lunes, 17 de agosto de 2015

CULTURAS Y CIVILIZACIÓN



“NUESTRA ALMA SE EXPANDE A MEDIDA QUE SE LLENA”
                                                           Montaigne


“El miedo a los bárbaros” de Todorov ha resultado lectura veraniega "superprovechosa" . Pensamos que los bárbaros son los inmigrantes que se amontonan en la isla de Cos o en el Canal de la Mancha para entrar en Inglaterra.


Tras la lectura de “El miedo a los bárbaros” parece que en este preciso momento, los bárbaros somos los europeos, puesto que a un problema humanitario predomina la solución policial y militar.  Lo fácil y a la mano, el uso de la fuerza contra el débil. Cuando está a la vista que Europa es la parte rica del mundo, y que hay recursos para alimentar y facilitar la vida a todos los que piden asilo y unos cuantos miles más. Pero preferimos amontonar riqueza en previsión de un tiempo y una vida que no tendremos para disfrutar.
 
Civilización y barbarie se dan la mano en todas las culturas, son dos extremos de una escala y no hay muchos grados intermedios.

En ocasiones el desarrollo técnico nos nubla la vista, el amontonamiento de artefactos y “commodities”, el número de obras de arte, actos culturales y artistas, nos hace olvidar que la barbarie sigue viva, la barbarie subyace y aflora en los países más avanzados del mundo.

¿En qué nos equivocamos al utilizar las palabras civilización y barbarie? En el primer capítulo delimita los términos acudiendo al origen: qué es y qué era un bárbaro, palabra con uso relativo y un uso absoluto en la Antigua Grecia.

Bárbaro en su uso absoluto adoptado en este libro es el que no aprecia la humanidad en los demás pueblos. Quien es incapaz de atravesar la barrera de la diferente cultura para llegar a lo esencial, ofuscado por una lengua, una religión, unas costumbres que no se entienden, minusvalora al diferente. Por eso decimos que dentro de todas las culturas o civilizaciones hay “barbarie”.

La cultura, conjunto de normas, creencias, representaciones, lenguaje, modos de vida que se transmiten de padres a hijos, mira al pasado y al futuro. Los conceptos civilización y cultura hacen su aparición en el siglo XVIII con la Ilustración. Precisamente a medida que los europeos son conscientes de la variedad de las costumbres a lo ancho del globo terráqueo. Montesquieu, Leibniz piensan a la vez la unidad y la pluralidad del género humano. Particularmente el autor del “Espíritu de las leyes” distingue las leyes constitutivas del derecho natural, que oponen estados legítimos y tiranías y son categorías valorativas, de las condiciones físicas, normas y costumbres que rigen la vida social en cada país. Respecto a este segundo grupo no hay ningún juicio de valor.

La verdadera tradición de la Ilustración es equilibrada, no cae ni en el relativismo “todas las culturas tienen el mismo valor” ni en el etnocentrismo “mi cultura debe imponerse a los demás”. Herder ha sido a veces presentado como fundador del relativismo cultural, pero en sus “Ideas para la filosofía de la historia de la humanidad” se limita a corregir la excesiva abstracción de los ilustrados franceses.  Cada sociedad posee sus propias exigencias y los deseos de los individuos se modelan según el país, la época y el lugar. Hay que apreciar cada elemento de una cultura en su contexto. Aprecio no lleva a Herder a renunciar a la unidad de la humanidad.

Biológicamente todos los seres humanos somos la misma especie y todos tenemos los mismos ideales de amor, felicidad, verdad y bien. La historia demuestra puesto que oscilamos entre los excesos, que lo difícil está en pensar la unidad de las naciones en su diversidad, en unir los acontecimientos discordantes sin confundirlos, en mostrar las fuerzas idénticas que producen formas diversas. Herder expresa un pensamiento ilustrado “más cálido” que el de sus contemporáneos franceses.

¿Se puede juzgar las culturas? ¿cómo hacerlo? Hay elementos que son lo que son y no hay escala de valores que clasifique la gastronomía. Siempre conservamos un cariño especial por los sabores de la infancia. Lo que se come en una cultura depende de los alimentos del país, técnicas de preparación, contactos comerciales, datos de gran interés para el etnólogo o el sociólogo pero imposibles de valorar objetivamente.

