Los “cazadores de estrellas” viven de noche,
escudriñando la inmensa oscuridad del firmamento, al acecho de nuevas
luminarias que inmortalicen sus nombres; audaces biólogos persiguen
incansablemente, hasta los lugares más
remotos, especies animales o vegetales hasta ahora desconocidas; los más
intrépidos fotógrafos se adentran en el corazón de los tornados, en busca de una
imagen verdaderamente inédita; las “reinas del barroco”, Cecilia Bartoli y Simone
Kermes, rivalizan en presentar en primicia las más deslumbrantes arias,
encontradas en geniales partituras dormidas, durante centurias, en polvorientos
anaqueles … Los ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito y nos revelan,
sin lugar a dudas, que al ser humano le apasiona la aventura de la búsqueda y
el hallazgo.
A mi modesto
nivel, lo que me atrae como un poderoso imán es vislumbrar la figura de grandes mujeres ocultas en la sombra, olvidadas por
la historia oficial pero a cuyo desarrollo contribuyeron desde su forzosa
oscuridad. A las pioneras que hoy os quiero presentar, consideradas como las
mayores cazadoras de fósiles conocidas, también las arrastraba la locura por el
descubrimiento, que les llevó a realizar significativas aportaciones científicas
durante esa prodigiosa primera mitad del siglo XIX, cuando casi todo estaba por
escribir en las nuevas disciplinas de la biología y geología. Me sentiré dichosa si esta entrada sirve, en
alguna medida, para que sus logros se abran un hueco en nuestro almacén de
conocimientos.
1.Gabinetes
de maravillas
Hasta el
siglo XVIII, una lectura literal del Génesis y las genealogías bíblicas había
forjado la incuestionable opinión de que la tierra había sido creada por Dios tan solo unos 6.000
años antes. Para ser exactos, el atardecer del sábado 23 de octubre del año
4004 antes de Cristo, según el concienzudo cálculo realizado por el obispo
irlandés James Ussher en 1650. Se creía que todas y cada una de las especies
habían existido sin cambios desde la Creación, ordenadas jerárquicamente, según
su grado de perfección respectiva, en la “Gran Cadena del Ser”, que se elevaba
desde los organismos más simples en la base hasta la cúspide ocupada por el
hombre, sin faltar ni un solo eslabón en el plan preconcebido por la divinidad.
El hallazgo ocasional de fósiles no lograba perturbar esa tranquilizadora
visión estática de la Naturaleza. Inicialmente fueron considerados ludus naturae, caprichosas
cristalizaciones minerales, no restos de seres vivos. En los siglos XVI y XVII
formaron parte de un exquisito coleccionismo por parte de nobles y estudiosos,
exhibiéndose en los que se denominaban como “Gabinetes de Curiosidades” o, con
el sugerente nombre alemán, Wunderkammern
o “Cuartos de maravillas”. Antecedentes de nuestros museos, en ellos se
atesoraban obras de arte e instrumentos científicos junto a raros insectos,
conchas y fósiles, a veces asociados a seres mágicos como el dragón. Esa moda,
extendida por toda Europa, propició un intercambio de conocimientos que sentaría
las bases para el desarrollo posterior de la ciencia moderna.
2. El
descubrimiento del tiempo geológico
En el s. XVII,
con la obra de Steno, Hooke o el filósofo Leibniz, se empezó a abrir paso una
visión de los fósiles que ya había anticipado Leonardo Da Vinci trescientos
años antes, como restos de seres vivos petrificados. Naturalmente, ese
reconocimiento impugnaba aquellas cronologías especulativas y obligaba a
remontar muchos miles de años atrás el origen de la tierra. A fines del s.
XVIII, el naturalista francés Buffon llegó a estimarlo en 3 millones de años
pero solo se atrevió a publicar una datación, mucho más discreta, de 75.000
años. La asimilación progresiva de la verdadera edad geológica de nuestro
planeta, que corrió pareja al proceso de secularización de las creencias
durante la Ilustración, causó auténticos quebraderos de cabeza a los sabios
decimonónicos, y la interpretación del
significado de los fósiles en ese tiempo profundo no fue el menor de ellos.
Estaba en marcha una revolución científica radical, mientras el paradigma
tradicionalista se resquebrajaba de manera acelerada.
