domingo, 28 de diciembre de 2014

EL ARTE DE LA SIMPLICIDAD



 Navidad, época de compras y consumo exacerbado. Dominique Loreau nos anima a fijarnos en algunos elementos de la cultura japonesa. Simplificar la vida deshaciéndonos de lo que estorba, no sólo cosas, también relaciones que no aportan. Aprendizaje de los detalles y minucias más increíbles en mobiliario, disposición de las comidas en los platos....o la ceremonia en las relaciones humanas. Reconoce que son los propios modernos japoneses los que hoy se alejan de su sabiduría milenaria.

Dominique Loreau

  El arte de la simplicidad

Ganaríamos mucho viviendo más despegados de las cosas…pero vaciar la casa, los armarios, la agenda e incluso nuestra lista de direcciones no basta. Hay que vaciar el espíritu. Dominique Loreau, francesa conquistada por Japón, cuenta como la estética zen cambió su vida. 

Mensajes para navidad : ¡vacía tu casa ! ! vacía los armarios! ¡dí adiós a las compras compulsivas! ¡come con más frugalidad! ¡Deshazte de las toneladas de cosas superfluas que te impiden vivir! Las frases de Dominique Loreau suenan casi como órdenes. No porque tenga un temperamento autoritario, sino porque reconoce que es tan feliz desde el día en que se atrevió a vaciar su vida de cosas que dan ganas de imitarla.  Hacer el vacío concierne a todos los aspectos de la existencia: el guardarropa, la biblioteca, la despensa y la libreta de direcciones. Para esta viajera empedernida, subyugada por Japón zen donde vive desde hace 25 años, hemos llenado nuestras vidas de cachivaches: demasiadas cosas, demasiada comida, demasiadas actividades, demasiadas relaciones, demasiada charlatanería, demasiados pensamientos… Miremos donde miremos tenemos el espacio-tiempo lleno como un bazar en el que es imposible evolucionar. Pero ocurre que las cosas que nos estorban casi nunca son indispensables. Toda la fuerza del espíritu zen está en mostrar que la estética nace de la sola utilidad vital. En un libro de "L'art de la simplicité" (Robert Laffont), Dominique Loreau nos arrastra con su desapego de las cosas, un desapego extrañamente sensual, que pasa de una casa casi vacía  a un cuerpo casi austero, y de ahí a un espíritu completamente vivo. Leyendo su libro te invade un formidable deseo de simplificación. 

Nouvelles Clés : Cuando se lee su libro entran ganas de imitarla y de vaciar el armario, los salones, las agendas y hasta la cabeza, ¿cómo le llegó esta atracción por la desposesión?, ¿fue un momento concreto o nació así ? 

Dominique Loreau :  Siempre me gustó el orden, los viajes y las cosas bonitas. La combinación de los tres te obligan a simplificarte la vida. Cuando llegué a Japón, hace 25 años quería ser anticuario porque me gustaban mucho los muebles de allí. Pero me di cuenta de que eso me estorbaba más que nada y empecé a deshacerme de cosas. De todas formas, nunca he soportado tener cosas inútiles en mi casa y a mi alrededor…Pienso que está en mi forma de ser… Para sentirme en casa no necesito ningún objeto, sino calma, silencio, calor en invierno y frescor en verano, y la posibilidad de un buen baño.

N. C. : ¿Ese arte de vivir procede de su educación ?

D. L. : No precisamente. Tengo 50 años y fui niña en una época en la que teníamos menos cosas que hoy. No había tantas cosas en casa y no era una preocupación. Nunca he necesitado tener muchas cosas. Con 20 años me gustaba tener en mi habitación sólo una cama, un cuadro colgado en la pared y un sillón. Pero no me fijaba especialmente en ello. Mi amor por la gran sencillez me llegó en Japón cuando vi los interiores zen y el contraste con los apartamentos contemporáneos japoneses, que se hunden con el peso de miles de chismes. Como seguí viajando me vi obligada a tirar muchas cosas. En resumen todo se ha juntado para que tenga pocas cosas.

N. C. : ¿Los japoneses de hoy están muy alejados de la estética zen ?

D. L. : Depende… A primera vista, sí. Me parece que no he visto pisos más llenos de cosas que los japoneses. Acumulan los chismes más inverosímiles por todas partes, encima de los armarios, con cajas amontonadas hasta el techo. Incluso las personas ricas. Cuanto más sitio tienen más cosas ponen. Es una locura. 

N. C. : La bulimia podría ser considerada como un reflejo de persona hambrienta, con el miedo de la escasez se comporta como las ardillas, se angustia y teme por el futuro. Pero los japoneses son ricos.  

D. L. : Fueron muy pobres hasta hace relativamente poco. Tras la segunda guerra mundial, perdieron todo y cambiaron de mentalidad. Se pusieron a trabajar, trabajar, trabajar para tener cosas materiales, no objetos de valor, sino cosas. En los países ricos, la sociedad de consumo tiene la aparente generosidad pero real perversidad de que permite a los muy pobres acumular objetos de muy baja calidad. Así es en Francia. Incluso los que menos dinero tienen lo gastan todo para acumular cosas superfluas. La mayoría de la gente no se da cuenta de lo que ganaría si tuviera menos cosas.

