Autora Ana Azanza
Dado el éxito del "filósofo que anda" voy a dar otras pinceladas antes de prestar el libro.
Tercer hijo de un fabricante de lápices, estudió en Harvard College. Fue maestro en una escuela pública en la que duró dos semanas: no quería dar castigos corporales a los alumnos y no entendía la enseñanza más que si se alternaba con largos paseos. Fue preceptor en Nueva York y en 1845 se construye una cabaña cerca de Walden Pond, al lado de un lago. Vive solo durante dos años, se pasea, lee, escribe. Lo detienen en 1846 porque se niega a pagar impuestos en protesta por la guerra contra Méjico. A su muerte dejó un aobra fascinante, "Walden" que recoge su experiencia en los bosques. Y el primer tratado filosófico sobre el andar: "Walking".
Thoreau decidió que dedicaría a escribir el mismo tiempo que hubiera dedicado a andar.Para evitar las trampas de la cultura y de las bibliotecas. Puesto que sino se escribe lo que se ha leído en otros. Escribir debería de ser un testimonio de la experiencia muda, viva, y no el comentario de otro libro. El libro es el testigo que se pasa un corredor a otro en una carrera de relevos. El libro que nace de la experiencia te envía a la experiencia. Los libros no son los que nos enseñan a vivir sino los que nos dan ganas de vivir, de vivir de otra manera: de encontrar en nosotros la posibilidad de la vida, su principio. La vida no está entre dos libros, entre dos lecturas, sino que el libro hace esperar una existencia diferente. No es lo que nos hace escapar del gris de la cotidianeidad, sino lo que nos hace pasar de una vida a otra.
Dado el éxito del "filósofo que anda" voy a dar otras pinceladas antes de prestar el libro.
David Henry Thoreau (1817-1862) |
Frente al desarrollismo capitalista que entonces empieza, frente al ansia de enriquecimiento sin límites Thoreau propone una nueva economía que diferencia "provecho" de "beneficio".
¿Qué provecho saco de una larga caminata por el bosque? ninguno, nada produzco que pueda ser vendido, no hago ningún servicio a la sociedad de la que sacar un dinero. Andar es desesperadamente inútil y estéril. En términos económicos es un perfecto despilfarro del tiempo.
Y sin embargo para mi vida, no diré interior sino total, absoluta, el beneficio es inmenso: un momento en el que he permanecido en la vertical de mí mismo, sin que me invadan las preocupaciones volátiles, ensordecedoras, sin ser alienado por el cacareo incesante de los charlatanes. Me he capitalizado a mí mismo todo el día. Un tiempo en el que me he quedado a la escucha o contemplando: la Naturaleza me ha dado todos sus colores. A mí solo. Cuando ando no dejo de recibir toneladas de pura presencia. Al final la marcha me habrá resultado más beneficiosa cuanto menos provechosa.
La diferencia entre el provecho y el beneficio es que las acciones que me proporcionan un beneficio podría hacerlas cualquier otra persona. De ahí surge el principio de la competitividad.
Lo beneficioso por el contrario depende de mis gestos, de mis actos, de momentos de mi vida que no puedo delegar en otro. Thoreau pudo escribir en su correspondencia: "para saber lo que tienes que hacer pregúntate, ¿puede hacerlo alguien en mi lugar? Si la respuesta es sí, déjalo a no ser que sea absolutamente indispensable". Vivir en el sentido más profundo de la expresión no puede hacerlo nadie en mi lugar.
"Si yo no soy yo, ¿quién lo será en mi lugar?"
Thoreau no rechaza el cálculo económico. Al contrario: "calculemos siempre ¿qué gano y qué pierdo? ¿qué pierdo de vida pura cuando me esfuerzo en ganar más dinero? Eso les cuesta a los ricos ser ricos: trabajar, preocuparse, velar, nunca dejar la tarea. Hace falta un tejado bajo el que guarecerse, paredes, una cama, unas sillas. Pero ¿Cuáles? si quieres un palacio con comodidades te hará falta trabajar duro, olvidarte del color del cielo y del tiempo que hace. Thoreau concluye que con un tejado, tres sillas, una cama y una manta es suficiente. Cambiando las alubias que cultiva por un poco de arroz consigue mucho: el tiempo que le queda para pasearse, entre tres y cuatro horas diarias, y disfrutar sin límites d e los espectáculos gratuitos de la naturaleza.
Para ganar lo suficiente para vivir le basta trabajar un día a la semana. Todos los días laborables de más sólo sirven para ganar lo inútil, lo futil, el lujo y devorar lo esencial.
Thoreau no fue demasiado lejos en sus paseos, no salió "a ver otros mundos". Y sin embargo su relato Walden fascina más que cualquier relato de viajes por la radicalidad de su conversión que hace parecer sosas las grandilocuentes epopeyas de los aventureros. El sentido del andar no es ir hacia la alteridad, otros mundos, otras caras, otras civilizaciones. Está más bien al margen de cualquier mundo civilizado.
Andar es ponerse al margen de los que trabajan, al margen de las carreteras en las que se permite la velocidad, al margen de los explotadores, de los laboriosos, de la gente seria que siempre tiene algo mejor que hacer que acoger la pálida dulzura de un sol de invierno o la frescura de la brisa de la primavera.
Andar no es sólo cuestión de verdad, también es cuestión de realidad. No la realidad como una exterioridad física ni como lo que cuenta para el sujeto, sino como lo que aguanta: principio de solidez y de resistencia. Andar es comprobar cada vez que la tierra resiste. En cada paso todo mi peso corporal encuentra apoyo y toma impulso:
"Por todas partes hay un fondo serio".