Georges
Cuvier (1769-1832), considerado el fundador de la paleontología, concebía los fósiles como restos orgánicos fruto de
gigantescas catástrofes, como el diluvio, lo que le permitía seguir manteniendo
la edad geológica corta de 6.000 años.
Por el contrario, Charles Lyell (1799-1875), padre de la moderna geología,
sostuvo con acierto que la tierra se había formado muy lentamente, en una
inmensa escala temporal, por obra de las mismas fuerzas físicas que siguen en
marcha actualmente (erosión, terremotos, vulcanismo, inundaciones…) En 1831, el
joven Charles Darwin se embarcó en el HMS Beagle a dar la vuelta al mundo. El
texto de Lyell recién publicado, Principios
de Geología (1830), le sirvió de constante referencia para entender la
diversidad de paisajes y especies que iban descubriendo. Durante el viaje pudo
recoger numerosos fósiles, que se le revelaron como testigos de formas vivas
desaparecidas en un continuum evolutivo, de forma paralela a como sucedía con
los pinzones de las Islas Galápagos. Desde esa innovadora concepción de la
historia de la tierra, se fue forjando la teoría que desarrollaría en el Origen
de las especies, publicada en 1859. Por el contrario, a principios del
siglo XIX, punto de arranque de nuestra historia, todavía resultaba
inconcebible, para la inmensa mayoría de la gente, la posibilidad de que Dios
hubiera creado especies para dejarlas morir. Sería tanto como admitir errores
en el plan de la Creación, incompatibles con la idea de un Supremo Hacedor
omnisciente y omnipotente. Por ello, los fósiles se interpretaban como restos de especies
todavía desconocidas, provenientes de
otras partes del mundo, y esa novedad despertaba un enorme interés entre
amateurs y miembros de la intelectualidad.
3. La
Costa Jurásica(Jurassic Coast)
En 2001
fueron declarados Patrimonio de la Humanidad los yacimientos de fósiles de la
costa sudoeste de Inglaterra, que datan de hace unos 195 millones de años. Los
acantilados de Lyme Regis, en el condado de Dorset, formados por capas de
caliza y pizarra, con frecuencia dejaban al descubierto, gracias a la acción
del oleaje y los corrimientos de tierras,
reliquias de tiempos remotos. En el primer tercio del s. XIX, esta villa
costera era un destino turístico en auge, lo que permitía a los lugareños complementar sus actividades productivas con
la venta de fósiles a los numerosos visitantes. Así sucedía con el carpintero
Richard Anning, que enseñó a sus hijos Mary y Joseph todas las habilidades
necesarias para localizar restos valiosos y esquivar los peligros de los
acantilados. En la parte delantera de su tienda desplegaba los restos que
coloquialmente denominaban “huesos de
cocodrilo” o “dedos de indio”. En una ocasión, en 1804, visitó su
establecimiento la escritora Jane Austen, quien mencionó el hecho en su novela Persuasión.
Es necesario,
igualmente, advertir que la familia Anning no profesaba el protestantismo anglicano dominante sino que
pertenecía a un grupo disidente, el de
los Congregacionistas . Esta circunstancia los situaba fuera de la respetabilidad
social pero, a cambio, también les confería una mayor libertad de conciencia,
una mente crítica abierta a comprender la trascendencia de aquellos hallazgos,
y esta perspectiva vital es la que Richard Anning logró transmitir a la pequeña
Mary.
4. Tocada
por el rayo de los dioses
Nacida el 21
de mayo de 1799, un suceso realmente legendario tuvo lugar en su infancia:
cuando tenía 15 meses, un rayo alcanzó a tres mujeres que jugaban con ella
entre los árboles, mientras que la niña sobrevivió milagrosamente. Esa
experiencia casi sobrenatural explicaba, a los ojos de sus conciudadanos, su extraordinaria inteligencia y avidez de conocimientos.
Cuando su
padre murió en 1810, la familia quedó sumida en la miseria, por lo que
continuar con la venta de fósiles se perfiló como la única opción posible para
subvenir sus necesidades vitales.
