalla protectora.

No relajamos la vigilancia, la alerta pemanente, la explotación de nuestra pasividad, halago de nuestro narcisismo, anuncio del siguiente episodio se han transformado en nuestra cadencia de vida. Queremos estar informados, distraídos, emocionados. Pero lo que nos acecha con la información, distracción y emoción es la dependencia.

Las herramientas "don't be evil", dice Google, pero la realidad es que han desarrollado técnicas que suponen regresión, que no nos permiten abandonar la experiencia de la pantalla sin vivir el dolor de la separación. Aunque algunos como Zuckerberg proclamen "no pretendíamos llegar tan lejos", los hechos muestran lo contrario.



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