Los caminos llenos de nieve hacen temblar las piernas, el pie se hunde y se puede pisar el hielo. También en los suelos demasiado mojados, llenos de piedras o de arena, el cuerpo se ve obligado a sostenerse a sí mismo, a llevar el peso hacia arriba. La blandura de la tierra inquieta al pie, por el contrario las aceras son demasiado duras para caminar; resuenan como tambores vacíos. La regularidad perfecta de los caminos asfaltados acaba por aburrir a los pies, la realidad no es tan monótona.
"Es vano sentarse a escribir cuando uno se ha levantado para vivir."
Hay que buscar la escritura de lo real. escribir sólo en la prolongación de lo que se ha andado, de los pasos marcados. Porque entonces en el pensamiento no se busca más que lo sólido. No hay que escribir más que lo que se ha vivido intensamente. No tener como base sólida más que la experiencia:
"Hay que atravesar el barro de la opinión, de los prejuicios, de la tradición, de la ilusión, de la apariencia, esos aluviones que cubren el globo, desde París a Londres, de Newe York a Boston y a Concord, pasar a través de la Iglesia y del Estado, de la poesía, la filosofía y la religión, hasta llegar al fondo sólido, a las rocas que están en su sitio y que podemos llamar realidad, hasta poder decir: esto es, sin error."
En el andar se trata de la propia realidad de uno. El hombre no se siente "en" la naturaleza, sino que se siente natural. No se trata de "comunión" o de "fusión". Estas expresiones son apropiadas para las grandes experiencias místicas en las que el pensamiento llega a su culmen y se desvanece en el Todo. Andar hace sentir la participación: siento en mí el vegetal, el mineral, el animal. Me siento hecha de la misma madera que el árbol del que toco la corteza, del mismo tejido de las hierbas que acaricio, y mi respiración cansada cuando me paro se acompasa con la la liebre, el zorro, la ardilla que se me paran delante.
Esta prueba de realidad reencontrada a lo largo de todo el día gracias a la solidez del suelo, y también al al consistencia de mi ser repetida en la espesura que me rodea, acaba en mí por una plenitud de confianza. Andar como se suele decir "vacía la cabeza". Andar llena el alma de otra consistencia. No la de las ideas o las doctrinas, no la de las citas, las teorías, sino la de la plena presencia del mundo. Esa presencia que en la marcha se ha ido depositando regularmente en el alma a lo largo del día. Y cuando cae la noche, no hace falta casi pensar: basta respirar, cerrar los ojos y sentir en el cuerpo las capas de paisajes que flotan y se recomponen: el color del cielo, el resplandor de las hojas, la silueta de las colinas. Confianza que no es una esperanza sino una certeza muda. El hombre que anda durante todo el día por la noche es alguien seguro.
Thoreau prefiere irse "au petit matin". Hay que irse al alba, "la del alba sería cuando don Quijote salió de la venta". En esa hora indecisa, azul, se sienten los balbuceos de la presencia. Andar por la mañana es reencontrar la pobreza de nuestra voluntad, en el sentido en el que querer es lo contrario de acompañar. El día no empieza como un acto de voluntad, antes bien, el sol va saliendo con una certeza tranquila. Andar por la mañana es comprender la fuerza de los comienzos naturales.
"La salud se mide por el amor a las mañanas".
Andar cuando hace frío. La felicidad de andar con tiempo frío está en el fuego que se nota arder en el pecho:
"Existe un fuego subterráneo que se incuba en la naturaleza y nunca se apaga, y ningún frío puede con él... Ese fuego subterráneo tiene su altar en cada pecho humano. En efecto, en el día más frío y la colina más expuesta, el caminante alimenta en los pliegues de su chaqueta un fuego más caliente que el que alumbra en el hogar. Un hombre sano equilibra cada estación, de manera que en invierno el verano está en su corazón: Ahí está el sur."
La primera energía que se siente al andar es la propia. No se trata de una explosión de fuerza sino de una irradiación continua y sensible.
Los indios americanos consideraban la tierra como una fuente de sabiduría. Acostarse sobre ella permite descansar, sentarse sobre ella da sabiduría en los consejos, andar sintiendo el contacto con la tierra hace más fuerte y más resistente. La Tierra inagotable pozo de fuerza, porque es la Madre originaria y porque encierra en ella todos los antepasados muertos. Es el elemento de transmisión, mejor que levantar los brazos para implorar la gracia de las divinidades celestes, el indio americano prefiere andar descalzo sobre la tierra. El suelo tranquiliza, fortifica, lava y cura. Sentarse o echarse en el suelo permite a los indios pensar más profundamente y sentir más vivamente, contemplar con mayor claridad los misterios de la vida y sentirse más cercano a todas las fuerzas vivas.
Me voy a andar...
Felicidades por el artículo. Aprovecho la ocasión para sugerir ilustrarlo con una bellísima película de animación cuyo fin primero y último es demostrar el caminar: "Walking", de Ryan Larkin (1968).
ResponderEliminarhttp://www.nfb.ca/film/Walking
Acabo de encontrar este post. Me simpatiza Thoreau y el comentario Ana me parece estupendo.
ResponderEliminarA mi juicio la clave del asunto estaría en una expresión que cae en un momento del post: 'la pura presencia'.
Efectivamente la experiencia de la pura presencia es algo irremplazable; y siendo muy concreta no se deja, sin embargo, localizar ni encerrar en conceptos. Gracias.