Ya nos hemos acostumbrado,
por influencia del psicoanálisis y las neurociencias, a ver los sueños como
un reelaboración de los procesos mentales de nuestra vida diurna o como
resultado de la actividad eléctrica del
cerebro. Pero a lo largo de la historia, los seres humanos han dado al sueño un
valor más elevado, como vía de comunicación directa con el más allá, como medio de anticipar el futuro y hasta como una expresiva metáfora de nuestra andadura por la vida. José Biedma centró su estupenda entrada Luz
en las tinieblas. Historia y terapia onírica, en este mismo blog (http://esprituycuerpo.blogspot.com.es/2013/11/luz-en-las-tinieblas-historia-y-terapia.html),
en el sueño en la antigüedad. Aquí nos vamos a ocupar de otra etapa en la historia
cultural del sueño, la Edad Moderna, en ámbitos tales como el arte, la literatura y la filosofía, con especial referencia a su importante función cognoscitiva.
1. La vía artística
Con la plena confianza en
las capacidades del ser humano, tan característica del humanismo renacentista, los pintores del s.XV afrontaron con
entusiasmo el enorme reto artístico de
representar el sueño. Era la ocasión perfecta
para demostrar su destreza en captar la laxitud del cuerpo en el reposo
absoluto. La Venus dormida de
Giorgione (1507-1510) nos muestra desnuda a la bellísima diosa, sensual y armónicamente
integrada en un paisaje que replica sus suaves curvas. Se trata de una obra
revolucionaria, por su técnica y su temática, que inauguró una nueva etapa en
la historia de la pintura y que sería imitada por Tiziano y por Velázquez en la Venus
del espejo. Pero aún más difícil que reflejar las
particularidades anatómicas del cuerpo dormido, los pintores
renacentistas se atrevieron a plasmar el complejo contenido de los sueños, con
sus símbolos y su narración de acontecimientos. Es evidente que ello no puede
observarse ni copiarse de la realidad, por lo que resultaba imposible la mímesis. Para solucionar el problema recurrieron a argumentos
conocidos, con referencias bíblicas, como El sueño de Jacob de José de Ribera; políticas, como el enigmático Sueño de Felipe II de El
Greco (1579); o mitológicas, como Venus dormida y Cupido de Paris Bordone o Eros y Psique, de J. Zucchi.
El sueño de Jacob, Ribera |
El sueño de Felipe II, el Greco |
Venus y Cupido, Paris Bordone |
Eros y Psique, Zucchi |
Esa última obra se inspiraba en la
historia de los encuentros y desencuentros del Amor y el Alma que nos transmite
Apuleyo en El asno de oro (180 d.C.).La
bella Psique, picada en su curiosidad por sus envidiosas hermanas, infringe la
prohibición de mirarlo que le ha impuesto
su amante Eros, con el que solo ha tenido encuentros nocturnos, al iluminar su
divino rostro mientras duerme, pero con ello destruye su relación.
En una obra
más tardía, la escultura de Antonio Canova Eros
y Psique (1800), podemos ver un momento ulterior en la trama de este
precioso y filosófico mito, cuando el Amor rescata al Alma del sueño eterno de
la muerte.
Pero es en la Sacristía Nueva (1520-1524)
de la Iglesia de San Lorenzo en Florencia, la capilla funeraria de los Medicis,
donde Miguel Ángel recurre a la idea de la noche, el sueño y el amanecer para
dar cuerpo de mármol a las ideas neoplatónicas. Los príncipes Lorenzo II y Giuliano II, acceden en su vida ultraterrena al mundo
de las ideas perfectas, del que la capilla es una réplica. En la parte inferior, símbolo de la
realidad material, cuatro dioses debían
personificar los ríos del Hades. En la interpretación de Platón, eran un
trasunto de los cuatro castigos que amenazaban al alma al ser liberada del
cuerpo. Pero Pico della Mirandola (1463-1494) los entendió como las cuatro tentaciones que esclavizan el
alma a la materia. En la parte superior de la estructura, las esculturas contorsionadas
del Crepúsculo, la Noche, la Aurora y el Día hacen referencia, con una gran riqueza de
significados alegóricos, al paso del tiempo, la cíclica sucesión de las estaciones y las etapas
de la vida humana.