El término
“dinosaurio” (“lagarto terrible”), al que tan acostumbrados estamos para
referirnos a los distintos tipos de reptiles que dominaron la tierra hasta hace
65 millones de años, fue acuñado en 1830. Por ello, cuando Mary y su hermano
encontraron, en 1810, un esqueleto de ictiosaurio, nadie supo cómo clasificar
el espécimen, que tomaron por un cocodrilo fosilizado. Mary exponía sus
hallazgos en una mesa de curiosidades cerca de la parada de postas, vendiendo
amonites y belemnites solo por unos cuantos chelines. Pero, en 1812, su
preciada joya fue adquirida nada menos que por 27 libras por el naturalista Bullock, quien la expuso
en su mansión de Londres, dando lugar a un animado debate sobre la naturaleza
de aquel “pez lagarto”, a medio camino entre un reptil y un delfín. En 1819 fue
vendido al Museo Británico por la enorme suma, entonces, de 45 libras . Se publicaron
múltiples artículos pero, por supuesto, los descubridores nunca fueron
mencionados y ello fue el injusto destino que persiguió a Mary durante toda su
vida. Tal vez no habría podido ser de otro modo pues, en una sociedad
tremendamente clasista y patriarcal, ella no era más que la hija de un
trabajador manual, sin fortuna ni educación. De niña apenas sabía leer y
escribir, ya que solo había ido a la escuela un corto período de tiempo, pero en
su juventud se esforzó con ahínco en mejorar sus conocimientos para hacer de
los fósiles, más que un simple medio de vida, su incansable vocación.
5. Dos
amigas en los acantilados
Pronto Mary
empezó a leer todos los artículos que le prestaban sobre la materia,
copiándolos con esmero inclusive las ilustraciones que los acompañaban. En ese
derrotero tuvo un gran papel su amistad con Elizabeth Philpot (1780-1857).
Aunque existía un abismo de edad y de clase social entre ambas, esta
paleontóloga aficionada, que llegó a poseer fósiles de 34 especies diferentes,
modeló intelectualmente a Mary, instándole a que leyera textos sobre geología para abordar el estudio
de los fósiles de forma científica. Salían a buscarlos casi a diario y
desarrollaron conjuntamente experimentos sistemáticos de investigación. Así, Mary
llevó a cabo la disección de peces,
sepias y calamares para entender mejor la anatomía de sus fósiles. Encontró
bolsas de tinta en los belemnites y Elizabeth se las arregló para disolverla en
agua, realizando con ella ilustraciones de sus hallazgos, en lo que pronto las
imitaron los artistas contemporáneos.
Mary también
intuyó que las llamadas piedras bezoares, que se encontraron en el
abdomen de los ictiosaurios, eran en realidad heces fosilizadas. Buckland, primer
profesor de geología en Oxford, tiempo
después denominó a esas piedras “coprolitos”, reconociendo su
deuda con nuestra genial investigadora.
En 1824, Lady
Harriet Silvester anotó en su diario estas
reveladoras reflexiones tras visitarla:
[…] lo extraordinario de esta joven es
que se ha familiarizado tanto con la ciencia que, en el momento que encuentra
algún hueso, ya sabe a qué grupo pertenece. Fija los huesos en un marco con
cemento y luego hace los dibujos y grabados. […] Ciertamente es un maravilloso
ejemplo de favor divino- gracias a ello, esta pobre muchacha ignorante
está tan bendecida que, por la lectura y
la aplicación, ha llegado a un grado de conocimiento tal que está habituada a escribir y hablar con profesores y otros hombres inteligentes sobre
el tema, y todos ellos reconocen que entiende más de esta ciencia que nadie en
este reino.
6. The Old Fossils Shop
Hacia 1826, Mary había ahorrado lo suficiente
para abrir una tienda, que contaba con una gran ventana de cristal hacia la
calle a modo de escaparate, y continuaba con sus rastreos en los acantilados,
llevando a término sensacionales descubrimientos, como el del primer
plesiosaurio (“casi lagarto”). Tenía un cuello largo y una cabeza muy pequeña,
como si fuera un cruce entre serpiente y tortuga. Tan perfecto era el esqueleto
que Georges Cuvier se apresuró a tildarlo de fraude aunque, tras examinarlo, no
tuvo más remedio que certificar su autenticidad, lo que legitimó a nuestra
heroína ante la comunidad científica. El ejemplar se vendió al Duque de Buckingham
por la asombrosa suma de 100
libras .
Armada con un martillo y bajo un amplio
sombrero, para protegerse de la caída de las rocas, Mary salía a buscar tesoros
acompañada por su fiel perro Tray. Cuando encontraba restos que no era capaz de
extraer por sí sola, dejaba al can marcando el lugar mientras regresaba al
pueblo a buscar ayuda.