Dentro de una cultura algunos miembros saben más, guardan la memoria de las tradiciones, de lo que contribuye al avance de la civilización, a la difusión de la cultura a más personas. Están los saberes prácticos, saber hacer cosas, saber crear, saber aplicar el saber teórico al caso práctico para juzgar, como hacía Salomón.

No es seguro que podamos acceder a la sabiduría sin ningún saber, NO SE PUEDE EMANCIPAR la autonomía del saber DE SU VERTIENTE REPETITIVA. Formar parte de una tradición está en la naturaleza humana. Montaigne asegura que prefiere las buenas cabezas pero eso no quiere decir que las prefiera vacías. Sólo significa que la memoria debe subordinarse al entendimiento, NO PUEDE SER ELIMINADA. El saber es indispensable, pero es un medio: “Nuestra alma se expande a medida que se llena”.

El gran problema es la relación entre  la civilización y las culturas. Civilización es un juicio de valor, cultura es una formación histórica que es lo que es. Todo grupo humano posee una cultura y podemos decir que unos grupos son más civilizados que otros. Sin cultura el individuo estaría condenado al aislamiento y al silencio, es una condición necesaria de humanidad pero no suficiente. El dominio de la cultura y el avance hacia un estado más civilizado no se confunden pero tampoco se excluyen.

No podemos avanzar en la civilización sin admitir visiones del mundo, culturas diferentes de la nuestra. Avanzamos hacia la civilización cuando aceptamos que la  humanidad de los representantes de otra cultura es igual a la nuestra.
Una cultura que incita a sus miembros a saber tomar distancia de las propias costumbres es superior a la que se limita a encarecer el orgullo de sus miembros diciéndoles que son los mejores del mundo. Y para ello hay que saber tomar distancias respecto a lo propio y saber mirarse con ojos ajenos, lo que no tiene porqué significar caer en la xenofilia, Aún cuando sigamos manteniendo la propia mirada, estar abiertos a las ajenas formas de ver el mundo nos hace mejores.

Otro orden de cosas dentro de cada cultura que merece pensarse aparte son las técnicas. Evidentemente la invención de la agricultura fue una fase superior a la simple recolección. Una sociedad que conoce la rueda mejora en el transporte notablemente, como es mejor tener coches que sólo caballos. Pero ocurre que las técnicas no nos hacen progresar linealmente puesto que las ventajas suelen traer aparejados los inconvenientes, por ejemplo la contaminación acompaña a los coches o el expolio del planeta al capitalismo evolucionado y productor de todas las cosas ¿imprescindibles?. No hablemos de la maravillosa especialización en el campo de la medicina (especialista del pie, de las manos, de la rodilla … ) que convive con falta de “humanidad” en ocasiones en esos sabios doctores a la hora de tratar al paciente.

Aunque sin los avances técnicos actuales no querríamos vivir (“no sin mi lavadora”), sin embargo el nivel técnico de una civilización no nos habla, valga la paradoja, del nivel “civilizatorio”, en el sentido de más humano de una cultura. La técnica tiene que ver con la eficacia en el uso de los instrumentos de qué disponemos, es nuestra relación con las cosas. Las técnicas no se confunden con las culturas, porque las culturas son las reglas de vida en común, no el empleo de las cosas. Las técnicas son fácilmente asimilables por todos, aviones, portátiles, ordenadores son iguales en todas partes, pero las culturas son distintas y peculiares a cada grupo humano.

Las artes merecen juicio aparte. Esta cuestión interesa por la disonancia cognitiva que nos producen las imágenes de nazis disfrutando de las bellas artes, particularmente música clásica. En el propio campo de concentración. Hay algo que no sabemos explicar ¿cómo es posible enviar a la muerte a las personas de manera industrial y al mismo tiempo ponerse a escuchar una obra de Mozart?

Las obras literarias, pictóricas y musicales suscitan valoraciones positivas. Los juicios estéticos no son objetivos pero tampoco subjetivos, de cada cual. Son intersubjetivos, se puede debatir sobre gustos artísticos e incluso llegar a alguna opinión común. La capacidad de una obra de gustar más allá de las fronteras espaciales y temporales en que fue creada se considera indicio de calidad. Nadie discutiría la calidad de un Velázquez pero no por eso dejamos de juzgar cada uno desde nuestra cultura y tampoco sabemos si siempre se seguirá admirando al pintor sevillano.