Con la muerte, el alma asciende a lo alto, liberándose de las ataduras del mundo terrenal. La
impresión que provoca la Capilla, aunque
incompleta, es sobrecogedora. Pero yo destacaría, sobre todo, la figura de la Noche, una alegoría de la muerte como sueño del que nos despertaremos en la otra vida, con
una pátina de luz de luna verdaderamente asombrosa. Y,
enfrentadas, las estatuas de los príncipes encarnando los dos modelos humanos
básicos: la vida activa y la contemplativa.
- La vía literaria
Una de las obras más influyentes del Renacimiento fue El Sueño de Polífilo (1499), de Francesco
Colonna. Su título original es Hypnerotomachia Poliphili, “lucha de
amor en sueños”. Aunque todavía encierra elementos medievales, como la alquimia
o los dragones, es un perfecto ejemplo de la nueva sensibilidad humanística, por su recreación del arte clásico y sus eruditas referencias
literarias, mitológicas, musicales… Polífilo ama a Polia sin ser correspondido.
Sueña que se extravía en la selva, donde deambula sorprendido
entre ruinas evocadoras de magníficos
edificios, jardines y fuentes. En su camino se encuentra con la diosa de la
Libertad, Eleuteria, y con la ninfa Polia,
que ha consagrado su castidad a Diana. Como Beatriz con Dante, la ninfa Polia,
su amada idealizada, le acompaña a recorrer lugares admirables en los que contempla
la Sabiduría y la Belleza en sus formas absolutas
y eternas. Podemos encontrar algunas de las imágenes del programa iconográfico de esta
obra en el misterioso sacro Bosco de Bomarzo, cerca de Roma. Una novela
histórica imprescindible, Bomarzo, de
Mújica Laínez, relata de manera magistral la construcción de este palacio y los
pormenores de aquella atormentada etapa. Y es que el optimismo renacentista duró poco. Pronto fue derribado por los ataques de fanáticos como Savonarola, con sus hogueras de las
vanidades, por la austeridad de la Reforma o por los desastres de las
prolongadas guerras de religión, que
ocasionaron 13 millones de muertos en toda Europa.
En ese clima de crisis, se
impuso el mensaje de una elevada espiritualidad frente a los placeres mundanos,
considerados fútiles. El sueño del caballero (1650),
atribuido a Antonio de Pereda, muestra el desengaño ante los placeres pasajeros
que apartan al hombre de los bienes realmente valiosos del espíritu. Con elementos propios de un subgénero de los bodegones llamado Vanitas, un caballero, elegantemente vestido, sueña con la muerte
representada por la calavera; la hipocresía social, por las máscaras
teatrales; con las riqueza que no pueden acarrearse hasta el mundo verdadero;
el ocio y los placeres, encarnados en la baraja y las armas; el paso inexorable
del tiempo del que advierte el reloj, y la vida que se consume como una vela
que al final se apaga. Las obras de Shakespeare están repletas de esa imaginería barroca
acerca de la brevedad de la vida, y en ellas hay también constantes referencias
al sueño. En Hamlet (1599), el rey es
asesinado mientras duerme. Más tarde, en el
acto V, el dubitativo antihéroe
reflexiona sobre la brevedad de la vida cuando ve cómo sacan de una fosa el cráneo del bufón Yorick. Sin embargo, la tradición asocia ese macabro
elemento al monólogo previo sobre el “Ser o no
ser”, en el acto III, que contiene unos reveladores y repetitivos versos sobre el
sueño: “¡Morir…dormir, no más. Y pensar
que con un sueño damos fin al pesar del corazón y a los mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne !...¡
Morir…dormir! ¡ Dormir! ¡Tal vez soñar! ¡Sí, ahí está el problema! Porque es forzoso que nos detenga el considerar qué sueños
pueden sobrevenir en aquel sueño de la muerte, cuando nos hayamos liberado del
torbellino de la vida!”.
