viernes, 15 de noviembre de 2024

SEREMOS COMO ÉL ES



Spinoza, el sefardita de Amsterdam, testimonia que sólo se puede negar la libertad desde una metafísica que contemple la existencia bajo la figura inhumana de la eternidad, 'sub specie aeternitatis'. Pero, si venimos de la causalidad o de la casualidad de la materia y la carne, lo cual es lo mismo que decir con Monod que venimos de la necesidad y el azar, no se puede negar que "vamos hacia el Espíritu", al menos, hacia la virtualidad luminosa. Valga esta al menos como ideal regulativo, como anhelo estimulante, como desiderátum (wishful thinking)

¿Hay algo que condiciona desde las sombras el desarrollo y la expresión de la personalidad? Seguro.  Llámale subconsciencia, o subconsciente colectivo (Jung), superpsiquismo cultural, le llaman ciertos antropólogos, un alma colectiva o anónima que condiciona en forma de deseos esenciales la vida del individuo. Mas no debemos caer en la "aberración sociocéntrica" o el determinismo étnico, o en el burdo economicismo materialista que no explicaría ni el relativo progreso de la civilización ni la efectiva disidencia de sus particulares.

William James habló de cierta superconsciencia humana y llegó a arriesgar la hipótesis de "alguna forma de vida superhumana, desconocida para nosotros mismos, con la cual es posible que seamos co-conscientes" (1). Podemos suponer una frontera entre la superficie del mundo y otra realidad o complejo de realidades que nos abarcan, sustentan y conducen sin que nos demos cuenta de ello. Vivimos -como explica Juan Larrea- una vida de cuerpo flotante sobre una profundidad de índole compleja cuya coordinación efectiva ignoramos (2), lo cual concuerda bien con el descubrimiento neurológico de una doble actividad del cerebro, cortical y profunda o thalámica.

Podríamos hablar de una sustancia profunda que se exprea en una existencia vital y activa. Dicha sustancia pudo ser percibida por san Agustín como figura de la divinidad, pero los pensadores modernos variaron ese santuario obscuro y velado para alojar en él, bien la Razón,  bien la Voluntad, y en el maquiavelismo político-cultural -moderno o posmoderno- hemos visto y vemos como una secta de individuos se adjudica la personalidad de la sustancia y aspira a determinar providencialmente, tal que nuevos mesías, el modo de pensar y de actuar de las mutitudes cuyas pasiones estimulan, alimentan, fermentan y amasan mediante falacias oportunas, a fin de aprovechar su fuerza para la transformación y dominio del mundo. Esos caudillos decretan a su gusto lo que es opio y lo que no, lo que está bien y lo que está mal, lo que existe y lo que no existe. 

Hasta puede que quepa el absurdo de que Dios se haga Hombre, al menos como estrategia para dar confianza y dignidad a nuestros más elevados proyectos, lo que no cabe es que el hombre por sí y ante sí se haga Dios, aunque sienta deseo de serlo. "Seremos como Él, porque lo veremos tal cual es" (Evangelio de Juan).

Notas bibliográficas

(1) William James. A pluralistic Universe, Nueva York, 1909.
(2) Juan Larrea. Razón de ser (1956), Ed. Júcar, Madrid 1974, XIII, pg. 220s.

martes, 29 de octubre de 2024

ENTRENANDO LA ATENCIÓN



El mismo Sócrates platónico definió la Filosofía como "principal cuidado de la mente", como una 'therapeia psyches', es decir, tal que una terapia psíquica. No extrañe que María del Mar Cruz, filósofa, psicóloga, filóloga y coach profesional, nacida en Barcelona pero establecida en Bruselas, en su libro Derecho a soñar (2024) use los recursos de la tradición filosófica, incluida la oriental, en su propuesta de coaching. "Coach" es para la autora el entrenador especialista en hacernos ver nuestros puntos débiles, pero, sobre todo, en hacernos conscientes de nuestras fortalezas, nuestra brillantez y unicidad. El coach vive empeñado en que veas tus posibilidades de crecimiento personal y te concentres en ellas, en su crecimiento e implementación práctica.

Descubrir talentos y genio propio (o geniecillo) requiere perspicacia y concentración; ¡sobre todo, atenta concentración! Uno de los problemas más acuciantes hoy, especialmente en educación, es el de la atención o, para ser exactos, el de la desatención. Todos hablan, nadie escucha, todos buscan ser atendidos, pero nadie atiende, ni siquiera se oye el run-run íntimo de lo que sucede en el Interior de uno mismo, "la mejor brújula, la voz interior". "Tenderos" habían antes que atendían en los pequeños negocios familiares. La atención personal al cliente era lo importante. La persona de la caja del supermercado cumple su protocolo: "¿quiere usted bolsa?", "¿tiene tique de descuento?"... Pronto será una máquina quien nos cobre. Nosotros mismos trabajeremos por ello; todo el gasto será nuestro.

La incapacidad para concentrar la atención en faenas útiles o en la persecución de fines valiosos es plaga hoy; la atención, efímera, se dispersa, salta débil, distraída, de monitor en monitor. Acuciada, presionada por estímulos publicitarios y reclamada por consignas propagandísticas, nos hace perder el tiempo en lo que nos atrae rutilante en volumen alto y con sus policromías saturadas. La dispersión de la atención con lo externo que nos estimula, en lugar de con lo que nos interesa o aprovecha, hace fútil el humano afán por mejorarnos, esa dignísima ambición ética de edificarnos según modelos de belleza, perfección y excelencia moral.

