“NUESTRA ALMA SE EXPANDE A MEDIDA QUE SE LLENA”
Montaigne
“El miedo a los bárbaros” de Todorov ha resultado lectura veraniega "superprovechosa" . Pensamos que los bárbaros son los inmigrantes que se amontonan en
la isla de Cos o en el Canal de la
Mancha para entrar en Inglaterra.
Tras la lectura de “El miedo a los bárbaros” parece que en
este preciso momento, los bárbaros somos los europeos, puesto que a un problema
humanitario predomina la solución policial y militar. Lo fácil y a la mano, el uso de la fuerza
contra el débil. Cuando está a la vista que Europa es la parte rica del mundo,
y que hay recursos para alimentar y facilitar la vida a todos los que piden
asilo y unos cuantos miles más. Pero preferimos amontonar riqueza en previsión
de un tiempo y una vida que no tendremos para disfrutar.
Civilización y
barbarie se dan la mano en todas las culturas, son dos extremos de una
escala y no hay muchos grados intermedios.
En ocasiones el desarrollo técnico nos nubla la vista, el
amontonamiento de artefactos y “commodities”, el número de obras de arte, actos
culturales y artistas, nos hace olvidar que la barbarie sigue viva, la barbarie
subyace y aflora en los países más avanzados del mundo.
¿En qué nos equivocamos al utilizar las palabras civilización
y barbarie? En el primer capítulo delimita los términos acudiendo al origen:
qué es y qué era un bárbaro, palabra con uso relativo y un uso absoluto en la Antigua Grecia.
Bárbaro en su uso absoluto adoptado en este libro es el que
no aprecia la humanidad en los demás pueblos. Quien es incapaz de atravesar la
barrera de la diferente cultura para llegar a lo esencial, ofuscado por una
lengua, una religión, unas costumbres que no se entienden, minusvalora al
diferente. Por eso decimos que dentro de todas las culturas o civilizaciones
hay “barbarie”.
La cultura,
conjunto de normas, creencias, representaciones, lenguaje, modos de vida que se
transmiten de padres a hijos, mira al pasado y al futuro. Los conceptos civilización
y cultura hacen su aparición en el siglo XVIII con la Ilustración.
Precisamente a medida que los europeos son conscientes de la
variedad de las costumbres a lo ancho del globo terráqueo. Montesquieu, Leibniz
piensan a la vez la unidad y la pluralidad del género humano. Particularmente
el autor del “Espíritu de las leyes” distingue las leyes constitutivas del
derecho natural, que oponen estados legítimos y tiranías y son categorías
valorativas, de las condiciones físicas, normas y costumbres que rigen la vida
social en cada país. Respecto a este segundo grupo no hay ningún juicio de
valor.
La verdadera tradición de la Ilustración es
equilibrada, no cae ni en el relativismo “todas las culturas tienen el mismo
valor” ni en el etnocentrismo “mi cultura debe imponerse a los demás”. Herder
ha sido a veces presentado como fundador del relativismo cultural, pero en sus
“Ideas para la filosofía de la historia de la humanidad” se limita a corregir
la excesiva abstracción de los ilustrados franceses. Cada sociedad posee sus propias exigencias y
los deseos de los individuos se modelan según el país, la época y el lugar. Hay
que apreciar cada elemento de una cultura en su contexto. Aprecio no lleva a
Herder a renunciar a la unidad de la humanidad.
Biológicamente todos los seres humanos somos la misma
especie y todos tenemos los mismos ideales de amor, felicidad, verdad y bien. La
historia demuestra puesto que oscilamos entre los excesos, que lo difícil está
en pensar la unidad de las naciones en su diversidad, en unir los
acontecimientos discordantes sin confundirlos, en mostrar las fuerzas idénticas
que producen formas diversas. Herder expresa un pensamiento ilustrado “más
cálido” que el de sus contemporáneos franceses.
¿Se puede juzgar las culturas? ¿cómo hacerlo? Hay elementos
que son lo que son y no hay escala de valores que clasifique la gastronomía.
Siempre conservamos un cariño especial por los sabores de la infancia. Lo que
se come en una cultura depende de los alimentos del país, técnicas de
preparación, contactos comerciales, datos de gran interés para el etnólogo o el
sociólogo pero imposibles de valorar objetivamente.
Dentro de una cultura algunos miembros saben más, guardan la
memoria de las tradiciones, de lo que contribuye al avance de la civilización,
a la difusión de la cultura a más personas. Están los saberes prácticos, saber
hacer cosas, saber crear, saber aplicar el saber teórico al caso práctico para
juzgar, como hacía Salomón.