En el acto V de Romeo y Julieta (1597), Romeo recuerda
que “soñé que había muerto-¡sueño raro,
que confiere a un muerto la facultad de pensar!- y que venía mi esposa e infundía con sus besos en mis labios una vida tan vigorosa y deliciosa, que yo
resucitaba y era emperador”. Romeo cree que ese sueño le pronostica favorables
noticias pero, cuando encuentra a Julieta en su panteón familiar, aparentemente
muerta, se suicida para reunirse con ella en la otra vida. Romeo, desterrado de
Verona, no había podido enterarse de los planes de Fray Lorenzo: con el fin de que
pudiera escapar de una boda sin amor que le imponían sus progenitores, el buen fraile había entregado a Julieta una droga capaz de inducirle
un sueño igual a la muerte. Aquí aflora otra
preocupación esencial en la modernidad, acerca
del carácter indistinguible de la muerte
y el sueño, y de la vigilia y el sueño, que se considera constitutivo de
nuestra propia sustancia. De La tempestad
(1611), una de las últimas obras del Bardo, procede otra
de sus más célebres citas: “Somos del mismo material del que se tejen los sueños,
nuestra pequeña vida está rodeada por
un sueño” (“As dreams are made on, and our
little your life is rounded with a sleep”.)
Ilustración para La vida es sueño |
Ante la incertidumbre que provocan los sentidos,
se abren dos vías de actuación: buscar la seguridad moral en un comportamiento irreprochable,
o perseguir la seguridad en el conocimiento a través de unas bases sólidas. Esta segunda línea de acción es la que
emprende Descartes, mientras que Calderón de la Barca apuesta por la primera. La
vida es sueño (primera versión de 1626,
corregida en 1635), se hace eco igualmente de la teoría platónica del conocimiento.
Segismundo, tras escapar y retornar a su caverna, filosofa sobre la confundente información que proporcionan los sentidos y la memoria:
“¿Qué es la vida? Una ilusión
una sombra, una ficción
y el mayor bien es pequeño
que toda la vida es sueño
y los sueños sueños son”(…)
“Mira bien lo que te
advierto:
que seas humilde y blando,
porque quizás estás soñando
aunque ves que estás despierto”.
Ante la dificultad de dilucidar si ha soñado
ser un príncipe o lo ha vivido realmente, por el cruel experimento al que lo
somete su inhumano padre, Segismundo, que actúa al principio como un ser
completamente asocial, porque siempre ha vivido solo y en cautiverio, acaba
comprendiendo la importancia del comportamiento prudente por razones pragmáticas, en una especie de apuesta pre-pascaliana en favor de lo divino.
“No me despiertes si duermo,
y si es verdad, no me duermas.
Más sea verdad o
sueño,
obrar bien es lo que importa.
Si fuere verdad, por serlo;
Si no, por ganar amigos
para cuando despertemos.”
Ante el dilema, con versos sencillamente
irrepetibles, Calderón mira a la vida eterna, “donde
no duermen las dichas, / ni las grandezas reposan”.
3. La vía filosófica
I.DESCARTES
A los racionalistas les resulta incómodo el hecho de que Descartes, reconocido unánimemente como el fundador de la filosofía moderna, sentara las bases de su sapientia universalis gracias a tres
sueños. En la Historia de la filosofía de
Giovanni Reale y Dario Antiseri se habla de “revelación”, un eufemismo para referirse a un episodio irracional, como en gran
medida se consideran las manifestaciones del mundo onírico. Ya se relataban
someramente esos tres sueños en la entrada de José Biedma
arriba citada. Pero faltan en ella algunos detalles, aparentemente secundarios,
que nos ofrecen las claves para entender la trascendental importancia de los
sueños en la obra de Descartes. Este estudió en el colegio jesuita de La Flèche, en Anjou, y obtuvo el título de Licenciado en Derecho, por la Universidad
de Poitiers, en 1616. Su padre, el consejero
Joachim Descartes, deseaba que su hijo menor siguiese una provechosa
carrera en la administración civil. Tres
años después, Descartes se encontraba
acampado con las tropas del duque de Baviera en Ulm. Había estado varios días febrilmente entregado al estudio filosófico- y también a la reflexión sobre cuestiones tales como la
mnemotecnia de Ramon Llull, la astrología, la alquimia y el esoterismo Rosacruz, según
Richard Watson. En plena efervescencia mental, hizo un descubrimiento
maravilloso y esperaba que los sueños le confirmaran su importancia, según confesó a Adrien Baillat, su primer biógrafo. De hecho, Descartes estaba tan interesado en
los sueños que llevaba un cuaderno para anotarlos.
