sábado, 12 de abril de 2014

LA MEMORIA VIVA

“Algo se muere en el alma cuando un amigo se va”. Cuán cierta es la canción: una parte de nosotros, esa que compartimos con quienes más queremos, desaparece con ellos. Pero algunos grandes espíritus consiguen sublimar la herida en la memoria en obras de arte, en perenne recuerdo del amigo ausente. Los Cuadros de una exposición de Mussorgsky, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías de García Lorca y Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández son monumentos artísticos que engrandecen tanto a sus autores como a los destinatarios. Otros reivindican la identidad oculta de genio ya reconocido, como Jacques Guérin con Marcel Proust, o defienden a capa y espada el talento de grandes artistas desconocidos, como hizo el médico y ensayista García Sabell con Manuel Antonio, un extraordinario poeta modernista gallego. Hablaremos aquí de esa poderosa fuerza de la amistad, de la admiración más allá de la muerte y de sus extraordinarios frutos.
1.       Modest Mussorgsky (1839-1881) y Viktor Hartmann (1834-1873)
Viktor Hartmann
Viktor Hartmann fue un arquitecto, escultor y pintor ruso cuyo nombre, si no fuera por Mussorgsky, quizá permanecería relegado a una breve nota a pie de página en los libros de historia del arte del siglo XIX. Pero el  gran músico convirtió en inolvidables melodías las pinturas y dibujos de su amigo. No en balde, los Cuadros de una Exposición (1874), su obra más conocida y original, llevaba por título inicialmente el de Suite Hartmann.

Modest Mussorgsky, que era un compositor amateur, sentía una ímpetuosa pasión por la  música de su tierra, y una feroz oposición contra toda regla compositiva  impuesta por la academia. Cesar Cui, también compositor ruso, dijo de él que tenía un talento salvaje, rebelde a todo freno. Ambos formaron parte del famoso “Grupo de los Cinco”, junto a otras grandes luminarias musicales como Alexander Borodin, Nikolai Rimsky-Kórsakov, y el líder del grupo, Mili Balákirev. Entre 1856 y 1870 estos jovencísimos compositores, todos ellos de formación autodidacta, revolucionaron el panorama musical europeo desde San Petesburgo. Buscaban aprehender la esencia del alma rusa reelaborando los cantos populares y religiosos, las danzas cosacas y las leyendas y tradiciones de la vieja Rusia. Junto con Glinka, son los máximos exponentes del nacionalismo romántico ruso. 
Vladimir Stasov

En 1867 el crítico de arte Vladimir Stásov los llamó un “Poderoso Conjunto” de talentos, con ocasión del Concierto Eslavo organizado para la Exhibición Etnográfica de Rusia, en el que se interpretaron sus obras. Fue el mismo Stásov quien, en 1870, introdujo a Hartmann en el Círculo de los Cinco. Como sus colegas, también Hartmann estaba fuertemente comprometido con la tradición rusa. Fue pionero en incorporar la decoración oriental a las grandes construcciones arquitectónicas. Hartmann entabló una cálida amistad con Mussorgsky, así que este  sintió su prematura muerte como un mazazo. Un aneurisma acabó con su vida en 1873, cuando sólo tenía 39 años.  Poco después Vladimir Stásov organizó una exposición en la Academia Imperial de Artes de San Petesburgo, en la que se exhibieron más de 400 dibujos, acuarelas y proyectos de Hartmann. Cuando Mussorgsky acudió, fue como si el espíritu de su amigo fallecido lo hubiera poseído. Paseando de cuadro en cuadro, dejándose conmover por las ideas artísticas que compartía con él, cristalizaron de golpe muchas de sus intuiciones musicales hasta entonces calladas. Transportado por esa potente inspiración, fue capaz de sacar a la luz, en solo tres semanas de frenética escritura, el más perfecto ejemplo de música descriptiva rusa. Mussorgsky contó a Stásov “Hartman bulle, como bullía Boris” (Goudunov, su conocida ópera)…”Los sonidos y las ideas están suspendidas en el aire, los  absorbo hasta cebarme y no tengo apenas tiempo de ponerlos sobre el papel”. Mussorgsky intentó describir sus paseos “recorriendo la exposición, a veces lentamente, a veces con paso rápido, atraído de repente por un cuadro, o pensando con tristeza en el difunto”. Para el compositor, fue como si el espíritu del propio pintor lo hubiera guiado hacia algunos cuadros, enmarcándolo en el ambiente más propicio para comprenderlos plenamente. La obra, una suite de 15 piezas coloristas, se basa en diez de los cuadros de la exposición. Comienza con un preludio, Promenade ( https://www.youtube.com/watch?v=_5r8sa863Ts ), título que alude al paseo del compositor, un leit motiv que sirve de enlace entre las diferentes imágenes, a modo de miniaturas musicales: un minúsculo Gnomo que da torpes pasos con sus piernas torcidas (https://www.youtube.com/watch?v=2T_aY52jMMY&list=RD_5r8sa863Ts); El viejo castillo (https://www.youtube.com/watch?v=QSomvC6rwgUante el que canta un trovador; escenas parisinas que vivió Hartmann durante su beca de estudios: alboroto de los niños jugando en el Jardín de las Tullerías https://www.youtube.com/watch?v=SMbMfqTIRvk), el bullicio de El mercado de Limoges (https://www.youtube.com/watch?v=f_SYwG2h5RI) , pero también una escena de resonancias fúnebres, el paseo de Hartmann por las tétricas catacumbas a la luz de un farol, eco del propio sentimiento sombrío de Mussorgsky ante la muerte (https://www.youtube.com/watch?v=kjuTikmx0oU);
El baile de los polluelos en su cascarón (https://www.youtube.com/watch?v=8cJSbWtTia4), un proyecto de vestuario para Trilby, con coreografía del gran Marius Petipa, en la edad de oro de los ballets rusos; Bidlo (https://www.youtube.com/watch?v=rx6Eo6liyCg) era un enorme carro polaco arrastrado por bueyes y en  otra pieza aparecían Dos judíos polacos discutiendo (https://www.youtube.com/watch?v=bXIaGFxr49s). Pero, sobre todo, los dos momentos más emblemáticos de la obra son La cabaña sobre patas de gallina y La gran puerta de Kiev. 
Ilustración del cuento de la Bruja Baba Yaga

Según un conocido cuento ruso, la bruja Baba Yaga vivía en una casa en forma de reloj, sostenida sobre unas patas de gallina gigantescas. La hechicera podía volar gracias a un almirez mágico, con el que también machacaba los huesos de los humanos con los que se alimentaba. Aquí los acordes de Mussorgsky tienen sonoridades extrañas y misteriosas, con un ritmo irregular pero realmente fascinante (https://www.youtube.com/watch?v=dDm1VN3eL2s)

