viernes, 19 de agosto de 2016

PENSAMIENTO AFECTIVO, AFECTIVIDAD PENSANTE



Un amigo filósofo me regaló hace tiempo el libro de Michel Henry “Filosofía y fenomenología del cuerpo” que sólo ahora he leído con detenimiento. Michel Henry es un fenomenólogo francés no tan conocido como Merleau Ponty, tuve la suerte de conocer a un discípulo suyo que nos explicaba con entusiasmo su Fenomenología.


Esta obra gira en torno a la filosofía de Maine de Biran (1766-1824) que elaboró una seria crítica al dualismo cartesiano, Henry retoma la crítica y la amplía. El capítulo más potente para mi gusto es el que lleva precisamente ese título “Dualismo cartesiano”. Empieza Henry por exponer que en el cartesianismo no hay diferencia entre cuerpo humano y cuerpo animal, ni entre cuerpo humano y cuerpo físico, todo es extensión. De ahí viene el famoso problema de la “conexión” entre ese cuerpo pura extensión, explicable por puras leyes mecánicas y el alma, llamada res cogitans por Descartes como bien sabemos. Para solucionarlo el iniciador del racionalismo inventó “una tercera naturaleza simple”, la “unión del alma y del cuerpo”.
Michel Henry (1922-2002)

¿Es esa nueva naturaleza simple tan clara y distinta como quiere Descartes o más bien algo oscuro y difícil?

La reducción fenomenológica de M. Henry saca a la luz la evidencia del hecho y elimina el elemento hipotético y absurdo de la teoría. Los hechos que Descartes refiere a la tercera naturaleza simple, es decir a la unión del alma y del cuerpo, son vivencias sui generis. Estamos hablando de la afectividad, por ejemplo cuando la visión de algún espectáculo terrible, físico, me hace llorar, me emociona. Son las llamadas pasiones del alma que conforman la afectividad, y que proceden de la acción del cuerpo sobre el alma. La afectividad no es el pensamiento puro, es una lección muy clara del racionalismo.

¿Cómo superar esa brecha?

Michel Henry nos dice que en la propia vivencia, por ejemplo de la emoción que lleva a las lágrimas, está ya la unión sustancial de lo que él llama el cuerpo subjetivo, que no es el cuerpo físico, sino el cuerpo que es uno con la subjetividad absoluta. La subjetividad, todo aquello que no por intransferible a otros, intocable, interno, invisible, inaccesible al método científico no es menos real. En realidad en la fenomenología esta inmanencia es lo más real y es la fuente de lo que llamamos la realidad.

Pero volvamos a Descartes que ha afirmado esa tercera naturaleza simple que es la unión del alma y del cuerpo “acorralado” por la idea que él mismo se ha hecho del pensamiento puro. En el pensamiento “químicamente” puro, el pensamiento como lo concibe y nos enseña y quiere convencer de ello, no hay lugar para sentimientos y pasiones. Decreta que la afectividad es inferior al pensamiento, la afectividad proviene del cuerpo.


El cuerpo que ya hemos dicho es pura extensión, no se confunde con las vivencias corporales.

Pero la enseñanza principal de la fenomenología es que el ser de la vivencia es uno con su apariencia subjetiva y “trascendental”, en mi vivencia no aparecen ni el cuerpo extenso de las matemáticas ni la acción del alma sobre el cuerpo. Descartes ha creado esa “idea” o naturaleza simple de la unión alma y cuerpo porque es incapaz de aceptar que la afectividad pertenece a la esencia del pensamiento puro. No se trata de comprender, no hay nada que comprender, sólo hay que constatar que si hay vivencias afectivas es porque el pensamiento puede ser en su esencia afectividad.

El pensamiento es afectivo y el prejuicio racionalista es que no puede serlo. El fin inconfesado de la teoría cartesiana de la unión sustancial es negar el hecho que por otro lado invoca como su fundamento.

Descartes establece una jerarquía entre las vivencias, resolver problemas matemáticos es más que sentir odio. Las matemáticas son superiores a las pasiones, todo lo afectivo queda por debajo del pensamiento puro. Pero la resolución de una ecuación puede ser muy emocionante aunque normalmente nos parezca que nada hay más frío, pero es una vivencia también.

Además ¿por qué sitúa el filósofo francés unas vivencias por encima de otras? Porque en la vivencia de la resolución de las ecuaciones ha encontrado la certeza que se alza sobre todas las dudas. ¿Y qué es la certeza sino otra vivencia?
El ha sido responsable de que los triángulos sean tan importantes en filosofía en relación con la poca importancia que les damos en la vida corriente, y esa importancia del triángulo es debida  a la seguridad y descanso que desprenden para la atormentada racionalidad racionalista.