La noche del 10 de noviembre
de 1619 tuvo tres sueños providenciales.
En el primero, mientras caminaba hacia su Colegio, notó una debilidad en el lado derecho de su cuerpo, que le obligó a inclinarse
hacia el lado contrario para poder seguir en pie. Descartes se sentía ridículo
andando así torcido, mientras veía a los demás caminar bien erguidos. Además, un fuerte viento lo zarandeaba y le impedía avanzar. Se refugió entonces en la capilla del Colegio para orar cuando, de pronto, recordó que había visto a un
conocido a quien no había saludado. Para
reparar su descortesía, intentó salir nuevamente a la calle, aunque el viento lo
llevó de vuelta a la capilla. Una persona le dijo que Monsieur N tenía un regalo para él, un melón traído de un lugar lejano. Descartes se despertó con un
fuerte dolor en el costado derecho y se quedó un par
de horas meditando y rezando. Pero, de
repente, escuchó un fuerte trueno y la
habitación se llenó de chispas, aunque no sintió miedo sino que, gracias a ello, pudo verlo todo mucho más claro. Después de despertar de este segundo sueño, volvió a dormirse y se vio envuelto en un tercero: estaba delante de una mesa en
la que había una enciclopedia y el Corpus Poetarum, libro en el que leyó al azar el verso del poeta latino Ausonio “¿Qué rumbo seguiré en la vida?”. Un desconocido le recomienda, en cambio, el poema titulado “Sí y No”. Descartes fue capaz de comprender que
estaba soñando y asoció la enciclopedia a la unidad de
las ciencias y el libro de poesía a la unidad del saber filosófico. Cuando despertó, interpretó que los poetas representaban la
revelación, el entusiasmo, y la frase
pitagorica “si y no” como una alusión a la verdad y falsedad en el conocimiento humano.
Los dos primeros sueños le advertían contra los
desvíos de la senda
verdadera, la de las ciencias, que le había revelado el Espíritu Santo encarnado en las
chispas del segundo sueño.
Para su discípulo, el gran científico Christian Huygens, esos
perturbadores sueños fueron el resultado directo de dormir en una habitación recalentada por una estufa de porcelana. Malebranche,
por su parte, los encontró grotescos. Y
Freud, cómo no, al igual que hizo con el ambiguo sueño del cisne de Leonardo, dio
un sesgo sexual a su interpretación.Ciertamente, la historia de los sueños de Descartes
presenta concomitancias con otros conocidos episodios de revelaciones cruciales
en la vida de religiosos, como San Agustín, San Jerónimo o San Ignacio de Loyola. No
puede descartarse así que Baillet, deseoso de construir una hagiografia para
Descartes, pretendiera promocionar sus
sueños a la categoría de revelación divina, incluso seguida de la promesa de
peregrinación al santuario italiano de
Nuestra Señora de Loreto en agradecimiento. El estudioso John R.Cole sacó a la luz, en 1999, diversas circustancias biográficas que explican, de la forma más convincente, esos misteriosos sueños de
Descartes. Justo tres años antes de su fecha, el 10 de noviembre de 1616, había superado su examen de licenciatura y, en todo
ese tiempo, no se había decidido a ocuparse de su
carrera. Le dolía el costado derecho e intentaba
inclinarse hacia el contrario porque en francés “Droit” es la palabra para referirse al estudio de las Leyes. El
filósofo tenía mala conciencia porque los demás sí podían andar bien rectos, mientras que él andaba por senderos torcidos desde el punto de
vista de su padre. En la festividad de San Martín, que se celebraba ese día, era costumbre emborracharse, aunque Baillet se
cuidó de dejar constancia de que Descartes llevaba tres meses sin probar la bebida.
