“Era la playa metafísica de las grandes soledades. Allí la arena se mezclaba al polvo siniestro del cemento y de todo lo torpe, hasta formar un plano de infinita desdicha. El mar era sólo una espesa materia corporal simulando el movimiento de las olas, y la luna una mancha de empobrecidos grises”
Rafael Pérez Estrada. Los oficios del sueño, Madrid, 1992.
Quizá no haya un miedo tan general, cerval y tan traicionero
para la especie humana como el miedo a la soledad. De cómo se trenza con el
miedo a la libertad tal vez dé cuenta el popular libro de Erich Fromm. No lo
recuerdo.
La celda de aislamiento es el peor castigo para el castigado,
la más temible prisión para el preso. La soledad conduce a la locura y Robinson Crusoe perdería por completo la razón si no fuera por la compañía de Viernes. Y esto, a pesar de la
necesidad que todos tenemos de soledad y recogimiento, la necesidad visceral y
mental de estar solos de vez en cuando, de reservar y conservar una intimidad. Tu
corazón –decía Balzac- es un tesoro, vacíalo de golpe y quedarás arruinado. Elegir
vivir solo un tiempo está bien. Muchos rituales de tránsito de diversas
culturas así lo imponen. Pero no poder sino estar solo continuamente es un
infierno.
Huimos de la soledad como de un incendio. Por no quedarse
sola, la adolescente se junta o admite la tiranía de quien no le conviene. Por
no sentirse solo, el adulto acaba adoptando las creencias y comportamientos más
absurdos. A veces el miedo a la soledad es peor que la soledad misma. Por eso
dice la gente que “es mejor estar solo que mal acompañado” o que “el buey solo
bien se lame”. Por temor a quedarse sola, la maltratada se somete a una
tortura diaria y consiente en humillar y encoger su dignidad ante el
maltratador.
En su Historia íntima
de la humanidad (Plataforma editorial, Barcelona 2014), Theodore Zeldin
distingue tres tipos de soledad:
a) física, no
tener una mano que asir, no poder sentir el calor de otro cuerpo junto al mío ni el consuelo de
un abrazo…
b) social, ser
ignorado, dado de lado, despreciado, humillado, ninguneado…
c) y espiritual,
no lograr ser entendido, caso de aquellos creadores que se anticipan a su época,
caso del sabio insobornable, del político visionario, del artista de
vanguardia, etc.
Ni el dinero ni el éxito en el trabajo nos redimen de la
soledad, ni siquiera la Fama (hermana prostituta de la Gloria). Y el poder más bien aisla; “el coronel no tiene
quien le escriba”. Podemos citar el caso arquetípico del Ciudadano Kane,
personaje de la excelente película de Orson Welles. Zeldin cita también el caso
de Simone de Beauvoir, cuya idea de que el trabajo protegería a la mujer mejor
que la familia resultó errónea. Ese “me basto a mí misma” mostró sus
limitaciones, no sólo porque también ella misma reconoció que “se estupidizó por
haberse enamorado”, sino porque manifestó sentirse sola cuando Sartre dejó de
ser el que había sido.
“Todos los movimientos a favor de la libertad se
detienen ante el muro de la soledad”, sentencia Zeldin. Por paradójico que
parezca, amar y, sobre todo, conservar y profundizar una relación amorosa, requiere limitar libremente la propia libertad. La hipérbole de Cernuda es
significativa:
“Libertad no conozco
sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo
oír sin escalofrío…”
Uno limita sus movimientos por mor de conservar la buena
compañía. Las reglas pragmáticas de cortesía tienen ese valor, pero si uno se
hace de miel, se le pegan todas las moscas y uno no debe mostrar "demasiada
habilidad en casa de comunidad".
Se dice también que nacemos y morimos solos, pero la
soledad, o el miedo a la soledad, ¿son incurables? Zeldin describe cuatro
estrategias o métodos para bregar con ella.
El primero es paradójico, porque consiste en inocular
aquello mismo que se pretende combatir, como en las vacunas. Ante la
incomprensión, la crueldad, la dureza del mundo, el eremita, el cartujo, el
cenobita elige el retiro, el desierto, la cueva, la compañía de las fieras, de
los pájaros, el rumor de las olas o el latido del viento, la conversación con
ese Otro tan controvertido al que llama "su dios". Se trata de buscar la paz
interior. Una soledad que religa con la vasta unidad de Dios o del Cosmos,
preferible ese diálogo interior que algunos llaman confesión a las calumnias hipócritas
del mundo social.