No es seguro que podamos acceder a la sabiduría sin ningún
saber, NO SE PUEDE EMANCIPAR la autonomía del saber DE SU VERTIENTE REPETITIVA.
Formar parte de una tradición está en la naturaleza humana. Montaigne asegura
que prefiere las buenas cabezas pero eso no quiere decir que las prefiera
vacías. Sólo significa que la memoria debe subordinarse al entendimiento, NO
PUEDE SER ELIMINADA. El saber es indispensable, pero es un medio: “Nuestra alma
se expande a medida que se llena”.
El gran problema es la relación entre la civilización y las culturas. Civilización
es un juicio de valor, cultura es una formación histórica que es lo que es.
Todo grupo humano posee una cultura y podemos decir que unos grupos son más
civilizados que otros. Sin cultura el individuo estaría condenado al
aislamiento y al silencio, es una condición necesaria de humanidad pero no
suficiente. El dominio de la cultura y el avance hacia un estado más civilizado
no se confunden pero tampoco se excluyen.
No podemos avanzar en la civilización sin admitir visiones
del mundo, culturas diferentes de la nuestra. Avanzamos hacia la civilización
cuando aceptamos que la humanidad de los
representantes de otra cultura es igual a la nuestra.
Una cultura que incita a sus miembros a saber tomar
distancia de las propias costumbres es superior a la que se limita a encarecer
el orgullo de sus miembros diciéndoles que son los mejores del mundo. Y para
ello hay que saber tomar distancias respecto a lo propio y saber mirarse con
ojos ajenos, lo que no tiene porqué significar caer en la xenofilia, Aún cuando
sigamos manteniendo la propia mirada, estar abiertos a las ajenas formas de ver
el mundo nos hace mejores.
Otro orden de cosas dentro de cada cultura que merece
pensarse aparte son las técnicas.
Evidentemente la invención de la agricultura fue una fase superior a la simple
recolección. Una sociedad que conoce la rueda mejora en el transporte
notablemente, como es mejor tener coches que sólo caballos. Pero ocurre que las
técnicas no nos hacen progresar linealmente puesto que las ventajas suelen
traer aparejados los inconvenientes, por ejemplo la contaminación acompaña a
los coches o el expolio del planeta al capitalismo evolucionado y productor de
todas las cosas ¿imprescindibles?. No hablemos de la maravillosa
especialización en el campo de la medicina (especialista del pie, de las manos,
de la rodilla … ) que convive con falta de “humanidad” en ocasiones en esos
sabios doctores a la hora de tratar al paciente.
Aunque sin los avances técnicos actuales no querríamos vivir
(“no sin mi lavadora”), sin embargo el nivel técnico de una civilización no nos
habla, valga la paradoja, del nivel “civilizatorio”, en el sentido de más
humano de una cultura. La técnica tiene que ver con la eficacia en el uso de
los instrumentos de qué disponemos, es nuestra relación con las cosas. Las
técnicas no se confunden con las culturas, porque las culturas son las reglas
de vida en común, no el empleo de las cosas. Las técnicas son fácilmente
asimilables por todos, aviones, portátiles, ordenadores son iguales en todas
partes, pero las culturas son distintas y peculiares a cada grupo humano.
Las artes merecen
juicio aparte. Esta cuestión interesa por la disonancia cognitiva que nos
producen las imágenes de nazis disfrutando de las bellas artes, particularmente
música clásica. En el propio campo de concentración. Hay algo que no sabemos
explicar ¿cómo es posible enviar a la muerte a las personas de manera
industrial y al mismo tiempo ponerse a escuchar una obra de Mozart?
Las obras literarias, pictóricas y musicales suscitan
valoraciones positivas. Los juicios estéticos no son objetivos pero tampoco
subjetivos, de cada cual. Son intersubjetivos, se puede debatir sobre gustos
artísticos e incluso llegar a alguna opinión común. La capacidad de una obra de
gustar más allá de las fronteras espaciales y temporales en que fue creada se
considera indicio de calidad. Nadie discutiría la calidad de un Velázquez pero
no por eso dejamos de juzgar cada uno desde nuestra cultura y tampoco sabemos
si siempre se seguirá admirando al pintor sevillano.
