jueves, 18 de agosto de 2011

SOBRE LOS AFECTOS Y EL ARROZ Y ATÚN



Cierto día de las vacaciones de verano y como suele ser habitual los fines de semana, tuvimos un encuentro familiar, abuelos, tíos y primos, a orillas del Mediterráneo, más concretamente en el puerto de Torrevieja. Estas ocasiones siempre sirven para relajarse, estrechar lazos, sentarse y comer en torno a la mesa y disfrutar de la compañía de los seres queridos.

Pues bien, en este idílico marco, mi tía Encarnación Lorenzo Hernández, “Encar”, colaboradora de este blog, además de madrina y mecenas mía, todo sea dicho, me hablaba de sus últimos hallazgos musicológicos y discográficos en el ámbito de la música de la época barroca, una de sus debilidades.

Tras conversar acerca de algunas arias de óperas de Haendel interpretadas por contratenores de renombre y otros incipientes y la carencia de obras contemporáneas escritas para ese registro de voz, aún más agudo que el de tenor, mi tía me hizo partícipe de una curiosa reflexión acerca de las Suites para violonchelo del maestro Johann Sebastian Bach.

Me decía que cómo era posible que siendo todas diferentes, siempre tengan algo que las haga sonar igual, como si fueran la misma. Mi tía suele ponerme a prueba con esos razonamientos, porque viene a ser algo así como preguntar el número exacto de estrellas en el firmamento. Y como es evidente, hay que dar una respuesta convincente, clara y sintética.

Igor Stravinsky, en una de sus entrevistas con el musicólogo Robert Craft acerca del acto compositivo, afirmaba que los instantes inmediatamente posteriores a recibir el encargo de una obra le agobiaban muchísimo, porque era como sentirse al borde de un abismo con vértigo y sin saber qué hacer. Entonces, analizaba la situación, y su mente comenzaba a crear, a elaborar estructuras, a seleccionar ingredientes. Y la situación de agonía ya no lo era tanto.

Así que extrapolando esa experiencia a mi campo y aprovechando la receta que ese día había preparado la abuela, arroz y atún, mi plato preferido, comencé a dar la respuesta.

Bach fue el último y mayor exponente del Barroco, una gran mente forjada en las adversidades de su tiempo y su familia, capaz de componer semanalmente una cantata para los oficios religiosos, además de un humanista, filósofo y teólogo con un inmenso catálogo de valores morales y una Fe ciega en Dios. Una época, dicho sea de paso, en la que no existían ni la televisión, ni los falsos ídolos ni la vida nocturna, y en la que el trabajo, así como la realización personal que de él se consigue sustraer con los años, ocupaba un lugar preferente de la escala.

Tras esta breve contextualización, entremos, pues, en materia.

La razón aparente por la que dichas suites, aún siendo diferentes, resulten paradójicamente similares, radica en el empleo por parte del compositor de una serie de parámetros que las hacen inteligibles al auditor. Del mismo modo en que construimos oraciones al hablar dotadas de un orden y elementos que contienen y transportan la información, las suites, en nuestro caso, también están construidas con una estructura perfectamente ensamblada, lógica y coherente.

Bach se expresaba mediante líneas y líneas, independientes entre sí, pero compatibles al superponerse unas con otras, creando así un tejido orgánico, un gran tapiz que, visto de lejos, forma una unidad. Al aproximarnos a él, nos revela todos los motivos y detalles de que se compone.

Al observar dichas líneas, se aprecian mensajes diferentes, más o menos codificados, como si asistiéramos a un gran coloquio con distintas opiniones. Dichos mensajes nacen del ejercicio musical y de un inmenso número de normas que ahora no vienen al caso. Pero también nacen de la conjugación entre la denominada Teoría de los Afectos y correspondencias numéricas entre distintos hechos o personajes bíblicos. Correspondencias, por cierto, avaladas por estudios a lo largo del tiempo y en ningún caso surgidas fruto del azar.

Los Afectos son algo así como un código de valores asociados a diversas particularidades de la melodía y la armonía, es decir, de lo horizontal y lo vertical en el discurso musical.

Al igual que en la música de cine, en la que la puesta en escena del malo suele prepararse con sonidos graves y serios, y una situación de suspense, con sonidos débiles y agudos aguardando el golpe que produzca el susto, en Bach hay distintos motivos que representan el sufrimiento, la lágrima, la victoria, el Padre y el Hijo, etc. Hablo de situaciones creadas por esos motivos, que originan la atmósfera de la historia, no de personajes musicales en sí. Eso es algo que Richard Wagner pondrá de relieve tiempo después con el Leitmotiv. Pero ese es otro cantar.

