jueves, 14 de julio de 2011

Un yo disperso



Algunos consideran el posmodernismo como la lógica cultural del capitalismo tardío. Algunos textos sobre el posmodernismo de Fredric Jameson se pueden encontrar en la red. Paidós publicó su muy citada obra El posmodernismo o la lógica cultural del modernismo avanzado, 1995. Este intelectual norteamericano, de formación marxista, afirmó que, en un mundo posmoderno, el sujeto no está alienado, sino fragmentado, pues para él la alienación supone centralización e identidad, y no es el caso que el sujeto posmoderno posea estas cualidades "modernas", propias -diríamos nosotros- del sujeto que se constituía leyendo, centrando y concentrando su atención. La atención del sujeto posmoderno se dispersa sin cesar, salta por el hipertexto, de aquí para allá, sabe donde empieza pero no donde acaba. El ordenador se ha convertido en el objeto de prueba del posmodernismo, como los sueños y las bestias pusieron a prueba la modernidad.

Esto piensa Sherry Turkle, quien estudió cómo afecta a nuestra forma de pensar(nos) La vida en la pantalla (Paidós, 1977), o "frente a la pantalla", si no reconocemos que se pueda vivir virtualmente dentro de ella. Sherry Turkle sacó punta a algunas de las tesis de Jameson.

Sin embargo, podemos preguntarnos si  no será esa fragmentación y fluidez del sujeto descompuesto en sus máscaras, en sus nicknames, en sus espacios virtuales, la especie posmoderna de su alienación. El crédito deviene privilegio de acceso a mazmorras telemáticas.

Escribe Emilio López Medina: "En contra de todo lo que dice la Filosofía, estoy dispuesto a defender que las personas no son las mismas a lo largo de su vida: es decir no existe una identidad personal". Me extraña que el gran aforista escriba esto. O tal vez se delate con ello como un cartesiano irredento. Lo que discuto de su tesis es que toda filosofía haya sostenido eso. Platón mismo habla a veces como si en cada uno de nosotros no hubiera una sola alma, sino al menos tres. El escocés David Hume puso en duda en plena Ilustración la sustancialidad e identidad del yo -Emilio conoce de sobra esa quiebra crítica de la metafísica-, y desde luego la filosofía posmoderna ha hecho del escepticismo de Hume uno de sus precursores más significados. El yo posmoderno se distribuye como un conjunto de máscaras en el escenario de la simulación mediática. Ya Hume asoció el yo al teatro o a una república en la que no solo hay gobierno y orden, sino también facciones que aspiran a arrebatárselo, y desorden. Jung hablaba de los complejos emotivos como almas parciales, almas que pugnan por hacerse con el control de la mente. ¿Puede hablarse en el caso del trastorno bipolar o de la esquizofrenia de una sola alma?

El yo posmoderno es un yo descentrado, distribuido por múltiples mundos superficiales, carece de profundidad y constancia. Se agota en sus apariencias, en sus superficies marcadas por las sombras de la cosmética. Huye del compromiso porque -pobrecillo- no puede asegurar quién será mañana. Hasta puede convertirse en un yo de quita-y-pon, un yo consumible, comprable y vendible, desechable, de usar y tirar, un yo clinex.

Sin embargo, de todo se cansa uno, y sobre todo de simular, por eso ese yo posmoderno es también un yo con ansia de identidad, con nostalgia del espíritu.

He aquí la trágica paradoja: en teoría, el yo unitario es una ilusión, o puede explicarse como una "idea de reflexión", como una especie de ramillete de rastros mnémicos, un hábito de la mente aportado por la costumbre y los juegos de lenguaje. La imagen del yo no sería más que el significado (sin referente) de la voz "yo" (significante). A fin de cuentas, el lenguaje es creativo. Pero don Quijote solo mata gigantes como molinos en la prosa de Cervantes. ¿No se hablaron  antiguas lenguas que solo sabían decir nosotros? La idea del yo reconoce su filiación con esa facultad de representación de la experiencia que es la imaginación-memoria (Madre de las Musas). En la amnesia (que puede ser también social, pérdida de conciencia histórica) no sabemos ya quién somos.

No tengo experiencia sensible del yo, no me lo corto cuando corto sus uñas. No sé cuánto pesa mi alma, ni  cuáles son las dimensiones espaciales o temporales de mi espíritu, si es que mi espíritu pertenece al espacio tiempo. Puede que no pueda decir que el yo exista, si por existencia entendemos la existencia aquí y ahora, en el espacio y el tiempo, pero en la práctica ¡el yo es la realidad más básica! No nos cansamos de pronunciar su nombre ni de oírlo pronunciado por otros. Escribo su nombre propio con orgullo al pie de mis mejores fotos, de mis mejores artículos. Todo lo refiero a él, sin pensarlo, a esa intimidad insondable, etérea. Pasa lo mismo con la libertad de ese yo; en teoría, la libertad es un concepto proversivo, uno de los grandes desiderata, un ideal de la razón e incluso del "corazón", pero la libertad no es algo que podamos meter en un matraz de laboratorio, pesar o radiografiar. Sin embargo, en la práctica, si niego la libertad, ipso facto me convierto en una cosa, dejo de ser persona. Puedo mandar al traste la responsabilidad (y esto es un gran alivio), pues si no soy libre no tengo por qué responder de lo que "me sucede", pero también pierdo la  dignidad, no valgo más que ninguna cosa, viva o inerte.