La fortuna siempre le sonrió en sus expediciones:
en 1828 descubrió el primer pterodáctilo conocido, una suerte de reptil volador
y, en 1832, su segundo ictiosaurio, aún mayor que el anteriormente descubierto.
Estaba en el cénit de su carrera pero, de pronto, todo empezó a cambiar.
7. Otra victima de la crisis
En la década de 1830 dio comienzo la segunda
gran oleada del colonialismo europeo, como también una nueva fase del proceso
de industrialización, con el tendido del ferrocarril en Inglaterra. Ese momento
de fuerte expansión capitalista se vio acompañado, contradictoriamente, de una
aguda crisis económica. Ello significó para Mary una notable pérdida de
ingresos por la reducción del volumen de venta de fósiles. Para ayudarla, al
joven geólogo Henry de la Beche se le ocurrió vender litografías de un dibujo,
denominado Duria Antiquior, que mostraba los fósiles que ella había
descubierto. La iniciativa obtuvo un gran éxito y La Beche entregó a Mary la
totalidad de la recaudación. Pero, aún así, sus problemas no dejaron de crecer.
En 1833 sucedió un accidente que la entristeció para siempre. En una de sus arriesgadas
expediciones, su perro Tray se despeñó y a ella le faltó un milímetro para
precipitarse también al vacío. Para terminar de empeorar la situación, en 1835
sufrió un grave revés financiero debido a una mala inversión, perdiendo con
ella la mayoría de sus ahorros. Ya veis lo poco que cambia el mundo por más
siglos que pasen, pero Mary tuvo la suerte de que el gobierno inglés le concediera
una pensión vitalicia en reconocimiento a sus contribuciones en el campo de la
geología, lo que le aseguró una digna subsistencia hasta su muerte.
8. “Soy famosa en toda Europa”
En su tienda pobremente amueblada y vistiendo
con modestia, Mary recibía frecuentemente la visita de geólogos, paleontólogos
y coleccionistas de toda Europa y América, incluso de la realeza. En 1844, el
médico que acompañaba a Federico Augusto II de Sajonia pidió a Mary una
dedicatoria a los ejemplares adquiridos y ella escribió, con legítimo orgullo,
la frase que encabeza este apartado.
Disfrutaba debatiendo con los intelectuales y
proporcionándoles toda la ayuda que necesitaban en sus estudios. Igualmente
mantuvo una intensa correspondencia con científicos de diversas especialidades.
Hasta el geólogo Charles Lyell le pidió su opinión y, junto con Elizabeth,
ayudó al paleontólogo suizo-americano Louis Agassiz en las investigaciones que
llevaba a cabo. En agradecimiento, años después Agassiz pondría sus nombres a tres especímenes fósiles. Pero, a diferencia de él, la mayoría de los visitantes se aprovecharon
de sus conocimientos, publicándolos como propios sin tan siquiera citarla, y
ello le fue agriando el carácter. Se sentía una indocumentada en un mundo académico
totalmente dominado por los hombres.
Cuando tenía 46 años, sus vecinos empezaron a
rumorear que se entregaba a la bebida. En realidad, estaba tomando fuertes
dosis de láudano para paliar los dolores que le ocasionaba el cáncer de mama
que padecía y que, finalmente, acabó con su vida en 1847. Fue enterrada en el
cementerio junto a la Iglesia del Arcángel San Miguel, en el pueblo de Lyme
Regis, donde siempre había vivido y que solo abandonó una vez para una corta
estancia en Londres.
Los reconocimientos le llegaron tardíamente:
en 1846, cuando su amigo La Beche era Presidente de la Sociedad Geológica,
había sido nombrada socia honoraria. En 1850 se instaló en aquella Iglesia una
vidriera conmemorativa de sus útiles
aportaciones científicas, con expresa mención de su benevolencia de corazón e
integridad de vida. El siempre empático Charles Dickens escribió sobre ella:
“La hija del carpintero se ha ganado un nombre por sí misma con todo merecimiento”.
No tiene dedicada ninguna estatua pero sí una novela,
Las huellas de la vida (2009), de
Tracy Chevalier, que narra su amistad con Elizabeth Philpot.