El déficit de atención (TDAH), o -diríamos mejor- de desatención, es plaga de alboroto y fracaso en las escuelas. Antes que Daniel Goleman, ya William James enfatizó la importancia de la atención, de la capacidad de su concentración. Afirmó que para fortalecerla hacen falta: buen juicio, carácter y voluntad. Y sin embargo, ¡de la formación de la voluntad, de la forja del carácter, de la educación y maduración reflexiva del buen juicio maduro (Gracián le llamó "sindéresis") ni se habla en los panfletos psicodemagógicos que han servido de protocolo a las infinitas e infértiles reformas educativas que marean a maestros y profesores, condenados a servir en una burocracia cada vez más obscura, estéril y repleta de consignas ideológicas! Sus jerigonzas ni aluden a la importancia de la disciplina o a la del respeto a la autoridad del que sabe. Desprecian contenidos y tradiciones venerables. Sólo se habla de juego, sólo se juega a hablar y a escribir y a entender, cada vez menos y peor; se impone la "gamificación" y la externa motivación, es decir, se tiende a la conversión de la lección del maestro en espectáculo payasesco. Las obligaciones se cargan en los generosos hombros del maestro, reducido a animador sociocultural. El gusto del alumno es el único criterio de lo justo y ya no se habla de la capacidad de automotivación. Y no otra cosa, sino autonomía verdadera, capacidad de decisión y ejecución, es la voluntad, pues sólo puede quien quiere esforzarse por un logro deseable. "El verdadero rumbo de la vida está fijado desde dentro", escribe Stephan Zweig, autor preferido por María del Mar, que es especialista en su obra.

El mandamiento de Píndaro: "llega a ser el que eres", que cita con reverencia Mar, admite corrección, porque lo que busco es devenir lo que no soy todavía, deseo (re)apropiarme de toda ausencia y complemento. Hazte dios en la medida de tus fuerzas -pidió el platónico-. Divinicémonos, ¡pero, porfa, sin megalomanías ni narcisismos! Además, como reconoce la autora de Derecho a soñar, uno no es jamás solo uno, sino varios y apócrifos, aunque sea sano y de recibo que mande y ordene un Yo estable, un ego ejecutivo de carácter fuerte y nobles sentimientos. 


Freud descubrió el inconsciente, pero "el pobre Segismundo [Sigmund] penetró en la mujer como lo hace el hombre: hasta donde alcanza, que no es mucho". A la autora le parece machista y ridículo un concepto como "el complejo de castración", y el pansexualismo de Freud, una reacción ante el represor e histerizante puritanismo de su época. Hoy puede describirse la reduccion freudiana a libidine de la vida subsíquica, reducción de todo deseo a pulsión sexual, como una morbidez paleontológica que supone una culpabilidad ancestral, bíblica o rabínica, mera hipótesis acerca de la cámara oculta de la mente, que Freud, "teratólogo del alma" (Óscar Sánchez Vadillo), supone repleta de horrores atávicos y nuevos, más tanáticos que eróticos, según el autor de El beso de la finitud, tan siniestros como el Complejo de Edipo, que incluye homicidio e incesto. Nosotros indicaremos con Sánchez Vadillo que hoy el mercado funciona mejor espoleando deseos y pasiones que reprimiéndolas o sublimándolas. El mercado ha hecho que la descarga sexual resulte facilísima, no cabe represa neurótica donde prolifera la pornografía y se garantiza la estilidad del yogar, y ya nadie necesita recanalizar su libido en forma de Arte, Religión o Filosofía, las tres especies del espíritu absoluto de Hegel, cuyos autores son degradados por Freud a celibatarios voluntarios (incels). Más bien es el acto sexual el que se ha convertido en religión, sus creyentes ascéticos acuden al gimnasio de fitness a cumplir con ciertas liturgias preparatorias o propiciatorias. Para el judío vienés, gran escritor amigo de ritos ancetrales y de secretos primitivos, gótico y esotérico, preilustrado bajo una capa de positivismo científico, según el jucio de Sánchez Vadillo, nuestras pobres almas son tristes válvulas de débiles ideas que apenas pueden contener los briosos impulsos bestiales del cuerpo. Para contenerlos, las almas recurren al engaño, la tegiversación o el sueño. Nosotros mismos somoscomo ángeles o diablos cabalgando con dificultad panteras o hienas, siempre al límite del descalabro cerebral. Psicología del enfermo.

El libro de María del Mar Cruz usa acreditadas perspectivas de intelectuales, de psicólogos o de emprendedores de éxito con un propósito eminentemente práctico. Primum vivere, deinde philosophari!  Vale. Sin embargo, es claro que si aplicamos a rajatabla este principio que nos impone vivir antes que filosofar o filosofar después de haber vivido, aplazaríamos el hacer filosofía (algo inevitable, por cierto) para después de haber dejado de vivir. No sabemos qué nos espera más allá de la vida, si es que nos espera algo y no más bien nada. Tal vez la filosofía pueda concebirse como un "ejercicio de preparación para la muerte" (melete thanatou) como insinuó Sócrates en el Fedón, aceptando razonablemente, "estoicamente" diríamos avant la lettre, su ejecución con cicuta e inminente muerte, pero también es útil la reflexión filosofica para sacar partido al vivir, aquí y ahora. Es cierto, admitámoslo, que por racionalizar o explicar científicamente la vida nos perdemos a veces el disfrutarla, el sentirnos vivir. Y el bien vivir (el eu-zeîn de los clásicos), la vida digna y alegre, más que ciencia o técnica, es arte jovial. 

A algo que ennoblece y eleva nuestra vida, al asombrarnos con la incertidumbre, la perplejidad y el milagro de existir, nos invita María del Mar. Y del asombro y la admiración nació la filosofía, y también la ciencia. Lo hace en breves capítulos, claros y amenos, cada uno de los cuales remata en un breviario de ideas para recordar. Ser genuina no consiste en ser rara ni estrambótica, dice María del Mar. Aunque las hay que buscan su identidad en la extravagancia, no es el caso de esta filósofa y acreditada coach. Sabe que quienes vagan fuera de aldea pronto se verán solos y en peligro, porque para nosotros vivir es convivir, aunque también sabe que más vale vivir sola que mal acompañada o que "el buey sólo bien se lame" como repetía rebelde mi chacha Elvira, solterona y beata (feliz).

