jueves, 3 de noviembre de 2011

¿Por qué no hay vida extraterrestre?




Autora Ana Azanza

Gracias a Blumenberg en el magnífico libro



y que he descubierto se puede leer en internet
http://es.scribd.com/doc/32435815/Blumenberg-The-Genesis-of-the-Copernican-World-Ocr

he rectificado algo que tenía mal comprendido, y es el asunto del giro copernicano de Kant. En primer lugar la expresión "giro copernicano" no la usó él  en el sentido que yo había aprendido de que hasta Copérnico la tierra era el centro del mundo y con Copérnico pasó a serlo el sol. Kant cuando menciona a Copérnico lo hace en el prefacio de la segunda edición de la Crítica de la Razón pura de 1787, escrito seis años después del libro.

Lo primero que hay que destacar es que Kant no sabía que el prefacio a "De revolutionibus" no era de Copérnico, sino de Osiander, que le dió un giro a las tesis de Copérnico queriéndolas presentar como "hipótesis", no como afirmaciones. Esto no formaba parte de la "mens" de Copérnico.  Kant dice  que él quiere que el lector tome sus tesis al modo de Copérnico, como si fuera un experimento mental.

La filosofía es el último de los saberes en haber emprendido el camino de la ciencia. Kant espera que lo mismo que ha ocurrido con las matemáticas, en tiempos de Tales, y con la ciencia natural a comienzos de la edad moderna, ocurra con la filosofía.

Hasta ahora hemos pensado que nuestro conocimiento debía adecuarse a los objetos, ¿no sería más fructífera la hipótesis de que sean los objetos los que dependan de nuestro conocimiento? Pero Kant no utiliza la expresión "giro copernicano": sólo en una nota explica que "deberíamos proceder como hizo Copérnico con sus primeros pensamientos. Habiendo fracasado en el intento de explicar el movimiento de los cielos suponiendo que toda la bóveda celeste gira en torno al espectador, Copérnico sugirió si no tendría más éxito hacer girar al espectador mientras que los cielos quedaban en reposo."

Eso significa que la metafísica puede hacer un experimento similar, rastrear el origen de la intuición de los objetos en sus condiciones de posibilidad y el de los conceptos a priori en las reglas del entendimiento.

Cuando Kant menciona a Copérnico no se refiere tanto al asunto de quien se mueve y quien se está quieto, sino a la relación metodológica entre la hipótesis y la confirmación, que se puede ejemplificar en los casos de Copérnico y de Newton.

Que Copérnico prefigure el pensamiento newtoniano significa que él presentó una hipótesis sin ser capaz de probarla. Hacía falta la aparición de la fisica moderna, que efectivamente comprobó que la tierra  gira. Con independencia de que la historia de la ciencia no acabe ahí y más adelante se averigüe que al contrario de lo que pensaron los antiguos sobre el mundo celeste,  "nada está quieto ahí arriba".

Kant no ve a Copérnico como un imitable revolucionario de la ciencia. Copérnico no estaba en la línea de hacer como Galileo y sus sucesores, "construir preguntas y obligar a la naturaleza a contestarlas." En ese sentido Copérnico no cambió nada, él no era de los que pensaba que la razón sólo descubre aquello que ella misma ha puesto. Copérnico sólo cambió el modelo, pero no la forma de crear modelos. Copérnico no es uno de los transformadores reales de la ciencia. Y por eso Kant no lo menciona más en su obra, ni lo nombra en la serie de los grandes nombres que dieron lugar a la ciencia moderna: Galileo, Kepler, Huyghens y Newton.

Pero Copérnico con su hipótesis heliocéntrica que establecía un nuevo orden en el ámbito de las apariencias, proveyó a Newton de la topografía necesaria por la cual podía inferir a partir de ese orden de los cuerpos, un sistema de fuerzas que no podría ser aparente.

 La "Crítica de la razón pura" sería copernicana en el sentido de que deja abierto el camino a la "Crítica de la razón práctica". La fuerza de la gravedad, dice Kant, nunca habría sido descubierta si Copérnico no hubiera osado atribuir el movimiento a los cuerpos celestes en lugar de al espectador terráqueo.

