sábado, 8 de marzo de 2014

Libros exhumados

Estoy por partir hacia Japón para comenzar un nuevo ciclo de mi vida. Me atraen hacia allá, y me empujan desde aquí, razones que no viene al caso comentar en este espacio. Pero lo que sí quiero compartir con Uds. es una experiencia que me ha tocado vivir en relación con el viaje: el encuentro 'cara a cara' con viejos libros leídos hace, como mínimo, una década, y en algunos casos mucho más. Pues, y dado que por razones prácticas no puedo llevar toda mi biblioteca al país del 'sol naciente', me he visto obligado a revisar y seleccionar libros.

Así fue como me encontré con materiales diversos. Algunos de los cuales, de tan irrelevantes que me resultan hoy, me llevaron sorprendido a preguntarme cómo pudieron llamarme la atención alguna vez. Otros, en cambio, me cautivaron tanto como la primera vez y releyendo ciertos pasajes tuve que hacer fuerza para no leerlos enteros, pues la tiranía del 'tiempo' no me permitía hacerlo. Entre los que me atraparon, se cuentan, entre otros, dos de los cuales quiero hacer un brevísimo comentario aquí:

'No todo es vigilia, la de los ojos abiertos' de Macedonio Fernández (1874-1952). El especial Macedonio, ese 'hombre mágico' como lo llamó Borges una vez. Me detuve a releer pasajes de esa enrevesada y pintoresca, pero siempre lúcida, obra. Más concretamente unos en los que despliega parte de sus ideas acerca de la realidad, el sueño y la vigilia. Así, me reencontré después de años con la concepción de Macedonio, según la cual la diferencia entre los sueños y la realidad experimentada en la vigilia no de esencia sino sólo de orden práctico.

Conforme a su estilo inclasificable Macedonio introduce esa cuestión filosófica a través de una ficción literaria: el encuentro imaginario, en la Buenos Aires del siglo XX, entre Hobbes, el pensador del siglo XVII y autor del Leviatán, y un intelectual local. Y tras entretenerse un rato en la descripción de los personajes y de los lugares, y salpicar dicha descripción con disquisiciones acerca de la música de Rahmaninof, nuestro autor plantea el tema central en los siguientes términos:

Nos cuenta Macedonio que el Hobbes de su relato se queda dormido un rato, y luego, en un estado de relativa confusión, recuerda a un hombre que entró a su habitación abusivamente y hurgó en sus pertenencias. Al respecto, el personaje se pregunta...

"¿He soñado que vi al intruso, que salí tras él, observé, etcétera, u ocurrió efectivamente? {... } ¿porqué nunca nos ocurre dudar si fueron reales, habiendo ensueños todas las noches, y aún durante la vigilia por momentos sin hallarnos dormidos? Aún más: me parece ahora a mí que en las emergencias muy intensas de la vida, placenteras o dolorosas, nuestro concepto es de sueño más que de realidad y lo mismo en las situaciones de un gran cambio brusco, aunque no haya carácter de intensidad. Y si por un momento dudo si algo fue sueño, ¿qué importa que después verifique que no lo es, si ese solo momento de duda es prueba de que en sí mismo, por nitidez, intensidad, complejidad, variedad, el ensueño es intrínsecamente el mismo ser, el mismo estado de la vigilia?"

Es decir, ese 'solo momento de duda', que, dicho sea de paso, recuerda el famoso dilema de Chuang Tzu, suspende la certeza de la vigilia, una certeza asumida sin reflexión, una certeza inmediata y casi somnolienta, por paradójico que eso suene, y deja entrever que las fronteras de eso que consideramos realidad son más difusas de lo que suponemos de ordinario.

No voy a exponer las ideas de Macedonio sobre el tema, imposibles de resumir en poco espacio, pero dejo planteadas sus preguntas. De mi parte, sólo quiero señalar lo siguiente: la duda ahí no nos informa nada decisivo acerca de la realidad pero posibilita una pregunta sobre la misma. Es decir, a nivel cognitivo, esa duda abre.

Otro libro que me cautivó al encontrarlo, cuando apareció desde el fondo de la doble fila que lo mantenía oculto en un estante de la biblioteca, fue uno de Karl Jaspers titulado 'Cifras de la trascendencia'. Así, me puse a releer varios pasajes que hace años había subrayado, y sentí, a diferencia de lo que me sucedió con otros viejos libros, que las cuestiones abordadas por ese pensador (en esa obra en particular) seguían siendo relevantes para mi; y hasta podría decir que constituyen todavía hoy una de mis mayores obsesiones.