No lo es menos el sonido triunfal de las campanas en La gran puerta de Kiev, ejemplo de la espiritualidad rusa (https://www.youtube.com/watch?v=vw7OM_Q810k)

En 1866 el zar Alejandro II sufrió un atentado en Kiev y, en agradecimiento por su milagrosa salvación, se proyectó construir un arco conmemorativo. Hartmann, en lo que él consideraba su mejor trabajo, diseñó una gran puerta monumental con capilla y campanario de inspiración oriental. Mussorgsky imagina una solemne procesión pasando bajo los arcos de este edificio que, finalmente, no se construyó. La mayoría de las obras de Hartmann se han perdido pero, gracias a Mussorgsky, tienen una eterna vida musical en nuestra imaginación.
 El pobre Mussorgsky murió en 1881, cuando acababa de cumplir 42 años. Ilya Repin lo pintó sólo unos días antes, consumido por el alcohol y la enfermedad nerviosa que lo persiguió durante toda su existencia, como también la miseria económica.  La partitura original de la Suite Hartmann era para piano y apenas tuvo repercusión en el mundo de la música hasta que, en 1922, Maurice Ravel escribió la versión orquestal que todos conocemos. Gracias a su extraordinaria difusión, también este genial músico contribuyó a dar valor al trabajo de su colega, al que algunos calificaron como un vidente y otros lo criticaron por su falta de oficio. Con frecuencia Rimsky Korsakoff le tenía que ayudar a limar las imperfecciones de su inspirada pero anárquica pasión musical. Toda una historia de amistades  y admiraciones mutuas.

2.       El abrigo de Proust. La obsesión de Jaques Guérin
Marcel a la izquierda, y Robert a la derecha, con su madre
1922 fue también el año en que falleció Marcel Proust. Marcel fue el mayor de los dos hijos de Adrien Proust, un prestigioso médico parisino. Pero mientras que su hermano Robert cumplió todas las aspiraciones paternas, al convertirse en un cirujano de renombre internacional, Marcel se complació en transitar por una senda en todo contraria al decoro que se esperaba en la buena sociedad. En el Liceo Condorcet intimó peligrosamente con Jacques Bizet, hijo del célebre compositor de Carmen. Le delató ante sus padres Robert, que siempre asumió con él un papel autoritario, a pesar de ser el más joven de ambos. Fue en aquella época cuando Marcel se acostumbró a acudir al Ritz y a los elegantes salones parisinos, donde triunfó entre las damas con su ingeniosa charla. En aquel ambiente encontró la materia prima sobre la que trabajaría en À la recherche del temps perduEn ella aplicaría las enseñanzas de Henri Bergson, de quien fue discípulo, acerca del tiempo y la memoria. 

Por aquel entonces ya estaba definido el que sería su atuendo más característico: chaleco cruzado, una orquídea en el ojal, guantes claros con puntadas negras, bastón de paseo y su famoso abrigo de lana color gris tórtola forrado de nutria. Alguien escribió que tenía “El refinamiento del dandi, combinado con cierto descuido de un viejo sabio medieval”. Marcel obtuvo sendas Licenciaturas en Derecho y Filosofía y Letras, pero se negó a ejercer ninguna profesión. En cambio, empleó la fortuna paterna en vivir para la literatura. 
Reinaldo Hahn

En aquellos sofisticados y decadentes salones conoció al compositor de origen venezolano Reynaldo Hahn (1874-1947), discípulo predilecto de Massenet, y que dio a Marcel el empuje definitivo que necesitaba para dedicarse a la literatura. En 1895, un año después de haberlo conocido, se lanzó  a escribir. Proust  recordaría después “Todo lo que he hecho ha sido siempre gracias a Reynaldo”. Hahn fue siempre su gran amigo y su amor más duradero, pero no el único. También tuvo un sonado affaire con Lucien Daudet,-hijo de un conocido novelista francés-, que acabó aireado por la prensa.En las mismas fechas se estaba viviendo en Inglaterra un  escándalo mayúsculo, el juicio contra Oscar Wilde por sodomía, que acabó con sus huesos en la cárcel de Reading. En defensa pública de su reputación, el frágil Marcel no tuvo más remedio que retar al periodista pero la mancha en el honor familiar fue perdurable. Sus allegados nunca se lo perdonarían.
 Proust comenzó su magna obra en 1907 pero, debido a su fama de calavera, nadie quiso publicar el primer volumen de Por el camino de Swann, que tuvo que editar de su propio bolsillo en 1913. Para el segundo, A la sombra de las muchachas en flor, la situación ya era bien distinta: obtuvo el Premio Goncourt en 1919 y, un año después, le fue concedida la Legión de Honor, el más alto galardón francés, instituido por Napoleón. Pero la salud de Marcel estaba ya muy quebrantada. Siempre friolero, utilizaba su abrigo incluso en verano y se lo echaba sobre la cama para escribir toda la noche, a dieta de café. Era su personal combate contra el tiempo que necesitaba para completar su gran ciclo literario. Moriría en noviembre de 1922, a los 51 años, a causa de las complicaciones derivadas de sus ataques de asma primaveral. Y es en este momento cuando comienza la increíble historia de Jacques Guérin (1902-2000).
Hijo ilegítimo de un magnate industrial y de una mujer liberada, cultísima y coleccionista de arte moderno, el joven Jacques creció en un ambiente lleno de estímulos culturales, codeándose lo mismo con Erik Satie que con Picasso y Jean Genet. Guérin estudió Química para hacerse cargo de la próspera industria de perfumes que había puesto en marcha su madre. Era un “nariz”, una de esas personas con un olfato extraordinario para discernir las diferencias más sutiles entre los aromas. Fabricó el Divine, inspirado por el personaje de una de las novelas más "canallas" de Genet, el travesti de Nuestra Señora de Las Flores. Pero Guérin tenía también un sexto sentido para las piezas raras. Era un buscador nato de valiosos manuscritos, cartas y primeras ediciones, que ya había empezado a coleccionar con sólo 18 años. En 1929 su vida se cruzó con la de Robert Proust, cuando precisó sus servicios como cirujano. Al acudir a su domicilio, como entonces era costumbre, a abonar sus honorarios, le pidió que le enseñase  la primera edición de las obras de Marcel. El médico negó tener ningún ejemplar pero, en cambio, le mostró los manuscritos originales de todas las novelas, con su letra inclinada, angulosa, irregular, con sus correcciones y añadidos que llenaban todo el espacio disponible, un auténtico tesoro para bibliófilos. El médico se había encargado de la publicación póstuma de las tres últimas novelas de En busca del tiempo perdido. Guérin era un devoto lector de Proust. Sentía hacia él una gran afinidad espiritual. Él también era hipersensible y homosexual, aunque  su condición de desclasado social le hizo más fácil sobrellevar sus inclinaciones, mientras que sobre Marcel, un burgués de rancia estirpe, siempre pesaron como un horrible pecado.
 Cuando en 1935 murió Robert Proust, su esposa, Marthe Dubois-Amiot, decidió hacer desaparecer cualquier rastro de Marcel que pudiera mancillar el buen nombre de la familia: toda aquella montaña de cartas y las comprometedoras dedicatorias en los libros. Para ella, su cuñado no tenía ninguna importancia como novelista. Sólo era alguien que había escrito y hecho muchas cosas inadecuadas para la familia. Madame Proust buscó a un chamarilero, de nombre Werner, para venderle la biblioteca y los muebles de la rue Hamelin, donde Marcel había pasado los últimos años de su vida entregado a la grafomanía. Ordenó que hiciera una gran fogata con aquellos papeluchos aunque, afortunadamente, en el último momento pensó que podía sacar algún dinero por ellos. La pobre e ignorante viuda estaba en la ruina, a pesar de haber sido riquísima, porque su marido había despilfarrado las grandes fortunas de ambos. La casualidad quiso que un día Guerin, saliendo de su elegante perfumería cercana a la ópera Garnier, viera una tienda de anticuario donde entró  a buscar sus codiciadas piezas. El dueño, que acababa de comprar un lote de cartas de Proust,  le informó que le habían ofrecido igualmente los muebles del escritor. Guérin, no dando crédito a su suerte, busco al ropavejero y le sonsacó toda la información que pudo sobre el paradero de las pertenencias de Marcel. Poco a poco se hizo con cartas, libros, manuscritos, fotos… Hasta apareció la primera edición de Por el camino de Swann, con una significativa dedicatoria a Robert Proust: “En memoria del tiempo perdido, recuperado por un instante cada vez que estamos juntos”. ¿Cómo pudo haberse olvidado de este libro el hermano? No supo estar a la altura de las circustancias. En vida no comprendió a Marcel, no le dio calor humano ni leyó sus libros, pero Jacques Guérin sí fue para él un alma gemela. Se tomó la tarea de rescatar las posesiones de Marcel no como una simple colección más sino como un salvamento, una reivindicación de su completa memoria que, sin él, se habría perdido irremisiblemente. En el cobertizo de Werner encontró  la cama de latón donde Marcel dio a luz  aquel prodigio literario en incontables noches de insomnio; su librería, la mesa, el tocador, los candelabros, su célebre bastón de piel de jabalí y hasta la Legión de Honor, que andaba tirada por el suelo. Guérin, un auténtico fetichista, montó la habitación en su propio apartamento y, gracias a su afán, hoy podemos contemplarla en el Museo Carnavalet de París. 