5 comentarios:

  1. rápidamente: cuando te das cuenta de tu yo es cuando te llaman a juicio, o cuando te juzgan los demás, "tú y sólo tú" eres culpable de tal o cual.
    La responsabilidad moral, jurídica, penal, descubrimiento del "yo" que no veas...

    Personalmente creo en el juicio de la propia conciencia , que no se ve ni se oye, pero sirve, se siente dentro, está ahí.
    El yo de san Agustín ante el Tú quizás, no sé como hacer que san Agustín diga algo a los posmodernos de las máscaras desde su lejano siglo V, pero me gustaría...

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  2. Bueno, San Agustín fue un perspicaz psicólogo, su división trinitaria de la Psique en Memoria (Padre), Entendimiento (Hijo) y Voluntad (Espíritu Santo) ha marcado nuestra cultura. ¿La verdad dentro? También fuera; y la mentira tan fuera como dentro. También el diablo.
    Pero San Agustín es un clásico, ya sabes que los clásicos lo son porque están vivos, y que el futuro tiene raíces muy antiguas.
    En cuanto a la conciencia, me temo que como el género, el parentesco o la raza, la conciencia es un constructo cultural, aunque tenga raíces biológicas comunes. Los antropólogos han detectado que los orientales actúan (o evitan actuar) más por vergüenza que por sentimientos de culpa. Habrás observado -como yo- con qué facilidad se extinguen los sentimientos de culpa en una generación, tal vez como resultado de la descristianización (desjudaización)... ¡Con qué dificultad admite sus culpas nuestro alumnado o pide perdón! Como si el derecho se extendiese también a la ignorancia y la mentira...

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  3. no hace falta sentir culpa, sólo ver que se te hace responsable de algo, aunque tú no te sientas culpable. A eso me refiero.
    Despistan mucho querer hacer subdivisiones, ¿qué es cultural y que es biológico en la conciencia? es probablemente una mezcla, difícil de discernir.
    Pero tanto cuando me juzgan como cuando juzgo el juicio se focaliza en un punto al que no sé otra palabra mejor para denominar que "yo".
    Lo de la descristianización no sé que quiere decir eso, y me lo creo bastante poco. No me parece que las personas que se dicen más cristianas que nadie destaquen por su sentido de culpa y de la responsabilidad. Sí por predicarlos a los demás...
    Discrepo en tu juicio sobre nuestro alumnado; mi experiencia también me lleva a pensar que con frecuencia en mucha gente joven hay más vergüenza que en la gente mayor más mediatizada por intereses y menos sincera...
    eso no significa que "santifique" al alumnado, hay de todo, pero en general así lo siento, los jóvenes aunque van aprendiendo hipocresía, es la escuela del "crecimiento", lo son menos.

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  4. Hola. Es claro que se podría caracterizar a la postmodernidad de muchos modos. Por ejemplo como la época en que caen los 'grandes relatos' que daban sentido a las culturas tradicionales incluso a la propia modernidad (cuyo relato era el cogito, la razón, etc.). Y como esa otras.
    En cuanto a la fragmentación pienso que es cierta en términos descriptivos pero que no nos dice mucho sobre la esencia del fenónemo (y como veis soy pre-postmoderno, pues soy de los que creen que las cosas tienen esencia!).
    Estoy de acuerdo, muy particularmente, con dos observaciones de José en su post: Una que la fragmentación sabe más a una máscara, a una manifestación aprente y superficial, de una enajenación profunda. La otra, que tras esa fragmentación y dispersión, con la engañosa fantasía de libertad que algunos le asocian, subyace un 'ansia de identidad' y una 'nostalgia del espíritu'.
    Plotino, a quien tengo en mente porque lo estuve releyendo estos días, decía al comienzo de la Eneada V, que alma por desconocer su raíz (divina, metafísica, o como se la quiera llamar) se desconoce también a sí misma. Así, aunque pretende afirmarse se desprecia...

    ¿No es llamativa la vigencia de ese pensamiento ya milenario?

    Para conlucir, tiendo a pensar que la modernidad fue la época en que Occidente rompió con los principios trascendentes, o al menos lesionó seriamente su relación con los mismos, y la postmodernidad es la época en que se desarrollan y expresan hasta el paroxismo las consecuencias de dicha ruptura.

    Un abrazo

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  5. Gracias por tu interesante comentario, Max. Me pregunto hasta que punto la postmodernidad ha de estar ligada a un pensamiento débil, en el sentido de Vattimo, q reconozca la impureza e inestabilidad, la dependencia social y menesterosidad del yo.
    Espero que te animes a participar activamente en esta bitácora.

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