No voy a comentar el nudo central del libro sino un pasaje en el que se expresa más bien una condición o punto de partida de su reflexión. Dice Jaspers, resumiendo mucho, que el conocimiento de la trascendencia no puede adquirido como se adquiere el conocimiento de un objeto del mundo. Por lo tanto su experiencia, la aprehensión de lo trascendente, ha de ser algo inherente a nuestra propia condición humana. Y al respecto cuenta una anécdota:

El filósofo estaba un día en Heidelberg paseando con su pequeña sobrina de nueve años, y queriendo enseñarle cosas, como buen profesor que era, le habló sobre varios temas. Y durante la charla el filósofo observó que la niña era, a pesar de su corta edad, increíblemente realista. Pues no aceptaba como cierto más que aquello que podía ver con sus ojos. Así, en uno de sus intentos por generar en la niña alguna apertura hacia cosas situadas más allá de lo evidente y cotidiano, Jaspers le habló de un prado cercano en la cual, se decía, habitaban ángeles y delfos. Y relata:

"le conté algo sobre esto, pero muy pronto fui interrumpido, diciéndome la niña: 'bah, todo es indudablemente absurdo, son meros cuentos de hadas. Elfos y ángeles en absoluto los hay, pues no se los ve por ninguna parte'. Por consiguiente, dije yo: 'en ese caso ¿sólo existe lo que se ve, y no lo que no se ve?'. 'Naturalmente', dijo ella con una respuesta triunfante. Yo había perdido una vez más. 'En ese caso, por consiguiente', dije yo, '¿tampoco hay Dios?, ya que no se lo ve'. Y la niña, sorprendida, dijo con gran seriedad y convencimiento: 'entonces, no existiríamos nosotros'"

De lo cual Jaspers extrae, o más bien confirma, su idea de que la noción de Dios es inherente a la conciencia de nuestra propia existencia. Cuestión que habría que desarrollar, por supuesto. Pero tampoco esta vez voy a profundizar en las ideas del libro; y, en cambio, quiero compartir con Uds. una experiencia análoga que me tocó vivir (salvando las distancias, claro).

Una amiga de mi juventud, de esto hace más de treinta años, tenía un hijo de siete años, muy despierto por cierto, llamado Alan. Una tarde nos encontramos en un bar de la ciudad los tres, y mi amiga, dirigiéndose a su hijo, le dijo que me cuente lo que había aprendido esa mañana. Entonces, Alan, un poco fastidiado de tener que contarme el asunto como si diera un examen, me contó que su madre le había explicado cómo vinieron las personas al mundo.

La explicación partía de la semillita que el hombre mete en la panza de la mujer, seguía con la aclaración de que, a su vez, cada papá y cada mamá habían salido de la semillita que sus papás habían metido en la panza de sus mamás, y así, lo mismo se repetía, de generación en generación, hasta llegar a Adán y Eva, que fueron los primeros padres, y de ellos a Dios que es el creador de todas las cosas.

Frente a lo cual yo contesté algo aprobatorio como 'lo explicaste muy bien...'. Entonces, Alan, cambiando el tono de nene obediente que repite una lección de memoria por el suyo propio, que era mucho más vivaz, me dijo: 'pero hay algo que mamá no me explicó'. Y '¿qué fue lo que no te explicó?' pregunté yo. Y Alan, exaltado y casi gritando, me dijo: '¡no me explicó quién es la mamá de Dios!'...

El pequeño Alan, a su modo, comprendía eso que no comprende el dogmático, sea religioso o ateo: que la pregunta por el origen no es una pregunta para ser contestada. Es una pregunta para ser vivida, experimentada. Y las respuestas que puedan darse a la misma no tienen valor más que si mediatizan y mantienen viva esa experiencia. De otro modo, ya no son auténticas respuestas sino sólo pseudo evidencias, falsos saberes, prejuicios.

Así, sintetizando todo esto, diría que ni la duda sobre la realidad -del sueño o la vigilia-, ni la pregunta por el origen, son tesis. Su valor no consiste en que podamos razonarlas para llegar a alguna demostración o refutación. Su valor consiste en que suspenden la certeza ordinaria, es decir las evidencias de la existencia empírica y de la racionalidad habitual, y hacen posible una experiencia de apertura. Esa apertura no garantiza nada, por supuesto, pero puede ser el punto de partida del desarrollo de una consciencia de lo trascendente.

La próxima vez los leeré y les escribiré desde Japón. Y aunque a los fines prácticos no cambiará nada, ya que nos encontramos en un espacio virtual, para mí será aún más importante que hoy poder compartir ideas e intereses con Uds. en este querido idioma nuestro.

2 comentarios:

  1. Buen viaje pues a Japón, seguro que este blog será una forma de compartir las nuevas experiencias en un país y cultura tan diferente de las hispánicas. Relax para ud. y alegría de compartir con quien le escucha y está ávido de aprender en la misma o similar longitud de onda no sólo idiomática.

    Totalmente de acuerdo con que hay ocasiones de cambios bruscos y de emergencias vitales en las que surge la duda cartesiana seriamente ¿estaré soñando? no puede ser que me esté pasando esto....
    No sé que tiene el continente americano de especial, pero es como si al menos las veces que he visitado esta especie de "realismo mágico" fuera un componente más de la sociedad americana. A lo mejor es sólo el cambio de continente, pero creo que no. Hay una forma de contar las cosas y de razonar que es diferente a la fría lógica occidental europea que solemos gastar.

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  2. Buscando por el blog a ver si ya habías hablado del motivo de tu viaje, me he encontrado esta entrada que no había leído. Máximo, eres un narrador excelente, que maneja la sencillez con mucha precisión. Me ha gustado mucho tu entrada. Gracias por compartir lecturas, vivencias y encuentros.

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