Hasta revisaba a diario las esquelas publicadas en Le Fígaro buscando amigos difuntos de Proust, para acudir a sus casas a obtener nuevas confidencias sobre el legendario escritor, y seguía presionando a Werner para que buscase  más restos suyos. Un buen día, el ropavejero le confesó avergonzado que Mme. Proust le había regalado el famoso abrigo, para que lo utilizara como manta con que cubrirse las piernas cuando salía a pescar. Estaba raído e inservible pero era una verdadera reliquia,  la más evocadora de todas sus posesiones.
 Como relata Lorenza Foschini en El abrigo de Proust, Guérin siempre sintió que existía un imán que lo atraía hacia aquellos objetos, una fuerza ajena a su voluntad que lo llevó a rescatarlos del miserable destino que les  esperaba: el fuego, la dispersión, la pérdida… Era como si el destino le hubiese impuesto una tarea a la que le era imposible sustraerse, merced a la cual pudo volver a la vida todo lo que estuvo cerca de su autor favorito. Hay un texto muy curioso en Por el camino de Swann, en el que el  narrador menciona la creencia céltica “según la cual las almas de aquellos que hemos perdido están cautivas en un ser inferior, un animal, un vegetal, un objeto inanimado, perdidas de verdad para nosotros hasta el día, que para muchos no llega nunca, en el que pasamos al lado del árbol y nos convertimos en dueños del objeto que es su prisión. Entonces se estremecen y nos llaman y, apenas las reconocemos, el hechizo se rompe. Liberadas por nosotros, han vencido a la muerte y vuelven a vivir con nosotros”. Algo de esto debió de pasar entre Marcel Proust y Jacques Guérin, pero también entre éste y Lorenza Foschini, que ha sacado la luz la extraordinaria aventura vital de este apasionado coleccionista.


3. García Lorca llora por Sánchez Mejías


Para muchas personas, el nombre de Ignacio Sánchez Mejías  sólo evoca al torero a quien García Lorca dedicó su sentido Llanto y hasta podría ser un personaje inventado. Pero en realidad fue  un destacado miembro de la Generación del 27, cuyo valor y sino trágico quiso recordar el poeta. 
"A las cinco de la tarde. 
Eran las cinco en punto de la tarde. 
Un niño trajo la blanca sábana 
Una espuerta de cal ya prevenida 
Lo demás era muerte y sólo muerte 
El toro ya mugía por su frente 
El cuarto se irisaba de agonía 
A lo lejos ya viene la gangrena 
Trompa de lirio por las verdes ingles 
Las heridas quemaban como soles 
y el gentío rompía las ventanas 
A las cinco de la tarde. 
¡Ay qué terribles cinco de la tarde! 
¡Eran las cinco en todos los relojes! 
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!" 

