martes, 16 de enero de 2024

EL CONECTOR C DE KRIEGER

 

Juan Alberto Krieger paleando en un kayak 430

 Conservo algunos “emilios” que crucé en los años 98 y 99 con el físico y filósofo argentino Jorge Alberto Krieger Larraburu (1952-2015), en una lista (Symploké) propiciada por la facultad de Filosofía de la universidad de Oviedo, bajo la égida de Gustavo Bueno. Yo ponía objeciones a su idea de un Observador global del universo y discutía el principio antrópico de Hawking, asociándolo al relativismo de Protágoras (homo mensura) y al esse est percipi de Berkeley. He de reconocer que cuando en 2014 me envió su ensayo Ninguna serpiente puede tragarse a sí misma recordaba nuestras discusiones muy vagamente, ¡es tan frágil la memoria humana! Internet ha conseguido que desaparezca el Atlántico y que sea posible una comunicación casi instantánea entre los hispanohablantes de sus dos riberas, pero ninguna comunicación “virtual” puede sustituir la viva presencia real. No perdía yo la esperanza de conocer a Krieger personalmente, en persona y en figura. ¡No pudo ser!


He podido comprobar la continuidad de sus inquietudes en Symploké y de qué modo cuajan y se recogen en el ensayo que me invitó a prologar, lo que prueba que sus afirmaciones y conjeturas fueron resultado de una larga y profunda reflexión. Buscar un puente entre la ciencia positiva y los fenómenos de consciencia, entre la vida material y la espiritual, me parece decisiva y titánica faena; una mediación entre sujeto y objeto, mente y cerebro, puede curarnos de cierta esquizofrenia secular. Y es posible que para ello haya que hacer lo que Krieger hace: partir de la ciencia, desarrollando a partir de sus verdades probadas (aunque provisionales, falibles) hipótesis generales verosímiles: especulaciones razonables.

Para salvar el hiato entre la libertad y la causalidad positivista, entre la esponteneidad de la acción humana y el "Diablo laplaciano" (1), Krieger propone, como Popper o Penrose, un tercer mundo metafísico, del que formaría parte el conector C, responsable de la comunicación efectiva entre cuerpo y mente, cerebro y alma. El observador elige su universo al observarlo, captamos lo otro mediante destellos de ser y nada, dicha discontinuidad es la justificación física del hiato entre sujeto y objeto, entre el sí mismo y lo otro.

El principal misterio es ese “sentirse siendo” de la consciencia, como fenómeno vital irreductible. Krieger soslaya el problema de si tal consciencia es un fenómeno exclusivamente humano, aunque propone una base común para la misma en el mundo extramaterial, una esencia común intemporal, cuyo axioma principal, principio irrenunciable del cosmos es: la vida existe.



Para probar la necesidad de un conector C que hace posible la libertad del espíritu con la máquina física -es decir, el cerebro-, Krieger explota con gran rigor diversas ideas; el Principio Antrópico de Hawking (2), el Principio de Incertidumbre de Heisenberg (3), el Principio de Incompletitud de Gödel (4), así como otros formalismos generales y bien consensuados, tanto del relativismo einsteniano como de la física cuántica. Estos ponen de manifiesto el protagonismo del Observador, así como las desmedidas ambiciones de la lógica formal o del causalismo determinista (materialista) para explicar lo que somos. Nuestro universo solo puede ser comprendido como si existiese para ser comprendido, y lo observado existe para ser observado.

Parece como si el universo físico, tal y como lo concibe S. Hawking, se hubiese contagiado de la esencia técnica y el cosmos funcionase como un artefacto, cuya razón de ser es siempre la intención final del constructor, es decir, el para qué lo ha creado. Un mundo, entre otros, que evoluciona para contemplarse siendo, para arribar a la consciencia, si se me permite el galicismo. Precisamente Voltaire ironizaba sobre aquellos que querían eliminar las causas finales de la explicación de la realidad.  En su Diccionario filosófico, escribe: "Si un reloj no está hecho para dar las horas, entonces confesaré que las causas finales no son más que quimeras y me parecerá muy bien que se me llame causa-finalista, es decir: imbécil". Como afirma Krieger, la razón es un mero instrumento de cálculo, lo decisivo es para qué la usamos. Y esto, obviamente, en Ética, tiene una relevancia decisiva, por mas que la intención pueda no contar absolutamente, dada su facilidad para la falsedad y la doblez.