El saber práctico en términos kantianos se expande en el reino de lo empíricamente inaccesible restringiendo los objetivos de la teoría a las apariencias, como resultado del giro trascendental. La "Crítica de la razón pura" es copernicana en tanto que abre acceso a la razón práctica. Igual que Copérnico con su hipótesis abrió el camino a la gravitación universal, obviamente lejos de la comprobación empírica, pero explicativa al máximo.

Hay otra alusión a Copérnico en "El conflicto de las facultades" de 1798, pero que aleja del tema que nos ocupa.
Sistema copernicano
Me ha sorprendido comprobar que el llamado "giro copernicano" de Kant no tiene nada que ver con el cambio del geocentrismo al heliocentrismo. Al menos no en el sentido en que el filósofo aleman citó al astrónomo polaco.  Cuando Kant se refiere a Copérnico nunca es cuestión de heliocentrismo. No sé de donde he sacado esta falsedad.

Pero me ha llamado todavía más la atención el final del libro de Blumenberg.

Mucha gente no dió crédito a la llegada del hombre a la luna, porque después de todo no parecía un lugar tan exótico como se había pensado. ¿Y si los americanos lo habían filmado en un desierto? Como la capacidad para la simulación ha crecido tanto, también lo ha hecho el escepticismo. La conversación de los astronautas que alunizaron en "Fra Mauro Range" fue tan vulgar que algunos pensaron que debían de estar en cualquier sitio menos en la luna.
Kepler se había  preguntado ¿Cómo sería la Tierra vista en lo alto del cielo lunar? En agosto de 1966 el Lunar Orbiter II hizo la foto.





Como dice Blumenberg, a la vista de esta foto si sólo nos llegaran las palabras o sólo las imágenes desde la luna, no tendría mucho sentido mandar a la gente allí. La única razón por la cual la luna no es un desierto es que el hombre existe, lo contempla y puede hablar sobre ella. Aunque los primeros que llegaron no consiguieran convencer a todo el mundo de que habían estado.

Los avances de la astronaútica destruyen el mito del Siglo de las Luces de que la razón está obligada a medirse con el Cosmos. Las enormes distancias hacen de nosotros un planeta improbable e insignificante en la inmensidad de todo lo que anda por ahí. Unas décadas de astronaútica nos han llevado de vuelta al pre copernicanismo. Tierra es una excepción. Tras la monotonía y lo inhóspito de las fotos de Júpiter y Mercurio no tenemos más remedio que vivir en Tierra. Por ahí arriba quedan los desiertos e infiernos de calor, nada acogedores. Más allá de Júpiter no llega la energía solar necesaria para vivir.

En 1972 las radioseñales que llegaban de  Júpiter lo hacían con tanto retraso que no se podían tomar decisiones simultáneas relevantes sobre la dirección de los instrumentos. El tiempo que se necesita para las transmisiones desde un planeta que no deja de ser uno de nuestros vecinos no dejan espacio para que los requerimientos de la razón puedan aparecer aconsejables. ¿Qué ocurriría con el tiempo requerido para que nos llegaran las radiotransmisiones desde la estrella fija más cercana?

Nunca sabremos qué será de la placa de alumnio que se envió entonces, que contenía información codificada sobre el hombre y la tierra, incluso en la era espacial las expectativas de que después de dejar el sistema solar dicha placa llegue a manos de vida inteligente parece ya un anacronismo.
Esa placa con información para posibles extraterrestres es un tributo a las expectativas cósmicas del Siglo de las Luces.

"¿Cómo vamos a ser los únicos que merezcan existir?" se preguntó Reimarus. La existencia de una inteligencia en el cosmos superior a la nuestra sería la garantía de la evolución de la inteligencia terrestre en el futuro. Entraba dentro de la lógica del copernicanismo que condiciones de existencia en la tierra para la razón no tenían por qué ser especialmente únicas, ya que la tierra no es el centro, no tenemos el punto de vista privilegiado, seguramente nuestra razón también está retrasada con respecto a otros seres razonables mejor situados. La razón en su contingencia terrestre no debería ser solitaria y estar abandonada a las condiciones factuales dadas de una única historia, la nuestra.

Blumenberg ve una conexión inequívoca entre la creencia todavía intacta en la inmortalidad y la idea de que los cuerpos celestes habitables proporcionarían mejores formas de existencia para el hombre.