A veces se hacen juicios estéticos de un género, “U2 es el
mejor grupo de todos los tiempos”, también entre géneros de una misma cultura,
podemos decir que “Guerra y paz” es una obra más rica que los cuentos de
Calleja o que un concierto de Mozart es musicalmente más interesante que una
canción de Julio Iglesias, aunque eso no impida preferir el cuento de Calleja o
la canción del cantante superstar español. No hay discontinuidad entre la
cultura erudita y la cultura popular, la erudita se alimenta de la popular,
El gran novelista Cervantes conocía bien
la cultura popular de su tiempo. La erudita suele hacer más compleja y sublimar
la popular. Y una saeta puede rivalizar en intensidad y emoción con un
concierto de Beethoven. No hay porqué oponer ambas culturas.
Los juicios estéticos transculturales son a su vez
legítimos. Podemos decir sin temor a equivocarnos que la música instrumental
alemana del siglo XIX es superior a la música popular búlgara de la misma
época. Podemos valorar la música clásica y a la vez la popular, reconocer la excelencia,
profundidad de una de las cimas de la tradición europea en la música de Bach
con respecto al folklore popular no es hacerle ningún feo al folklore. Sería
bastante duro de oído quien no aprecie las diferencias.
Pero hay que admitir que todos estos juicios sobre obras de
arte son siempre aproximativos y que no se puede hacer un católogo definitivo
“de lo mejor”. A veces es sencillamente imposible, ¿Es mejor Cervantes o
Molière? Incluso la pregunta resulta molesta. Son diferentes e igualmente grandes.
Las obras de arte y las técnicas se relacionan con la
cultura de una sociedad y parece que al valorarlas evaluamos la sociedad. Es
hasta cierto punto injusto, puesto que las obras de arte son productos de
individuos que destacaron, dejando atrás lo aprendido, el artista crea una
solución inédita, Cervantes escribiendo el Quijote descubre la novela. Sin
embargo la cultura puede ser más o menos favorable a que surjan obras y
artistas, lo es cuando incita la creación, la audacia en lugar del respeto al orden
y la tradición, el conformismo.
Si preferimos unas obras a otras es porque las consideramos
ricas y profundas, nos permiten entender mejor el mundo y a nosotros mismos,
porque su belleza nos aporta un placer único. Los juicios estéticos no se
oponen a los juicios éticos, pero tampoco son su consecuencia. La calidad de
las obras de arte tampoco deriva de su pertenencia a una nación, ni de su
emancipación con respecto a ella. El conocimiento profundo de determinada
cultura suele ser la vía que conduce a lo universal, cuando tanto el arte como
el pensamiento adquieren profundidad se convierten en universales, aunque su
autor nunca saliera de su ciudad. Tenemos el caso de Kant o el del monje
budista Mu Chi que vivió en el siglo XIII en China y nunca salió de su país,
pero sus dibujos a tinta llaman la atención de personas de todo el planeta
también hoy.
Los pensadores
ilustrados esperaban que la difusión de la cultura, de las técnicas y las
obras mejorarían la especie humana. Sin embargo el sueño ilustrado se ha roto,
en la actualidad la cultura circula a velocidad supersónica por el planeta,
pero las guerras y desastres humanitarios no se han detenido. Incluso la
esclavitud, aunque oficialmente abolida, adquiere otros ropajes.
La historia del siglo XX es rica en ejemplos de personas
cultísimas ejerciendo actos bárbaros, Eichmann tocaba música de cámara cuando
no estaba organizando los convoyes de judíos deportados y Mao conocía a fondo
la cultura china, pero eso no le impidió matar de hambre a su pueblo.
Los desastres del siglo pasado nos sorprenden por haber
surgido del corazón de la civilización europea. Pero en realidad no debería de
sorprendernos porque la civilización no se reduce a las obras o a la práctica
de las artes. Tenemos que aprender a pensar
los logros existenciales, éticos y estéticos de la humanidad separados
unos de otros. Unos no son un medio para alcanzar los otros, tampoco son
opuestos ni hay que elegir entre ellos. El ser humano necesita ciertas
comodidades materiales pero también una vida espiritual y una apertura al resto
de la humanidad. Es posible que ciertas épocas canalicen la energía hacia el
perfeccionamiento de obras, otras a hacia la innovación técnica, o hacia la
instauración de obras políticas, pero es inútil quejarse como hacía Sartre de
que ninguna obra literaria pueda mitigar el hambre de un niño. Alimento del
alma y del cuerpo son inconmensurables.