Para quien quiera ampliar conocimientos, en la
Wikipedia podéis encontrar una biografía bastante extensa en castellano, que yo
he resumido y complementado con otros datos procedentes de páginas en inglés,
además de encabezar la entrada con una breve descripción del panorama en la
historia de la ciencia previo a que Darwin formulara su teoría de la evolución,
que espero que contextualice adecuadamente
los logros conseguidos por Mary
Anning, que en alguna medida se anticipó a esa concepción evolucionista, para
que sepamos comprender el gran valor de su obra.
Felicidades por este artículo, preciso a la par que escueto y ameno. Mi querida hija del carpintero, tú también te ganarás cierto lugar de preferencia en el campo del Conocimiento por el Conocimiento.
ResponderEliminarHay que ver que olvidadas las mujeres, con talento pero sin acceso a la educación ni mucho menos al poder y todavía menos al poder académico. Gracias por darnos a conocer esta mujer que contribuyó con su esfuerzo a hallar tantos animales desparecidos. De paso he ido buscando las imágenes de todos ellos, aquí el ictiosaurio hallado en Asturias, el más completo en la península ibérica, también fue una mujer la que lo localizó.
ResponderEliminarhttp://www.20minutos.es/noticia/1592787/0/fosil-ictiosaurio/asturias/complejo/
y el pterodáctilo, un auténtico monstruo, con alas y un largo dedo, pico ¡y dientes!
http://es.wikipedia.org/wiki/Pterodactylus
El plesiosaurio, cuerpo de tortuga más cuello de serpiente es más amable.http://jura.0forum.biz/t737-plesiosaurio
Dicen que el monstruo del lago Ness es descrito como un plesiosaurio.
Con esta historia que he ido leyendo con avidez, ha sido inevitable dejar volar la imaginación y remontarme a las incursiones de mi infancia por las calas y acantilados de Torrevieja. Recuerdo las horas muertas observando rocas y estratos, fósiles y piedras, sentada toda la tarde en algún pequeño recoveco analizando y sacando conclusiones imaginarias sobre rocas que se hallaban en la superficie, fuera del mar, repletas de conchas fosilizadas, buscando una razón para que eso fuera así. ¿Era el mar que se había retirado? ¿era la tierra que había emergido? ¿por qué no encontraba esas conchas vivas bajo el mar? ¿ cómo sería antes ese lugar ?
ResponderEliminarLas preguntas se agolpaban y caía la noche. Me reñirían en casa si llegaba tarde así que juraba volver al día siguiente y seguir investigando. Volvía a casa acelerada, con la premisa de llegar antes de que anocheciera pero con los bolsillos cargados de piedras, fósiles y conchas. En mi inocencia no me percataba de que el botín me delataría y conllevaría la consabida reprimenda por ir a sitios peligrosos y por tanto prohibidos.
Así poco a poco ahogaron la chispa investigadora y fui cambiando de hábitos. Aunque tengo que reconocer que aún cuando paseo por la zona sigo fascinada por las mismas cosas.
Pero Mary Anning nació en el sitio adecuado, su padre fue el precursor de su pasión y el universo la dotó de las cualidades necesarias para dicha empresa, además tropezó con Elisabeth Philpot que se convirtió en su amiga y mentora. La confluencia astral se había dado e indudablemente había nacido una estrella , como pareció vaticinar ese insólito rayo que le perdonó la vida en el bosque.
Por todo ello, la historia de Mari Anning me ha cautivado sobremanera, no es de extrañar que su vida haya inspirado una novela, que yo imagino apasionante.
La realidad es que ella, reconocida o no, supuso un gran avance para la ciencia, y merecidamente el tiempo la colocaría en su lugar.
Sin embargo mi triste reflexión es darme cuenta de cuánto nos cuesta reconocer, al igual que en el pasado, las nuevas evidencias que desmontan muchas de las teorías aceptadas por la ciencia. Esas evidencias, reveladoras de errores, se archivan o se olvidan como “anomalías” de la ciencia.
Aun no comprendo por qué no se trabaja de una manera conjunta y multidisciplinar. No vale que la pieza del puzzle encaje desde un solo punto de vista, debe de encajar perfectamente desde todos los puntos de vista. De lo contrario nos está indicando que en algún punto hay un error, y que tal vez haya teorías que hay que repasar o incluso desmontar.