(resumen de La cogida y la muerte)
Sánchez Mejías nació en 1891, en el seno de una familia acomodada. Pero el rebelde joven se negó a seguir los pasos de su padre, un eminente médico sevillano. En el colegio hacía novillos para ir a torear con José Gómez Ortega, que después sería conocido como Joselito, uno de los mejores diestros de la historia. Arrastrado por el ansia febril de aventuras, Ignacio dejó el bachillerato para embarcarse como polizón en un barco  rumbo a Nueva York. Cuando lo detuvo la policía de inmigración estadounidense, tuvo la suerte de que lo rescatara su hermano, que vivía en México. Allí dio sus primeros pasos en el mundo del toreo. De vuelta a España, se convirtió en el banderillero más importante, actuando en las cuadrillas de Rafael El Gallo, Belmonte y el propio Joselito, con cuya hermana Concha se casó en 1915. Ignacio tomó la alternativa de manos de su cuñado en 1919, cuando ya tenía 28 años, y se lanzó a torear incansablemente y con una valentía que rayaba en la temeridad. El torero alternaba sin esfuerzo esos alardes de testosterona con la intelectualidad más refinada. Escribía las crónicas de sus propias corridas y, en el curso de una misma tarde, podía cambiar el traje de luces por el de chaqueta para impartir una conferencia, como una vez hizo en Valladolid. 
Cuando una cornada del toro Bailaor acabó con la vida de Joselito, en 1924, Ignacio abandonó a su esposa para irse a vivir con la pasional novia del finado, La Argentinita. Curiosamente, algunos han interpretado esa actitud como si Sánchez Mejías intentase  continuar la vida de su buen amigo difunto. Encarnación López, La Argentinita, era un artista muy vital e inteligente, que había puesto música a algunos poemas de Lorca. A través de ella, Ignacio se convirtió en miembro inseparable de aquel conjunto de talentosos poetas. Gerardo Diego y  Jorge Guillén habían comenzado a revindicar la memoria de Góngora (1561-1627), cuya sensibilidad artística encontraban muy cercana a la propia, considerándolo como su verdadero contemporáneo, por sus metáforas radicales, su léxico y su sintaxis deslumbrantes, tan alejados del realismo chabacano reinante. El tricentenario de su fallecimiento, en 1927, fue la ocasión propicia para dar publicidad a su nuevo credo literario en el Ateneo de Sevilla. Parece que Ignacio tuvo una significativa intervención en este cónclave fundacional, del que partió el nombre de la Generación del 27: José Bergamín, Pedro Salinas, Manuel Altolaguirre, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Rafael Alberti, Gerardo Diego, Jorge Guillén, Emilio Prados, Dámaso Alonso y Federico García Lorca. Con suma gracia lo relató Jorge Guillén a su esposa en una misiva: “Ni antes ni después de ahora volveré a contemplar todo un departamento de un vagón, lleno de estos animales llamados poetas”. Y es que aquellos amigos viajaron de Madrid a Sevilla y se alojaron en Pino Montano, la finca de Ignacio, que parece ser que sufragó parte de los gastos del evento, con sus banquetes y travesías nocturnas  por el Guadalquivir.
Ignacio con sombrero, en el lugar central que le correspondía en el evento
Cuando se fue a vivir con La Argentinita, Sánchez Mejías dejó los ruedos y se dedicó a la literatura. Sinrazón (1928) fue  la primera obra española inspirada en el psicoanálisis de Freud. La estrenó María Guerrero y, gracias a su inspiración vanguardista, obtuvo una excelente acogida por parte de la crítica. El mismo año públicó Zaya, de ambientación taurina, y volvió a las aulas para terminar el bachillerato que había dejado a medias tantos años atrás. Ni más ni menos es un auto sacramental laico que escribió en 1930. En aquellas fechas su fama era tal que fue invitado por Lorca, entonces ejerciendo de Poeta en Nueva York, para dar una conferencia sobre tauromaquia en la Universidad de Columbia. Las calles de Cádiz fue una comedia musical que escribió para La Argentinita
Y, recientemente, se ha rescatado una novela incompleta de rasgos autobiográficos, La amargura del triunfo. Con su personalidad propia de un hombre del Renacimiento, no dudó en compaginar la literatura con la presidencia del Betis, al que llevó a la final de la Copa con el Athletic de Bilbao en 1930. Y lo mismo dirigió la Cruz Roja, impulsó la construcción de un aeródromo en Sevilla, se dedicaba al automovilismo…
En casa de Jorge Guillén, esta fuerza de la naturaleza conoció a la hispanista francesa Marcelle Auclair, biógrafa de Santa Teresa, y ambos se enamoraron locamente. Lorca pretendió impedir esa relación, en el absoluto convencimiento de que La Argentinita acabaría con ellos en cuanto se enterara. Cuando Marcelle volvió a París, Ignacio la siguió pretendiendo sin éxito que abandonara a su esposo, el escritor Jean Prevost. En 1933, al mismo tiempo que lo hacía Belmonte, Sánchez Mejías decidió retornar a los ruedos, yo creo que para deslumbrar a la francesita con su valor. Ya le cogía un tanto mayor: 43 años, desentrenado y con unos kilos de más, lo que le obligó a ponerse en forma con una drástica dieta. Reapareció con gran éxito en Santander, en 1934, consiguiendo atraer de nuevo a Marcelle  a sus brazos, pero la pasión les iba a durar muy poco. En agosto de ese mismo año, tras un accidente del torero Domingo Ortega, Ignacio se comprometió a sustituirlo en la plaza de Manzanares. Como en los Idus de marzo, todos los signos anunciaban la tragedia que iba a producirse, pero Sánchez Mejías no huyó de la negra Parca. En uno de aquellos temerarios lances que lo hicieron célebre, recibiendo sentado en el estribo, el toro Granaíno le infligió una cornada de 12 centímetros en el muslo. El diestro se negó a ser intervenido en aquella mísera enfermería y pidió que lo llevasen a Madrid. Pero el viaje por unos penosos caminos resultó muy accidentado. La ambulancia se averió y no llegó a la capital hasta la madrugada. Cuando ingresó en la clínica, ya se había declarado la gangrena, que le causó la muerte,  entre delirios de campos de olivos y melones, en la madrugada del 13 de agosto de 1934. 
"No hubo príncipe en Sevilla 
que comparársele pueda, 
ni espada como su espada, 
ni corazón tan de veras. 
Como un río de leones 
su maravillosa fuerza, 
y como un torso de mármol 
su dibujada prudencia. 
Aire de Roma andaluza 
le doraba la cabeza 
donde su risa era un nardo 
de sal y de inteligencia. 
¡Qué gran torero en la plaza! 
¡Qué gran serrano en la sierra! 
¡Qué blando con las espigas! 
¡Qué duro con las espuelas! 
¡Qué tierno con el rocío! 
¡Qué deslumbrante en la feria! 
¡Qué tremendo con las últimas 
banderillas de tiniebla! 
Pero ya duerme sin fin".
 
