viernes, 15 de agosto de 2025

EL IDIOTISMO FILOSÓFICO O CONCEPTUAL

 

 

EL IDIOTISMO FILOSÓFICO O CONCEPTUAL

Vaya por delante que el empleo de esta terminología no tiene ninguna intención de descalificar a nadie, sino analizar el uso filosófico que han hecho algunos autores de este concepto a lo largo de la historia y también en nuestros días. Tampoco debe considerarse de ninguna manera una descalificación hacia la filosofía, sino todo lo contrario: veremos a continuación el uso del término como figura conceptual ejemplar que mueve la filosofía, donde el término “idiota” por lo tanto no es sinónimo de ignorante, sino de una personalidad capaz de crear conceptos creativos desde su independencia y subjetividad.

Personalmente creo que uno de los mejores remedios, forma de vida, técnica personal o metodología que pudiéramos encontrar para sobrevivir a este siglo XXI podría ser practicar el idiotismo filosófico. El idiota en este sentido viene a ser un hereje moderno, pero también posmoderno y contemporáneo. Ya Erasmo de Róterdam en su obra satírica Elogio de la locura (1511) exaltaba humorísticamente la necedad o la ignorancia frente a la rigidez de las nociones tradicionales de sabiduría y conocimiento.

Cuenta Byung-Chul Han en su libro Psicopolítica (2014) que en un curso sobre Spinoza de 1980, Deleuze declaró que hacerse el idiota siempre había sido una función de la filosofía. Comenta Han que la historia de la filosofía es una historia de los idiotismos, como lo son el “solo sé que no sé nada” de Sócrates y el “pienso, luego existo” de Descartes. Para Deleuze y Guattari, el Idiota es quien dice Yo, quien lanza el cogito. Es aquella persona que piensa por sí misma, sin apoyarse en presupuestos académicos o dogmas previos. Es el pensador privado en oposición al profesor público (el escolástico):

El profesor remite sin cesar a unos conceptos aprendidos (el hombre-animal racional), mientras que el pensador privado forma un concepto con unas fuerzas innatas que todo el mundo posee por derecho por su cuenta (yo pienso). Nos encontramos aquí con un tipo de personaje muy extraño, que quiere pensar y que piensa por sí mismo por la “luz natural”. (Deleuze & Guattari, 2024: 63)

Argumentan Deleuze y Guattari en su libro ¿Qué es la filosofía? (1991) que el personaje conceptual “idiota” fue utilizado por primera vez por Nicolás de Cusa y que Descartes lo encarna en “Eudoxo, el idiota”, así como que esta nueva oposición o dualismo entre actitudes filosóficas contrapuestas (una especulativa y otra existencial), las toma Chestov primero de Kierkegaard y después de Dostoievski. Para Deleuze y Guattari, el idiota es el filósofo por excelencia, ya que impulsa la creación conceptual, que para ellos es la base de la filosofía. No se trata de un calificativo despectivo, sino de una metáfora filosófica que reivindica la autonomía del pensamiento y representa a quien rompe con lo establecido como filósofo ejemplar y creador original de conceptos.

También realizan ambos autores una clara diferenciación entre el idiota antiguo y el idiota moderno: mientras que el primero pretendía alcanzar unas evidencias dudando de todo, el idiota moderno no pretende llegar a ninguna evidencia, sino que quiere lo absurdo:

El idiota antiguo quería lo verdadero, pero el idiota moderno quiere convertir lo absurdo en la fuerza más poderosa del pensamiento, es decir crear. El idiota antiguo solo quería rendir cuentas a la razón, pero el idiota moderno, más cercano a Job que a Sócrates, quiere que le rindan cuentas de “cada una de las víctimas de la Historia”, no se trata de los mismos conceptos. Jamás aceptará las verdades de la Historia. (Deleuze & Guattari, 2024: 64)

Byung-Chul Han recoge estas ideas de Deleuze para trasladarlas a los tiempos actuales, caracterizados por un infierno de lo igual, donde la comunicación alcanza su velocidad máxima y representa una coacción junto con la conformidad:

Hoy parece que el tipo del marginado, del loco o del idiota ha desaparecido prácticamente de la sociedad. La total conexión en red y la comunicación digitales aumentan la coacción a la conformidad considerablemente. La violencia del consenso reprime los idiotismos. (Han, 2023: 104)

A la vista de ello, para Byung-Chul Han, el idiotismo representa una praxis de libertad hoy en día, siendo el idiota el desligado, el desconectado y el desinformado. El idiota es un hereje de nuestros días porque tiene la valentía de desviarse de la ortodoxia, oponiéndose a la conformidad (que, bajo mi punto de vista, también deviene en una mediocridad generalizada), ya que el conformismo impide el desarrollo individual, así como la creatividad propia del ser humano. Así, el idiota como hereje contemporáneo se resiste a la violencia del consenso salvando la magia del marginado. Oponiéndose a poderes de dominación y vigilancia, el idiota no comunica, sino que construye espacios de silencio y soledad:

El idiotismo abre un espacio virginal, la lejanía que requiere el pensamiento para iniciar un hablar totalmente distinto. (Han, 2023: 107)

Para Fernando Savater filosofar no debería ser salir de dudas, sino entrar en ellas. En su libro Las preguntas de la vida (1999) se pregunta por qué a veces resultan risibles los filósofos: probablemente por la mezcla de una ambición teórica desmesurada y escasos resultados prácticos, o bien por utilizar jergas incomprensibles… O, pienso yo, quizá también por “hacerse los idiotas” en determinadas circunstancias. Cuenta Savater que Tales de Mileto se cayó a un pozo por ir mirando al firmamento, lo cual provocó las carcajadas de dos sirvientas que pasaban por allí… Pues, oiga, a lo mejor es que Tales en ese momento se estaba también haciendo el idiota.

Para Savater, filosofar es defenderse de quienes creen saber y no hacen sino repetir errores ajenos:

Y esta función negativa, defensiva, crítica, ya tiene un valor en sí misma, aunque no vayamos más allá y aunque en el mundo de los que creen que saben, el filósofo sea el único que acepta no saber, pero conoce al menos su ignorancia. (Savater, 2021: 23)

Esta socrática apelación a la ignorancia o apología del desconocimiento es también un idiotismo, como hemos visto al principio en opinión de Han. Hacerse el tonto, el sueco, el loco, el despistado, el longuis… son expresiones coloquiales de nuestro lenguaje que bien pueden reflejar este concepto. En su reciente libro Bichos ejemplares. Teratografía humanaria (2025), donde en la palabra “bicho” del título ya podemos advertir alguna acepción coloquial del término que también pudiera estar de alguna manera relacionada con el idiotismo, José Biedma nos narra cómo Platón pensaba que resultaba conveniente pasar desapercibido, ya que las personas entendidas lo pasarían mal si no se acostumbraban a las opiniones de la mayoría, algo que me ha parecido estar muy en sintonía con la postura de Han relativa al alejamiento de la conformidad mayoritaria en los tiempos actuales, a la que he hecho referencia al principio de este artículo. Así, concluye Biedma que:

En cualquier caso, es privilegio del sabio hacerse el tonto, porque el tonto difícilmente podrá pasar por sabio. Aunque se han dado casos… (Biedma López, 2025: 311)

Estoy totalmente de acuerdo con la recomendación de Platón acerca de la conveniencia de pasar desapercibidos. Byung‑Chul Han emplea la expresión “el infierno de lo igual” para ilustrar la homogeneización característica de nuestro tiempo, donde la singularidad -y también la excelencia- desaparecen bajo el dominio de una uniformidad aplastante ocasionada, según Han, por el conformismo y la comunicación digital. Así, se expulsa a lo distinto y se aplasta a la otredad. Me parece evidente que los nuevos dioses y diosas de nuestros días son Facebook, Instagram, YouTube o Tik-Tok, máquinas que paradójicamente han sido inventadas y han sido posibles precisamente gracias a la excelencia del ser humano, que es además quien les da de comer alimentándolas energéticamente. Pero bajo mi punto de vista, creo que no es suficiente buscar las causas de esta ola de mediocridad, como apunta Han, en las comunicaciones digitales, el conformismo o el neoliberalismo: ya hemos visto con Platón que el idiotismo se viene practicando desde la antigüedad. Ortega nos advirtió de una masa conformista que evita la excelencia y ama la mediocridad, por lo cual fue muy criticado, y también el filósofo estadounidense Allan Bloom reflexionó de alguna manera sobre este asunto. Creo que es conveniente buscar las causas de esta pandemia de mediocridad, donde la excelencia es sepultada impidiendo el progreso social, también desde una perspectiva histórica y antropológica: la envidia tan característica del ser humano y los intereses económicos, materiales e ideológicos, bien sean individuales o colectivos, han sido la mayor causa histórica para obligarnos a practicar el idiotismo, por lo que habría que yuxtaponer también estas causas históricas y antropológicas a las que Han señala. Valga uno de mis propios poemas perteneciente a Poemas del tiempo (2016) para ilustrarlo:

El tiempo me ha enseñado

a ser discreto,

a no destacar.

 

A hacerte,

si la ocasión lo requiere,

alguna vez el tonto.

 

A ser cuidadoso,

prudente, cauteloso.

 

El tiempo es envidioso.

Así, hemos podido comprobar y observar a lo largo de la historia, la envidia y la obsesión enfermiza de muchas personas que intentan establecer un rasero de mediocridad para que ninguna ni ninguno de sus semejantes envidiadas y envidiados pueda sobrepasar esa barrera, negando el valor de la excelencia, el esfuerzo y la diferencia, y convirtiendo la mediocridad en la norma dominante e impidiendo progresos tanto personales como colectivos. Pero el problema de estas epidemias de mediocridad es cuando también se trasladan al plano ético y moral: cuando ha desaparecido ese juez del que hablaba Kant que nos habita interiormente y muchos de los métodos de vigilancia y castigo que Foucault asociaba al poder ya están al alcance de cualquier persona, tenga ética o no la tenga. Y esta situación sí que supone un peligro evidente para la convivencia y la seguridad, que ya vaticinaba Lewellen en su libro Introducción a la antropología política (2003), donde en un capítulo dedicado a el poder de las personas, concluye diciendo que

(…) debemos tener cuidado de no idealizar este poder de las personas. (Lewellen, 2009: 177)

Así que, para terminar, desde esta soledad voluntaria, idiotista y autoimpuesta, me gustaría añadir el concepto filosófico de idiotismo no solo considerado desde un punto de vista científico, metafísico u ontológico, sino también desde una dimensión ética y moral: puede ocurrir a veces que otras personas puedan llegar a creerse que uno se está haciendo el tonto en una determinada situación cuando no sea así. Curiosamente, en ocasiones alguien ha llegado a recriminarme que me estaba “haciendo el tonto”, sin yo ser consciente de ello, ni estar yo en ese momento haciéndome el tonto de forma intencionada. Es evidente que, cuando algunas personas perciben que lo que uno hace (de una manera que él mismo entiende que es digna y correcta éticamente) no coincide con lo que esas personas quieren o piensan o esperan que uno haga o termine realizando, bien porque tengan un diferente punto de vista sobre un determinado asunto o bien porque la actuación que uno está realizando choca frontalmente contra sus intereses personales (que en algunos casos pudieran ser materialistas o incluso espurios), puedan atreverse a decirte que te estás haciendo el tonto, o directamente calificarte como un auténtico idiota. Desde luego yo, en esos casos, reconozco ser un completo idiota: “Señor o señora, lleva usted razón, soy un perfecto idiota” (Y a mucha honra…).

Juan F. Cordero

Bibliografía

BIEDMA LÓPEZ, J. (2025). Bichos ejemplares. Teratografía humanaria. Barcelona: Europa Ediciones.

DELEUZE, G., & GUATTARI, F. (2024). ¿Qué es la filosofía? (16ª ed., T. Kauf, Trad.). Barcelona: Anagrama.

ERASMO DE RÓTERDAM. (1511). Elogio de la locura. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/elogio-de-la-locura--0/html/ff08f70e-82b1-11df-acc7-002185ce6064_13.html

HAN, B.‑C. (2023). Psicopolítica: Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder (2.ª ed.). Barcelona: Herder.