Una forma atenuada de retiro es la del recogimiento en el locus amoenus de la Aldea, frente al
ruido y la mascarada de la Corte, tal y como lo pinta, por ejemplo, Antonio de
Guevara en su Menosprecio de corte y
alabanza de aldea (Valladolid, 1539). O el cultivo del propio huerto, según
fórmula consagrada por Voltaire.
Buda fue el príncipe que se hizo ermitaño. San Antonio Abad,
un egipcio analfabeto, se retiró del mundo a los 35 años, para combatir en el
desierto a todos sus demonios: preocupaciones, dudas, temores, angustias,
culpas, tentaciones… La soledad –y es el caso de algunas formas atenuadas de
autismo o del síndrome de Asperger-, puede ser elegida para evitar sentirse
profundamente desolado y ninguneado y solo entre la gente.
Las tentaciones de San Antonio, de Dalí. |
Aún buscada deliberadamente, la soledad puede volvernos
misántropos o, como se dice ahora, sociópatas. Se dice que Pacomio (290-346), soldado
romano convertido al cristianismo en Alejandría, padre del monacato cenobítico,
antecedente del ‘Ora et labora’ de San Benito, tras siete años de soledad y
ayuno en las ruinas de un templo pagano (el de Serapis), reaccionaba airado
ante cualquier leve discrepancia. La falta de eco para sus teorías volvió
misántropo al por otra parte misógino y genial Schopenhauer.
Y es que el retiro social debe ser dosificado, igual que
está bien entreverar la vida social con esporádicas escapadas al campo sin
necesidad de quedarse a vivir como una bruja en mitad del bosque. Ya decía
Aristóteles con magistral ironía que quien dice no necesitar a los demás o es
más que un hombre (un dios) o menos que un hombre (una bestia), pero no es un
hombre.
Muchos ancianos prefieren vivir solos, pero cerca de sus
parientes por si los necesitan, por si decaen en “dependientes”, destino final
de un porcentaje cada vez más alto de nuestras poblaciones envejecidas. Sentir
cerca al hijo, y más aún a la hija, les da seguridad a los mayores, aunque no
los necesiten. En muchas culturas, las personas ancianas se imponen a sí mismas
la soledad y sus rigores como un método para preparar el tránsito, como el
elefante que se retira de la manada y busca el cementerio de elefantes.
Para escapar de la soledad, del desprecio social y de los
inevitables malentendidos y frustraciones de la interacción, los
hay que eligen la introspección, el cultivo de la propia diferencia, el “friquismo”,
la insistencia en la personal originalidad y peculiaridad de uno mismo. He leído que en
Japón, medio millón de jóvenes sufren hoy el síndrome de la puerta cerrada,
abandonan la vida social y viven aislados. Son los nuevos cartujos seculares, o virtuales.
Si bien en las sociedades antiguas la idea de ser o
simplemente de mostrarse diferente a los demás podía resultar aterradora, a
partir del Renacimiento cobró atractivo el impulso valeroso –a veces temerario-
por expresar ideas propias, lo cual es tan arriesgado que exige el elogio
constante de al menos un grupo de seguidores o
una minoría acreditada, sobre todo en un momento en que la imitación de
modelos clásicos se aceptaba como la más segura ruta hacia la excelencia.
Zeldin cita a colación el caso extremo de Girolamo Cardano
que examinó y registró todas sus peculiaridades íntimas con minuciosidad, desde
las hemorroides que sufría hasta la cantidad exacta de orina que miccionaba al día, o sus problemas genitales. Para que no se piense en un individualismo
narcisista (peste de nuestra época), diremos que Cardano tuvo también el
cuidado de mencionar las “cosas en que he fracasado”. No se hizo famoso por las
ecuaciones de tercer grado que nos enseñó a resolver, ni por sus funciones de
adivino, sino por los voluminosos libros titulados La variedad de las cosas y la sutileza de las cosas, donde concluía:
Estamos de acuerdo.
“Ser lo que uno puede, cuando no puede ser lo que se querría, contribuye a la felicidad”.
Estamos de acuerdo.
Los románticos acentuaron esta ruta hacia el reconocimiento
y acentuación de la irreductible diversidad humana. Más allá de la simpatía, A.
W. von Schlegel exige amar a las personas precisamente
por ser diferentes a uno mismo. Sin embargo, igual que las extremas diferencias
pueden ser origen de interminables conflictos, siendo buena base para la
amistad una cierta afinidad de caracteres e intereses, el examen continuo de
las originalísimas diferencias del yo interior (muchas veces más supuestas que
reales) puede desembocar en la soledad del extravagante, del "rarito", o en el fangoso charco del principal
diablo de la soledad involuntaria: el
aburrimiento. Séneca decía que el ocio sin las letras (la literatura, la
filosofía y el arte) es la ruina del alma. Tenía razón, porque el aburrimiento
suele ser el padre de todos los vicios.
