jueves, 7 de julio de 2011

Vivir sin miedo

Autora Ana Azanza


Parece que nos estamos preguntando últimamente sobre el tema ser feliz. Tema filosófico desde los inicios de esta disciplina y que hoy parece poco serio para los cultivadores de la filosofía, màs preocupados por el comentario de sofisticadas teorías y textos que por el hecho simple de pensar y poner ese pensamiento al servicio de la comunidad.


Me hizo feliz, por lo inesperado, en la Nava del Espino

Me he topado con un libro cuyo título me va mucho, "Vivir sin miedo" escrito por el piscólogo Joan Corbella, lástima que no lo haya escrito un filósofo... pero no me interesan tanto las peleas entre gremios. Sólo recoger y aprender de quien sabe por haber dedicado tiempo a ayudar a la gente a sobrellevar sus problemas.

La vida transcurre inexorablemente, nos ofrece experiencias y reacciones anímicas de impacto e intensidad variable. El ser humano es por su condición capaz de intervenir en esos acontecimientos que llenan su existencia, como en la actitud vital que le permite "sentir" su realidad con forma de estímulo agradable, desagradable o neutro.

En ciertos círculos intelectuales ha estado de moda mofarse de quien proponía la felicidad como objetivo alcanzable. ¡Ingenuos! la vida simplemente se soporta, y vivir consiste en poner a prueba la capacidad de resistencia a lo insoportable...La respuesta al problema del vivir si no es compleja no puede ser verdadera...Esta forma de ver me recuerda lamentablemente a muchos filósofos. Pero sigo.

Existe la infantilización que nos llega de Estados Unidos, con los recetarios para todo, para triunfar en una empresa, en las relaciones personales, para vencer la timidez...Simplicidad que cae en la simplonería, vivir es un arte, no seguir un manual de instrucciones.

No tengo a mano las citas, pero si el recuerdo borroso de que, ¿es quizás Gracián el que asegura que el conocimiento ahoga las posibilidades de ser feliz?, para ser feliz más vale no saber demasiado... En la actualidad la acumulación de teorías y datos sobre todas las catástrofes que se ciernen sobre la humanidad justifica el cinismo, el descontento, el pesimismo existencial. Con tanta información propia y ajena, y tanta experiencia propia y ajena de la maldad lo más racional es la absoluta desconfianza sobre nuestra condición.

Pero además de almacenadores de conocimientos tenemos sentimientos. Frente a los cínicos desencantados, diremos que la vida puede suponer una experiencia apasionante si existe el propósito de vivirla a pesar de todo.

Dos grandes obstáculos se opondrán a quien enfrente la vida con ánimo de superar el simple paso inexorable de los días: las ideas y las posesiones.

Los ideólogos de actitud vital que viven de y para sus ideas, fieles a los libros, a los líderes de pensamiento, troquelan sus posiciones según un patrón ideológico. Lo cultural y lo científico son una gran posibilidad de riqueza personal; pero, si estos elementos se convierten en aniquiladores o inhibidores de sentimientos personales, de emociones y reacciones, entonces la cultura, la ciencia, las ideas en general y los ideólogos en particular, pueden convertirse en el freno más poderoso que puede tener una sociedad para acceder a lo vital, a la vitalidad entendida como la expresión personal de la actitud con que afrontamos la vida. Solo puede justificarse el culto a lo intelectual cuando sirve para el conocimiento de uno mismo, el conocimiento más interesante, como tuve ocasión de experimentar con el filósofo denostado por muchos intelectuales  por no ser lo suficientemente sofisticado: Oscar Brenifier.

El segundo gran freno a la posibilidad de ejercer como ser vivo es la posibilidad de tener y poseer. Un objetivo lógico para la mayoría de los seres humanos. La riqueza abre puertas. Pero si lo "económico" se convierte en el eje del comportamiento y en el alimentador de todas las motivaciones, se produce un freno en las emociones y sentimientos y con él una limitación de la vitalidad.

Las ideas o las posesiones, dos inhibidores de la fuerza de lo humano. Silencian lo más vital que hay en el hombre y la respuesta a los requerimientos vitales deja de ser personal para ser culta o útil.

El miedo ya sabían los clásicos que es necesario para mantenerse vivo, aporta el grado de dependencia, previsión y contención necesarios para evitar que nuestros comportamientos pongan la vida en peligro. Una cierta dosis de miedo es una condición incuestionable de la vida.

Desde el pánico incontrolable, paralizador, a las reacciones temerosas que nos ponen en alerta, hay toda una escala de miedos: miedo fóbico o simple miedo provocador de respuestas de ansiedad más o menos aparatosas.