LEWELLEN, T. C. (2009). Introducción a la antropología política (F. J. Tablero Vallas, trad.; 3.ª ed., 1.ª impr.). Barcelona: Ediciones Bellaterra.

SAVATER, F. (2021). Las preguntas de la vida (ed. Bolsillo). Barcelona: Booket.

domingo, 27 de julio de 2025

EL ARCHIFILÓSOFO

 


 

UNIVERSAL Y COSMOPOLITA. ERUDITO Y SABIO

Ya sabíamos que Leibniz fue uno de los mayores intelectuales del siglo XVII. Nació en Leipzig en 1646 y fue considerado un niño prodigio. Descubrió el cálculo diferencial e infinitesimal de manera independiente a Newton y fue el primero en publicar sus resultados en 1684. Fue considerado un genio universal por sus contemporáneos, el mayor erudito de su tiempo:  pocos pensadores en la historia de la humanidad consiguieron dominar como él lo hacía todos los conocimientos de su época. Además, en 1672 inventó una máquina de calcular y fue considerado un pionero en lógica matemática. Se le atribuye la primera formulación sistemática moderna del sistema binario de numeración. Mejoró la silogística aristotélica. Intentó también construir un lenguaje universal y apostó por mantener los grandes temas de la filosofía clásica y medieval. Conoció la peor cara del olvido en los últimos años de su vida y de hecho a su funeral solamente asistió su secretario particular.

Criticó el mecanicismo de Descartes y el atomismo de Gassendi. Una de sus críticas más técnicas y famosas al pensamiento cartesiano se centró en el error de Descartes sobre la naturaleza del movimiento y la conservación de la cantidad de movimiento:

“Leibniz, apoyándose en Huygens, demostró que lo que se conserva en las interacciones mecánicas no es la cantidad de movimiento (tomada en sentido escalar, es decir, su magnitud) como afirmaba Descartes, sino la fuerza o vis viva, que es equivalente a la cantidad mv2 (lo que sería llamado después energía cinética)” (Navarro, 2009:357).

Su sistema filosófico está considerado como la cumbre del racionalismo y su metafísica es espiritualista, ya que para Leibniz el universo está constituido por puntos de sustancia espiritual a los que denomina mónadas, término pitagórico que hace referencia a centros de fuerza o sustancias simples e individuales creadas por Dios y que están pensadas por analogía con el alma humana. De esta forma reconstruye Leibniz la unidad entre lo material y lo espiritual.  Para Leibniz, el organismo era concebido como una máquina hipercompleja dotada de características materiales. De esta manera intentó integrar mecanicismo y finalidad, así como percepción monádica y desarrollo corporal orgánico.

En su obra Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano (1703), Leibniz destaca como concepto las ideas innatas, afirmando que el alma no es una tabula rasa, en contra de las opiniones de Locke y Aristóteles. Leibniz sostiene que el alma contiene ciertas ideas de forma innata, es decir, que no proceden de la experiencia, sino que están ya inscritas en la estructura misma del entendimiento humano. El alma contiene ideas innatas que la experiencia despierta o actualiza.

Distingió entre “verdades de razón” y “verdades de hecho”. Las primeras serían analíticas, necesarias y deducibles por la razón sola, las conocemos a priori, son las verdades de la lógica y las matemáticas. Las segundas, serían sintéticas, contingentes y necesitaríamos experiencia empírica para saber si son verdaderas, las conocemos a posteriori, a estas verdades pertenecen todos los demás conocimientos.

Para Leibniz, el principio de razón suficiente y el principio de no contradicción son los dos pilares básicos de nuestros razonamientos. El principio de razón suficiente (nada es sin razón) sería similar al principio de causalidad, solo que éste último sería más limitado, ya que se aplica a cambios o cosas que ocurren en el tiempo. Desarrolló además el principio de continuidad, que podría explicarse con la frase natura non facit saltus (la naturaleza no hace saltos). Leibniz formuló este principio como una regla metodológica: todo cambio debe darse por grados progresivos, sin interrupciones abruptas en la naturaleza. Como dice en el Prefacio a los Nuevos Ensayos, nada ocurre de repente. Ortega y Gasset lo llamó el filósofo de los principios:

“Tras indagar en las obras disponibles en su época, Ortega elaboró una lista de diez principios leibnicianos…” (Echeverría, 2023:287).