A veces se hacen juicios estéticos de un género, “U2 es el mejor grupo de todos los tiempos”, también entre géneros de una misma cultura, podemos decir que “Guerra y paz” es una obra más rica que los cuentos de Calleja o que un concierto de Mozart es musicalmente más interesante que una canción de Julio Iglesias, aunque eso no impida preferir el cuento de Calleja o la canción del cantante superstar español. No hay discontinuidad entre la cultura erudita y la cultura popular, la erudita se alimenta de la popular, El  gran novelista Cervantes conocía bien la cultura popular de su tiempo. La erudita suele hacer más compleja y sublimar la popular. Y una saeta puede rivalizar en intensidad y emoción con un concierto de Beethoven. No hay porqué oponer ambas culturas.

Los juicios estéticos transculturales son a su vez legítimos. Podemos decir sin temor a equivocarnos que la música instrumental alemana del siglo XIX es superior a la música popular búlgara de la misma época. Podemos valorar la música clásica y a la vez la popular, reconocer la excelencia, profundidad de una de las cimas de la tradición europea en la música de Bach con respecto al folklore popular no es hacerle ningún feo al folklore. Sería bastante duro de oído quien no aprecie las diferencias.
Pero hay que admitir que todos estos juicios sobre obras de arte son siempre aproximativos y que no se puede hacer un católogo definitivo “de lo mejor”. A veces es sencillamente imposible, ¿Es mejor Cervantes o Molière? Incluso la pregunta resulta molesta. Son diferentes e igualmente grandes.

Las obras de arte y las técnicas se relacionan con la cultura de una sociedad y parece que al valorarlas evaluamos la sociedad. Es hasta cierto punto injusto, puesto que las obras de arte son productos de individuos que destacaron, dejando atrás lo aprendido, el artista crea una solución inédita, Cervantes escribiendo el Quijote descubre la novela. Sin embargo la cultura puede ser más o menos favorable a que surjan obras y artistas, lo es cuando incita la creación, la audacia en lugar del respeto al orden y la tradición, el conformismo.

Si preferimos unas obras a otras es porque las consideramos ricas y profundas, nos permiten entender mejor el mundo y a nosotros mismos, porque su belleza nos aporta un placer único. Los juicios estéticos no se oponen a los juicios éticos, pero tampoco son su consecuencia. La calidad de las obras de arte tampoco deriva de su pertenencia a una nación, ni de su emancipación con respecto a ella. El conocimiento profundo de determinada cultura suele ser la vía que conduce a lo universal, cuando tanto el arte como el pensamiento adquieren profundidad se convierten en universales, aunque su autor nunca saliera de su ciudad. Tenemos el caso de Kant o el del monje budista Mu Chi que vivió en el siglo XIII en China y nunca salió de su país, pero sus dibujos a tinta llaman la atención de personas de todo el planeta también hoy.

Los pensadores ilustrados esperaban que la difusión de la cultura, de las técnicas y las obras mejorarían la especie humana. Sin embargo el sueño ilustrado se ha roto, en la actualidad la cultura circula a velocidad supersónica por el planeta, pero las guerras y desastres humanitarios no se han detenido. Incluso la esclavitud, aunque oficialmente abolida, adquiere otros ropajes.
La historia del siglo XX es rica en ejemplos de personas cultísimas ejerciendo actos bárbaros, Eichmann tocaba música de cámara cuando no estaba organizando los convoyes de judíos deportados y Mao conocía a fondo la cultura china, pero eso no le impidió matar de hambre a su pueblo.

Los desastres del siglo pasado nos sorprenden por haber surgido del corazón de la civilización europea. Pero en realidad no debería de sorprendernos porque la civilización no se reduce a las obras o a la práctica de las artes. Tenemos que aprender a pensar  los logros existenciales, éticos y estéticos de la humanidad separados unos de otros. Unos no son un medio para alcanzar los otros, tampoco son opuestos ni hay que elegir entre ellos. El ser humano necesita ciertas comodidades materiales pero también una vida espiritual y una apertura al resto de la humanidad. Es posible que ciertas épocas canalicen la energía hacia el perfeccionamiento de obras, otras a hacia la innovación técnica, o hacia la instauración de obras políticas, pero es inútil quejarse como hacía Sartre de que ninguna obra literaria pueda mitigar el hambre de un niño. Alimento del alma y del cuerpo son inconmensurables.

