Un amigo filósofo me regaló hace tiempo el libro de Michel
Henry “Filosofía y fenomenología del cuerpo” que sólo ahora he leído con
detenimiento. Michel Henry es un fenomenólogo francés no tan conocido como
Merleau Ponty, tuve la suerte de conocer a un discípulo suyo que nos explicaba
con entusiasmo su Fenomenología.
Esta obra gira en torno a la filosofía de Maine de Biran
(1766-1824) que elaboró una seria crítica al dualismo cartesiano, Henry retoma
la crítica y la amplía. El capítulo más potente para mi gusto es el que lleva
precisamente ese título “Dualismo cartesiano”. Empieza Henry por exponer que en
el cartesianismo no hay diferencia entre cuerpo humano y cuerpo animal, ni
entre cuerpo humano y cuerpo físico, todo es extensión. De ahí viene el famoso
problema de la “conexión” entre ese cuerpo pura extensión, explicable por puras
leyes mecánicas y el alma, llamada res
cogitans por Descartes como bien sabemos. Para solucionarlo el iniciador
del racionalismo inventó “una tercera naturaleza simple”, la “unión del alma y
del cuerpo”.
Michel Henry (1922-2002) |
¿Es esa nueva naturaleza simple tan clara y distinta como
quiere Descartes o más bien algo oscuro y difícil?
La reducción fenomenológica de M. Henry saca a la luz la
evidencia del hecho y elimina el elemento hipotético y absurdo de la teoría. Los
hechos que Descartes refiere a la tercera naturaleza simple, es decir a la unión
del alma y del cuerpo, son vivencias sui
generis. Estamos hablando de la afectividad, por ejemplo cuando la visión
de algún espectáculo terrible, físico, me hace llorar, me emociona. Son las
llamadas pasiones del alma que conforman la afectividad, y que proceden de la
acción del cuerpo sobre el alma. La afectividad no es el pensamiento puro, es
una lección muy clara del racionalismo.
¿Cómo superar esa brecha?
Michel Henry nos dice que en la propia vivencia, por ejemplo
de la emoción que lleva a las lágrimas, está ya la unión sustancial de lo que él
llama el cuerpo subjetivo, que no es el cuerpo físico, sino el cuerpo que es
uno con la subjetividad absoluta. La subjetividad, todo aquello que no por
intransferible a otros, intocable, interno, invisible, inaccesible al método
científico no es menos real. En realidad en la fenomenología esta inmanencia es
lo más real y es la fuente de lo que llamamos la realidad.
Pero volvamos a Descartes que ha afirmado esa tercera
naturaleza simple que es la unión del alma y del cuerpo “acorralado” por la
idea que él mismo se ha hecho del pensamiento puro. En el pensamiento “químicamente”
puro, el pensamiento como lo concibe y nos enseña y quiere convencer de ello,
no hay lugar para sentimientos y pasiones. Decreta que la afectividad es
inferior al pensamiento, la afectividad proviene del cuerpo.
El cuerpo que ya hemos dicho es pura extensión, no se
confunde con las vivencias corporales.
Pero la enseñanza principal de la fenomenología es que el
ser de la vivencia es uno con su apariencia subjetiva y “trascendental”, en mi
vivencia no aparecen ni el cuerpo extenso de las matemáticas ni la acción del
alma sobre el cuerpo. Descartes ha creado esa “idea” o naturaleza simple de la
unión alma y cuerpo porque es incapaz de aceptar que la afectividad pertenece a la esencia del pensamiento puro. No se
trata de comprender, no hay nada que comprender, sólo hay que constatar que si
hay vivencias afectivas es porque el pensamiento puede ser en su esencia
afectividad.
El pensamiento es afectivo y el prejuicio racionalista es
que no puede serlo. El fin inconfesado de la teoría cartesiana de la unión
sustancial es negar el hecho que por otro lado invoca como su fundamento.
Descartes establece una jerarquía entre las vivencias,
resolver problemas matemáticos es más
que sentir odio. Las matemáticas son superiores a las pasiones, todo lo
afectivo queda por debajo del pensamiento puro. Pero la resolución de una
ecuación puede ser muy emocionante aunque normalmente nos parezca que nada hay
más frío, pero es una vivencia también.
Además ¿por qué sitúa el filósofo francés unas vivencias por
encima de otras? Porque en la vivencia de la resolución de las ecuaciones ha
encontrado la certeza que se alza sobre todas las dudas. ¿Y qué es la certeza
sino otra vivencia?
El ha sido responsable de que los triángulos sean tan
importantes en filosofía en relación con la poca importancia que les damos en
la vida corriente, y esa importancia del triángulo es debida a la seguridad y descanso que desprenden para
la atormentada racionalidad racionalista.
