domingo, 12 de noviembre de 2017

UNA EDUCACIÓN IDEALISTA



Ignoraba que un famoso filósofo comenzó su vida “útil” pastoreando gansos pues había nacido en una familia pobre. Pero desde niño manifestó una deslumbrante capacidad para aprenderse los sermones del párroco de memoria, así fue como se ganó la confianza del aristócrata del lugar que decidió facilitarle estudios en el seminario de Schulpforta.
Más tarde sería profesor en Jena donde  conquistaría a los estudiantes con su oratoria, y Kant lo lanzó definitivamente a la fama cuando facilitó la publicación de su primer escrito sin firma.

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Todos pensaron que el “Intento de una crítica de toda revelación”  era obra del maestro de Könisberg y sin embargo era de Johann Gottlieb Fichte (1762-1814).

Y dado el momento de confusionismo que estamos viviendo en torno a las naciones que a algunos se les multiplican, me he ido a ver  "Discursos a la nación alemana" redactados en 1806 durante la ocupación por parte de las tropas napoleónicas de los territorios del antiguo sacro imperio germánico.
En aquel contexto Fichte hacía una llamada a los alemanes para que tomaran conciencia de su destino y dignidad. El punto clave para un “resucitar” la nación alemana era la educación.
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Una educación que no se puede basar en la sensiblidad sino en el espíritu, en la intuición del deber. Acusa Fichte a la educación tradicional de ser materialista, de buscar y motivar el “provecho personal”, hay que tener una formación para poder ganarse el sustento. Aunque han sido tomados como una expresión de exagerado nacionalismo y por ello han merecido utilización partidista e incluso desprecio por ello, se habla mucho de educación en estos discursos. Alemania tenía que liberarse del yugo francés y de los príncipes para empezar. Pero la meta de Fichte es la liberación del género humano, un objetivo que creyó haber visto incoado en la revolución francesa.

Amar lo bueno en cuanto tal y no por la utilidad que nos pueda reportar, una voluntad firme y siempre decidida de acuerdo con una norma segura y eficaz. Toda formación debe crear un ser firme, que no necesite ser exhortado por otro para comportarse.
Para ello hay que formar al educando, de manera que no pueda querer otra cosa que la que se quiere que él quiera. Desarrollar, ejercitar, fortalecer los elementos impulsores de su espíritu y así no podrá hacer otra cosa.

La capacidad de esbozar espontáneamente imágenes que sean arquetipos de la realidad sería el punto de partida para formar las nuevas generaciones, capacidad de crear valiéndose de la propia fuerza personal, que no sea sólo repetir lo que ve. Que el espíritu formule novedades y el sujeto sienta complacencia en ellas. Si es una imagen espontáneamente producida entonces el sujeto experimenta complacencia activa, se  siente conmovido sin excepción porque procede de la pura fuerza espiritual.

La actividad de creación espiritual genera conocimiento de leyes generales de validez universal. En el desarrollo libre que así comienza es imposible  emprender algo contra la ley pues mientras no se cumpla la ley no puede resultar ninguna actividad. Es una formación de la capacidad intelectual del educando y no de la formación histórica de esa capacidad que se limita a analizar las características estáticas de los objetos, sino la otra capacidad superior y filosófica que lleva al conocimiento de las leyes que hacen que las cosas tengan necesariamente las leyes que tienen.

Mientras se mantenga la tensión creadora el educando aprende y siente placer al aprender, se nota y ve a sí mismo espontáneo, lo cual produce placer. Todo educando que haya adquirido esta educación aprende de verdad con gusto, sin tener en cuenta ni sus disposiciones naturales ni la “utilidad” de lo aprendido, aprende gustosamente por aprender.

La parte principal de arte de educar consiste en despertar la espontaneidad del educando en cualquier aspecto. Una vez despierta todo depende de mantenerla viva. Fichte estaba satisfecho de haber encontrado el vínculo entre el éxito de la educación y el modo de actuar con eficacia, la ley eterna de validez universal de la naturaleza espiritual del hombre de tender directamente a la actividad espiritual.

El hombre es por naturaleza materialista y egoísta mientras le apremia la necesidad inmediata, pero una vez que esa necesidad ha sido satisfecha, prefiere dirigir su pensamiento a la observación libre de aquello que estimula la atención de los sentidos, incluso escapa a mundos ideales mediante la ensoñación. Lo observaba Fichte en los pueblos antiguos y observando a los niños.
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El que un saciado siga teniendo presente el hambre cuando ya no corre peligro de sufrirla es una degeneración de la civilización, es una corrupción que se ha impuesto con esfuerzo, que es antinatural y que por lo mismo puede desaparecer.

La nueva educación fichteana estimulaba pues la actividad espiritual. La educación a la que se oponía, la antigua tenía como objeto la consecución de conocimientos. Pero en lugar de los conocimientos el alumno ha de ser dirigido al conocimiento de las leyes que condicionan la actividad espiritual. E incidentalmente surgirá el conocimiento, por ejemplo, se le hace delimitar un espacio vacío con la imaginación así se le estimula, y cuando se da cuenta de que no puede delimitar un espacio vacío con menos de tres líneas rectas, incidentalmente se ha producido el conocimiento.