Nuestra autora sirve devota, como mi chacha Elvira, no al Cristo ni a la santísima Trinidad, sino al también venerable Apolo, que mandaba en Delfos que nos conociéramos a nosotros mismos. La mirada interior, la reflexión, la meditación, esa metaconciencia (mindfulness) que nos permite saber qué sentimos, ayuda también a comunicar mejor con la totalidad de la que formamos parte. (Digo "conciencia plena" o "metaconciencia" y me acusan de pedante. Pero digo "mindfulness" y una legión de papanatas me admirará mientras ereccionan sus antenas). Conocernos, sí, vale, debemos estudiarnos a nosotros mismos para mejorarnos, para descubrir nuestros talentos, para recrearnos en tareas que nos emocionen positivamente, que plenifiquen nuestra existencia real, dando valor a lo cotidiano y poniendo el acento en valores como la perseverancia, la ligereza, la sencillez (no simpleza), el humor, la gratitud, o en la debida admiración por aquellos que merecen servirnos como modelo para madurar y hallar alegría en cuanto hacemos. No obstante, el otro mandamiento de Apolo era "todo con medida", incluso la atención a lo que hacemos, vemos, sentimos y pensamos debe tener su tasa, que no debe sumirnos en el emsimismamiento bobalicón... En uno de sus pecios, escribe Sánchez-Ferlosio una filfa: "(AntiSócrates): 'Conócete a ti mismo'; ¡sí, hombre, como si no tuviera otra cosa en qué pensar!". Lo que uno puede conocer de uno mismo en cada momento es una fotografía, imágenes desfiguradas o transfiguradas de recuerdos, pero la película de la vida es dinámica: cambiamos, nos deterioramos o mejoramos, decaemos o progresamos.

Concentrarse en pequeños logros diarios nos da ánimos y fuerza ante la adversidad –dice María del Mar, citando a Víktor Frankl-. El optimismo triunfa y -con Leibniz- la autora prefiere pensar que este es el mejor de los mundos posibles, lo cual significa también que cualquier otro sería peor. El optimista confía en el futuro, aunque este repose en la rodilla de los dioses. El genial educador José Antonio Marina llamó la atención sobre la "anemia del proyectar" en la juventud actual, porque no hace planes y se entrega al carpe diem de un hedonismo grosero: "¡comamos, bebamos y yoguemos que mañana moriremos!"; un "presentismo" que no sacrifica placeres actuales por la consecución de mayores logros futuros. María del Mar cita a Marina para insistir en la importancia de proponernos en la vida metas asequibles de realización personal. Y cada persona es un mundo, por lo que cada quisque, "especie única" como diría Unamuno, ha de descubrir tanto sus aptitudes como sus limitaciones particulares, entendiendo al mismo tiempo que las dificultades y desafíos estimulan nuestra superación.

Todos tenemos defectos. Ama también tu caos, tus singularidades, dice María del Mar, tus manías... ¡Vale! Puede que Michel Foucault, buzo de experiencias abismales, tenga razón y cada sociedad defina su especie particular de locura. Y puede que una pizca de locura, cum mica salis, nos convenga y siente bien, como sienta bien el aderezo a la carne o la canela a la leche. Pero eso significa también que formas de vida hoy convencionales o normalizadas se verán pasado mañana como demenciales e insensatas. 

María del Mar podría hacer suyo el lema de Vicente Aleixandre "Hacer es vivir más". En principio fue la acción, decía Goethe, pero, aunque el silencio goce eventualmente de valor, también hablando, dialogando y escribiendo hacemos cosas, porque nos constituimos en el relato. Somos cuentos. Insiste Mar, como Hegel, en que nada grande hacemos sin pasión, así que nos conviene estimular y no reprimir aquellas pasiones que tengamos por auto-formadoras y creativas. También las hay destructoras e incluso tóxicas. Ya Platón recomendaba: "Procederemos como aquellos que, habiéndose enamorado de alguien alguna vez, se alejan de él, bien que haciéndose violencia, cuando reconocen que este amor acaba por serles nocivo" (República 607e). Reprimamos el amor que nos destruye o disminuye, que nos oprime o ningunea. Hay gente odiosa y no siempre amar es preferible a detestar. Cada edad tiene su propio campo de posibilidades, no sólo la juventud, divino tesoro, incluso en la vejez es lícito hallar fuentes saludables de placeres, puede que la más eminente sea la de amar. Fontana mágica. Del amor dice María del Mar que no sólo se basa en una atracción física, sino que comporta amistad y cuidado mutuo. Es una construcción social y somos monógamos por vocación, no por naturaleza. 

Insiste María del Mar en que la palabra, la comunicación verbal, es puerta eminente de acceso a la realidad, soslayando que también puede servir de ventana de escape urgente y puerta de salida y fuga... Palabras que alejan de inasumidas realidades porque el hombre sólo soporta una limitada dosis de realidad y por eso nos conviene también leer y disfrutar de la literatura. El arte en general puede prestarnos asilo en sus mundos imaginarios. Tales las utopías. Aunque ya se sabe que esa señora, la Señora Utopía es de noble frente pero tiene las manos ensangrentadas. Todas las revoluciones acaban en farsas sangrientas. Muchos inquisidores -como estamos viendo- acaban siendo víctimas de las guillotinas que levantaron, como Robespierre el Incorruptible. Como Juan Jacobo Rousseau, hay intelectuales que se intoxican con el opio de la revolución, y predican sobre la buena educación mientras abandonan a sus hijos en la inclusa o maltratan a su compañera sentimental. Como adivinó Kant, enorme profeta, siempre es preferible y más eficaz un camino de reformas. 

Reconoce la autora deuda con la tradición filosófica del Amor-fati. Como estoica, o nietzscheana en esto, María del Mar asume el AMOR-FATI no sólo como aceptación de la fortuna personal ("divina providencia" llamó el cristianismo a este fatum o hado), sino igualmente como amor al destino propio. Se trata de vivir lo que eres, y estés, COMO SI lo hubieras elegido. (Y ojo, porque en español no es lo mismo "ser delicado" que "estar delicado". La vida puede entenderse como un continuo camino de entrenamiento (coaching) y cada cual, aun con la ayuda de un entrenador o la orientación de un tutor o maestro, debe extenderse y aplicarse sus propias recetas. Necesitamos buenos modelos porque somos monos de imitación, el futuro tiene raíces muy antiguas y lo que no es tradición es plagio.