La novedad aquí es que Henry nos enseña que todas nuestras
experiencias, incluidas las aparentemente aburridas matemáticas conllevan una tonalidad afectiva. Pocas
ecuaciones hacen llorar a unos pocos escogidos, para quien las entiende las
matemáticas pueden llegar a ser toda una aventura del espíritu.
Precisamente por razones afectivas se escogen las matemáticas
como conocimiento supremo. No es la vida afectiva la definitivamente
despreciada por la filosofía racionalista, sólo algunos de sus modos más
corrientes. Descartes mismo con otros muchos filósofos anteriores y posteriores
reconoce la existencia de placeres intelectuales.
Algunos estados afectivos son desvalorizados porque la vida
afectiva expresa con frecuencia nuestra finitud y miseria, lo que no dominamos
con la razón, nuestra alienación
existencial que el racionalista quiere fundar más allá, en una alienación ontológica. A mi modo de ver ese es el
valor de la fenomenología en cuanto correctora del racionalismo. La diferencia
entre la alienación existencial, estar triste o deprimido, y la alienación
ontológica, es que la existencial es un hecho y la otra una teoría.
A pesar de ello don René nos enseña que la causa y motivo de
nuestras pasiones, el amor apasionado por nuestro amor, son los movimientos de
los espíritus animales. No somos responsables de las pasiones como tampoco lo
somos de que la sangre circule por nuestras venas. En definitiva el
planteamiento cartesiano es la ruina de la moral que queda reducida a mecánica.
El progreso de la conciencia no resulta
de las contradicciones que desgarran nuestras vidas ni de la reflexión sobre
ellas, sino que es fruto de una intervención externa ejecutada sobre un
dispositivo mecánico.
Reducir el yo, sus
vivencias, a la condición de efecto de un tercero no resuelve, omite el
problema. La alienación ontológica no es la explicación de la alienación
existencial, tan sólo es su proyección.
En el cartesianismo el cuerpo orgánico, término de la
experiencia interna trascendental del movimiento subjetivo, interiormente
sentido y no representado, se convierte en el cuerpo extensión. Y el “cuerpo
extensión” es sólo el objeto de un acto del entendimiento puro, es una
representación.
La subjetividad absoluta, al que es inmanente el ser
originario del movimiento se ha convertido en sustancia pensamiento, ha perdido
su carácter ontológicamente auténtico para venir a ocupar un puesto junto a la
sustancia extensa. Así que la relación entre el cuerpo y el alma, entre
sustancia extensa y sustancia pensante no puede ser sino causal, análoga a la
podemos encontrar en el mundo físico entre dos cosas.
Descartes confundió e cuerpo orgánico con el cuerpo
representado y el movimiento que viene de dentro con el movimiento
representado.
En lugar de solucionar creó un problema donde no lo había. ¿Cómo
se relacionan dos sustancias “que no necesitan de nada para existir”? es un
falso problema si partimos del dato fenomenológico que es la experiencia
interna trascendental del movimiento. No estoy pensando voy a mover la mano, la
muevo “sin pensar pero queriendo” y “sé moverla” sin tener idea ni de biomecánica
ni de neurociencia. Esa es la que Michel Henry llama “experiencia interna
trascendental del movimiento”. Desde el punto de vista de la inmanencia
absoluta todo se aclara, no hay un “hombrecillo” o “mujercilla” moviendo
palancas dentro de nuestros cuerpos, hay un “saber trascendental inmanente a la
subjetividad”.
El dualismo cartesiano es una degradación del dualismo ontológico,
puesto que evidentemente yo me distingo del mundo, dicho en términos fenomenológicos,
la experiencia del movimiento subjetiva se diferencia del continuo resistente. Soy
dueña de mis movimientos de todo mi cuerpo, de momento y por muchos años, y el
mundo es lo que opone resistencia al movimiento que nace en mí. Hay una
distinción por decirlo con otras palabras entre lo que se revela en la esfera
de la inmanencia absoluta y lo que se
manifiesta en la verdad de la trascendencia. El filósofo racionalista desplaza
los dos términos de la relación trascendental a la región del ser trascendente.
La psicología clásica que es hija del racionalismo desemboca
en la construcción empírica del sujeto, procede de fuera hacia dentro. Pero la
psicologia fenomenológica le da la vuelta “a la tortilla”, la psicología va de
dentro hacia fuera.
Dado que el problema planteado por Descartes, la unión del
cuerpo y el alma es insoluble, tras él se multiplicarían las soluciones, o
mejor las no soluciones a un falso problema. Así surgirían las más famosas. el
ocasionalismo, el paralelismo, la armonía preestablecida
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