 

En su libro Leibniz, el archifilósofo (2023), el filósofo y también matemático Javier Echeverría nos va narrando junto a una extensa y completa biografía de este genio, sus múltiples facetas, dedicaciones, trabajos, viajes, anécdotas, así como su pensamiento y aportaciones en los diferentes y múltiples campos a los que se dedicó. Leibniz fue científico, ingeniero, inventor, matemático, geólogo, juez, consejero áulico y teólogo, lógico, epistemólogo, filólogo, historiador, archivero, bibliotecario, cortesano, político, diplomático, irenista, metafísico y biólogo, economista, empresario y humanista, alemán, europeo y cosmopolita. En definitiva, fue plural y universal. Echeverría va desgranando todos estos oficios o dedicaciones paralelamente al recorrido que hace por su biografía, además de asociarlos con el momento en que ocurrieron y por qué circunstancias, haciéndolo de una manera cronológica.

Si para Pitágoras de Samos la filosofía era el deseo de saber, nos cuenta Javier Echeverría que Leibniz fue “archilector” y “archiescritor” y que sigue vivo en tanto autor, puesto que aparecen escritos inéditos suyos cada dos años. Sus coetáneos lo consideraban una enciclopedia viviente y sería casi un tópico decir que fue el “último gran hombre universal”. Además, fue un político relevante con una vida muy activa y relata Echeverría que en este trabajo de investigación en París y Hannover, contó con la ayuda de varias personas que le ayudaron a descubrir los manuscritos inéditos del archifilósofo. 

Leibniz nunca publicó un libro de matemáticas. Al parecer, escribió mucho más de lo que publicó. Para Echeverría, este filósofo fue plurilingüista y multiculturalista:

“Fue un filósofo comprometido, pero siempre dialogante: defensor de los derechos de las personas y muy sensible a los animales y plantas” (Echeverría, 2023:17) 

Habla también el libro del encuentro que tuvieron Leibniz y Spinoza en La Haya. Spinoza vivía prácticamente en la clandestinidad y temía por su vida:

“Leibniz estaba muy interesado en esa época en Spinoza, quien también recurrió a la prueba ontológica para probar que Dios existe. (...) Leibniz reflexionó sobre el sistema de Spinoza y tuvo claro que partir de las esencias posibles, imposibles y composibles, más allá de la Naturaleza existente, implicaba una noción muy distinta de Dios.” (Echeverría, 2023:77)

En el referido encuentro hablaron a fondo sobre el desacuerdo entre ambos acerca del concepto de Dios. Así Leibniz, forjó su propio concepto de Dios expuesto en su Teodicea de 1710. Considera Echeverría que Spinoza era parmenídeo y Leibniz heracliteano. Spinoza falleció joven pocos meses después de su encuentro con Leibniz, ya que padecía tuberculosis. Sobre este encuentro también nos cuenta Fernando Savater en su libro Apóstatas razonables sobre Spinoza que

 “Leibniz fue a visitarle en secreto, peregrino admirado y hostil, pero luego negó haberle visto siquiera, mientras que él no le dio al asunto mayor importancia” (Savater, 2007:99).

Nos dibuja también Javier Eheverría un Leibniz como científico social racionalista, ya que, según John Elster, se adelantó a Adan Smith anticipando modelos de análisis de organizaciones sociales. Leibniz participó activamente en la política europea como diplomático y consejero y diseñó proyectos de reforma educativa, jurídica, científica y religiosa. Y creyó en la necesidad de instituciones racionales para el bien común. De alguna manera, Leibniz anticipó el interés sociológico por el orden social, la estructura institucional y la cohesión política.

También nos narra Echeverría su cualidad de realizar las primeras aportaciones a la naciente geología en su ensayo La Protogaea (1692):

“La Protogaea le acredita como un científico natural que practicó la observación empírica y estuvo al tanto de lo que habían escrito los expertos en ciencias naturales de su época” (Echeverría, 2023: 193)

Creo que nos encontramos aquí ante una de las novedades que presenta Javier Echeverría en su libro y es que Leibniz, además de situarse en la cumbre del racionalismo junto a Descartes y Spinoza, también fue un empirista. De hecho, su lema fue theoria cum praxi (teoría con práctica). Reconocía que la experiencia empírica es necesaria para avanzar en el conocimiento. Este lema refleja que la teoría filosófica y la científica deben estar al servicio de la acción, de la política, de la técnica y del bien común. Leibniz propuso sistemas de educación, desarrollo científico y tecnológico, mejora de infraestructuras, unificación religiosa, etc. Consideraba que el conocimiento debía producir efectos útiles en el mundo.