Tiene razón Mar: seamos agradecidos. Agradezcamos como Chavela Vargas lo que la vida nos da en lugar de andar ansiosos y resentidos por lo que nos falta o roba. Y antes de llorar por ausencias, pensemos si tantas presencias de cachivaches y complementos nos son necesarias. San Francisco, santo ecologista, puede servirnos de modelo de renuncia, más sostenible que el consumismo compulsivo al que nos entregamos inconscientes: "Cada día necesito menos cosas, y las que necesito las necesito muy poco", escribió el de Asís. Renunciar puede resultar liberador. Pobreza ascética, voluntaria, digna.

Lamenta con motivo la autora que los libros de autoayuda nos digan cómo ser felices, pero no cómo hacernos mejores personas. ¿En qué momento hemos empezado a asociar la bondad con la bobería y la debilidad? Mas seamos realistas. Bondad y felicidad, virtud y alegría, sólo se identifican en un mundo perfectamente justo. El del más allá, el de la fe en el Soberano Bien. Platón situó la Idea de lo Perfecto, con ser el género supremo y principio de todo, más allá de la existencia. Y, sin embargo, es útil y debido seguir confiando o soñando con la fuerza y poder mejorador de la bondad. Entrenémonos en la atención a lo justo, en la concentración en lo verdadero, hermoso y bueno. Derecho a soñar, porque, a fin de cuentos "sin sueños no hay ideales y sin ideales no hay progreso".

lunes, 1 de julio de 2024

ORBE INCONSCIO

 

Collage de Max Ernst, 1934


"Un hombre tiene derecho a amar a mujeres con extáticas cabezas de pez. 
Un hombre tiene derecho a que le resulten asquerosos los teléfonos tibios 
y a exigir teléfonos fríos, verdes y afrodisíacos 
como el sueño alucinado de las cantáridas".

Dalí. Declaración de independencia de la fantasía 
y declaración de los derechos del ser humano a su locura, 1939

El psicoanálisis y el humanismo están condenados a llevarse mal. Lo mismo que la obscenidad y el decoro, el exhibicionismo y el pudor. Pío Baroja definió el psicoanálisis como "el cubismo de la medicina" y Virginia Woolf se burló de él en su novela Orlando. Pero la figura del guía espiritual, del gurú y su críptico, indescifrable, "divino" mensaje, oral o escrito, embrujan a los desolados y hasta suscitan un grado casi histérico de adulación y discipulazgo. El caso más sobresaliente es el de Lacan y su obscuro galimatías sobre hipotética jerigonza inconscia.

El psicoanálisis no se fía de aquello que eleva al hombre muy por encima de su condición animal: las intenciones del lenguaje. Desde su perspectiva, expresiones y textos han de abordarse por lo que no dicen, desde aquello a que aluden o insinúan (lo cual puede cambiar mucho según el intérprete), han de leerse o auscultarse con la mayor de las sospechas porque se prejuzga que su superficie es engañosa y que su significado auténtico está oculto y sólo puede ser desentrañado por un abogado del diablo o por un chamán titulado.

El psicoanálisis se inventó como indagación y terapia de la histérica y del neurótico, es decir, fue diseñado para el enfermo mental, y sin embargo ha resultado incalculable y poderoso su impacto y efecto sobre nuestra cultura, sobre el cine y las artes en general, sobre la comunicación social, las prácticas sexuales, el humor...  A algunos les tienta pensar que en lugar de curarnos manías, el psicoanálisis nos ha enfermado de otras. Todos nos hemos convertido en psicoanalistas, detectores de lapsus, vigilantes de las traiciones del inconsciente, recelosos ante las imposiciones del Super-yo... Todos somos Edipo, y a ratos, tal vez, también Medea, Moisés o Electra. De Narciso, para qué vamos a hablar: se mira en todos los escaparates y acapara los Mass Media con su innegable gramur.

En uno de los breves y agudos ensayos de El beso de la finitud, Óscar Sánchez Vadillo muestra coraje al considerar a Freud un teratólogo del alma, que es lo mismo que decir un detective perseguidor de monstruosidades anímicas. Sin embargo, Sánchez Vadillo no cree que el alma humana sea necesariamente un laberinto repleto de minotauros y dioses trans, o un escenario de crímenes imaginarios. Lo cierto es que Freud fue amigo de ritos y mitos ancestrales, de secretos primitivos, un intelectual "gótico y esotérico" -le llama-, que oculta sus gustos pre-ilustrados bajo un barniz de positivismo cientifista. 

Fue el doctor vienés experto en morbideces paleontológicas de la cámara obscura de la mente y, descendiendo la escabrosa escala vertical del lenguaje, se aventuró a penetrar buscando desentrañar las simbologías del delirio, de la alucinación o del sueño, para sondear en ellas los horrores atávicos -tanáticos más que eróticos, apunta Sánches Vadillo-, pues la idea de que las representaciones de los sueños sean verdaderos símbolos no deja de ser un postulado indemostrable, mucho más si presumimos la perversa y polimorfa condición asesina e incestuosa de nuestras pulsiones más hondas. Nuestras pobres almas apenas podrían contener los bestiales impulsos del cuerpo y para liberar a esas alimañas instintivas recurren al autoengaño, la iracundia o el sueño recurrente.



Coincido con Óscar en el dictamen: dada la condición de hebreo del doctor Freud, es presumible el fondo bíblico, vetero-testamentario, de esta peregrina y parcial interpretación del alma humana, cuyos fondos son tan insondables como Heráclito los pintara hace dos mil quinientos años. Arrastramos, según el Génesis, una culpa genuina: el asesinato del padre, un pecado original que cobra ahora un cariz sexual: el deseo de la madre, la nostalgia del útero. Óscar Sánchez no cree ni en esta culpa originaria ni en que la cultura ofrezca sólo malestares como jaula domesticadora y represiva. La cultura -diría Savater- es todo aquello que hacemos para conjurar la muerte. Es no sólo un recurso contra la necesidad, la angustia, el aburrimiento y los sufrimientos de la existencia, sino también un paliativo técnico, un consuelo proporcionado por el arte, la satisfacción de la curiosidad, la esperanza ofrecida por los grandes y pequeños relatos, la civilizada superación de la ferocidad y el egoísmo azaroso de los genes... 