(De Sangre derramada)
Conmocionado por la pérdida del amigo, Lorca comenzó a escribir el Llanto esa misma tarde, pero también Alberti le tributó un recuerdo a su amistad. Escribió Verte y no verte, y realizó el paseíllo con la cuadrilla de Sánchez Mejías. Y es que aquellos poetas del 27 eran unos “toreros frustrados”. Para ellos, la tauromaquia era una de las Bellas Artes. Simbolizaba, con suma intensidad, el heroísmo y el doloroso contraste entre la vida y la muerte. Lorca escribió: “el toreo es, probablemente, la riqueza poética y vital mayor de España...Es el único sitio a donde se va con la seguridad de ver la muerte rodeada de la más deslumbrante belleza”.
"¡Que no quiero verla! 
Dile a la luna que venga, 
que no quiero ver la sangre 
de Ignacio sobre la arena. 
¡Que no quiero verla! 
La luna de par en par, 
caballo de nubes quietas, 
y la plaza gris del sueño 
con sauces en las barreras 
¡Que no quiero verla¡ 
Que mi recuerdo se quema. 
¡Avisad a los jazmines 
con su blancura pequeña! 
¡Que no quiero verla!"
(De Sangre derramada)
El Llanto de Lorca está considerado, junto con las Coplas de Jorge Manrique, como una de las cumbres de la literatura elegíaca española, y uno de sus poemas más acabados. Es extraordinariamente largo: 220 versos, divididos en cuatro partes, que se caracterizan por modelos métricos diferentes. La cogida y la muerte; la sangre derramada; cuerpo presente; y alma ausente. Se trata de un canto canto épico transido de dolor, en el que el autor celebra el valor del fallecido, su noble inteligencia, su elegancia aristocrática, su belleza viril. Con imágenes de inusitada potencia expresiva se refiere a la muerte (“banderillas de niebla”, “plaza gris de sueño”, la insistencia en la hora y la sangre…) Cuando en  marzo de 1935 se realizó en el Teatro Español una ceremonia para celebrar las cien representaciones de Yerma, Lorca cedió el protagonismo a la memoria de su amigo, leyendo por primera vez en público el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Así comenzó la leyenda del torero valiente y seductor, y la guerra civil acabó borrando las huellas intelectuales de este personaje polifacético e inclasificable,  miembro de pleno derecho de la Edad de Plata española.
"Yo canto para luego tu perfil y tu gracia. 
La madurez insigne de tu conocimiento. 
Tu apetencia de muerte y el gusto de tu boca. 
La tristeza que tuvo tu valiente alegría. 
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, 
un andaluz tan claro, tan rico de aventura. 
Yo canto su elegancia con palabras que gimen 
y recuerdo una brisa triste por los olivos". 
( De Alma ausente)

4. Miguel Hernández y Ramón Sijé
Quizás sin la hermosísima Elegía de Miguel Hernández el nombre de Ramón Sijé tendría hoy resonancias puramente locales, en la Orihuela natal de estos dos grandes amigos. Pero el alcance universal del poema hernandiano nos sigue trayendo, más de 100 años después del nacimiento de ambos, el deseo de conocer la relación que unía a estos dos personajes tan distintos y la obra de Ramón Sijé, un anagrama de su verdadero nombre, José Ramón Marín Gutiérrez. 
Se ha dicho que “su vida fue fulgurante y efímera, tan rápida como el brillo de la luz de un relámpago, pero refulgente de sabiduría” (Galiano Pérez). Y es que este chico superdotado, carismático e hiperactivo, nacido en 1913, ya ganó un premio nacional de redacción sobre los héroes españoles con 12 años; en 1930 terminó el bachillerato con premio extraordinario y, como su familia carecía de recursos económicos suficientes, cursó leyes como alumno libre en la Universidad de Murcia, terminando la carrera con sólo 20 años. A partir de entonces, se entregó a su verdadera pasión, las letras. 





Miguel Hernández (1910-1942), en cambio, siguió una carrera intelectual muy diferente. Aunque destacaba en los estudios, su padre rechazó la beca que le ofrecieron, porque quería que su hijo le ayudara en su negocio de cría de cabras. Con 15 años, Miguel tuvo que abandonar la escuela pero siguió aprendiendo por su cuenta. Mientras reparte leche y cuida el ganado, medita sobre la naturaleza y lee vorazmente los libros que le presta el canónigo Luis Almarcha o que consigue en la Biblioteca Municipal.
Ramón Sijé era vecino suyo en la Calle Arriba pero ambos no se convierten en “compañeros del alma” hasta 1930, al tiempo de presentarse la revista Voluntad, de la que Sijé era director. Fue precisamente entonces cuando José Marín empieza a usar su seudónimo más conocido, que tal vez venga de Psijé, alma en griego. Pero también usó otros: José Oriolano, Rataplán o Chas fueron los nombres con los que ocultó la carencia de colaboradores para la revista, que tomaba el nombre de la conocida novela de Azorín, uno de los autores predilectos de Sijé. Igualmente, en esas fechas Miguel Hernández publica su primer poema, Pastoril, impregnado de los conocimientos que le trasmite Ramón en un cursillo acelerado de mitología y culteranismo. Además de las tertulias en el Café de Levante, en 1931 comenzaron a reunirse en la tahona de la Calle Arriba. El panadero Fenoll era una un poeta popular, una especie de juglar de fiestas, y sus hijos Carlos y Efrén heredaron su pasión por la poesía. A la caída de la tarde, la “habitación de los libros”, en la parte de arriba de la tahona, acogía a los hermanos Fenoll, a Ramón y a Gabriel Sijé (Justino Marín), a Miguel Hernández, a Jesús Poveda… En aquel mágico lugar, en el que se contagiaron mutuamente las chispas de su talento, se forjaron las vocaciones poéticas de lo que se ha llamado la Generación de Orihuela, y también surgió el amor entre Ramón Sijé y Josefina Fenoll, la bella panadera. Se ha dicho con acierto que la obra más perfecta de Ramón Sijé fue Miguel Hernández, a quien modeló en su etapa formativa y le ayudó a que siguiera su propio curso artístico. Así le convenció para que se marchara a Madrid, a abrirse un hueco en el mundillo literario. Incluso organizó una colecta para pagarle los gastos del viaje. Pero esta primera salida del poeta resultó un fracaso, como la del Quijote, y solo pudo volver a Orihuela seis meses después, pobre y enfermo, gracias a la ayuda de Sijé
Llegó a tiempo para participar en el homenaje póstumo a Gabriel Miró (1879-1930), el escritor novecentista alicantino que tanto admiraba Sijé. Miró, con una sinestesia exacerbada, glosó en colores, sonidos y sensaciones táctiles la fértil Vega Baja del Segura y la ciudad de Oleza, con su “olor vegetal, arcaico y litúrgico”. Como la Vetusta de Clarín, Orihuela-Oleza tenía una vida religiosa muy intensa y ello tendría gran influencia en el pensamiento de Ramón Sijé. Para la celebración, Ramón escribe: “Luminoso Gabriel: Sea en mí tu palabra´”, y Miguel lee poemas del que sería su primer libro, Perito en lunas, publicado en 1933. La cartagenera Carmen Conde, que también intervino en el evento, quedó entusiasmada con aquellos “adolescentes de Orihuela”: “Qué voz la de Ramón Sijé, qué ojos ardientes de inteligencia”; “Qué risa la de Miguel, qué olor de tierra mojada en sus ojos azules”.