Ya en casa, la abuela echa el arroz sobre el sofrito preparado con anterioridad. La estructura previamente creada, perfecta, que aloja a los personajes de la historia. Las proporciones y el tiempo adecuado, los mejores ingredientes, y el reposo y la pizca de cariño que hacen que el plato y su entorno queden en la memoria.

Nos disponemos a comer. Y al primer contacto con el paladar surge la magia sinestésica de la que, supongo que afortunadamente, soy partícipe. Mi mente queda en blanco y el tiempo se detiene. En la boca se conjugan todos los sabores, y como si de la magdalena de Proust se tratara, el plato me transporta a mi infancia. Y veo en mi mente imágenes de mí mismo, más pequeño, bañándome en el mar con mi familia mientras suena de fondo la Suite nº1 para violonchelo de J. S. Bach.

Es un momento único, irrepetible e inolvidable, pero que sucede por suerte todos los veranos, dando lugar así a la paradoja de vivir siempre en el mismo día aunque hayan pasado casi 20 años. Y sin embargo, son veranos distintos.

En la música de Bach también ocurre eso. Aunque sean distintas entre sí, las concomitancias entre los elementos musicales y la concepción intelectual y artística de las obras, hacen que sean distintas e iguales a la vez.

Y así como un simple plato de arroz y atún es capaz de contar una historia tan entrañable y feliz, la música de Bach ilumina el alma con la luz de la Revelación, narrando siempre la misma historia: la del triunfo del Bien sobre el Mal y de la Vida sobre la Muerte.

La de la felicidad sobre la tristeza.

Eso es BACH.

5 comentarios:

  1. muy interesante explicacion que se agradece especialmente cuando la cultura musical no es amplia. Ahora nos faltaria en el blog el ejemplo musical para apreciar esa estructura que se repiten en diversas melodias y poder apreciar ese arroz y atun de Bach igual pero distinto

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  2. Es obligada aquí la referencia a las "eternas trenzas doradas" analizadas por Douglas R. Hofstadter en su premiado "Gödel, Escher, Bach: un eterno y grácil bucle" (1979). Las estructuras melódicas del "padre de la música" guardan analogía con las formas recursivas del dibujante holandés y del lógico genial: algoritmos autorreferenciales, series fractales, obras que se interrumpen pero dejan abierta una regla que crea series análogas pero distintas hasta el infinito...
    Respecto a la idolatría, me temo que es un universal antropológico, tampoco hay que idealizar la época de Bach, cada época tiene sus iconos sagrados.

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  3. Extraordinario texto que nace de tu sabiduría y sentimientos, a partes iguales. Estoy con Biedma en que cada época ha tenido sus ídolos, y que aquel tiempo de guerras de religión en Europa no fue menos. Por lo demás, un artículo impecable que merecería incluir, como coda, la "reseta del arrós con atún", dicho con nuestro seseo meridional.
    Quizá la reflexión sobre Bach podría servir para explicar la extrañeza que suscitan otras obras provenientes de la pintura, como por ejemplo los interiores de Vermeer: ahí donde se repiten ciertos objetos, colores, y la vibración de las pinceladas, siempre unos cuadros recuerdan a otros, aunque narren, misteriosamente, historias distintas.

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  4. Me gustaría saber la opinión del autor, que es compositor, sobre estas citas.
    Una de ellas es del músico noruego Arne Nordheim, fallecido en 2010, y dice: "Componer música no consiste simplemente en escribir notas. Desarrollar una vida creativa implica expresar la inquietud de la propia alma.Componer es no solocrear sonido.Es también filosofía, silencio, velocidad, ritmo.

    Otra cita es de un poema del también fallecido Angel González y se llama REVELACIÓN

    Dios existe en la música.
    En el centro
    de la polifonía
    se abre su reino inmenso y deslumbrante.
    Incesante,infinita,
    la creación extiende sus fronteras.
    ¿Qué improbable
    constelación
    se atrevería a brillar
    más allá de sus límites?
    Escalas luminosas tienden puentes
    de firmamento a firmamento,
    fundan el poderío de la evidencia.
    Asombro.
    Es la verdad:
    ¡Dios existe
    en la música!

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  5. Al fin, después de muchos días, he vuelto a encontrar tiempo y a animarme a entrar en este blog para contestar a algunos de los comentarios sobre el artículo que publiqué en el mes de agosto.
    Sobre esas citas propuestas por Encarna Lorenzo, he de decir que serán contestadas con mayor amplitud en un futuro artículo que espero tener listo en menos tiempo del que he tardado en entrar nuevamente al blog. Evidentemente, componer no es sólo escribir notas. Menos mal que no es sólo eso, si no seríamos máquinas. Llámese Dios, infinito, lo desconocido. A cualquiera de esas tres "opciones", es posible llegar a través de la música. Pero no adelantaré acontecimientos... A.B.L.

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