Para Sánchez Vadillo no hay más sueño latente que el manifiesto, ni otro manifiesto que el latente. Los sueños son su propia interpretación y no precisan de brujos intermediarios a sueldo. La visión freudiana de un instinto salvaje, acallado o reprimido por el Super-Yo, por las normas y la cultura, le parece a Óscar Sánchez una descripción ridícula, pueril, del comportamiento humano. Digo yo que no somos ángeles cabalgando jabalíes o panteras y estoy de acuerdo en que no se puede hacer ciencia positiva con los sueños, muchos de los cuales, tal vez, no sean sino desechos de la Memoria, madre de las Musas.

No obstante, es muy verosímil que la producción espontánea de imágenes oníricas du­rante las fases de movimientos oculares rápidos (fases REM) o de sueño profundo (sueño con sueños) cumpla una importante función purificadora en la mente humana, enfatizada por Segismundo Freud, una función esencial para la profi­laxis psíquica del organismo. Soñar es necesario. Nos es imprescindible. Impedir que el sujeto sueñe se ha usado como instrumento de tortura o lavado de cerebro; a los pocos días de interrumpir sus sueños, el torturado delira... La hipótesis freudiana expli­ca dicha función de los sueños como una liberación de pulsiones y afectos reprimidos, no sólo de deseos sexuales, sino también de pasiones como el odio o el terror. El "Ello" (el conjunto de las pulsiones inconscientes) evitaría así la angustia del "Yo" ( de la consciencia) ante la censura del "Super-Yó" (ideal inconsciente del "yo": una especie de moral primitiva), el cual actúa durante la actividad consciente de la mente. Esto quiere decir que el incons­ciente ("Ello") busca a través del sueño una satisfacción imaginaria para sus deseos frustrados, una purificación (catarsis). Tal vez por eso, ciertos pintores han mostrado en sus obras predilección estética por la exploración de las pulsiones más obscuras del inconsciente humano a través de la representación de imágenes oníricas, "surrealistas". Con su alegato a favor de la locura, verbigracia, Dalí quería hacer, de pacientes infelices, monarcas que vuelven del exilio neurótico-racional al delirio personal. 

La noción de Inconsciente no era nueva. Giner de los Ríos censura la confusión entre acto inconsciente ("inconscio", escribe) y acto irreflexivo. Para el psicoanálisis el inconsciente es ese contenedor interior lleno de represiones, como residuos indecorosos, y colocado bajo presión creadora de neurosis por el impulso de lo reprimido que avergüenzaSegún Sloterdijk, la noción de inconsciente procede de la filosofía idealista, sobre todo de Schelling, Schubert, Carus, y de las filosofías de la vida del siglo XIX, particularmente de Schopenhauer y Hartmann. Por su parte, Sánchez Vadillo nos recuerda que Leibniz, consciente de que la mente nunca descansa, descubrió el insconciente antes que Freud, eso si no consideramos al daimon socrático algo análogo en clave deiforme; las mismas "manías" platónicas y sus correlativos "entusiasmos" se antojan puntos de fuga del pesado fardo de la conciencia, emancipaciones del iluso y exigente Yo hacia especies más antiguas de animación, más dependientes de las circunstancias y del clima grupal (clan, tribu), y cuyos vestigios tal vez podamos entrever en el autismo y la esquizofrenia.

Sloterdijk anota la eficacia en la praxis psicoanalítica de un resto de holismo ético: "sólo quien pudiera liberarse de la fijación en una estructura defensiva, la neurosis, habría cumplido las condiciones para el regreso a una percepción total, no desfigurada, de su situación existencial y, con ello, se supone, para la salud psíquica" (Esferas III. Espumas, "Fin del excurso"). Sea como fuere, es dudoso que la verbalización de la latencia interior sea otra cosa que una invención deseable, intencional o interesada. La función catártica del goce estético y de la fantasía, a través de los procesos de identificación con per­sonajes del drama, de la comedia, de la tragedia (o con las figu­ras de un icono o un ídolo mediático), fue ya muy bien comprendida por Aristóteles. Más modernamente, el premio Nobel Francis Crick y el ma­temático Mitchison han llegado a la conclusión de que soñamos para olvidar, los sueños serían algo así como la basura de la mente, un excedente desechable de la memoria, que elimina­mos para desocupar su "archivo", esto explicaría que sean los recuerdos más inestables del día los que se expresan en forma de sueños...

El sueño es un arte poético involuntario. Puede que su poesía esté basada en el simbolismo de las imáge­nes, más que en el sentido de las palabras; de ahí la inutilidad ociosa -y costosa- de querer hacer hablar al inconsciente. Freud ensayó una hermenéutica, una lógica de la interpretación de los sueños, probablemente en vano. El arte o la pretensión poética de interpretar los sueños es tan antiguo como la humanidad. El profeta Daniel interpretaba los sueños del rey persa Nabucodonosor, y Artemidoro de Daldis (siglo II) fue el Freud de la Antigüedad, su manual de interpretación de los sueños es el más antiguo que se conserva y sin duda fue conocido por el doctor vienés. Si bien Artemidoro destacaba la importancia del símbolo onírico, era consciente de su valor relativo y dependiente de quien lo sueñe. Sueños tuneados, personalizados. 

Freud aspiraba a convertirse en un "Galileo del mundo interior de los hechos" (Arnold Gehlen). Sloterdijk valora positivamente el cambio "revolucionario" de acento entre lo central y lo periférico: "lo que trastoca la seriedad y revisa lo decorum transforma la cultura en su totalidad". El romanticismo preparó la rehabilitación del sueño como fuente de significados, y en el psicoanálisis confluyeron las sospechas de Nietzsche (un profeta posromántico), así como las críticas a la "superestructura" tanto marxistas como positivistas...

"El nuevo arte de la lectura de signos, apenas perceptibles, de contextos tanto íntimos como públicos de sentido integró las ocurrencias, tics, desviaciones y actos fallidos más privados en supuestos significativos subversivamente ampliados. En tanto que esa revisión trazó nuevamente las fronteras entre sentido y no-sentido, seriedad y no-seriedad, proporcionó al espacio cultural una conformación decididamente diferente. Ahora lo no-significativo podía saldar viejas cuentas con lo significativo. Desde entonces los sueños ya no son espumas; señalan, en todo caso, un espumar endógeno de los sistemas psíquicos y suscitan la formulación de hipótesis sobre las leyes a las que están sujetos el desarrollo de síntomas y la efervescencia de imágenes interiores"
Sloterdijk. Esferas III, Espumas, Prólogo: "Interpretación de la espuma".

