Ana Azanza
Siempre me había intrigado el hecho de que Aristóteles
considerara que la medicina era un arte, más bien parece una ciencia. Pero a
raíz de esta charla de Michel Onfray en un congreso de médicos creo haber
comprendido el motivo de la clasificación aristotélica de la medicina entre las
tekné, al lado de la carpintería o la
escultura.
Comienza por recordar un diálogo con un amigo neurocirujano.
El filósofo le decía al médico: “me hubiera gustado ser tú para salvar a la
gente”. Y el médico por su parte le respondió: “pues a mí me hubiera gustado
ser tú para salvar almas”.
Con 28 años Onfray sufrió un infarto lo que le permitió un
contacto más seguido con profesionales sanitarios a los que desde entonces
respeta especialmente. La vida es precaria y los médicos realizan un trabajo
indispensable. Por otra parte la mejor filosofía suele estar hecha por no
filósofos, nos dice, pues el gremio filosófico tiende a hablar para filósofos y
prefiere discutir sobre ideas, mientras que los no filósofos cuando filosofan
miran la realidad. “Sólo me interesa lo real y la mayoría de los filósofos se
preocupa más de las ideas sobre lo real que de lo real”, confiesa.
Hace unos años publicó un libro con el extraño título:
“Féeries anatomiques, genéalogie du corps faustien”. “Ilusiones anatómicas,
origen del cuerpo fáustico” en alusión al Dr. Fausto. La expresión cuerpo
fáustico es de Spengler y la empleó en su obra más conocida publicada a
principios del siglo XX, “El ocaso de Occidente”. Un cuerpo fáustico es un
cuerpo aumentado.
Ya en la prehistoria se practicaba la trepanación, los
ancestros de los médicos que realizaban esas operaciones eran chamanes y
sacerdotes, seres humanos con el poder de curar y reconfortar. Hoy dicen que el
30% del efecto curativo de un acto médico viene del efecto placebo. El mero
hecho de estar ante “el que sabe”, el que dice “yo puedo curar”, ante quien da
confianza, es curativo.
Pero nuestro cuerpo no es un cuerpo fáustico sino un cuerpo
cristiano, fabricado por dos mil años de civilización judeocristiana. Aquí
aparece el lado nietzscheano de Onfray cuando asegura tranquilamente que Jesús
no existió y que es un invento de un grupo de judíos a los que les dio por
decir que el Mesías ya había llegado. Con independencia de esta arriesgada
afirmación interesa la “construcción del cuerpo cristiano”, como hay un cuerpo
musulmán o hay un cuerpo sintoísta. El asunto es que el cuerpo de Cristo que
además resucitó y no se encontró, es un cuerpo sin cuerpo. Todos los actos
corporales de Jesús eran simbólicos, el pan partido y distribuido, los peces
multiplicados y el pez palabra que en griego coincide con las siglas de Jesús
hombre salvador… el Jesús de la tradición cristiana no llora, sí llora Onfray,
no ríe, no tiene relaciones sexuales conocidas.
Posteriormente la
iglesia siguió profundizando en ese cuerpo sin cuerpo cuando hubo quien
aconsejó que había que obedecer como un cadáver. En resumen que el cristianismo
ha negado el cuerpo, “sin cuerpo estaríamos mejor”, llegó a exclamar san Pablo
(¿quién me librará de este cuerpo de muerte?). El cuerpo nos lleva al pecado. Y
en el caso de la mujer el asunto es todavía peor, la mujer cristiana es virgen
y madre, María no se ahorró los nueve meses de espera y los dolores del parto.
Es cierto que a pesar de toda la devoción popular arraigada viendo el asunto
fría y racionalmente entramos en el terreno de la ficción. La historia de los
dogmas marianos demuestra los momentos y complicaciones de la “formación del
mito cristiano de la Virgen María”,
Drewermann explica la función del dogma mariano en la iglesia intrínsecamente
unida al celibato que se exige a los curas. Pero prescindamos de vericuetos
dogmáticos para centrarnos en los cuerpos, el cristiano y el fáustico. El
asunto es que la parte más difícil con el cuerpo dentro del cristianismo le
corresponde a la mujer.