Mirarse demasiado al espejo (y el monitor tiene mucho de espejo narcisista) puede arrastrarnos a la cárcel
virtual que uno mismo se ha construido al otro lado del espejo, en la que sólo
convive ya con recuerdos propios, ilusiones perdidas y sombras de amigos que nos
olvidaron. Solo se ve –dice el pueblo- quien solo quiere verse. El narcisista,
que tanto necesita de la atención, del halago y del aplauso ajenos, acaba viviendo
solo, como casi la mitad de las personas en nuestras grandes ciudades.
Un tercer método del solitario, particularmente cultivado
por la aristocracia inglesa, es la excentricidad. Una inyección de absurdo y de
humor en el particular aislamiento del club selecto y la intimidad clasista. Se
cuenta del quinto duque de Portland, maníaco de la intimidad, que no dejaba ni siquiera
al médico entrar en su alcoba y le dictaba a voces los síntomas de su
enfermedad para que diagnosticara desde el umbral. Esto no impidió al duque
construir una sala de baile para dos mil personas, un ascensor para veinte y
una biblioteca con doce mesas de billar en las que nadie jugó jamás. Su idea de
libertad era disfrazarse para no ser reconocido. De esta forma la libertad conduce
irremediablemente al aislamiento.
Hay quien cuenta a ciertas mujeres como las más audaces de
la historia al hacer de sus incomodísimos atuendos una actividad teatral. Puede
que quien "marca tendencia" arrastre a otros, pero esos mismos que le seguirán mañana
nunca los va a tener presentes hoy.
Para finalizar, celebraremos a los solitarios inspirados a
los que debemos gran parte de los progresos de la historia, esos que aislados y
concentrados en los trabajos de sus gabinetes o en los ensayos de sus
laboratorios hacen de su vocación una labor fértil para los demás.
Los progresos de la inmunología y el estudio de las alergias
han probado que todos necesitamos pequeñas dosis de cuerpos extraños para
sobrevivir al lado de los demás. Pues vivir es convivir y es imposible
segregarse o destruir para siempre a los extraños o a los enemigos. La
curiosidad por los demás no es un lujo, sino una necesidad de nuestra existencia.
En los seres extraordinarios, la curiosidad suele ser más potente que el miedo.
No hay receta segura contra la soledad ni contra el miedo a
la soledad. Reducir el grado de este es no obstante indispensable para poder
relacionarnos con los prójimos en base al respeto y la confianza mutua.
El diálogo con el otro es imprescindible para corregir y
mejorar la propia perspectiva, para aclarar los pensamientos, seleccionar las
metas y saber a dónde ir. Igual que es muy útil el conocimiento de la historia y de las humanidades, pues la
experiencia anterior de la humanidad nos revela donde estamos y nos evita dolorosas
desilusiones y frustraciones.
A veces pensamos o decimos "estoy sola" y en realidad quiero pensar o decir "estoy vacía"
ResponderEliminares muy raro y muy relativo este asunto de "estar sola en la vida".
Se puede estar muy solo en medio de una multitud e incluso dentro de una familia. Tengo el caso de una alumna apuñalada por su hermano por no ponerse el velo, está en el hospital, varios días en la UCI. Maldito velo que lleva a esto, esa chica está sola en medio de su familia.
Me lo conozco y es lo más duro en la vida, el abismo se abre ante tí cuando las personas a las que más quieres en esta tierra no están contigo. Eso es soledad.
Por eso no consigo sacarme a esta alumna de la cabeza en estos días.
Te entiendo, Ana. Las estrategias de que habla Zeldin aplican ese principio de más vale solo que despreciado.
ResponderEliminarCreo que cuando uno se ama a uno mismo empieza a dejar tener miedo a la soledad y a la vez cuando esta se supera puedes compartir tu amor con otra persona dejo una frase hermosa de Belifers: "Sin Miedo a la Soledad es Igual a Sin Miedo al Amor" y es que es asi entre mas miedo tengas mas dificil sera conseguir la paz y amor propio para despues conseguir la compañia correcta.
ResponderEliminarSi quieren conocer mas les dejo este blog con post muy postivos para superar la soledad https://belifers.com recomiendo una lectura al dia para aumentar autoestima