jueves, 27 de junio de 2024

PESIMISMO Y EUDEMONOLOGÍA

Polyommatus icarus, 20 junio 2024


"La belleza es una promesa de felicidad"
Stendhal

 En épocas pasadas, la ambición y la ingenuidad del sabio, científico o filósofo, le permitió pensar que era posible una representación global del mundo, un sistema que explicase por completo la realidad revelando sus arcanos. Mas, dada la descubierta complejidad de la naturaleza -que también somos- en el abismo de lo grande y en el pozo sin fondo de lo pequeño, hoy nos conviene una actitud mucho más modesta, pues somos conscientes de que todos los sistemas y todas las ideologías simplifican, reducen y fallan.

Además de pretender una representación uni-versal del mundo compatible con la ciencia, accesible a la intuición y satisfactoria para la razón, la filosofía ha ejercido tradicionalmente otra función más práctica, podríamos llamarla con raíz socrática "terapéutica": prodigar consejos aplicables a la conducta del humán para alegrar su vida o, por lo menos, como Boecio, para consolarla. 

En el caso de Schopenhauer -como nos explica Michel Houellebecq (*)- la primera función (teórica) hace imposible la segunda (práctica). Me explico: si el mundo es para el alemán un sufrimiento desplegado y toda vida es sufrimiento; si la voluntad de subsistir, ajena al principio de razón, es la base del carácter absurdo y trágico de toda existencia, en la que los sufrimientos y angustias son inevitables, puesto que todo surge de la carencia (incluso el amor) y sin justificación, el resultado es un pesimismo que Houellebecq llama roborativo, porque paradójicamente refuerza el ánimo, ya que "el desencanto no es malo".



Semejante desencantamiento resulta profundamente consolador porque contribuye a cortar las raíces de la envidia, ya que todo placer, por deseable que sea, es relativo y fugaz. Tal pesimismo ayuda a aceptar la muerte, pues presenta el no-ser cdomo el fin de todos los padecimientos. De ahí que Schopenhauer funde una escuela moral que insufla al lector atento las cualidades de la lealtad, la serenidad y la constancia, escuela en la que la compasión y la contemplación estética juegan un papel educativo determinante.

Y es que, a pesar de su radical pesimismo, Schopenhauer no renunció a dar consejos en su Eudemonología y a redactar aforismos para llevar una vida sabia, proponiendo una existencia que fuera preferible a la no-existencia. No busca con ello sino una acomodación, obligado a alejarse completamente del punto de vista elevado, metafísico y moral. Él mismo considera su tratado de la vida feliz o del "buen destino", es decir, su Eudemonología, un mero eufemismo, pues la felicidad no puede ser más que el desideratum de la Voluntad, voluntad mayúscula, indeterminada, insaciable, infinita y eterna, que designa el ser de todas las cosas en el mundo y el único núcleo de cualqueir fenómeno. La volujtad, sin meta, anhelo infinito, es también la aspiración de la materia que puede ser contenida, pero nunca colmada o satisfecha. Su forma más baja es la gravedad física.

La voluntad puede y debe ser contenida. Schopenhauer es fiel a la máxima de Cleantes: si quieres ser rico, sé pobre en deseos. Se trata según Houellebecq de un budismo templado, humanizado, una disposición sensata y moderadamente ascética a la renuncia. El autor de Aforismos sobre la sabiduría de la vida (en Parerga y Paralipómena, 1851) adopta un tono brioso, ligero, casi humorístico, "se divierte con ese tema elemental y poco serio que constituye la vida humana" (Houellebecq), pues, a fin de cuentas, como dijo Voltaire: "Dejaremos este mundo tan tonto y tan malvado como lo encontramos al llegar".

Lo esencial es la naturaleza de cada conciencia y "todos los lujos y placeres, cuando se desarrollan en la aturdida conciencia de un bobo, son poca cosa comparados con la conciencia de Cervantes mientras escribía Don Quijote en una inhóspita prisión" (Cap. I). Nadie puede salir de su individualidad y sus posibilidades de felicidad están fijadas de antemano por los límites de sus fuerzas espirituales que determinan su aptitud para los placeres elevados. Nuestra felicidad depende pues de lo que somos y no de lo que tenemos o representamos. Dinero y fama no son más que añagazas.

El destino se puede mejorar; "y, si se goza de riqueza interior, no hay que pedirle mucho; en cambio... un zoquete será un zoquete aunque esté en el paraíso y rodeado de huríes" (Ibidem). Schopenhauer sabe que el valor y riqueza del placer, incluso el del más intenso, el sexual, reside en el intelecto, aunque, desgracidamente, ocurre lo mismo con el dolor. Vale sobre todo lo que uno porta subjetivamente. Lo confirma el hecho de que el hambre sea la mejor cocinera y que la salud prevalezca sobre todos los bienes exteriores hasta el punto de que un mendigo sano sea más feliz que un rey enfermo:

"Un temperamento tranquilo y sereno, con una salud perfecta y una feliz organización, un entendimiento lúcido, vivaz, penetrante y acertado en sus juicios, una voluntad moderada y dulce y su consiguiente conciencia pura son ventajas que ningún rango o riqueza pueden reemplazar. Pues lo que un hombre es por sí mismo, lo que acompaña en la soledad y nadie puede darle o arrebatarle es manifiestamente más importante para él que lo que pueda poseer o ser a ojos de los demás. Un hombre de espíritu ingenioso, incluso en la más absoluta soledad, hallará en sus propios pensamientos una perfecta distracción, mientras que el continuo cambio procurado por la vida social, los espectáculos, los paseos y las fiestas es incapaz de librar al imbécil del aburrimiento que le atormenta. Un carácter bondadoso, moderado y apacible puede estar satisfecho en la indigencia, mientras que ni todas las riquezas satisfarán a un carácter ávido, envidioso y malvado" (Ibid. Capítulo I).

Hay que abrir las puertas de par en par a la alegría (moneda contante y sonante de la felicidad posible), siempre que se presente. Quien está alegre siempre tiene razón para estarlo y la alegría se presenta en general sin haber sido invitada y sin previo aviso. El dolor y el aburrimiento son los dos enemigos mortales de la felicidad humana y, lo peor, cuando logramos alejarnos de uno, nos aproximamos al otro. La necesidad y la privación nos producen sufrimiento, mientras que la seguridad y la abundancia generan aburrimiento. En cualquier caso, el hecho de disponer de lo necesario para vivir, aunque sea solo y sin familia, cómodamente y con verdadera independencia, es una inestimable ventaja.

(*) Michel Houellebecq. En presencia de Schopenhauer, Anagrama, Barcelona 2018.


sábado, 8 de junio de 2024

MONOS DE IMITACIÓN

 



EL CUERVO AMBICIOSO
Un inteligente cuervo, deslumbrado y encantado por la noble elegancia del caminar de una perdiz, quiso imitarla.
Ensayó mucho, se esforzó durante días con la esperanza de aprender su fino andamiento perdicero. 
Pero no supo o no pudo emularla con éxito. 
Al fin, dejó sus ejercicios muy insatisfecho consigo mismo, pero aún más frustrado quedó cuando quiso retomar su marcha propia, a saltos, es decir, cuando quiso recuperar el modo de avanzar propio de los cuervos, ¡y ya no supo!

  Aunque el famoso sociólogo francés Gabriel Tarde (1843-1904) insistió a principios del siglo pasado en la importancia de la imitación en los procesos humanos de socialización, el conductismo desterró la imitación de su programa cientifista, igual que hizo con el concepto de voluntad, tan etéreo, tan poco "positivo", pues no se puede pesar ni medir. Pero es evidente que los niños imitan, voluntaria, espontánea o involuntariamente, cuando aprenden a hablar, a limpiarse los dientes, a jugar a la pelota... Skinner intentó asimilar la imitación al concepto de refuerzo hacia 1953, consciente de su importancia en la psicología humana del aprendizaje.

El mimetismo emocional está asociado al enigma de la transvivencia o "empatía" -término este de moda en las descripciones de la personalidad y del comportamiento de los actores sociales. Sin duda, el ponerse o imaginarse en lugar del otro, el adivinar o representarse lo que sucede en su animus o anima resulta crucial en el mundo de las relaciones personales. Somos monos de imitación, se dice (o cuervos). No sabemos a veces por qué se nos pegan ciertos dejes o pautas de comportamiento, manías o destrezas de personas del entorno, incluso de aquellas por las que no se siente cariño especial ni admiración, pues no sólo imitamos a las personas cuyo comportamiento consideramos ejemplar, se nos pegan también los eslóganes de los anuncios que vemos distraídos, su forma poética facilita su memorización involuntaria. Los hijos de padres maltratadores suelen propender a serlo, aunque sintieran rechazo del maltrato sufrido y lo considerasen injusto.



Desde el positivismo conductista se ha intentado explicar la imitación como un condicionamiento instrumental vicario: Un sujeto -modelo- ejecuta un acto que refuerza al que lo observa. El acto del modelo se convierte en un refuerzo secundario para el observador, que tiende a repetirlo.

Se dice que nadie escarmienta en piel ajena, pero lo cierto es que sí aprendemos en mente ajena, vicariamente. Somos animales sociales y la imitación es la forma más común de aprendizaje social, la del aprendiz con el maestro, la de la hija con la madre... Es el ejemplo lo que arrastra, no la teoría ni la exhortación, y su ingrediente social es -como dice Pinillos (1)- el sine qua non de toda conducta superior real y efectiva.

Pinillos insiste en que la imitación humana exige la función reguladora del lenguaje. No estoy tan seguro, si sólo se refiere a la palabra (oral o escrita), porque poses, gestos, actitudes, hechos... son también decisivos, sin desdeño de otros lenguajes diferentes del verbal: códigos icónicos, simbólicos, imágenes, looks, atavíos, complementos, aderezos, postureos...