En junio de 1934, en la festividad del Corpus, comienza a editarse El Gallo Crisis, revista dirigida por Ramón Sijé y en la que participa Miguel. Junto con la Revista de Occidente de Ortega y Cruz y Raya de José Bergamín, fue una de las publicaciones literario-filosóficas más importantes de su época. En ella Ramón Sijé nos muestra, a través de artículos ardientes y polemistas, como el gallo desafiante de la portada, su profunda religiosidad, influida por Maritain y  otros pensadores católicos franceses, su conceptismo barroco heredado de Gracián y Quevedo… 
Mientras tanto, Miguel estaba nuevamente en Madrid y esta vez sí obtuvo una muy buena acogida entre los artistas de la capital: Maruja Mallo, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti y Pablo Neruda, al que no gustaba El Gallo Crisis. Encontraba en ella “demasiado olor a iglesia, ahogada en incienso”. Cuando Ramón Sijé advierte que está perdiendo a su amigo, le aconseja luchar contra esas influencias “superrealistas” que él consideraba nocivas. Lamentablemente, después de alentar a Miguel a que siguiera su camino, Ramón Sijé no supo comprender los  vuelos que le llevarían a convertirse en el poeta del pueblo, y sus cartas se llenaron de reproches. Aunque Miguel Hernández seguía queriendo a Ramón, a quien dedicó el auto sacramental Quién te ha visto y quién te ve, “con lo más puro de mi amistad”, sus vidas seguirían desde entonces trayectorias divergentes.
Estampa de Orihuela, con el Segura y el seminario al fondo
Ramón Sijé se presentó al Concurso Nacional de Literatura de 1935. Su obra era La decadencia de la flauta y el reinado de los fantasmas, una síntesis de su pensamiento. Con el primer sonido surgió la civilización, que alcanza su culmen en el clasicismo, el barroco eterno del Siglo de Oro teológico y de la España imperial. En cambio, con el romanticismo, con su agonía de los sentimientos, el hombre vuelve a la naturaleza. Su heredero era el vanguardismo disolvente que tanto detestaba. Hace  a los hombres fantasmas sin voluntad real. Algunos han hablado de un pensamiento filofascista en Ramón Sijé, pero su autoritarismo debe ponerse en el contexto del tiempo confuso entreguerras y la inestabilidad política nacional. Si no, cómo se explica que Miguel Hernández, izquierdista, le escribiera que había leído la obra de un tirón y que había parecido formidable, al igual que hizo todo tipo de gestiones para publicarla en Madrid, aunque no vería la luz hasta 1973. El presidente del jurado era Antonio Machado, a que sin duda no debieron de gustar las ideas ultraconservadoras del aspirante. El ganador en esa convocatoria fue Díaz Plaja. 
Como indica Julio Calvet Botella, gran conocedor y defensor de la obra de su paisano Sijé, el enorme esfuerzo físico e intelectual de redactar a toda marcha aquel difícil texto para el concurso quizá le costó la vida. Este joven de frágil salud murió de septicemia, con solo 22 años, el 24 de diciembre de 1935. En esa misma fecha estaba previsto que viajara a Madrid para encontrarse con Miguel, quien lo esperó inútilmente todo el día en la estación. Al siguiente se enteró de la desoladora noticia a través del periódico El Sol y se lo confirmó Vicente Aleixandre. Fue éste quien insistió en que se incluyera la sentida Elegía en El rayo que no cesa, editado en enero de  1936. Juan Ramón Jiménez, poco dado a las efusiones emotivas, reseñó con entusiasmó el libro publicado por “el extraordinario muchacho de Orihuela, una loca elejía a la muerte de su Ramón Sijé”, un canto que debían leer todos los amantes de la “poesía pura”.  Por si queréis refrescar los versos, la versión musical de Serrat es lo más indicado: https://www.youtube.com/watch?v=vKPhKUCcIQc
Miguel también escribió una segunda Elegía menos conocida, dedicada a Josefina Fenoll, la novia de Sijé:
  “Panadera de espigas y de flores,
 panadera lilial de piel de era,
 panadera de panes y de amores.

 No tienes ya en el mundo quién te quiera,
Y ya tus desventuras y las mías
 no tienen compañero, compañera”.
Y también escribió a la familia de Ramón: “Vuestro hijo y hermano no ha muerto. Está conmigo. Lo llevó en mí”. Su destino trágico no le permitió cumplir su deseo de escribir las memorias de la vida de su amigo, una gran promesa frustrada pero que nos dejó su herencia viva en Miguel Hernández. 
Pero la historia de los rescates del recuerdo de estos personajes no acaba aquí. Miguel Hernández se casó con Josefina Manresa en 1937, en plena guerra civil, y el poco romántico viaje de novios lo hicieron a Jaén, lugar del frente a que estaba destinado el poeta. Su abierta militancia en el bando republicano conllevó, al terminar la contienda, no sólo que fuera encarcelado sino que se ordenara la destrucción de sus obras. Su condena a muerte fue conmutada por cadena perpetua y, después de un vía crucis por prisiones insalubres, falleció en la de Alicante en 1942, cuando tenía 31 años.
Su esposa tuvo que luchar a brazo partido para preservar su legado artístico. En un baúl e incluso enterrados en un saco en el patio de su casa, para evitar los registros policiales, escondió los manuscritos que le entregaron algunos compañeros de cárcel, el  famoso retrato que le hizo Buero Vallejo, que también estuvo en prisión con él, sus cartas, y los documentos que conservaban sus familiares. Gracias al tesón de aquella sufrida viuda, hoy podemos conocer en plenitud la obra de uno de nuestros mejores poetas. Es curioso, Miguel era contrario a las jerarquías católicas, pero creía firmemente en la supervivencia del espíritu. Ahí están los versos de El palomar de las cartas, que adornan un monolito en forma de buzón, junto a su lápida en el cementerio de Alicante. Invita a que cualquier admirador del poeta le mande sus recuerdos:
"Aunque  bajo la tierra
mi amante cuerpo esté
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré"
Hay una maravilla de versión musical de este prodigioso poema. Os pongo el enlace: https://www.youtube.com/watch?v=-OTFdN_vnNs

5. García Sabell y Manuel Antonio, el médico y el marino poeta
Separados por ocho años y unas docenas de kilómetros en sus orígenes. El uno, poeta, víctima prematura de una enfermedad cruel y olvidado tras su muerte; el otro, prestigioso doctor que, en el otoño de su vida, alcanzó importantes distinciones y cargos (Presidente de la Real Academia Gallega, Delegado del Gobierno en Galicia). Manuel Antonio y Domingo García Sabell forman una pareja de personajes históricos que nos muestran las penalidades que sufrió la cultura gallega durante buena parte del siglo XX, y evidencian también que solo morimos completamente cuando nuestro recuerdo se borra de la memoria de los que nos sobreviven.
Manuel Antonio, con su sempiterna pipa
La ciudad coruñesa de Rianxo, que también vio nacer a Castelao y Rafael Dieste, alumbró, en julio de 1.900, las primeras miradas de Manuel Antonio Pérez Sánchez. Para evitar el contagio de la tuberculosis de su padre, cuando tenía cuatro años lo mandaran a vivir en compañía de algunos parientes- uno de ellos, clérigo-, en Iria Flavia y después en Compostela, donde cursó el bachillerato. Inclinado primero por las Letras, acabó estudiando Naútica, y se embarcó en prácticas en el buque “Constantino Candeira”. Esa estancia le inspiró De catro a catro, único poemario que publicó en vida. A través de  metáforas atrevidas que rompen con la poesía clasicista, Manuel Antonio nos traslada su experiencia como marino novato que surca los mares, llevando en su petate nostalgias antiguas  que se engrandecen en medio de las dos inmensidades del mar y la noche. En esos poemas recoge los susurros de los marineros ahogados y el grito inmortal de las gaviotas, se compadece de la fragata vieja, con su velamen deshojado por el viento, y busca estrellas apoyado en la baranda, con la única compañía del humo de su pipa.
" As nosas soedades                          Nuestras soledades                   
veñen de tan lonxe                             vienen de tan lejos
como as horas do reloxe(…)              como las horas del reloj(...)        