Rousseau frente a sus contemporáneos ilustrados ya se dio
cuenta de que la difusión de obras y técnicas no mejoraría la humanidad por sí
misma. La vocación del ser humano es vivir bien con los demás, para ello no es
necesario acumular saber ni ser una persona cultivada, no se desprecia ni está
de más, pero del mucho saber no se sigue la mejor convivencia.
La multiplicidad de actividades, artes, ciencias, técnicas
diversas en las que se implican los miembros de una sociedad explica la
dificultad de saber si la historia humana progresa y si nuestros juicios sobre
otras épocas y culturas son absolutos, relativos o arbitrarios. Si definimos la
civilización como un mejor reconocimiento de los demás, es indudable que desde
el Neolítico hemos mejorado, hoy nos conocemos y vemos todos unos a otros. Sin
embargo en la historia humana barbarie y civilización experimentan altibajos.
En el mundo actual hay guerras y asesinatos tan feroces como en los tiempos de
Herodoto, hemos cambiado en nuestra capacidad de crear armas de destrucción
masiva, capaces de poner fuera de juego al planeta varias veces. Quizás un
progreso indudable es que en las sociedades democráticas el individuo obtiene
cada vez más derechos, pero al mismo tiempo hemos de admitir que en algunos
aspectos hemos empeorado con respecto a sociedades más tradicionales, por
ejemplo en el respeto a los ancianos. La
dificultad para transmitir a las generaciones más jóvenes los saberes es otra
característica propia de nuestra época, bastante novedosa.
Ciencia y técnica progresan de manera acumulativa, y
cualquiera puede hacerse con ese saber. Hoy el estudiante de fisica sabe más
que algunos genios del siglo XVI.
Las obras de arte se acumulan, pero no progresan, los logros
de una época no aprovechan a los que vienen detrás. Pero sí podemos decir que un momento de la
historia es superior a otro si nos referimos a un sistema de valores por
ejemplo en el que la gente no se come a otros congéneres. Hay otros muchos
rasgos de la cultura de un pueblo que no se prestan a juicios de valor
colectivos. Por eso una acción particular que se inserte en diversas categorías
suscitara juicios contradictorios: la explosión de la bomba H es un progreso
científico pero una gran regresión bárbara de la civilización, y no estamos
libres de hacer pasos atrás en cualquier momento. Nos vendría bien no
olvidarlo.
La colonización es un buen ejemplo, Napoleón llegando a
Egipto arengaba a sus soldados: “vais a llevar a cabo una conquista de
consecuencias incalculables para la civilización.” El comercio se vería
beneficiado desde luego, pero al mismo tiempo la palabra “conquista” nos
muestra lo negativo de colonizar otros pueblos. Francia llevó carreteras y
escuelas a Indochina. Pero los indígenas se quejaban, no de esos adelantos,
sino de las humillaciones sufridas por ser tratados como seres inferiores.
Los malentendidos
en este aspecto se suceden. Todorov se aplica a deshacer algunos de ellos. Por
ejemplo es conocida la frase de Walter Benjamin “No hay testimonio de
civilización que no lo sea también de barbarie”. Está en un escrito donde WB
contrapone dos formas de escribir la historia, la marxista y la “intropatía”,
la suya, que consiste en darse cuenta de que la historia la escriben los
vencedores. De manera que cuando vamos al museo y admiramos las obras egipcias,
romanas o griegas somos cómplices del esclavismo que las hizo posibles,
participamos del culto a la barbarie.
En esta paradójica frase WB no ha tenido en cuenta que
civilización como él lo emplea no se opone a barbarie. En su frase
“civilización” equivale a “obras de civilización” y “obras” no es lo contrario
de barbarie. ¿Se puede decir que todas las obras del pasado son testimonio de
barbarie? Podría funcionar si pensamos en las pirámides de Egipto o en las
catedrales góticas, tal vez. Pero ¿qué
tiene de barbarie un poema de Shakespeare o de Safo?
Además en contra del materialismo histórico las condiciones
de creación de una obra no determina el sentido que ésta tomará. Las obras de
escritores de pueblos colonizadores han ayudado a los pueblos colonizados a
liberarse.
Otro malentendido: Oriana Fallaci pretende demostrar la
superioridad de la cultura europea haciendo un listado: Sócrates, Fidias,
Leonardo, Rafael, Newton, Darwin…Y por la parte musulmana tras mucho buscar
sólo le salen Mahoma, Averroes, Omar Jayan. Y concluye que Dante le gusta más
que Omar Jayam y “Las mil y una noches”. Algunos dirán que Oriana se atreve a
decir en voz alta lo que la mayoría piensan por lo bajo. Sin embargo, Oriana demuestra
ignorancia con respecto a la cultura islámica. Averroes es sólo uno entre muchos
filósofos musulmanes, y no fue un simple glosador, gracias a él, llegó a Europa
una gran parte perdida de los escritos aristotélicos.