Lo importante es que, según Krieger, no podemos atribuir más responsabilidad a la materia que a la extramateria en la conformación de la consciencia, ni establecer una relación causal directa entre ellas sin suponer un conector C que podría adoptar consecutivamente ambos modos de ser, el de materia y extramateria, pues entre el mundo de las potencialidades y el mundo de lo devenido existe un hiato, un abismo, un infinito (el jorismós de Platón), o la barrera primigenia que nos impide la aprehensión total del ser, pero que a su vez nos resguarda del no ser.

¿Quién podrá afirmar que no se da cierta épica en el Reino de las ideas? Y es muy meritorio que, en este combate por explicarnos quiénes somos, más allá de qué somos, se combinen ambas tradiciones: la científica y la filosófica, así como el discurso explicativo con el narrativo. No es casual que el ensayo de Krieger incluya un hermoso cuento. En efecto, sólo en un multiverso de infinitas posibilidades, nuestra voluntad puede actuar como causa suficiente y creadora o, por lo menos, inventora. En todo instante, el universo se escinde en infinitas historias y cada sujeto se halla ante infinitas bifurcaciones, esta es la raíz y la angustia de la libertad. Pero no podemos buscar en la psique el origen del libre albedrío, sin caer en el determinismo, esto es, sin suponer una mediación externa o inconsciente. Por eso, la consciencia emerge de la unión de cerebro y vida (alma) mediante un conector metafísico C. El sentimiento de angustia se explica por la discontinuidad de dicho conector. La muerte es la ruptura de dicho enlace. Pero nada se pierde, el mundo extramateria se enriquece con la muerte de cada individuo. Esto último me recuerda ciertas ideas de Leibniz.

Krieger también se atreve en su ensayo a apelar, desde la ciencia y sus enigmas, a la tradición religiosa. Piensa que la insalvable dicotomía sujeto-objeto puede dotar a la fe de tranquilidad, siempre que esta se apoye en las ciencias y no dogmatice sin necesidad. Está convencido de que el desarrollo contemporáneo de las ciencias, antes que disminuir, aumenta la dimensión de Dios. No es descabellado pensar –en consistencia con la ciencia más actual- que todo es Dios o Dios está en todas partes. Tanto a la ciencia como a la religión cabe reprocharles que traten de apoyar el universo en un monismo, olvidando la potencialidad real. Ciencia y religión avanzan por la misma senda, pero en sentido contrario. La ciencia hacia el origen de la religión y la religión hacia una fundamentación cosmológica global mediante la fe. La ciencia pone en jaque a la religión, en el sentido de que fuerza su agiornamiento. Para que puedan colaborar, Krieger recomienda humildad, tanto a la ciencia como a la religión. La religión debe renunciar al dogma totalitario y socializar su doctrina; la ciencia, debe soslayar la pretensión de un cierre categorial materialista, causante eventualmente de un hedonismo grosero.

Echo de menos, en el interesante ensayo de Krieger, una explicación de la transición de la consciencia individual a la social, del “yo” al “nosotros”, del conocimiento a la ética, un olvido que tiene su venerable antecedente en la tradición kantiana, en la que, como se sabe, tiempo y espacio son condiciones trascendentales de la sensibilidad subjetiva, y la ética se sostiene autónomamente, a partir de un imperativo tan aprioristico y “racional” como demasiado “puro”.