Dicho esto, incluso los japoneses más modestos me parecen mucho más capaces que los occidentales de apreciar la belleza de lo simple. Imitemos ese aspecto de su cultura. Su manera de apreciar el té, por ejemplo. El té se ha convertido en una droga para mí, el té chino Hou Long, del que hay miles de clases, algunos más caros que el mejor vino de Burdeos. Es un té poco fermentado. El té verde no está fermentado. El té inglés, el «té rojo» o negro está tan fermentado como un plátano podrido. El té Hou Long está fermentado en un 30% al aire libre. Depende también de la estación, hay té de verano, de otoño, de primavera… Descubrí el té tras una pena de amor, ¡fue el único remedio que me permitió superar el dolor!

Hoy la sensualidad del té puede bastar para tranquilizarme. Se integra muy bien en todo lo que Japón me ha enseñado en el orden de los placeres sensoriales. Doy más importancia al olor que al tacto. La vista también por supuesto.  Y el oído, estoy escribiendo un libro sobre la lluvia, el ruido de la lluvia en los árboles, en los tejados es mi música preferida.
 


N. C. : El agua nos lleva al baño que forma parte de su mínimo vital. No se trata de lavarse…
 

D. L. : No, por Dios, hay que lavarse antes. Una vez bien lavada me meto en el baño muy caliente, para meditar o soñar. La bañera puede ser de madera de cedro cuyo olor es realzado por el calor. .. Los franceses no conocen el placer del baño. Las fuentes termales japonesas, que surgen de las rocas ofrecen el summum de la felicidad, la suma de la felicidad. Imagínese en invierno, con el agua caliente hasta el cuello, alrededor el paisaje nevado, y una bandeja de madera en la que hay un vaso de sake… Si tiene demasiado calor, se da una vuelta por la nieve y vuelve al agua. Nada puede ser más satisfactorio, Incluido el olor de azufre es delicioso en esas condiciones.

Otro gran placer sensual que ofrece Japón es el contacto con la madera, sobre todo en los templos y albergues. El roce de los pies sobre el tatami de madera tranquiliza y eleva. Los japoneses han conservado el arte de escoger maderas que cantan cuando se anda sobre ellas, como si fueran grillos, ¡es tan sencillo!
 

N. C. : Su llamada a la simplicidad incluye vaciar armarios y casas, pero también la lista de direcciones y la agenda, incluso la cabeza. ¿Practica usted la meditación zen ?

D. L. : Sí desde hace mucho, incluso antes de llegar a Japón, cuando vivía en Estados Unidos. Hoy es lo que más cuenta en mi vida. Lo de vaciar el guardarropa y la casa lo hice hace 20 años. Lo tengo totalmente superado, mi libro es una síntesis de notas que tomé en aquella época. Hoy lo que más vacío es mi horario.

Intento tener el mayor tiempo posible disponible. Me quedó a menudo en mi casa en silencio. Y profundizo en lo que me interesa realmente en la vida. No soporto las relaciones mediocres, superficiales. Selecciono con cuidado la gente con la que me relaciono, los platos que como, los programas de televisión que veo. Me parece triste ver como nuestros contemporáneos se meten en falsos problemas. Se complican la vida, ¿Por qué pagar caro para hacer deporte en un gimnasio lejos de casa cuando uno puede ejercitarse en cualquier momento paseando o limpiando la casa?

N. C. : Vaciar la libreta de direcciones parece más difícil. ¿Tacha ud. los nombres de las personas menos «interesantes» ? El sabio indio Osho decía : «Feliz el que tiene muchos amigos». Seguramente hablaba de verdaderos amigos... 

D. L. : Ya se sabe que los verdaderos amigos son poco frecuentes. Además todos cambiamos a lo largo de la vida. Me parece que hay que abandonar algunas relaciones en determinados momentos. Conservar todo por la razón sacrosanta de que se conoce a alguien desde hace mucho no se mantiene. Si ya no hay puntos de contacto con alguien, mejor dejarlo. Olvidé personas a las que felicitaba la navidad desde hacía 20 ó 30 años y ya no teníamos nada en común. ¿Para qué ? un día decidí dejar esos contactos.