Además “Las mil y una
noches” deberían compararse con algo similar en Europa, ¿los cuentos de los
hermanos Grimm? Por otra parte no está de más recordar que autores europeos
como Dante o Goethe se inspiraron a menudo en autores musulmanes. De todas
formas Oriana confunde obras con civilización.
La característica de la civilización occidental además de
tener grandes sabios es la posibilidad de separar la investigación y sus
consecuencias buenas o malas. La fisión del átomo es una de ellas. No sólo ha
habido Miguel Angel y Shakespeare por aquí, también auténticos asesinos
profesionales. Por eso afirmar que determinada cultura es superior a otra en
general no tiene mucho sentido, lo cual no nos impide condenar las acciones
bárbaras vengan de la cultura que vengan.
Un tercer malentendido: Elie Barnavi concluye en “Las
religiones asesinas” que existe la civilización
y existe la barbarie y el diálogo es imposible entre ellas. Si hemos
dicho que lo contrario de civilización es barbarie no se puede hablar en el
mismo sentido de civilizaciones en plural. El diálogo sólo es posible entre
culturas, en plural. Y toda cultura se ha formado por el encuentro no siempre
armonioso de otras culturas. Ninguna cultura se reduce a la barbarie, favorecer
el conocimiento mutuo de culturas es incluso uno de los mejores medios para
lograr que la barbarie retroceda. Empezar calificando al otro de bárbaro no es
el mejor inicio.
Más malentendidos, Levi Strauss en un texto titulado “Raza e
historia” asegura que bárbaro es el que cree en la barbarie, al negar la
humanidad a aquellos de sus representantes que parecen más salvajes o bárbaros,
lo único que hacemos es ser nosotros los bárbaros. Levi Strauss se niega a ejercer
el menor juicio sobre las culturas y sus elementos, todas las sociedades son
igualmente buenas o malas, es imposible ejercer juicios transculturales.
Pero en absoluto nos convertimos en bárbaros por denunciar
los actos de barbarie, sólo sería paradójico si hubiéramos presupuesto la
bondad originaria del género humano. Bárbaro no es el que cree en que la
barbarie existe, sino el que cree que una población o ser humano merece un
tratamiento que rechazaría aplicarse a sí mismo. Los actos de barbarie siguen
estando ahí en toda circunstancia, y ello no impide admitir la pluralidad de
culturas.
En el extremo opuesto Finkelkraut en “La derrota del
pensamiento” expresa su temor de que el reconocimiento de las múltiples
culturas acabe con la idea de civilización. “Hablar de culturas sólo en plural
supone negar a los hombres de distintas épocas alejadas la posibilidad de
comunicarse respecto de valores que sobrepasan el ámbito en el que surgieron”.
La pluralidad de culturas acabaría con la universalidad de
los juicios.
Pero la civilización no se opone a la cultura, ni la moral a
la costumbre ni la vida de pensamiento a la vida cotidiana. En realidad una se
alimenta de la otra. La existencia de múltiples culturas no ha impedido sus
contactos, sus influencias mutuas. Es lo apasionante de la América hispana, la mezcla
de lo indígena y lo español. Y con muy diferentes modulaciones en cada uno de
los países. Un paso decisivo de civilización se da cuando se admite que los
otros aunque humanos como nosotros tienen sus propias costumbres, lenguas y
modos de vida. Poseer una cultura no significa ser su prisionero, Desde todas
las culturas se puede aspirar a valores de civilización.
Ninguna cultura es en
sí misma bárbara y ningún pueblo es definitivamente civilizado. Todos podemos
aprender mucho unos de otros, es lo interesante de ser humano. Su pluralidad en
su unidad.
Hay más análisis de Todorov en este libro muy instructivos,
desapasionados, que muestran todas las caras de los problemas: ¿qué son
identidades colectivas? ¿guerra contra el terrorismo? Particularmente
interesante me parece el capítulo que desmenuza el “conflicto de las
caricaturas danesas de Mahoma” o el del discurso del Papa en Ratisbona en 2006.
Un libro para no perderse, que tiene muchas lecciones que darnos para ir mucho
más allá del célebre “choque de civilizaciones”.
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