Mis felicitaciones por este apasionante artículo y sólo me resta decirte que tu también a tu modo eres una “cazadora de estrellas” buscadora de notables mujeres que se ocultan en la sombra.
ENCARNA, COMPRUEBO QUE, EN ESTOS ÚLTIMOS ARTÍCULOS, ESTÁS SACANDO A LA LUZ UNA SERIE DE MUJERES, DE ÉPOCAS DIVERSAS Y DISTANTES ENTRE SÍ, QUE POR SU ACTITUD ANTE LA VIDA SE HABÍAN ADENLANTADO A SU TIEMPO, FUERON UNAS MUJERES SILENCIOSAS Y SILENCIADAS POR EL ENTORNO; ESTO ME TRAE A LA MEMORIA LO QUE MAHLER HABÍA DICHO DE SU MÚSICA AL NO SER COMPRENDIDA EN SU MOMENTO: "MI TIEMPO LLEGARÁ". PUES A TÍ, ¿POR QUÉ NO?, TE TOCA, COMO HILO CONDUCTOR, SACARLAS DEL OSTRACISMO Y SITUARLAS EN SU TIEMPO JUSTO PARA VALORARLAS E INCORPORARLAS AL MOMENTO ACTUAL.ADMIRO TU LABOR Y ADELANTE.
ResponderEliminarFósiles y evolución. Nunca he comprendido del todo por qué algunos hallan en la idea de evolución una especie de enemiga radical de la idea de un dios creador... Para mí, que de la materia surja lo que parece no tener, vida, y que de la vida emerja al cabo de miles de millones de años de errática evolución la conciencia, que a su vez explora la vida y se pregunta por sus orígenes, es un triple misterio, una triple y divina maravilla, estadísticamente improbable, si no imposible. ¿Secreto designio de la naturaleza?, ¿astucias de la razón?, ¿historia del ser?. El barro que se hace vida, la vida que se sublima y espiritualiza, pero deja sus esquemas cristalizados en piedra. No me extraña que Mary Anning hiciese de esos hallazgos y de su estudio vocación principal. Es como viajar por el túnel del tiempo hasta sus orígenes.
ResponderEliminarTengo presente aquel retorcido argumento del integrista: los fósiles no probaban la existencia de especies desaparecidas: Dios había fabricado y escondido los fósiles bajo tierra para que los humanos, al descubrirlos, pudieran poner a prueba la fortaleza de su fe. Un dios casi indistinguible del diablo es ese, el dios de una retorcida teología.
Pero no debemos olvidar que los restos pétreos que yacen en la tierra no son más que la radiografía de las partes duras, el mallazo de los restos mortales, sombras de cuerpos inanimados. Desgraciadamente, hasta la escritura, lo más misterioso que ha producido la vida (lo misterioso puede que sea a la vez causa o resultado), las ideas y creencias, las emociones y los movimientos del alma, se perdieron sin remedio. O tal vez no.
Preciosa entrada que hace justicia a una modesta y formidable pionera.
Me gusta vuestra frase :
Eliminar"Un dios casi indistinguible del diablo es ese, el dios de una retorcida teología."
El dios de los integristas es sin duda alguna indistinguible de lo que llaman "diablo".
Simplemente no tienen los medios intelectuales para comprenderlo.
Como siempre, una excelente factura para un tema que en los grandes textos se consideraría marginalia, pero que debidamente sacado del fondo de "los grandes descubrimientos" , y puesto bajo las luces adecuadas, podemos considerar imprescindible para que el conocimiento humano se nutra de muy diferentes afluentes.
ResponderEliminarAunque sea un poco tarde, merece la pena decirlo: lo mejor de esta entrada han sido vuestros comentarios, así que muchas gracias a todos/as. Una mención especial a Ana Azanza, que tan amablemente buscó enlaces de otras noticias interesantes para complementar el texto. Ella también es una rastreadora nata de información.
ResponderEliminarEn su día se me olvidó mencionar que, en 2010, Mary Anning fue objeto de un solemne homenaje por parte de la British Royal Society, en el cual se la reconoció oficialmente como una de las diez mujeres científicas más importantes en la historia de la institución.