No cuadrante estantío das estrelas      En el cuadrante inmóvil de las estrellas
ficou parada esta hora:                        quedó parada esta hora:
O cadáver do Mar                              El cadáver del Mar
fixo do barco un cadaleito                    hizo del barco un féretro.

Fume de pipa   Saudade                     Humo de pipa Nostalgia
Noite   Silenzo   Frío                          Noche Silencio Frío
E ficamos nós sós                               Y quedamos nosotros solos
Sen o mar e sen o barco                     Sin el mar y el barco
nós." ( del poema “Sos”)                     nosotros.(S.O.S. es otro mensaje oculto en el poema)
Su carácter curioso le llevó a interesarse por las vanguardias europeas. Su ideario estético aparece en el manifiesto “Mais Alá”, sucrito en 1.922 junto al dibujante Alvaro Cebreiro, en el que dedicaban las siguientes palabras a Valle Inclán: <<Maestro: le llamamos maestro por ser el “maestro” de la juventud imbécil de Galicia>>. Toda una provocativa declaración de intenciones. Su impetuosidad era tal que, cuando una revista le rechazó la publicación de unos versos, replicó: <<No puedo menos, por lo tanto, que enviarle mis más sinceras gracias por el inapreciable valor que me concedió al revelarme que mis versos no sirven para publicar en “Suevia”, y en lugar de ofenderme por haber sido rechazados, como haría, quizás, otro en mi lugar, me conforme pensando que no se ha hecho la miel para boca de puercos y que “Suevia” se queda para inspirados cantores de Raquel Meller o de asuntos épicos como el canto a la bandera (r.nº 12) y otros delicados poetas del tamaño de esos>>.
También era muy fuerte en él la voluntad de compromiso político. Es conocida la anécdota que le sitúa en la frontera, intentando pasar a Francia para combatir contra el imperio alemán en la Primera Guerra Mundial. Y esa misma actitud le llevó a sumarse al nacionalismo gallego, germinado a partir de las “Irmandades da fala”, en la II Asamblea Nacionalista Gallega, que se celebró en 1919.
Certeramente, García Sabell lo describe como “un aventurero apasionado por la libertad, exigente, autoritario, patriota de su tierra, insobornable, anarquista y místico”.
Tras varias singladuras que dañaron  gravemente su salud, el poeta volvió a Galicia, ocultando su verdadero estado y pasando estrecheces económicas, para terminar sucumbiendo, lo mismo que su padre, a la tuberculosis. Murió en Asados, muy cerca de su Rianxo natal, en enero de 1.930, cuando solo tenía 29 años. Desaparecido en tan tristes  circunstancias y a las puertas de una década convulsa, que estremeció los cimientos de la cultura española, no es de extrañar que la fama de este poeta con un solo libro publicado se fuese desvaneciendo y que, como le sucedió a Luis Amado,- otro autor en parecidas circunstancias-, el silencio se apoderara de su recuerdo.
Cunqueiro, una imaginación literaria portentosa

No obstante, en su libro Dona de corpo delgado (1.950) Álvaro Cunqueiro dedica a Manuel Antonio una elegía, en cuyos primeros versos no es difícil relacionar el tono de los adjetivos con la complicada situación personal del poeta:
“Diríamos que piedra para tu frente fría
-para tu alma mar y viento duro.
Tu sí, poeta, fallecido de algas verdes
tu único cuerpo, silencioso y breve”
(Traducción de Vicente Araguas).

García Sabell con Valle Inclán
Pasa el tiempo. Domingo García Sabell, nacido en Compostela en 1.908, se relacionó en su juventud con el nacionalismo y el republicanismo, a causa de lo cual llegó a estar preso al final de la Guerra Civil. Fue uno de los fundadores de la Editorial Galaxia, principal bastión de la cultura gallega en los años más duros del régimen franquista. Tradujo al gallego a Heidegger y a Joyce. García Sabell, sin embargo, se ganaba la vida como médico. La suerte quiso que fuese su paciente Doña Purificación Sánchez, la entonces anciana madre de Manuel Antonio. Esta había intentado evitar que su hijo se contagiase de la implacable enfermedad que se llevó a su esposo, pero el destino le salió al encuentro por otras vías, como al padre de Segismundo en La vida es sueño. A raíz del trato personal surgido en el curso de tal relación profesional, el doctor supo que los libros y papeles del poeta habían permanecido primorosamente conservados en la casa materna. Comienza entonces una ímproba labor de estudio del material y la publicación, en 1.972, de sus “Obras Completas”, prologadas por el propio García Sabell, en las que se dan a conocer cuatro libros inéditos: Con anacos do meu interior, Foulas, Sempre e mais dispois y Viladomar. Gracias a este legado, que tras la muerte de García Sabell pasó a la Fundación Barrié de la Maza, conocemos de la afición a la música del poeta,-de la que da noticia el recibo por la compra de un violín-, sus cartas llenas de efervescencia juvenil y sus preferencias literarias: Apollinaire, Éluard, Aragon, Teixeira de Pascoaes, Whitman. Lo que sigue después es el casi unánime reconocimiento de Manuel Antonio como uno de los más grandes poetas en lengua gallega y la dedicatoria del Día de las Letras Gallegas, en 1979, al autor rescatado del olvido por el Doctor García Sabell. Igual que el arpa en el poema de Bécquer, su genio esperaba una voz que, como a Lázaro, le dijese: “Levántate y anda”.
García Sabell