De esta nueva educación surge un conocimento trascendental, general, estrictamente necesario, superior a toda experiencia y que reúne en sí todas las experiencias posibles posteriores. La enseñanza antigua que enseña cosas estáticas se limita a una comprensión pasiva, imposible así intuir el espíritu como principio autónomo y primordial de las cosas.

Es imposible desarrollar una mentalidad ética en el educando si se le habla solo de que los conocimientos sirven para ganarse la vida, es la forma corrupta de educar para la corrupción moral, el alumno sólo ve su propio interés. Sólo desarrollando la actividad espiritual mediante la enseñanza se produce el placer por el conocimiento como tal, manteniendo el ánimo abierto a la formación ética, mientras que la recepción puramente pasiva entumece y acaba por matar el conocimiento.

Impulsando por el amor al saber se aprende más y no se olvida debido a que todo se capta dentro de su coherencia y luego lo practica por la acción. El amor que lo impulsa no persigue ningún goce material, persigue una actividad espiritual por la actividad en sí. Y esa actividad espiritual es preparación para la formación moral. Desde el momento en que el placer material no es el impulso del saber se aniquila la raíz de la inmoralidad.

En la nueva educación lo primero ha de ser la formación de una voluntad pura, y si el egoísmo llega, llega más tarde y encuentra el corazón ocupado por otro amor.

Esta actividad libre del espíritu se desarrolla con la intención de que el educando esboce libremente la imagen de un orden moral de la vida.

Los alumnos de la nueva educación de Fichte habrán de vivir juntos en sociedad, aunque separados de los adultos, en una comunidad que disponga de una constitución, basada en la naturaleza de un orden social. En este orden social cada cual tiene que prescindir de muchas cosas que podría hacer si estuviera solo, en las enseñanzas sobre la constitución y la legislación se le han de presentar los demás individuos poseídos por un amor idealizado por el orden, amor que quizás no tengan pero deberían tener. Se ha de usar el castigo y el miedo al mismo, no se le reprende para que realice un bien sino para que evite un mal. Además se explicará que quien necesita pensar en el castigo para comportarse se halla en un grado muy bajo de formación.

El individuo educando aportará algo de trabajo a la comunidad. Además de su desarrollo espiritual al aprender, se realizan ejercicios físicos, trabajos agrícolas y otros trabajos manuales. Y quien sobresalga en una actividad ha de enseñar a los demás, se le ha de dar alguna responsabilidad, sin que eso quiera decir que se le descargue de sus otras obligaciones. Sin esperar recompensa ni alabanza, que se disfrute de la alegría que proporciona el trabajar para la comunidad. (Discurso segundo)

Dice Fichte que la hipótesis común de que el niño es naturalmente egoísta es completamente falsa. La tendencia más pura y originaria es la tendencia al respeto. En el niño la tendencia a lo ético, lo justo y bueno se revela primero como inclinación a ser estimado por aquello que le infunde mayor respeto, por regla general su padre. Con la madre, más cercana a él, es diferente. El niño busca la aprobación de su padre, sólo está satisfecho consigo mismo si el padre está satisfecho con él. El amor natural del hijo por su padre no es porque le de alimento sino porque es un espejo en el que el niño ve su propia valía, por la recompensa de la aprobación paterna el niño obedece con alegría.

Estas consideraciones recuerdan como un negativo de lo que dice Fichte, la amarga carta al padre de Kafka.

El amor que solicita del padre consiste en que advierta su afán de ser bueno y lo reconozca, que se le note alegría cuando manifiesta aprobación y que le duele profundamente mostrar desaprobación. Que con todo lo que le exige no pretenda sino hacerle cada vez mejor y más digno de estimación. Por el contrario la indiferencia permanente hacia el hijo ahoga el amor, produce odio cuando se le trata al pequeño con egoísmo o cuando se considera una falta grave algo que fue sólo un descuido.
El castigo ha de producir vergüenza, sentimiento de desprecio a sí mismo porque se ha dado cuenta del desagrado de sus padres y educadores. Si el castigo no va acompañado de vergüenza en quien lo recibe es una violencia y el niño no hace caso y se burla de él.

El vínculo que une a los hombres no es algo material sino el respeto mutuo. El niño partiendo del respeto incondicional a los adultos siente el deseo instintivo de ser respetado por ellos y deduce del respeto real que le conceden los adultos la propia medida de hasta qué punto le está permitido respetarse a sí mismo.

El adulto posee en sí mismo la medida de su propia estimación y busca ser respetado por otros en la medida en que ellos se han hecho dignos de su estimación, de ahí el dolor de encontrarse con hombres peores, la aflicción que nos causa tener que despreciar a alguien. Es un rasgo característico de la mayoría de edad que debe hacer ver el educador al educando. En llegar a esa mayoría de edad consiste la educación.  Cuando realmente se ha conseguido la educación se ha completado.

Muchos hombres han seguido siendo niños de mayores porque necesitaban la aprobación de los que les rodeaban. A éstos hombres se han opuesto aquellos que han sido capaces de elevarse por encima de la opinión ajena y ser autosuficientes. Los hombres que lo consiguieron fueron odiados por lo general, mientras que los buscadores del agrado si bien no se les respetaba se les juzgaba como personas agradables. (Discurso noveno).


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