N. C. : Para dejar espacio libre a otras cosas...

D. L. : Sí. Primero para liberarme de falsas presiones mentales. ¿Por qué mantener falsas relaciones? ¿Por deber moral ? ¿Por miedo a estar solo? Tenemos ganas de encontrarnos, de llamar y estar con nuestros verdaderos amigos. Los necesitamos. Y se vive mucho más tranquilo cuando hay pocas personas en la vida de una, pero que cuentan de verdad. Se está mucho más disponible para esas personas… Así funciono. Sé que muchos encuentran chocante mi forma de pensar. (Ríe)

N. C. : Nos invita también a vaciar la cabeza, llenas de pensamientos inútiles…

D. L. : Cuando los sentidos están despiertos, no necesitamos pensar tanto. Se te olvida todo y se llega al punto cero del pensamiento, al «satori» al que los monjes zen intentan llegar dedicando muchas horas a la meditación. No critico. Lo que me gustaba en un retiro zen era ver empezar el día después de la meditación, participar en la limpieza, para lograr un templo inmaculado, tranquilo y puro. No entendía nada de las oraciones pero no importaba. El sonido del gong, la voz de las mujeres que cantaban, la sorda vibración de las voces de los hombres. Pasábamos a otro nivel y me daba cuenta de que la vida es eso. Cada cual podría conocer esa felicidad si se hiciera responsable de su entorno. Basta tener una escoba y un recogedor. Y un sentido moral. En una ciudad en la que todo el mundo tuviera un sentido moral, no habría necesidad de semáforos, las personas tendrían cuidado unas con otras. Sin llegar tan lejos, podríamos vivir de manera más sencilla y más estética, con mejor convivencia si cada cual se hiciera responsable de sí. Y la política y las religiones serían falsos problemas.

Los japoneses son más o menos así. Mucho más abiertos de lo que se piensa. También son abiertos a otras religiones : tengo amigas japonesas que son a la vez sintoístas (para los nacimientos y entierros), católicas (para su boda), protestantes (para la escucha de la predicación), budistas (para meditar)… no les molesta la mezcla. Lo que importa es la fe. En general tienen la humildad de reconocer que hay algo que está por encima de ellos.
 


Lo que de verdad practican, es la cultura de su cuerpo. Para ellos la comida por ejemplo, no se concibe más que a nivel espiritual. Cortar la verdura con concentración y respeto –hay muchos haikus sobre el hecho simple del rabanito, rojo y blanco, puesto en un plato de laca negra, cortado y preparado de mil formas. O tomar un simple bol de sopa entre las manos es un gesto sagrado. Levantar suavemente la tapa, aspirar el vapor, contemplar el paisaje de un champiñón, de una nuez, de un alga. O imaginar las redes de pescado presentadas sobre una base de hielo en el mostrador de madera preciosa extremadamente limpia de un restaurante modesto, con el cocinero con delantal blanco tras él, que espera tu opinión como un juicio divino…¡qué forma de compartir! Y esto lo viven así también los japoneses más modestos.
 


Preparo apuntes sobre todos estos temas para un libro. En  «L'Art de la simplicité», muchos lectores se han quedado en la primera parte, que se refiere sólo al desprendimiento material. Pero para mí eso es sólo la condición para proceder al desprendimiento mental. Ahora me estoy concentrando en ello. Cuanto más lo hago más ganas tengo de darle la vuelta a la frase de Descartes, en vez de «Pienso luego existo», sino «Soy luego pienso». Deberíamos dar más importancia a los sentidos que a los pensamientos. Se capta mucho más de esta manera. Hay muchas cosas sobre las que no se puede poner una palabra y no sirve de nada explicarlas.
No hace mucho tuve una pequeña iluminación. Hace 26 años que vivo en Japón... Los japoneses detestan todo lo que sea conversación filosófica, metafísica… Tampoco la religión les va como tema de conversación. Y sin embargo son muy espirituales. Para ellos lo importante es comer bien, comer cosas refinadas, ir a las fuentes termales…Y me parece que en realidad buscar descubrir quién soy, por qué vivimos, a dónde vamos, es vano. Gracias a su cultura zen, comprenden que lo esencial es vivir bien y aprovechar al máximo los sentidos. Nosotros los occidentales tendemos a sentirnos culpables si disfrutamos. Disfrutar no lo consideramos algo sagrado.

N. C. : Llevamos algunas décadas intentando cambiar eso pero las viejas culpabilidades no desaparecen tan fácil.

D. L. : Y continuamos queriendo explicar todo por lo mental y a sacudirnos la culpa justificando el disfrutar por salud. Hemos de deshacernos de toda esa capa mental que nuestra cultura nos ha inyectado por la religión y la filosofía…¡Intentemos vivir mejor sin tener que buscar el porqué de todo! Dejémonos llevar por la pereza. Se habla mucho de «soltar», pero no debe ser una reacción al estrés, más bien debería ser un modo de ser, naturalmente eufórico, pero sin ostentación, preciosamente contenido en nuestro interior.

1 comentario:

  1. Los placeres sencillos -decía Wilde- son el último refugio de los seres complicados. Y es que la verdadera sencillez, como la elegancia, es algo muy elaborado, requiere mucha cultura y autocontrol. Hedonismo refinado, tal el de Epicuro en Occidente. Pasa lo mismo con la falsa modestia que, como explicaba La Bruyère es el último refugio de la vanidad.

    Respecto a la escuela y el magisterio contemporáneo de la simplicidad, estoy en deuda con Jose Luis Suárez Rodríguez y su Elogio de la simplicidad, con prólogo de J. L. Aranguren (ed. Apis, Madrid, 1992).

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