Las ideas de Freud y sus colegas, como el disidente y místico Jung, han influido poderosamente en la iconografía contemporánea del Surrealismo, y aún en los medios comunicativos de masas, en el kitsch y en la publicidad, que utiliza deliberadamente la simbología de las referencias a una sexualidad latente y omnipresente para hacer más atractivos o excitantes sus produc­tos. Por referirnos a lo próximo, recordaremos que Dalí entendió su trabajo como acción paralela al llamado "descubrimiento del inconsciente por el psicoanálisis"ese mito científico que en los años veinte y treinta fue recibido como motivo y tema de maneras diversas tanto por las vanguardias artísticas como por el público culto y al que Lacan, un admirador y rival de Dalí, volvió a dar prestigio entre los años cincuenta y setenta, al reanimar el lema surrealista de "vuelta a Freud".

La recepción surrealista del psicoanálisis vienés confirma que el freudismo consiguió sus primeros éxitos entre artistas y ciudadanos cultos, no como método terapéutico, sino como estrategia de interpretación de signos y de manipulación del trasfondo. Si bien el psicoanálisis reveló la importancia de la sexualidad en tiempos en que la hipocresía de las costumbres la ocultaba (ese es sin duda su mérito histórico), su divulgación y vulgarización ha contribuido a un exceso contrario. Hoy la Internacional Publicitaria de un mercado en trance de globalización funciona mejor espoleando pulsiones que reprimiéndolas. Hasta el punto de que las personas se identifican preferentemente más por su orientación sexual, incluso por sus parafilias, que por sus profesiones u oficios, más por lo que lucen entre las piernas, que por lo que bulle en sus cabezas. Como dice Sánchez Vadillo, la descarga sexual resulta hoy tan fácil, la pornografía tan a mano, que nadie necesita ya recanalizar su libido sublimándola en arte, religión o filosofía. "El acto sexual se ha convertido en religión, sus creyentes ascéticos acuden al gym de fitness a rezar".

La iconología tradicional representa al sueño como a un león dormido (entre los griegos), un joven coronado de amapolas adormideras (romanos), por un lagarto o un lirón, también como a un mancebo dormido sobre un cuerno de la abundancia del que salen vapores y figuras oníricas...
¡Sueño de una sombra es el hombre! Pero si llega la gloria, regalo de los dioses, hay luz brillante entre los hombres, y amable existencia, cantó Píndaro.


jueves, 27 de junio de 2024

PESIMISMO Y EUDEMONOLOGÍA

Polyommatus icarus, 20 junio 2024


"La belleza es una promesa de felicidad"
Stendhal

 En épocas pasadas, la ambición y la ingenuidad del sabio, científico o filósofo, le permitió pensar que era posible una representación global del mundo, un sistema que explicase por completo la realidad revelando sus arcanos. Mas, dada la descubierta complejidad de la naturaleza -que también somos- en el abismo de lo grande y en el pozo sin fondo de lo pequeño, hoy nos conviene una actitud mucho más modesta, pues somos conscientes de que todos los sistemas y todas las ideologías simplifican, reducen y fallan.

Además de pretender una representación uni-versal del mundo compatible con la ciencia, accesible a la intuición y satisfactoria para la razón, la filosofía ha ejercido tradicionalmente otra función más práctica, podríamos llamarla con raíz socrática "terapéutica": prodigar consejos aplicables a la conducta del humán para alegrar su vida o, por lo menos, como Boecio, para consolarla. 

En el caso de Schopenhauer -como nos explica Michel Houellebecq (*)- la primera función (teórica) hace imposible la segunda (práctica). Me explico: si el mundo es para el alemán un sufrimiento desplegado y toda vida es sufrimiento; si la voluntad de subsistir, ajena al principio de razón, es la base del carácter absurdo y trágico de toda existencia, en la que los sufrimientos y angustias son inevitables, puesto que todo surge de la carencia (incluso el amor) y sin justificación, el resultado es un pesimismo que Houellebecq llama roborativo, porque paradójicamente refuerza el ánimo, ya que "el desencanto no es malo".



Semejante desencantamiento resulta profundamente consolador porque contribuye a cortar las raíces de la envidia, ya que todo placer, por deseable que sea, es relativo y fugaz. Tal pesimismo ayuda a aceptar la muerte, pues presenta el no-ser cdomo el fin de todos los padecimientos. De ahí que Schopenhauer funde una escuela moral que insufla al lector atento las cualidades de la lealtad, la serenidad y la constancia, escuela en la que la compasión y la contemplación estética juegan un papel educativo determinante.

Y es que, a pesar de su radical pesimismo, Schopenhauer no renunció a dar consejos en su Eudemonología y a redactar aforismos para llevar una vida sabia, proponiendo una existencia que fuera preferible a la no-existencia. No busca con ello sino una acomodación, obligado a alejarse completamente del punto de vista elevado, metafísico y moral. Él mismo considera su tratado de la vida feliz o del "buen destino", es decir, su Eudemonología, un mero eufemismo, pues la felicidad no puede ser más que el desideratum de la Voluntad, voluntad mayúscula, indeterminada, insaciable, infinita y eterna, que designa el ser de todas las cosas en el mundo y el único núcleo de cualqueir fenómeno. La volujtad, sin meta, anhelo infinito, es también la aspiración de la materia que puede ser contenida, pero nunca colmada o satisfecha. Su forma más baja es la gravedad física.

La voluntad puede y debe ser contenida. Schopenhauer es fiel a la máxima de Cleantes: si quieres ser rico, sé pobre en deseos. Se trata según Houellebecq de un budismo templado, humanizado, una disposición sensata y moderadamente ascética a la renuncia. El autor de Aforismos sobre la sabiduría de la vida (en Parerga y Paralipómena, 1851) adopta un tono brioso, ligero, casi humorístico, "se divierte con ese tema elemental y poco serio que constituye la vida humana" (Houellebecq), pues, a fin de cuentas, como dijo Voltaire: "Dejaremos este mundo tan tonto y tan malvado como lo encontramos al llegar".