Por otra parte nos fijamos en los primeros filósofos. Los
presocráticos viajaron y llegaron hasta la India donde conocieron a los gimnosofistas, unos
sabios desnudos subidos a una columna que demostraban así que el cuerpo no es
nada y sólo el alma cuenta. El dualismo entraba así en la filosofía occidental,
el dualismo detesta lo material, lo maravilloso del ser humano es su alma
inmortal porque nos conecta con Dios ya que es similar a él.
El cuerpo cristiano está además marcado por el pecado
original. Adán y Eva no tenían que probar del árbol del paraíso, el árbol del
conocimiento del bien y del mal. La prohibición suena a un “No quieras saber”.
Eva probó y le dio la fruta a Adán, no se contentaron con obedecer, de ahí el
pecado que no les afectó sólo a ellos dos, sino que según la doctrina elaborada
por san Agustín se transmite por generación a todos sus descendientes. El
esperma tendría la culpa de la propagación del pecado original, y desde
entonces se generalizó la idea de que el cuerpo es pecaminoso, la sexualidad
existe sólo para reproducirse.
En nuestra sociedad postcristiana aborto, contracepción,
procreación asistida no gustan al cristianismo. El cuerpo cristiano, un cuerpo
negado dice Onfray, es lo contrario del cuerpo fáustico. Como también se opone
al cuerpo musulmán, un cuerpo todavía más peligroso, los musulmanes prohíben
que los médicos hombres toquen el cuerpo de una mujer. No se admite otra
relación con el cuerpo femenino que no sea pecaminosa.
El dualismo transportado por el cristianismo llega hasta
Freud. Los defensores de Freud han sustituido el alma inmortal por el
inconsciente que determina el metabolismo corporal. Así por ejemplo ante unas
anginas la explicación sería la dificultad para expresarse, el infarto se
explica por querer a varias mujeres a la vez sin decidirse y así sucesivamente.
Pero hay un sistema neurovegetativo del que nadie habla,
tenemos todos los especialistas, cardiólogo, digestivo, oftalmólogo…sin embargo
el sistema que permite que el cuerpo sea efectivamente el cuerpo no tiene
especialista.
En Francia los filósofos discuten de grandes ideas: la
libertad, la república, la fraternidad…es una filosofía idealista que genera
pensadores como Foucault, muy respetable, pero que escribió sobre la locura sin
tratar con locos reales. Solamente mirando archivos. Hay más cosas que lo
escrito.
En sus tiempos jóvenes conoció a un médico formado en el
siglo XIX, “en aquella época nos enseñaban a probar la orina”…Y en francés al
enterrador se le llama “muerde muertos” porque en efecto los mordían para
comprobar que estaban muertos y bien muertos. Hoy en día estas prácticas serían
objeto de detención y encierro psiquiátrico para observación y curación. Los
médicos actuales no miran a los pacientes, miran los resultados de los
análisis. Las cifras, por encima de tal cifra es preocupante, por debajo de tal
otra también. Pero el ser humano no se reduce a cifras, es precisamente lo
contrario de las cifras, un cuerpo material. El cuerpo fáustico, un cuerpo
rematerializado en el que no hay más que carne. El materialismo de Onfray no es
un burdo materialismo y se explica.
En el Siglo XVIII dos tendencias se organizan en la
filosofía según explicó el médico y filósofo Canguilhem, maestro de Foucault
por otra parte, la vitalista y la materialista.
Para los vitalistas el hombre es su cuerpo y algo más, ese
algo más se denominó vida. La vida no es reductible a la materia, es otra forma
de dualismo.
En el otro campo se sitúan los materialistas con el hombre
máquina de Lametrie.
Los católicos se apuntaron al vitalismo, los ateos al
materialismo. Dualismo contra monismo. La derecha vitalista frente a la
izquierda atea y materialista.
Vitalismo que no se olvide del materialismo y viceversa, de cuáles son los órganos del cuerpo.
Lo dijo Antifón de Atenas, la palabra mata, la palabra cura
La relación médico paciente es una relación humana, no una
relación con un archivo. Austin nos enseñó el carácter performativo del
lenguaje, cuando el juez o el cura dicen “sois marido y mujer” o “estáis
divorciados” la palabra produce ese efecto real.