***

Esto escribí para el prólogo de su libro Ninguna serpiente puede tragarse a sí misma, en el verano del 2014. He retocado ligeramente dicho proemio para este blog, En una bitácora digital que mi amigo Krieger había abierto para animar a los sesentones a practicar el canotaje y dejo aquí enlazada, su hija Erika Marina publicó el 6 de febrero del 2016 una emocionada necrológica en que se dolía por la prematura muerte de su buen padre el 24 de agosto del 2015, con poco más de 63 años. Leo ahora emocionado la gentil dedicatoria del libro Historias y cuentos (2006) que tuvo la generosidad de enviarme desde el otro lado del Atlántico.

El 23 de abril de 1999, felicitaba yo a Krieger por San Jorge con esta copla:

¡Ah! y ¡mucho ojo con el dragón!
¿Lo tienes domado?
¿Lo has liquidado?
Si lo señoreas, compadécete del bicho.
Bueno es que obedezca tu capricho,
malo que se haga muy tragón.

Aún partiendo de una concepción materialista de la conciencia, de su génesis o de su fundamento sustancial último, es necesario admitir que la naturaleza es también consciencia. Suponer otra cosa es recaer en un dualismo psicosomático esquizoide, consecuencia del dogmatismo racionalista. La consciencia es natural, ergo en cierto modo y grado la naturaleza deviene también consciencia. Suponer que toda la consciencia del universo alienta únicamente en nosotros es una hipótesis tétrica y un poquitín vanidosa. Otra cuestión es si la consciencia es un mero epifenónemo o el fin evolutivo de la naturaleza o su sentido final, o su principio y fundamento. Que sea una conditio sine qua non de la existencia natural es casi una petición de principio, al menos para quien acepte la condición categorial y puramente intelectual o lógica de "existencia", tal y como aparece en Kant, como una cualidad cuantitativa modal.

A mi juicio -y al juicio de otros que saben más que yo-, la filosofía de la técnica y de la tecnología ya está restaurando la Teleología (la segunda singladura platónica) una doctrina funcional de los fines, ayudada seguramente por el predominio de las ciencias de la vida y la crisis del mecanicismo. El mundo se nos figura hoy cada vez más como enorme, inhumano e inhóspito organismo, má bien que como un reloj. La realidad misma se ha vuelto intencional por la sencilla razón de que estamos rodeados, incluso sitiados, por objetos intencionales o por intenciones hechas objetos, esto es la metafísica hecha existencia de cualquier artefacto o dispositivo electrónico. Es así porque en los objetos fabricados la especificidad es siempre funcional, el para qué sirven. Ya lo percibió Voltaire en la segunda sección de la entrada "causas finales" de su Diccionario filosófico, que he citado antes: Un reloj se ha hecho para dar las horas y las causas finales no son quimeras. Para cualquier ingeniero, la función es el mismísimo quid de lo que se inventa.



Ninguna serpiente puede tragarse a sí misma, vale, pero a veces lo intentan, acuciadas por el hambre o el estrés. Es un emblema antiguo el uróboros (οὐροβóρος)
, que se usó desde los jeroglíficos egipcios para representar fenómenos naturales como la caída y resurrección del sol, también el ciclo eterno de las cosas y el esfuerzo eterno, o bien el esfuerzo inútil, ya que el ciclo vuelve a comenzar a pesar de las acciones para impedirlo. A mí me parece igualmente un buen símbolo para representar el fracaso del narcisismo o del solipsismo, pues cualquier autofagia acaba suponiendo muerte del comensal. 

En la alquimia,el uróboros expresa la unidad de todas las cosas, las materiales y las espirituales, que nunca desaparecen, sino que cambian de forma en un ciclo eterno e infinito de destrucción y renovación o recreación. εν το παν (hen to pan): "todo es uno". El conector C de Krieger es en este sentido una mediación entre Cielo y Tierra, tan respetuosa con la racionalidad y la ciencia probada como lo fueron en su tiempo los ángeles de Swedenborg, tan imposibles de visualizar como la cuarta coordenada matemática del espacio-tiempo sin la cual no existiría ni la física relativista ni la cuántica. "¿Acaso la realidad del Universo debe agotarse en las dimensiones que podemos percibir?", se pregunta Krieger en el Apéndice de su ensayo. 