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Esta última parte ha sido escrita por José Losada Fernández, buen conocedor de la obra poética de Manoel Antonio, como lo conocen los gallegos. Pongo aquí el enlace a youtube paara escuchar la maravillosa canción que Milladoiro compuso sobre el poema Sos. Escuchándola es muy fácil imaginarse al poeta, acodado en cubierta mientras hacía sus guardias nocturnas, soñando con los infinitos más allá de la "cuerda floja del horizonte". Una gozada.https://www.youtube.com/watch?v=jZPE1_t9h6M
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Fuentes consultadas:
*Sobre Mussorgsky y Hartmann: programa de mano al recital de piano de Nicholas Angelich en la Sociedad de Conciertos de Alicante; entradas en Wikipedia: Modest Mussorgsky, Cuadros de una exposición, Victor Hartmann, Los cinco compositores;  Images for Pictures at an Exhibition, Tim Eagen;
*Sobre Proust y Guérin: Lorenza Foschini: El abrigo de Proust, ed. Impedimenta; entrada Marcel Proust en Wikipedia;
*Sobre García Lorca y Sánchez Mejías: artículos en El País de W. Lyon, B. Medina, S. Belausteguigoitia, J. Vidal; Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: biografía de Lorca; Ignacio Sánchez Mejías: el torero del 27, F.J. Losantos; El Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, en Juliaenmadrid; Las vidas múltiples de Ignacio Sánchez Mejías, Aquilino Duque;
*Sobre Miguel Hernández y Ramón Sijé: Ramón Sijé. Semblanza, de Julio Calvet Botella; Wikipedia, entrada Miguel Hernández; La discutida amistad entre Ramón Sijé y Miguel Hernández, de R Fernández Palmeral y Ramón Sijé, una aproximación, del mismo autor; revista El Eco Hernandiano: Ramón Sijé; Texto sobre Ramón Sijé, VVAA; Jacinto Guereña,  Miguel Hernández, ed. Destino.
 Mi buen amigo y compañero de profesión Julio Calvet me ha señalado con agudeza un  caso que  encuadraría a la perfección entre estas categorías, el de Franz Kafka y Max Brod, su amigo y albacea, al que ordenó que quemase todos sus papeles a su muerte, lo que afortunadamente no hizo. Seguro que hay otros muchos ejemplos de la memoria viva. Otra vez nos ocuparemos de ellos.

5 comentarios:

  1. Muy bonita entrada, que nos recuerda que los muertos nunca lo están del todo mientras su memoria siga viva.

    Por aportar algo, me gustaría destacar que la obra de Mussorsgky, y a través de él, la de Hartmann, sigue recibiendo transformaciones e interpretaciones desde otras artes. Para la mayoría del público es conocida la versión de "Noche en el monte pelado" de Mussorgsky que se hace en la "Fantasía" disneyana de 1940, pero otro animador ruso, Alexandre Alexeïeff, inventor de la pantalla de agujas (un artesanal método para animar imágenes con variados niveles de claroscuro), ya lo adaptó mediante su personal técnica a mediados de los años 30. Y por supuesto también se propuso adaptar todos los "Cuadros de una exposición", si bien el proyecto se demoró hasta los años 80, y no se completó. Quedaron dos cortometrajes episódicos titulados respectivamente "Tableaux d'Exposition" y "Trois themes", que recreaban temas como Bydlo, Gnomus, el judío pobre y el judío rico, Il vecchio castello, Tuileries, etc. "Tableaux d'Exposition es visible aquí, y dura 10 minutos:
    https://www.youtube.com/watch?v=kXbBB4pNPaI

    Por enlazar con el tema kafkiano, Alexeïeff también realizó las misteriosas imágenes que acompañan al prólogo de "El proceso", de Orson Welles.

    Y, curiosamente, los "Cuadros de una exposición" fueron objeto de una libre interpretación orquestada por Osamu Tezuka (el "dios del manga"), en donde colaboraron artistas diferentes. Dura 33 minutos:
    https://www.youtube.com/watch?v=sLRVjCBvf1E

    Lo que es evidente es que la fuerza sinestésica de la música de Mussorgsky, inspirada en la pintura de su amigo, es inagotable.

    Felicidades por la entrada,

    M


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    1. Muchísimas gracias, María, por tus siempre eruditas referencias. Sin duda, como muy bien señalas, los cuadros para una exposición son una fuente de inspiración maravillosa para otras expresiones artísticas.
      En otro orden de cosas menos elevado, el otro día leí que Marcelle Auclair, el último amor de Sánchez Mejías, fue la creadora de la revista Marie Claire.

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    2. Un añadido precioso obra de Miguel Florián, al hilo de tu comentario.
      En El Pájaro Azul de Maeterlinck se lee: "No están muertos... ¿No viven acaso en vuestro recuerdo?... No conocen los hombres este secreto, porque saben muy poca cosa; tú, en cambio, gracias al Diamante, verás que los muertos de que uno se acuerda son tan felices como si no hubiesen muerto..." Lo mejor de los blogs es, sin duda, la puesta en común de ideas y referencias.

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  2. Interesantes enlaces (links) los que ofrece María, curiosos vínculos (links) los del ilustre torero con la revista Marie Claire. Un ciclón el sevillano apropiado para un huracán como el de la Argentinita. El baúl de esta última es el motivo imaginario del último espectáculo de Pasión Vega.
    No quiero hacer de aguafiestas, pero esa idea de una inmortalidad reducida a la memoria de los vivos ya le pareció a Unamuno un pobre consuelo... ¿Y si -como verosímil- acabamos todos muertos?
    He aquí un merecido premio al interesante aporte final de mi tocayo, unos versos de la genial Rosalía:

    "'Los muertos van de prisa',
    el poeta lo ha dicho;
    van tan de prisa, que sus sombras pálidas
    se pierden del olvido en los abismos
    con mayor rapidez que la centella
    se pierde en los espacios infinitos.

    'Los muertos van de prisa'; mas yo creo
    que aún mucho más de prisa van los vivos.
    ¡Los vivos!, que con ansia abrasadora,
    cuando apenas vivieron
    un instante de gloria, un solo día
    de júbilo, y mucho antes de haber muerto,
    unos a otros sin piedad se entierran
    para heredarse presto."

    Que esto que describe trágicamente Rosalía, En las Orillas del Sar, sea estadísticamente cierto, hace más excelente y extraordinario los ejemplos de amistad -y veneración- a los que refiere la entrada. Ese querer recordar al amigo perdido, resistiéndose al "para siempre". Me sucedió hace poco con otro Miguel menos reconocido que el jiennense adoptivo, Miguel Heredia Mesa, profesor en Granada, indiscutible artista, políglota shubertiano y amigo del alma, al que nombro aquí por si erraran las moscas del olvido. Con él subí al monte de Santa Tecla. Nos guarecimos entonces en un castro celta para burlar a los perros salvajes de la desesperanza.

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  3. Mi buen amigo el poeta Miguel Florián me ha recordado estas referencias tan oportunas:Sobre la amistad dijo Aristoteles que los amigos son una sola alma en dos cuerpos. También aquellas preciosas palabras de Agustin de Hipona a la muerte del
    amigo, en Las Confesiones: "Maravillábame que viviesen los demás mortales
    por haber muerto aquel a quien yo había amado, como si nunca hubiera de
    morir; y más me maravillaba aún que, habiendo muerto él, viviera yo, que era
    otro él". La amistad de Enkidu y Gilgamesh, Hamlet y Horacio...
    Gracias mil, Miguel, por tus siempre generosas lecturas.

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