Rousseau frente a sus contemporáneos ilustrados ya se dio cuenta de que la difusión de obras y técnicas no mejoraría la humanidad por sí misma. La vocación del ser humano es vivir bien con los demás, para ello no es necesario acumular saber ni ser una persona cultivada, no se desprecia ni está de más, pero del mucho saber no se sigue la mejor convivencia.

La multiplicidad de actividades, artes, ciencias, técnicas diversas en las que se implican los miembros de una sociedad explica la dificultad de saber si la historia humana progresa y si nuestros juicios sobre otras épocas y culturas son absolutos, relativos o arbitrarios. Si definimos la civilización como un mejor reconocimiento de los demás, es indudable que desde el Neolítico hemos mejorado, hoy nos conocemos y vemos todos unos a otros. Sin embargo en la historia humana barbarie y civilización experimentan altibajos. En el mundo actual hay guerras y asesinatos tan feroces como en los tiempos de Herodoto, hemos cambiado en nuestra capacidad de crear armas de destrucción masiva, capaces de poner fuera de juego al planeta varias veces. Quizás un progreso indudable es que en las sociedades democráticas el individuo obtiene cada vez más derechos, pero al mismo tiempo hemos de admitir que en algunos aspectos hemos empeorado con respecto a sociedades más tradicionales, por ejemplo en el respeto a los ancianos.  La dificultad para transmitir a las generaciones más jóvenes los saberes es otra característica propia de nuestra época, bastante novedosa.

Ciencia y técnica progresan de manera acumulativa, y cualquiera puede hacerse con ese saber. Hoy el estudiante de fisica sabe más que algunos genios del siglo XVI.
Las obras de arte se acumulan, pero no progresan, los logros de una época no aprovechan a los que vienen detrás.  Pero sí podemos decir que un momento de la historia es superior a otro si nos referimos a un sistema de valores por ejemplo en el que la gente no se come a otros congéneres. Hay otros muchos rasgos de la cultura de un pueblo que no se prestan a juicios de valor colectivos. Por eso una acción particular que se inserte en diversas categorías suscitara juicios contradictorios: la explosión de la bomba H es un progreso científico pero una gran regresión bárbara de la civilización, y no estamos libres de hacer pasos atrás en cualquier momento. Nos vendría bien no olvidarlo.

La colonización es un buen ejemplo, Napoleón llegando a Egipto arengaba a sus soldados: “vais a llevar a cabo una conquista de consecuencias incalculables para la civilización.” El comercio se vería beneficiado desde luego, pero al mismo tiempo la palabra “conquista” nos muestra lo negativo de colonizar otros pueblos. Francia llevó carreteras y escuelas a Indochina. Pero los indígenas se quejaban, no de esos adelantos, sino de las humillaciones sufridas por ser tratados como seres inferiores.

Los malentendidos en este aspecto se suceden. Todorov se aplica a deshacer algunos de ellos. Por ejemplo es conocida la frase de Walter Benjamin “No hay testimonio de civilización que no lo sea también de barbarie”. Está en un escrito donde WB contrapone dos formas de escribir la historia, la marxista y la “intropatía”, la suya, que consiste en darse cuenta de que la historia la escriben los vencedores. De manera que cuando vamos al museo y admiramos las obras egipcias, romanas o griegas somos cómplices del esclavismo que las hizo posibles, participamos del culto a la barbarie.

En esta paradójica frase WB no ha tenido en cuenta que civilización como él lo emplea no se opone a barbarie. En su frase “civilización” equivale a “obras de civilización” y “obras” no es lo contrario de barbarie. ¿Se puede decir que todas las obras del pasado son testimonio de barbarie? Podría funcionar si pensamos en las pirámides de Egipto o en las catedrales góticas, tal vez.  Pero ¿qué tiene de barbarie un poema de Shakespeare o de Safo?
Además en contra del materialismo histórico las condiciones de creación de una obra no determina el sentido que ésta tomará. Las obras de escritores de pueblos colonizadores han ayudado a los pueblos colonizados a liberarse.