La novedad aquí es que Henry nos enseña que todas nuestras experiencias, incluidas las aparentemente aburridas matemáticas conllevan una tonalidad afectiva. Pocas ecuaciones hacen llorar a unos pocos escogidos, para quien las entiende las matemáticas pueden llegar a ser toda una aventura del espíritu.

Precisamente por razones afectivas se escogen las matemáticas como conocimiento supremo. No es la vida afectiva la definitivamente despreciada por la filosofía racionalista, sólo algunos de sus modos más corrientes. Descartes mismo con otros muchos filósofos anteriores y posteriores reconoce la existencia de placeres intelectuales.

Algunos estados afectivos son desvalorizados porque la vida afectiva expresa con frecuencia nuestra finitud y miseria, lo que no dominamos con la razón, nuestra alienación existencial que el racionalista quiere fundar más allá, en una alienación ontológica. A mi modo de ver ese es el valor de la fenomenología en cuanto correctora del racionalismo. La diferencia entre la alienación existencial, estar triste o deprimido, y la alienación ontológica, es que la existencial es un hecho y la otra una teoría.
 
A pesar de ello don René nos enseña que la causa y motivo de nuestras pasiones, el amor apasionado por nuestro amor, son los movimientos de los espíritus animales. No somos responsables de las pasiones como tampoco lo somos de que la sangre circule por nuestras venas. En definitiva el planteamiento cartesiano es la ruina de la moral que queda reducida a mecánica. El progreso de la conciencia  no resulta de las contradicciones que desgarran nuestras vidas ni de la reflexión sobre ellas, sino que es fruto de una intervención externa ejecutada sobre un dispositivo mecánico.

Reducir el yo, sus vivencias, a la condición de efecto de un tercero no resuelve, omite el problema. La alienación ontológica no es la explicación de la alienación existencial, tan sólo es su proyección.

En el cartesianismo el cuerpo orgánico, término de la experiencia interna trascendental del movimiento subjetivo, interiormente sentido y no representado, se convierte en el cuerpo extensión. Y el “cuerpo extensión” es sólo el objeto de un acto del entendimiento puro, es una representación.

La subjetividad absoluta, al que es inmanente el ser originario del movimiento se ha convertido en sustancia pensamiento, ha perdido su carácter ontológicamente auténtico para venir a ocupar un puesto junto a la sustancia extensa. Así que la relación entre el cuerpo y el alma, entre sustancia extensa y sustancia pensante no puede ser sino causal, análoga a la podemos encontrar en el mundo físico entre dos cosas.

Descartes confundió e cuerpo orgánico con el cuerpo representado y el movimiento que viene de dentro con el movimiento representado.

En lugar de solucionar creó un problema donde no lo había. ¿Cómo se relacionan dos sustancias “que no necesitan de nada para existir”? es un falso problema si partimos del dato fenomenológico que es la experiencia interna trascendental del movimiento. No estoy pensando voy a mover la mano, la muevo “sin pensar pero queriendo” y “sé moverla” sin tener idea ni de biomecánica ni de neurociencia. Esa es la que Michel Henry llama “experiencia interna trascendental del movimiento”. Desde el punto de vista de la inmanencia absoluta todo se aclara, no hay un “hombrecillo” o “mujercilla” moviendo palancas dentro de nuestros cuerpos, hay un “saber trascendental inmanente a la subjetividad”.

El dualismo cartesiano es una degradación del dualismo ontológico, puesto que evidentemente yo me distingo del mundo, dicho en términos fenomenológicos, la experiencia del movimiento subjetiva se diferencia del continuo resistente. Soy dueña de mis movimientos de todo mi cuerpo, de momento y por muchos años, y el mundo es lo que opone resistencia al movimiento que nace en mí. Hay una distinción por decirlo con otras palabras entre lo que se revela en la esfera de la inmanencia absoluta  y lo que se manifiesta en la verdad de la trascendencia. El filósofo racionalista desplaza los dos términos de la relación trascendental a la región del ser trascendente.

La psicología clásica que es hija del racionalismo desemboca en la construcción empírica del sujeto, procede de fuera hacia dentro. Pero la psicologia fenomenológica le da la vuelta “a la tortilla”, la psicología va de dentro hacia fuera.

Dado que el problema planteado por Descartes, la unión del cuerpo y el alma es insoluble, tras él se multiplicarían las soluciones, o mejor las no soluciones a un falso problema. Así surgirían las más famosas. el ocasionalismo, el paralelismo, la armonía preestablecida

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