Lo esencial es la naturaleza de cada conciencia y "todos los lujos y placeres, cuando se desarrollan en la aturdida conciencia de un bobo, son poca cosa comparados con la conciencia de Cervantes mientras escribía Don Quijote en una inhóspita prisión" (Cap. I). Nadie puede salir de su individualidad y sus posibilidades de felicidad están fijadas de antemano por los límites de sus fuerzas espirituales que determinan su aptitud para los placeres elevados. Nuestra felicidad depende pues de lo que somos y no de lo que tenemos o representamos. Dinero y fama no son más que añagazas.

El destino se puede mejorar; "y, si se goza de riqueza interior, no hay que pedirle mucho; en cambio... un zoquete será un zoquete aunque esté en el paraíso y rodeado de huríes" (Ibidem). Schopenhauer sabe que el valor y riqueza del placer, incluso el del más intenso, el sexual, reside en el intelecto, aunque, desgracidamente, ocurre lo mismo con el dolor. Vale sobre todo lo que uno porta subjetivamente. Lo confirma el hecho de que el hambre sea la mejor cocinera y que la salud prevalezca sobre todos los bienes exteriores hasta el punto de que un mendigo sano sea más feliz que un rey enfermo:

"Un temperamento tranquilo y sereno, con una salud perfecta y una feliz organización, un entendimiento lúcido, vivaz, penetrante y acertado en sus juicios, una voluntad moderada y dulce y su consiguiente conciencia pura son ventajas que ningún rango o riqueza pueden reemplazar. Pues lo que un hombre es por sí mismo, lo que acompaña en la soledad y nadie puede darle o arrebatarle es manifiestamente más importante para él que lo que pueda poseer o ser a ojos de los demás. Un hombre de espíritu ingenioso, incluso en la más absoluta soledad, hallará en sus propios pensamientos una perfecta distracción, mientras que el continuo cambio procurado por la vida social, los espectáculos, los paseos y las fiestas es incapaz de librar al imbécil del aburrimiento que le atormenta. Un carácter bondadoso, moderado y apacible puede estar satisfecho en la indigencia, mientras que ni todas las riquezas satisfarán a un carácter ávido, envidioso y malvado" (Ibid. Capítulo I).

Hay que abrir las puertas de par en par a la alegría (moneda contante y sonante de la felicidad posible), siempre que se presente. Quien está alegre siempre tiene razón para estarlo y la alegría se presenta en general sin haber sido invitada y sin previo aviso. El dolor y el aburrimiento son los dos enemigos mortales de la felicidad humana y, lo peor, cuando logramos alejarnos de uno, nos aproximamos al otro. La necesidad y la privación nos producen sufrimiento, mientras que la seguridad y la abundancia generan aburrimiento. En cualquier caso, el hecho de disponer de lo necesario para vivir, aunque sea solo y sin familia, cómodamente y con verdadera independencia, es una inestimable ventaja.

(*) Michel Houellebecq. En presencia de Schopenhauer, Anagrama, Barcelona 2018.


sábado, 8 de junio de 2024

MONOS DE IMITACIÓN

 



EL CUERVO AMBICIOSO
Un inteligente cuervo, deslumbrado y encantado por la noble elegancia del caminar de una perdiz, quiso imitarla.
Ensayó mucho, se esforzó durante días con la esperanza de aprender su fino andamiento perdicero. 
Pero no supo o no pudo emularla con éxito. 
Al fin, dejó sus ejercicios muy insatisfecho consigo mismo, pero aún más frustrado quedó cuando quiso retomar su marcha propia, a saltos, es decir, cuando quiso recuperar el modo de avanzar propio de los cuervos, ¡y ya no supo!

  Aunque el famoso sociólogo francés Gabriel Tarde (1843-1904) insistió a principios del siglo pasado en la importancia de la imitación en los procesos humanos de socialización, el conductismo desterró la imitación de su programa cientifista, igual que hizo con el concepto de voluntad, tan etéreo, tan poco "positivo", pues no se puede pesar ni medir. Pero es evidente que los niños imitan, voluntaria, espontánea o involuntariamente, cuando aprenden a hablar, a limpiarse los dientes, a jugar a la pelota... Skinner intentó asimilar la imitación al concepto de refuerzo hacia 1953, consciente de su importancia en la psicología humana del aprendizaje.

El mimetismo emocional está asociado al enigma de la transvivencia o "empatía" -término este de moda en las descripciones de la personalidad y del comportamiento de los actores sociales. Sin duda, el ponerse o imaginarse en lugar del otro, el adivinar o representarse lo que sucede en su animus o anima resulta crucial en el mundo de las relaciones personales. Somos monos de imitación, se dice (o cuervos). No sabemos a veces por qué se nos pegan ciertos dejes o pautas de comportamiento, manías o destrezas de personas del entorno, incluso de aquellas por las que no se siente cariño especial ni admiración, pues no sólo imitamos a las personas cuyo comportamiento consideramos ejemplar, se nos pegan también los eslóganes de los anuncios que vemos distraídos, su forma poética facilita su memorización involuntaria. Los hijos de padres maltratadores suelen propender a serlo, aunque sintieran rechazo del maltrato sufrido y lo considerasen injusto.



Desde el positivismo conductista se ha intentado explicar la imitación como un condicionamiento instrumental vicario: Un sujeto -modelo- ejecuta un acto que refuerza al que lo observa. El acto del modelo se convierte en un refuerzo secundario para el observador, que tiende a repetirlo.

Se dice que nadie escarmienta en piel ajena, pero lo cierto es que sí aprendemos en mente ajena, vicariamente. Somos animales sociales y la imitación es la forma más común de aprendizaje social, la del aprendiz con el maestro, la de la hija con la madre... Es el ejemplo lo que arrastra, no la teoría ni la exhortación, y su ingrediente social es -como dice Pinillos (1)- el sine qua non de toda conducta superior real y efectiva.