Pero lo que importa tener en cuenta es que el Santo era el patrón de los abogados y que, por ello, en esa fecha
comenzaba el año judicial, con la renovación de los contratos y los juramentos prestados por los jueces y letrados. Hasta
el libro del Corpus poetarum hace
referencia a la más importante recopilación del Derecho
romano, el Corpus iuris civilis de
Justiniano. Era el tercer aniversario
de su examen de leyes ante el tribunal, que consistió precisamente en abrir un libro al azar y comentar un texto normativo, emitiendo
un dictamen ad aperturam libri. En sus
sueños casi proféticos encontró la fuerza para torcer su destino. Descartes dijo
no a la cómoda y prometedora pero aburrida
vida que le esperaba como letrado, para abrazar apasionadamente, en cambio, el
estudio de las ciencias. Además de esa
rebeldía contra la autoridad paterna, sus sueños le
avalaron para hacer frente a otra aventura aún más osada contra el saber caduco
de su tiempo. Con una ambición comparable a
la de Francis Bacon, este hombre tranquilo y amigo de meditar entre las sábanas, sin embargo, se lanzó a la gigantesca tarea de sentar las bases
unitarias para todas las ciencias sobre los principios de la geometría analítica. Leibniz
dijo de él que su obra era “el vestíbulo de la verdadera filosofía porque, aunque no haya llegado a su núcleo último, se le ha aproximado más que ningún otro”. Y tan importantes le parecieron
a Leibniz aquellos sueños de Descartes, que se tomó la molestia de copiarlos directamente de su cuaderno.
Leibniz |
No solo en la fase de descubrimiento sino
también en las raíces de su proyecto filosófico vuelven a hacer su aparición los sueños. Así lo podemos comprobar tanto en el Discurso
del método (1637) como en las Meditaciones metafísicas (1641) primera y sexta, su obra más divulgativa. En ambas obras Descartes insiste en
que, durante el sueño, se tiene la sensación de estar viviendo una situación real, hasta
el punto de que resulta difícil diferenciarlo
de la vigilia. “Veo tan claramente que no hay indicios ciertos para distinguir
el sueño de la vigilia, que me quedo atónito”. “Considerando que los mismos pensamientos que tenemos estando
despiertos pueden también ocurrírsenos
durante el sueño, sin que ninguno entonces sea verdadero, resolví fingir que
todas las cosas que hasta entonces habían entrado en
mi espíritu, no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños.
Pero inmediatamente después advertí que, mientras
yo quería pensar de este modo que todo
era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna
cosa. Y, observando que está verdad: yo pienso, yo soy, era tan firme y tan
segura que las más extravagante suposiciones de
los escépticos no eran capaces de hacerla
tambalear, juzgué que podía recibirla
sin escrúpulo, como el principio de la
filosofía que andaba buscando”. Ahí tenemos al sueño y al cogito de la mano en párrafos contiguos del Discurso del método.
Aunque se sale del período de la modernidad que habíamos acotado,
creo que merece la pena confrontar el modo en que Descartes y Unamuno utilizan
la hipótesis del sueño. En el primero se pone al servicio
de la epistemología, mientras que Niebla (1914) respondía a hondas preocupaciones existenciales. El
protagonista de esta nivola, Augusto
Pérez, decide quitarse la vida por un desengaño
amoroso pero, antes de hacerlo, viaja a Salamanca para hablar con don Miguel de
Unamuno, gran experto en la materia por haber publicado un libro sobre el
suicidio. Para el atribulado Augusto resulta un shock descubrir que no se puede
suicidar porque es un ente de ficción, sometido enteramente
a la voluntad de su creador. Pero Agusto le sale respondón: “Y esta mi vida,¿ es novela, es nivola, o qué es? Todo esto que me pasa
y que les pasa a los que me rodean, ¿es realidad o es ficción? ¿No es acaso todo esto un sueño de Dios o de
quien sea, que se desvanecerá en cuanto Él despierte, y por eso le rezamos y
elevamos a Él cánticos e himnos, para adormecerle,
para acunar su sueño? ¿No es acaso la liturgia todas de todas las religiones un
modo de brezar el sueño de Dios y que no se despierte y deje de soñarnos?”. Para
Unamuno, Dios no es ya el garante de la verdad sino el modo de asegurar su inmortalidad,
esa que buscaba desesperadamente dando gritos de ornitorrinco, como le recriminó Ortega.