En los "emilios" del año 1998 que intercambiaba con el físico argentino:

Después de las formulaciones del Sr. Krieger he tenido que descansar un poco; la cabeza me daba vueltas. Luego he releído con tranquilidad sus proposiciones, sus hipótesis... Sigo sin entender, amigo Jorge Alberto Krieger, por qué se presupone un Observador Total (OT). Eso de que "existe pues observa el Universo Total" me parece una petición de principio inaceptable. A no ser que se esté presuponiendo como premisa mayor el "esse est percipi" del famoso clérigo empirista. Pero entonces, mientras la existencia del universo local sí probaría la necesidad de la existencia de una conciencia individual que lo considera como cosa percibida o pensada, no tenemos ni idea de la existencia de un universo de universos infinitos de cuya conciencia se pudiera inferir la necesaria existencia de un OT, aunque no sepamos donde acaba éste universo local.
El principio antrópico -supongo que te refieres a la formulación de Hawking- no es más que una revisión del de Berkeley mezclado de un modo oscuro con algunas de las implicaciones relativistas de la tesis del 'homo mensura' de Protágoras: "Vemos el universo en la forma que es porque nosotros existimos" (Historia del Tiempo, Barcelona 1989, pg. 166). ¡La hybris, la soberbia humana, no tienen límites! Resulta que el universo existe para que nosotros lo veamos, y el "big bang" (los estoicos le llamaban "conflagración universal" y la hipótesis se pierde en la noche oscura de Heráclito) sucedió exactamente hace unos diez mil millones de años o algo más porque ese es el tiempo que se necesita aproximadamente para que se desarrollen seres inteligentes (precisamente como nosotros), aunque estos acaben en sillas de ruedas atormentados por la esclerosis múltiple... 
Prefiero el sentido común del realismo: ¡Porque hay universo -y realidad y ser- nosotros podemos decir que vemos, aun sin saber si vemos bien! Algo vemos, y hay un fundamento real que hace recomendable que sigamos separando el tocino de la velocidad o el culo de las témporas.

Notas

(1) "El diablo laplaciano". Referimos con esta expresión el Determinismo de Laplace que combate Krieger en su forma de positivismo logicista y que se vino abajo con la incertidumbre de Heisenberg y el teorema de Gödel (v. infra). Según Laplace, "dada la perfecta descripción de los parámetros de un sistema en un momento cualquiera, nos posibilitaría describir con exactitud al mismo sistema en un momento posterior" (glosario de Krieger en Ninguna Serpiente..., pg. 234). 

(2) Principio antrópico de Hawking: "Vemos el universo de la forma que es porque, si fuese diferente, no estaríamos aquí para observarlo" (Historia del tiempo, 1988, Glosario).

(3) Principio de incertidumbre de Heisenberg: "Demostraba que no se puede conocer simultáneamente de manera precisa el momento lineal (momentum) y la posición de una partícula subatómica" (Krieger, Ninguna serpiente..., pg. 49).

(4) Principio de incompletitud de Gödel: Junto al teorema de Bell, a Krieger le parecen estos descubrimientos del ámbito matemático y físico -que el mundo científico calladamente cobija- incluso más decisivos que el desciframiento del genoma humano cuyas "aplicaciones prácticas recién comienzan a esbozarse", porque el teorema de Kurt Gödel hace añicos la pretensión de obtener un amplio sistema epistemológico auto-sustentable, es decir "las pretensiones del positivismo o determinismo laplaciano, que en última instancia afirman que la explicación del Mundo... está en el mundo" (Ninguna Serpiente..., pg 48). Gödel probó que ningún sistema sustentado en un número finito de axiomas admite un cierre categorial ni su clausura. Ninguna teoría matemática coherente M puede contener la demostración de su propia coherencia (ausencia de contradicción), aunque se pueda demostrar en otra teoría M', que a su vez necesitaría de otra M'', lo que daría lugar a una secuencia infinita de teorías. No existen teorías sin postulados, es decir, sin proposiciones indecidibles.


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