Estas ideas no eran formuladas en el siglo XVIII para ser confirmadas o refutadas. Pero en ellas se manifiesta la razón como el agente que compara la realidad con lo que podría ser. Por ello hace trabajar a la imaginación, sin ser capaz de determinar sus contenidos. La Ilustración dió a la habitabilidad del universo por seres racionales el rango de postulado práctico, en lenguaje kantiano. Su fuerza estriba en que no podría ser falsado por la experiencia, y el tiempo de la austronaútica no ha cambiado mucho la situación, puesto que no puede haber una prueba de la no habitabilidad y no habitación de los planetas distantes. Sin embargo nuestros planetas vecinos han probado ser lugares de lo más inhóspito para la llamada "exobiología".

Ya en 1971 se reunieron rusos y americanos con el fin de intentar establecer contactos con civilizaciones extraterrestres. Dejando aparte la improbabilidad de encontrar la dirección y los parámetros en que las comunicaciones podrían ser enviadas y recibidas, lo más sorprendente no es pensar que esas inteligencias existan y sean lo suficientemente inteligentes para este diálogo, sino también suponerles una necesidad comparable a la nuestra de buscar señales procedentes del universo y enviarlas.

¿Por qué se asume de hecho que las inteligencias cósmicas deberían ser del mismo tipo que la nuestra y mucho más civilizadas? La probabilidad de que otras criaturas habitantes de otros planetas  sean sustancialmente superiores a nosotros es muy escasa. Hay que asumir que ellos también habrán sido productos de la lucha por la existencia, una selección natural que no favorece las cualidades que nosotros estimamos superiores a nosotros y que nos gustaría tener, sino que precisamente favorece las cualidades que nos hacen sufrir: la preferencia por la auto-preservación, la fascinación por los que son más fuertes, la rivalidad por el rango y posición.

Pero todavía no hemos llegado al nudo de la cuestión. Se ha dicho que atribuir vida y razón sólo a la tierra es una reedición del viejo prejuicio antropológico. Pero la carga de la prueba de haberse liberado del prejuicio va en otra dirección. La premisa sin examinar de los buscadores de vida extraterrestre está en que ellos miran la probalidad de vida en planetas ajenos al sistema solar como una base para asumir también la presencia de la razón. Nada estaría peor fundado: la razón como continuación lógica de la evolución orgánica.

Que el proceso del desarrollo de la vida deba siempre, o en un caso más, conducir a la razón, incluso si esa razón no estuviera en un cuerpo con forma humana, es algo no demostrado que de hecho vuelve a repetir el viejo favor que el hombre se hace a sí mismo poniendo la corona de la creación a salvo. Todos los indicadores antropológicos apuntan a que el hombre en la tierra es la excepción en la naturaleza, en tanto en cuanto sólo ha podido preservar su existencia por medio de un inesperado éxito en la corrección de un desvío, un arreglo que debería ser extremadamente ineficaz si nos atenemos a las leyes de la naturaleza orgánica.

La razón no sería la cima de los logros de lo orgánico, ni siquiera su continuación lógica. Sería una arriesgada forma de desviarse de la falta de adaptación, un sustituto de la adaptación; una forma falsa de tratar con el fallo de los tranquilizadores y funcionales arreglos previos y especializaciones constantes a largo plazo en un entorno estable. Se puede enfatizar esta ruptura más o menos, pero en cualquier caso no se puede dar por hecho que la existencia de vida extraterrestre traiga siempre su correspondiente probabilidad de que la racionalidad emergerá a partir de la sustancia orgánica.

La hipótesis antropológica de que el hombre podría no ser un resultado lógico consistente con el resto de la evolución orgánica, no implica ninguna depreciación de la razón. Para la razón, la pobreza de sus orígenes es un asunto indiferente, puesto que su historia consiste en una reevaluación ascendente: transformando una función improvisada en la mejor y en lo mejor, la seguridad en certeza, la desnuda necesidad en la modalidad de la evidencia y la conciencia en la autoconciencia.