II. JEAN JACQUES ROUSSEAU
Pero volvamos atrás, al momento anterior al tránsito entre
las edades moderna y contemporánea. En 1782,
Jean Jacques Rousseau escribe las Ensoñaciones
de un paseante solitario. En esas notas autobiográficas descubrimos que el método de
reflexión de Rousseau siempre fue la rêverie,
la ensoñación, un estado mental intermedio
entre el sueño y la vigilia. Nos cuenta el filósofo ginebrino que, desde los 5 años, desarrolló la aptitud de trasladarse
con la imaginación a un mundo ideal protagonizado
por él mismo, escapando de las ataduras de la realidad para refugiarse en el
sentimiento y la sensación: “Mi vida
entera no ha sido apenas otra cosa que una larga ensoñación dividida en capítulos por mis paseos de cada día”. Tras su
crisis paranoide de 1767, durante su estancia en Inglaterra con Hume, Rousseau
se refugia aún más en sí mismo y en la
naturaleza.
Especialmente revelador es el Paseo quinto, en el que reinventa su
estancia en la isla de Saint Pierre: “En mis ensoñaciones solitarias, tumbado
en mi barca que dejaba a la deriva al gusto del agua, o sentado al borde del
lago agitado, o en cualquier parte, a orillas de un bello río o de un arroyuelo murmurando entre guijarros”… “dejo
mi cabeza enteramente libre y a mis ideas seguir su inclinación sin resistencia ni traba”… “Una tibia languidez
enerva mis facultades todas, el espíritu vital se
apaga en mí por grados, solo a duras penas mi alma se lanza afuera de su caduca
envoltura”. Este misántropo prerromántico revela aquí su método de trabajo, la introspección soñadora, el libre flujo del pensamiento a través de su interioridad. Gracias a ello, sueña que
puede acceder a un orden natural armónico e incontaminado,
en el que resuelve su problemática dimensión social, que no es capaz de vivir normalmente
entre los hombres en la ciudad. Esa ensoñación es contemplativa, casi mística, pero
tambén rigurosa meditación racional, un verdadero instrumento heurístico.
Con ello se acaba este
deambular entre artistas, literatos y filósofos que crearon sus grandes obras maestras reflexionando sobre o desde
los sueños y considerándolos instrumentos de trabajo o metáforas centrales de su quehacer. Pero, a pesar de
esa importancia, el concepto “sueño” está ausente de las enciclopedias filosóficas. Ninguna entrada en el Diccionario de Ferrater Mora nos habla de su papel en la historia de
la filosofía. Ha quedado oscurecido por el
esoterismo o por su estudio psicoanalítico o neurológico, y tal vez sea hora de defender el destacado
papel cognoscitivo que jugó en la
constitución del pensamiento moderno.
Fuentes consultadas:
-
Richard
Watson: Descartes. El filósofo de la luz. Ed. Vegara
-
Antonio Defez:
Unamuno, Descartes y la hipótesis del
sueño
-
Giovanni
Reale y Darío Antiseri: Historia de la Filosofía. Ed. Herder
-
Los medios como metáforas: La confusión entre sueño y realidad del
teatro barroco
-
La vida es sueño. Entrada en el Diccionario literario Bompiani
-
Evangelina
Rodríguez Cuadros: Calderón de la Barca. El autor y su obra. La vida es sueño: obra paradigmática.
-
Jean Jacques Rousseau: Ensoñaciones de un paseante solitario. Introducción de Mauro Armiño. Alianza Editorial
-
Jacobo Siruela: El mundo bajo los párpados. Ed. Siruela
-
Art en línia: Miguel Ángel: Capilla funeraria de los Médicis
-
José Jiménez: Sueños del más allá
-
El sueño renacentista llega al Museo
Luxemburgo de París
-
Musée du
Luxembourg de París presenta el Renacimiento y los
sueños
Interesantes y estimulantes reflexiones e ilustraciones. Gracias, Encarna, por sus amables alusiones.
ResponderEliminarEn agradecimiento, estos versos de Juan Ramón:
"Y en la noche,
deslumbramiento hondo del alma
que recibe la luz de otro hemisferio,
la luz que alumbra por debajo el sueño"
...ahora faltaría un artículo sobre los sueños en el mundo del cine (ensoñación per se)...