El miedo contribuye a situarnos en un punto de tensión vital necesario e imprescindible para un comportamiento gratificante y a su vez, vencer el miedo, vencer los obstáculos. Se necesitan obstáculos que vencer para que la vida tenga sentido. Es lo que hoy alguna psicopedagogía pretende quitar a los educandos, no nos damos cuenta de que allanando tanto el camino quitamos de paso la posibilidad de maduración. Tan anquilosante resulta el sentirse bloqueado por la ansiedad como la falta de motivación, la indolencia. Hay un grado adecuado de tensión vital que, si nos falta, la vida se nos convierte en una sucesión gris de acontecimientos en los que no tomamos parte activa. Sólo soportamos lo que nos llega.

Vivir supone que aspiramos a una felicidad razonable. Pero frente a ella se abre la posibilidad del miedo a no conseguir lo que nos proponemos. Hay miedos inespecíficos, el malestar psíquico del que sin saber por qué no encuentra alicientes para ser feliz y los miedos hacia cosas, hechos, personas concretas. El miedo y la ansiedad bloquean iniciativas y decisiones que acaban imposibilitando enriquecerse viviendo.

Nos solemos distraer del miedo a vivir "haciendo" para obtener cosas. Creo que nuestros gobernantes no se dan cuenta de lo inhumano que resulta una economía basada en el consumo. Consumir a destajo hace que la economía funcione, bien. Pero consumir como único fin en la vida puede ser uno de los factores de infelicidad más extendido entre la población. Lo que le va bien a la economía no le tiene porqué ir bien a la psicología, o mejor dicho, al ser humano como tal ser humano. El estímulo consumista provoca la necesidad de hacer, trabajar, ahorrar e invertir para poseer y sentir la propiedad sobre cosas. Una forma de distracción existencial  como otra cualquiera. Tener dinero, ahorrarlo y gastarlo resulta gratificante, nos valoramos y valoramos a los demás por las posesiones. (Comparación entre coches de profesores en las puertas de un IES cualquiera...).

Poder y fama, otros dos grandes estimulantes para nuestro "hacer". Cuando dinero, poder y fama entran a formar parte del objetivo primordial nuestro "ser" queda diluido en la acción encaminada a esos tres objetivos. Algo de dinero, algo de poder y algo de fama nos son imprescindibles. No somos insensibles a la posibilidad de alcanzar alguno de los tres o los tres a la vez.

Fue Gabriel Marcel el filósofo que habló de la diferencia entre "ser" y "tener". Evidentemente hacer nos hace poseer y poseer nos hace ser. El tener al servicio del ser. Cuando el camino hacer-tener-ser se interrumpe y tener cobra una dimensión prioritaria nos desprendemos de nuestras capacidades afectivas, personalizadoras e identificadoras.

El tener no nos deja vivir. Afectividad, creatividad, gozo, ilusiones son apartadas por el afán de las cosas. Cuando el tener dejar de ser un ideal y se pone al servicio del ser, se disfruta de aquello que se ha conseguido.

Hoy en las sociedades occidentales tenemos más oportunidades de disfrutar que nunca. Las máquinas nos alivian del trabajo físico y doméstico, tenemos más tiempo para acceder a libros, espectáculos, diversiones, deportes, aficiones. Hace un siglo todo esto era impensable para nuestros abuelos. Sin embargo nunca se había visto la felicidad como algo tan inalcanzable, con tanto cinismo y descreímiento. Nunca se había mirado al que habla de "ser feliz" con tanta falsa compasión, "pobre ingenuo". El desencanto surge en la medida en que las cosas carecen por sí mismas de la posibilidad de proporcionar felicidad.
La felicidad está en la actitud, en como uno se toma la vida, no en las cosas que poseemos. Para que ellas nos den felicidad es necesario dar importancia a lo trascendente que tiene el ser uno mismo.

No precisamente dar la imagen que pensamos que los demás esperan. Si la sensación de felicidad se vincula a las cosas que se pueden perder, control, orden, salud, bienestar, dinero, surge el miedo, la inseguridad. Si por el contrario la felicidad se vincula a lo que soy, los demás elementos contribuyen a enriquecer esa sensación de felicidad y equilibrio. Pero no son la base, y si pierdo alguno de ellos, habrá contrariedad, pero el mundo no se hunde.

Para vivir sin miedo y que el temor no bloquee el comportamiento Joan Corbellá propone el intento de vivir con la adecuada tensión vital que nos permita tener la sensación de estar vivos y apreciar la máxima capacidad de goce, placer y felicidad. Esa tensión vital surge de la propia voluntad y necesita de un estado de ánimo.

Es nuestro reto como seres humanos, porque estamos permanentemente tentados a dejarnos llevar por los acontecimientos y a desvincular el ánimo de la voluntad.

1 comentario:

  1. O sea, lo que conviene es vivir con el miedo justo. Es una emoción básica, y todas tienen un valor supervivencial, el temor a lo temible, incluso el temor de Dios, tan perdido, tan oscuro, "principio de la sabiduría" -rezaba la sentencia. El miedo nos hace prudentes. En su justa dosis no es una fuerza paralizadora, sino estimuladora. Precaución, prevención. Lo mismo que el estrés; sin estrés, a la gacela se la comería sin escape el guepardo siempre.

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