Los médicos son los maestros de la profesión performativa,
haya palabras que sanan y palabras que matan. Con las palabras se pueden
producir efectos sobre el cuerpo. Así lo dijo el médico y filósofo Canguilhem(1904-1995), “la medicina es un arte en el cruce de varias ciencias”. Hoy
predomina la parte científica de la medicina y se olvida el arte. El arte desde
Aristóteles es un saber hacer algo, sean casas o muebles. Y en la etapa moderna
al arte se le añade la firma del artista. El artista dijo Rimbaud, es un
visionario. Un novelista, un poeta, un pintor se adelantan a su tiempo, son
hipersensibles que ven lo que los demás no ven.
Un cirujano amigo le cuenta que en algunos momentos hace un
gesto con el bisturí sin querer y piensa que es un error, pero luego comprueba
que fue acertado, había presentido. En nuestra medicina hipermaterialista sólo
cuenta lo que se ve en los resultados de los análisis, en las pantallas de los
distintos aparatos. Y los médicos miran poco a la cara del paciente.
Quizás con el tiempo se descubra que las palabras son
moléculas que actúan sobre las moléculas del cuerpo fáustico no del cuerpo
cáscara que se desprecia, el cuerpo que es la persona, con ese sistema
neurovegetativo tan importante y que sin embargo carece de especialista médico.
Los análisis son como los sondeos preelectorales, datos que orientan pero no lo
dicen todo, sólo indican. El médico tiene que aprender a escuchar y a sentir.
Por ejemplo sería óptimo el ejercicio de escuchar varias interpretaciones de la
misma obra musical y entrenarse en señalar las diferencias, actúa la
inteligencia más que la memoria, el arte.
Los médicos recitan medicamentos, los pacientes demandan
medicamentos, ir al médico y salir sin receta está mal visto, el acto médico no ha tenido lugar. Pero el cuerpo se recupera a menudo sin el medicamento y da que
pensar las contraindicaciones de todo lo que nos tomamos con receta médica,
ocupan mucho más espacio en el prospecto que los buenos efectos de la droga.
Los médicos han de combinar el arte y la ciencia. Darse
cuenta como saben ya aunque no tienen tiempo de pensarlo, que muchas patologías
del cuerpo son patologías del alma y se curan por la palabra. Es posible
transmitir la ciencia y memorizar volúmenes de enfermedades, anatomía,
parasitología, farmacología…es más difícil transmitir la experiencia que da el
ejercicio.
Y hoy encaramos lo que Onfray denomina el integrismo de la
ciencia el transhumanismo. Tras la decodificación del ADN se dibujan auténticas
posibles locuras en el horizonte que nuestra moral judeocristiana no nos
permite. Pero ¿Qué ocurre cuando la moral está en crisis? Que lo que aquí no
queremos hacer se hará en algún otro
lugar si compensa económicamente La medicina se ha vuelto planetaria.
Vamos por desgracia hacia una medicina liberal en el sentido
de Adam Smith: el mercado hace la ley. En el futuro la pregunta será si una práctica es
rentable, no si es moral. Ya existen lugares como China donde hay disposición a sacrificar presos políticos para vender sus órganos, existe el tráfico de
órganos. El cuerpo post humano será un cuerpo mezcla de lo natural y de lo
artificial, ¿hasta que punto sigo siendo yo si cambio partes de mi cuerpo? El
cerebro es el órgano que nos define, nuestros recuerdos.
El destino de la medicina se presagia que irá por esos
derroteros contra natura. Por ejemplo se prevee la ectogénesis, la creación de
niños fuera del útero, hechos a medida. El cuerpo considerado como algo
mecánico no como algo personal puede dar lugar a cambios increíbles que hacen
peligrar nuestra misma noción de identidad personal. Incluso se podrán producir
los recuerdos de lo no vivido.
Y todo ello plantea cuestiones a los practicantes de la
medicina. El mensaje de Onfray es que se paren a pensar en la epistemología de
su ciencia, ellos que están en contacto con lo real, con la práctica, son los
más indicados. Sin olvidar que además de ciencia la medicina es arte.
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