ResponderEliminarMuchas gracias, José, por tu regalo poético. Qué bonito poder agasajarnos en el espacio virtual.Y en cuanto a la sugerencia de María, creo que no hay nadie más indicada que ella para abordar ese tema. Seguro que nos dejaría deslumbrados.Le lanzo el reto ya y a ver si se anima.
ResponderEliminarEnhorabuena por la entrada, amena y erudita a la vez. Muy acertada la elección de los cuadros que ilustran el texto. Me pregunto si detrás de la unidad temática no se esconde el anhelo de los artistas por llegar a retratar los sueños, de manera que el espectador, contemplando el rostro y la actitud corporal del personaje dormido, pudiera llegar a imaginar, si no el detalle de la ensoñación, sí, al menos, si es una pesadilla o un paréntesis placentero entre las preocupaciones de la vigilia.
ResponderEliminarEl Sueño de Jacob, con ese rayo de luz admirablemente retratado que ilumina el rostro del protagonista me recuerda un hermoso verso de La Divina Comedia que, perdón por el atrevimiento, no me resisto a copiar en italiano: “ Come si frange il sonno, ove di butto / Nuova luce percuote il viso chiuso”… Como huye el sueño cuando una luz hiere de pronto los cerrados párpados, que se debilita en bostezos antes de que desparezca totalmente.
En Eros y Psique, el ángel dormido se despereza sin haber abierto los ojos. En ese momento, en el que la realidad y el sueño se confunden, todo es posible, lo soñado se recuerda vívidamente y la felicidad que produce se prolonga un último instante. ¡Lástima que sea tan fugaz! Nuevamente, el inmortal Dante lo describe: “ A la manera del que soñando ve una cosa y conserva después el afecto nacido del sueño, sin que este se reproduzca …” Pocas despedidas son tan amargas.
Para terminar, en la última ilustración el sueño embellece el rostro de la joven, cuyos gráciles miembros se arrellanan en un sillón. La placidez que desprende la imagen es ajena a cualquier tribulación ¿Estará imaginando su futuro? Nuevamente acudo a La Divina Comedia: “il sonno che sovente,/ Anzi che’l fatto sia, sa le novelle”; el sueño que muchas veces tiene noticias de un hecho antes de que acaezca.
Maravillosos versos de Dante, que siempre tiene reflexiones aprovechables sobre todo lo divino y lo humano. Gracias por esas reflexiones tan sentidas. Aprovecho para decir que el último cuadro es Sol ardiente de junio del prerrafaelita Lord Frederic Leighton, una pintura maravillosa que guarda como un tesoro el Museo Ponce de León, en Puerto Rico, y que pudimos contemplar hace unos años en el Museo Thyssen, si no recuerdo mal.
ResponderEliminarHola Encarna. Recién leo este post ahora, a meses de publicado. Sucede que estuve bastante ocupado, como sabrás, tratando de convertirme en japonés. Y dicho sea de paso lo más difícil no es inclinar los párpados sino hablar y leer fluidamente el idioma...
ResponderEliminar:-)
Bromas aparte, no podría agregar mucho al estupendo desarrollo del tema que has hecho, así que me voy a limitar a repetir esa última línea de los versos citaados por José, pues me parece que resume toda la cuestión del 'valor cognoscitivo del sueño':
...la luz que alumbra por debajo del sueño.
Como quiera que se la entienda, e incluso si no se la entiende, esa luz se deja ver. Los soñantes lo sabemos, y de ahí la atracción irrestible que los sueños ejercen sobre todo el mundo y en todas las épocas.
Gracias por post. Fue un gusto leerte una vez más.
Hola, Máximo, eres muy amable. Muchas gracias por tu reflexión. Yo también tengo lecturas muy retrasadas en el blog a causa de un verano sumamente ajetreado. Tengo muchísimas ganas de conocer los detalles de esa experiencia japonesa tuya. Un abrazo desde Amberes y hasta muy pronto.
EliminarAhora falta más fundamento y menos literatura intrascendente, no? Eso de hablar para entrenerse en el modo de no llegar a nada....ya canasa.
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