La razón puede ser un triunfo sobre cualquier origen y excentricidad pero apenas puede entenderse como el fin normal de los procesos materiales al estilo de las noosferas de Teilhard de Chardin. Combinando elementos de la Ilustración y de la metafísica cristiana, Teilhard contribuyó a aumentar las expectativas de encontrar vida extraterrestre. El gesto de Teilhard afirmando que aunque la aparición del hombre fue contingente era algo preformado, normal en términos de una ley que gobierna su origen destaca por su dignidad y nivel especulativo. Pero nos priva de entender la historia y la realidad del hombre.

No está mal buscar la consolación de la filosofía, aunque uno se dispone entonces a caer en nuevos "desconsuelos" . Los billones de sistemas solares en el universo pueden implicar la probabilidad de vida en algún lugar, pero el orden de la magnitud de las distancias entre ellos destruye al mismo tiempo lo que para una especulación metafísica podría llamarse el "sentido" en ese estado de cosas.

Contrariamente a su enunciado la física relativista establece el limite absoluto contra el que nuestras pesquisas por encontrar vida van a chocar. Sólo comunicar con alguien en la Vía Láctea excede el orden de magnitud que permitiera la simultaneidad. La barrera insuperable de la velocidad de la luz niega por vez primera al hombre su importancia cósmica.

El ímpetu en la conquista del espacio exterior es como un resto del valor especial asignado a la realidad estelar por la antigua metafísica y su correspondiente degradación de la tierra a "deshechos" del universo. Cuando la gravedad parecía victoriosa se ha convertido en sinónimo de carga. Una razón suficiente por la cual la tierra no es la madre de la austronaútica es que es a la solidez de su suelo a la que toda las naves espaciales regresan rápidamente.

Nicolás Copérnico

Es más que una trivialidad decir que la experiencia de volver a la tierra sólo la puede tener el que la ha abandonado. La reflexividad de la visión copernicana se repite. El oasis cósmico en el que vive el hombre, este milagro excepcional, este planeta azul en medio de un descorazonador desierto celeste, ya no es "también una estrella", sino mejor la única que merece tal nombre.

Sólo con la experiencia de volver aceptaremos que para el hombre no hay alternativas a la tierra, dado que no hay alternativas a la razón humana.

2 comentarios:

  1. Después de escribir esto ví un documental sobre científicos de la NASA que están convencidos de que no está lejos el momento en que los seres humanos se lanzaran a colonizar el espacio lo mismo que han colonizado la tierra.
    Se han hecho avances y especulaciones sobre como impulsar una nave que deberá de ser una especie de tierra en pequeño, pues realmente los tripulantes no llegaran a ningún lugar "colonizable", como mucho sus descendientes.
    Y para ello habrá que preparar la posibilidad de practicar la agricultura en esa nave y disponer de energía para pasarse años viajando no sé sabe bien adónde.
    Incluso hay un intento teórico de superar la velocidad de la luz, que parece de ciencia ficción, que consiste en algo así como que sea la propia curvatura del espacio la que impulse.

    Con esto no contaba Blumenberg hace treinta o cuarenta años. Pero hoy ya hay físicos que se entretienen en calcular cómo impulsar aparatos a velocidades ultrlumínicas.

    Ignoro si todo esto es soñar despierto o llegará algún día, pero en pocas décadas parece ser que las expectativas han cambiado mucho.

    No habrá gente por ahí fuera al menos tan cerca como para que nos saludemos mutuamente, pero no se descarta que existan "colonizadores" terrestres de planetas inhóspitos en el futuro.

    Con la moderna tecnología los astrónomos localizan planetas lejanos susceptibles de acoger vida, planetas que no están tan adecuadamente preparados como el nuestro.

    ¿Quién querrá subirse a la nave para un viaje tan incierto? de eso no hablaron, ¿dan por supuesto que habrá voluntarios?

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  2. Científicamente hablando, estamos hechos de polvo de estrellas. Los elementos de que estamos hechos no se explican sin sus combustiones internas. Y es bastante probable que el germen de la Vida primitiva en Tierra, hace miles de millones de años, cayera de las estrellas, en forma de protomoléculas orgánicas. Es bastante natural que sintamos nostalgia, pues la vida no tiene un origen exclusivamente terrenal. Y, además, ya no tenemos más horizonte incógnito que el celestial. En cuanto a hallar voluntarios para echarse a ese océano sin puerto seguro, ¿no los encontró Colón?

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