Otro malentendido: Oriana Fallaci pretende demostrar la superioridad de la cultura europea haciendo un listado: Sócrates, Fidias, Leonardo, Rafael, Newton, Darwin…Y por la parte musulmana tras mucho buscar sólo le salen Mahoma, Averroes, Omar Jayan. Y concluye que Dante le gusta más que Omar Jayam y “Las mil y una noches”. Algunos dirán que Oriana se atreve a decir en voz alta lo que la mayoría piensan por lo bajo. Sin embargo, Oriana demuestra ignorancia con respecto a la cultura islámica. Averroes es sólo uno entre muchos filósofos musulmanes, y no fue un simple glosador, gracias a él, llegó a Europa una gran parte perdida de los escritos aristotélicos.
Además “Las mil  y una noches” deberían compararse con algo similar en Europa, ¿los cuentos de los hermanos Grimm? Por otra parte no está de más recordar que autores europeos como Dante o Goethe se inspiraron a menudo en autores musulmanes. De todas formas Oriana confunde obras con civilización.

La característica de la civilización occidental además de tener grandes sabios es la posibilidad de separar la investigación y sus consecuencias buenas o malas. La fisión del átomo es una de ellas. No sólo ha habido Miguel Angel y Shakespeare por aquí, también auténticos asesinos profesionales. Por eso afirmar que determinada cultura es superior a otra en general no tiene mucho sentido, lo cual no nos impide condenar las acciones bárbaras vengan de la cultura que vengan.

Un tercer malentendido: Elie Barnavi concluye en “Las religiones asesinas” que existe la civilización  y existe la barbarie y el diálogo es imposible entre ellas. Si hemos dicho que lo contrario de civilización es barbarie no se puede hablar en el mismo sentido de civilizaciones en plural. El diálogo sólo es posible entre culturas, en plural. Y toda cultura se ha formado por el encuentro no siempre armonioso de otras culturas. Ninguna cultura se reduce a la barbarie, favorecer el conocimiento mutuo de culturas es incluso uno de los mejores medios para lograr que la barbarie retroceda. Empezar calificando al otro de bárbaro no es el mejor inicio.

Más malentendidos, Levi Strauss en un texto titulado “Raza e historia” asegura que bárbaro es el que cree en la barbarie, al negar la humanidad a aquellos de sus representantes que parecen más salvajes o bárbaros, lo único que hacemos es ser nosotros los bárbaros. Levi Strauss se niega a ejercer el menor juicio sobre las culturas y sus elementos, todas las sociedades son igualmente buenas o malas, es imposible ejercer juicios transculturales.

Pero en absoluto nos convertimos en bárbaros por denunciar los actos de barbarie, sólo sería paradójico si hubiéramos presupuesto la bondad originaria del género humano. Bárbaro no es el que cree en que la barbarie existe, sino el que cree que una población o ser humano merece un tratamiento que rechazaría aplicarse a sí mismo. Los actos de barbarie siguen estando ahí en toda circunstancia, y ello no impide admitir la pluralidad de culturas.

En el extremo opuesto Finkelkraut en “La derrota del pensamiento” expresa su temor de que el reconocimiento de las múltiples culturas acabe con la idea de civilización. “Hablar de culturas sólo en plural supone negar a los hombres de distintas épocas alejadas la posibilidad de comunicarse respecto de valores que sobrepasan el ámbito en el que surgieron”.

La pluralidad de culturas acabaría con la universalidad de los juicios.

Pero la civilización no se opone a la cultura, ni la moral a la costumbre ni la vida de pensamiento a la vida cotidiana. En realidad una se alimenta de la otra. La existencia de múltiples culturas no ha impedido sus contactos, sus influencias mutuas. Es lo apasionante de la América hispana, la mezcla de lo indígena y lo español. Y con muy diferentes modulaciones en cada uno de los países. Un paso decisivo de civilización se da cuando se admite que los otros aunque humanos como nosotros tienen sus propias costumbres, lenguas y modos de vida. Poseer una cultura no significa ser su prisionero, Desde todas las culturas se puede aspirar a valores de civilización.

 Ninguna cultura es en sí misma bárbara y ningún pueblo es definitivamente civilizado. Todos podemos aprender mucho unos de otros, es lo interesante de ser humano. Su pluralidad en su unidad.


Hay más análisis de Todorov en este libro muy instructivos, desapasionados, que muestran todas las caras de los problemas: ¿qué son identidades colectivas? ¿guerra contra el terrorismo? Particularmente interesante me parece el capítulo que desmenuza el “conflicto de las caricaturas danesas de Mahoma” o el del discurso del Papa en Ratisbona en 2006. Un libro para no perderse, que tiene muchas lecciones que darnos para ir mucho más allá del célebre “choque de civilizaciones”.

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