Imitamos los comportamientos por afán de emulación. La emulación juega en la imitación como motivo. J. A. Marina incluye la emulación en el "clan sentimental" de los deseos. "Desear" -explica- es una metáfora lexicalizada maravillosamente poética, del latín 'de-siderare', palabra compuesta de un 'de' privativo, y de 'sidus-eris', astro. Así que desear significó echar en falta un astro, un sentimiento de ausencia, antes de significar buscar o anhelar.

La emulación es el deseo de igualar o superar a otro. 'Demulatio' significaba en latín rivalidad, pero "emulación" ha perdido parte de su sentido confrontativo. En todo caso, se trata de una rivalidad -o envidia- que conduce a la imitación, no al odio. Se usa poco en castellano la voz "emulación", tal vez porque los españoles somos más propensos a la envidia que a la admiración o al reconocimiento e imitación de la excelencia ajena (2).

Hoy los medios masivos de comunicación, que por su diversificación más bien habría que llamar medios públicos de comunicación, siguiento a Tarde, muestran en sus altares y escenarios los modelos a imitar o emular que antaño ofrecían los libros de caballerías o las hagiografías de santos y mártires. Ahora no es la beatitud, ni la excelencia moral, ni las obras de caridad, ni el desprendimiento de ambiciones mudanas, ni la abnegación, lo que priva y se ofrece a la mímesis, sino la extravagancia, el éxito, el glamur, la celebridad. Nuestros modelos de emulación no visten saya burda ni andan descalzos (aunque tal vez sí en pelota viva), sino que viajan en deportivos caros o en aviones privados y se exhiben en los escenarios con lentejuelas y una cosmética refinada, y en pasarelas rojas con vestidos de alta costura.

Refiriendo a la imitación, escribió Pinillos con razón que "uno no puede dejar de preguntarse por el uso que la sociedad hará de tan eficacísimo instrumento de manipulación", que permite a unos y unas modelar a otros y otras. 

Imitamos emulando para no ser menos que A o B, para autoafirmar nuestro estatus social. La publicidad y el "síndrome de emulación competitiva", que es efecto del bombardeo masivo de eslóganes y consignas propagandísticas, presionan a la gente al endeudamiento -"¿te lo vas a perder"?, "porque tú lo vales" "descubre el producto X"- obligan a la gente a viajar a supuestos paraísos exóticos, a comprar objetos de lujo o a contratar servicios innecesarios. No viene mal a este respecto la lección del viejo estoico: Cuando le preguntaron a Cleantes cómo podía uno hacerse rico, Cleantes (331-232 a.C.) respondió: "Sé pobre en deseos".

En el "tercer entorno", es decir, en la global esfera telemática de comunicación en redes, las actitudes, creencias e ideas se contagian sin contacto físico. Gabriel Tarde ya habló de una "multitud espiritualizada". En la Antigüedad, el Coliseo agrupaba a cien mil personas y, en la Edada Media, las peregrinaciones y las grandes asambleas religiosas agrupaban a las gentes y estandarizaban sus sentimientos y afectos por contacto. Todos los que han asistido a un espectáculo multitudinario, a un concierto masivo al aire libre o a un evento deportivo en un gran estadio, saben con qué facilidad se contagian las emociones y se difunden, sean emociones piadosas o bélicas, oleadas de pánico o de cólera, de entusiasmo o de frustración.

Según Tarde, nuestra época ya no es la de las multitudes ni la de las masas revoltosas de Ortega, sino la "Era de los públicos". Su prospectiva fue acertada. Hoy las gentes se agrupan en torno a nuevas y diversas "galaxias" de gustos y deseos, esferas ideales o imaginarias en el ciberespacio, en infovías y en telarañas electrónicas, superficiales y profundas, oficiales o clandestinas, todas ellas van estructurando algo así como un sistema nervioso planetario.

Para Gabriel Tarde, la imitación es el carácter invariable y distintivo de todo hecho social. "¿A dónde va Vicente? -Adonde va la gente". En costumbres, modas, hábitos de obediencia, educación, la mayoría de las veces la imitación es ingenua e irreflexiva. Tarde ligó la imitación primero a la sugestión y luego a la interrelación. En cualquier caso, para bien o para mal, la imitación es fundamental en la construcción de la realidad social, pero también en la construcción de cada personalidad individual, muy permeable, sobre todo en su juventud, a la influencia del obrar ajeno.

Por eso, el dar buen ejemplo, la ejemplaridad, ha de ser imperativo moral de cualquier autoridad que aspire a ser reconocida y justificada como tal en la familia, en la empresa, en la política... Desde una perspectiva ética, cualquier otra opción merecería ser llamada autoritarismo o tiranía. Porque la voluntad mueve, pero es el ejemplo el que conmueve y arrastra.

Notas

(1) José Luis Pinillos. Principios de Psicología, 5, 10. Madrid 1978.
(2) José Antonio Marina y Marisa López Penas. Diccionario de los sentimientos, II, 4. Barcelona 1999.
La fábula de El cuervo y la perdiz recrea en español actual la del capítulo XIII del Calila e Dimna.