En el tema religioso Leibniz hizo un esfuerzo por armonizar las diversas creencias. Aunque para él la religión cristiana era la mejor posible, pensaba que podía evolucionar hacia una religión universal. Según Echeverría:

“El proyecto eurocristianizante de Leibniz incluía a Rusia y a China, pero también a Gran Bretaña, España, Portugal y a sus respectivas colonias transoceánicas” (Echeverría, 2023:333)

También fue un filósofo del lenguaje con su teoría de los signos. Para Leibniz, las palabras no solamente son signos de los pensamientos, sino también de las cosas. Estas ideas, comenta Echeverría, las desarrolló más ampliamente en los Nuevos ensayos sobre el entendimiento, donde dialogó con Locke sobre el lenguaje.

Por último, otro de los temas que me parece atractivo e interesante del libro Leibniz, El archifilósofo, es la investigación de las publicaciones de sus escritos inéditos como el Discurso sobre la teología natural de los chinos, que escribió al final de su vida y donde postulaba, según Echeverría, una cierta compatibilidad entre la cultura china y la europea; así como la repercusión que este científico y filósofo multifacético puede estar teniendo en la actualidad, mostrándose un adelantado a su tiempo como precursor de disciplinas que no existían todavía en su época. En palabras de Echeverría:

“A título de precursor, tiene un papel importante en la historia de varias disciplinas que no existían en su tiempo, como las ciencias de la computación y la inteligencia artificial. (...) En las últimas décadas, al hilo de la publicación de sus escritos inéditos, está creciendo su presencia e influencia en ciencias sociales, así como en lingüística, filología y semiología, por mencionar tres ámbitos del conocimiento que cultivó a fondo y que entonces no tenían denominación propia” (Echeverría, 2023:363)

Por cierto, que también fue aficionado a la música barroca y poeta. De hecho, parece ser que Leibniz había considerado en algún momento expresar sus ideas filosóficas de manera versificada, el lenguaje poético le resultaba atractivo como forma de expresar ideas profundas, aunque por el momento no se tienen evidencias de que llegara a hacerlo. Sí que comenta Echeverría en su libro lo siguiente:

“El libro que actualmente lleva el título de Monadología, pese a lo dicho anteriormente, es una de las grandes obras de las artes filosóficas. Cabe calificarlo de poema filosófico, no en vano tiene su origen en un intercambio de poemas entre Leibniz, Fraguier y Rémond de Montmort, como ha subrayado André Robinet. Leibniz nunca pensó en publicar la Monadología como un libro, y mucho menos como un tratado sobre las mónadas, contrariamente a lo que Köhler y Wolff quisieron hacer ver al público alemán a partir de 1720”. (Echeverría, 2023:284)

Así que, para finalizar, pienso que quizá podríamos añadir también el oficio de poeta o la afición y la destreza en la poesía que presentaba Leibniz, a toda la retahíla de habilidades, actividades, trabajos, pensamientos, propuestas, ideas, teorías… que este archifilósofo o plusquam-filósofo desarrolló.

 

Bibliografía:

ECHEVERRÍA, J. (2023). Leibniz, el archifilósofo. Madrid: Plaza y Valdés Editores. Colección Clásicos europeos.

LOOK, B. C. (2013). Gottfried Wilhelm Leibniz. En E. N. Zalta (Ed.), The Stanford Encyclopedia of Philosophy. https://seop.illc.uva.nl/entries/leibniz

ORDÓÑEZ, J. M., NAVARRO, V., & SÁNCHEZ, J. M. (2009). Historia de la ciencia. Madrid: Austral.

SAVATER, F. (2007). Apóstatas razonables (edición ampliada). Barcelona: Ariel.