Y, en cuanto a las problemáticas relaciones entre Darwin y el cristianismo, comparto con José Biedma la idea de que en modo alguno existe una contraposición insuperable entre ambos, y a mí también me parece demasiada casualidad esa que nos configura como resultado de fuerzas totalmente ciegas y azarosas. Para que no presentarla como una simple opinión mía de andar por casa, me permitiré invocar la autoridad científica del prestigioso biólogo Francisco S. Ayala. En “¿Soy un mono?”, él también se pregunta si se puede creer al mismo tiempo en la evolución y en Dios. Se declara convencido de que no existe entre ambos términos una auténtica contradicción: ciencia y religión son dos ventanas diferentes, desde las cuales podemos observar el mundo en aspectos muy distintos pero complementarios: a través de la ciencia, los procesos del mundo natural; mediante la religión, el significado y finalidad del cosmos y de la vida humana, las relaciones con el Creador, los valores morales que deben regir nuestra acción…
El autor pone de relieve que, cuando parecía que la teoría de la evolución había acabado con la necesidad de Dios, ya en 1.891 se sostuvo que, bajo el aspecto de un enemigo, el darwinismo quizá había hecho un favor a la religión cristiana: la evolución sería el proceso natural por el cual Dios otorgó la existencia a los seres humanos. Como tal proceso estrictamente natural, no podría conllevar valoraciones morales por los problemas surgidos en su desarrollo (imperfecciones del diseño, catástrofes…). Aún así, se plantea Ayala si se podría achacar una responsabilidad indirecta a la divinidad por el resultado de esa creación evolutiva. David Hume formuló la alternativa entre un Dios omnipotente, que debería impedir esos fallos, o malévolo si los consintiera. Pero lo que resulta incuestionable es que la omnipotencia divina no podría conjugarse adecuadamente con el albedrío que nos constituye como seres libres y racionales.
Por mi parte, siempre he pensado que Darwin, una persona que partía de unas fuertes convicciones religiosas que perdió en el curso de sus investigaciones, no pudo contar con la suficiente distancia temporal respecto de su propia teoría para reajustar los términos del debate entre ciencia y religión. Tendremos que buscar por nuestra cuenta posibles vías conciliadoras entre darwinismo y Dios.
Tampoco tengo claro que la omnipotencia divina sea incompatible, especulativamente, con la limitada libertad humana. Primero, porque nosotros inventamos, no creamos. Combinamos entes, no pruducimos ser. Y segundo, porque forma parte del poder la capacidad de limitarse. Es lo que hacemos los padres cuando vamos consintiendo que los hijos asuman un creciente nivel de autonomía. La aporía más bien estaría entre la bondad infinita de la divinidad y la existencia del mal, martillo de herejes. Aporía que perturbó a Voltaire. Pero en realidad no tenemos la suficiente perspectiva para saber si en cada caso no sucede lo menos malo... Y en cualquier caso, siempre es posible creer que no hay mal que por bien no venga.
EliminarAnning y Philpot, qué belleza de mujeres.
ResponderEliminarEn el municipio de Sabanalarga, departamento del Atlántico, Colombia, hacen falta mujeres como estas. En La Peña, un corregimiento del pueblo mencionado, hay gran material fósil que se está perdiendo porque no hay presupuesto para sacarlo y los restos, además, están en zonas que ahora son terrenos privados. Qué lástima.
En Colombia no hay facultades de Paleontología en ninguna de las universidades del país.
No soy científica, mi profesión es la Literatura. De todas formas, estoy programando una salida hacia el municipio con los estudiantes. Trabajaremos el cuento "El Dinosaurio" de Augusto Monterroso y la historia de la verdadera abuela de Parque Jurásico, que ya saben quién es.
Bueno, les recomiendo leer el cuento de Isaac Asimov, "Cómo ocurrió". Ambas historias, la de los evolucionistas y creacionistas, son de una belleza inefable, hay que saberlas apreciar desde ventanas diferentes. http://www.letrasperdidas.galeon.com/consagrados/c_asimov04.htm
Es difícil dar recetas para solucionar la incuria y la desidia a la hora de proteger un patrimonio que es primero colombiano pero también de toda la humanidad. Cuando la administración no actúa, lo bonito es lo que hacen los ciudadanos concienciados. transmitir a las generaciones siguientes la semilla de la pasión por rescatar y conservar esos restos. Me parecen muy interesantes esas referencias literarias que propones. Son ambos autores que me encantan. Los buscaré para leerlos. Muchísimas gracias por tu comentario.
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