Pinillos insiste en que la imitación humana exige la función reguladora del lenguaje. No estoy tan seguro, si sólo se refiere a la palabra (oral o escrita), porque poses, gestos, actitudes, hechos... son también decisivos, sin desdeño de otros lenguajes diferentes del verbal: códigos icónicos, simbólicos, imágenes, looks, atavíos, complementos, aderezos, postureos...

Imitamos los comportamientos por afán de emulación. La emulación juega en la imitación como motivo. J. A. Marina incluye la emulación en el "clan sentimental" de los deseos. "Desear" -explica- es una metáfora lexicalizada maravillosamente poética, del latín 'de-siderare', palabra compuesta de un 'de' privativo, y de 'sidus-eris', astro. Así que desear significó echar en falta un astro, un sentimiento de ausencia, antes de significar buscar o anhelar.

La emulación es el deseo de igualar o superar a otro. 'Demulatio' significaba en latín rivalidad, pero "emulación" ha perdido parte de su sentido confrontativo. En todo caso, se trata de una rivalidad -o envidia- que conduce a la imitación, no al odio. Se usa poco en castellano la voz "emulación", tal vez porque los españoles somos más propensos a la envidia que a la admiración o al reconocimiento e imitación de la excelencia ajena (2).

Hoy los medios masivos de comunicación, que por su diversificación más bien habría que llamar medios públicos de comunicación, siguiento a Tarde, muestran en sus altares y escenarios los modelos a imitar o emular que antaño ofrecían los libros de caballerías o las hagiografías de santos y mártires. Ahora no es la beatitud, ni la excelencia moral, ni las obras de caridad, ni el desprendimiento de ambiciones mudanas, ni la abnegación, lo que priva y se ofrece a la mímesis, sino la extravagancia, el éxito, el glamur, la celebridad. Nuestros modelos de emulación no visten saya burda ni andan descalzos (aunque tal vez sí en pelota viva), sino que viajan en deportivos caros o en aviones privados y se exhiben en los escenarios con lentejuelas y una cosmética refinada, y en pasarelas rojas con vestidos de alta costura.

Refiriendo a la imitación, escribió Pinillos con razón que "uno no puede dejar de preguntarse por el uso que la sociedad hará de tan eficacísimo instrumento de manipulación", que permite a unos y unas modelar a otros y otras. 

Imitamos emulando para no ser menos que A o B, para autoafirmar nuestro estatus social. La publicidad y el "síndrome de emulación competitiva", que es efecto del bombardeo masivo de eslóganes y consignas propagandísticas, presionan a la gente al endeudamiento -"¿te lo vas a perder"?, "porque tú lo vales" "descubre el producto X"- obligan a la gente a viajar a supuestos paraísos exóticos, a comprar objetos de lujo o a contratar servicios innecesarios. No viene mal a este respecto la lección del viejo estoico: Cuando le preguntaron a Cleantes cómo podía uno hacerse rico, Cleantes (331-232 a.C.) respondió: "Sé pobre en deseos".

En el "tercer entorno", es decir, en la global esfera telemática de comunicación en redes, las actitudes, creencias e ideas se contagian sin contacto físico. Gabriel Tarde ya habló de una "multitud espiritualizada". En la Antigüedad, el Coliseo agrupaba a cien mil personas y, en la Edada Media, las peregrinaciones y las grandes asambleas religiosas agrupaban a las gentes y estandarizaban sus sentimientos y afectos por contacto. Todos los que han asistido a un espectáculo multitudinario, a un concierto masivo al aire libre o a un evento deportivo en un gran estadio, saben con qué facilidad se contagian las emociones y se difunden, sean emociones piadosas o bélicas, oleadas de pánico o de cólera, de entusiasmo o de frustración.

Según Tarde, nuestra época ya no es la de las multitudes ni la de las masas revoltosas de Ortega, sino la "Era de los públicos". Su prospectiva fue acertada. Hoy las gentes se agrupan en torno a nuevas y diversas "galaxias" de gustos y deseos, esferas ideales o imaginarias en el ciberespacio, en infovías y en telarañas electrónicas, superficiales y profundas, oficiales o clandestinas, todas ellas van estructurando algo así como un sistema nervioso planetario.

Para Gabriel Tarde, la imitación es el carácter invariable y distintivo de todo hecho social. "¿A dónde va Vicente? -Adonde va la gente". En costumbres, modas, hábitos de obediencia, educación, la mayoría de las veces la imitación es ingenua e irreflexiva. Tarde ligó la imitación primero a la sugestión y luego a la interrelación. En cualquier caso, para bien o para mal, la imitación es fundamental en la construcción de la realidad social, pero también en la construcción de cada personalidad individual, muy permeable, sobre todo en su juventud, a la influencia del obrar ajeno.

Por eso, el dar buen ejemplo, la ejemplaridad, ha de ser imperativo moral de cualquier autoridad que aspire a ser reconocida y justificada como tal en la familia, en la empresa, en la política... Desde una perspectiva ética, cualquier otra opción merecería ser llamada autoritarismo o tiranía. Porque la voluntad mueve, pero es el ejemplo el que conmueve y arrastra.

Notas

(1) José Luis Pinillos. Principios de Psicología, 5, 10. Madrid 1978.
(2) José Antonio Marina y Marisa López Penas. Diccionario de los sentimientos, II, 4. Barcelona 1999.
La fábula de El cuervo y la perdiz recrea en español actual la del capítulo XIII del Calila e Dimna.


jueves, 25 de abril de 2024

ENREDADOS

 


"No es bueno que el hombre esté solo... -pensó el Creador-, y consintió que se inventara la Red". La frasecita llegó a mi ordenador por teléfono, suscrita por Antonio Chicharro. Llevaba años sin hablar con el profesor baezano, encontré su dirección electrónica en la convocatoria de un Congreso de Semiótica. ¡Todos, todas, todes, todis y todus estamos en la Red! 

El ordenador y su monitor conectados a través del teléfono a la Red son ventana al mundo y del Otro: World Wide Wet (WWW). Si la Red la hubiera inventado un equipo español, podría haberse llamado MMM, Magna Malla Mundial, con uves dobles derechas y emes estables. Imposible hallar estabilidad en tal maremagnum de información, publicidad y basura. Pero en todo caso sus engramas de interconexión digital se conservan en la luz, de eso no cabe duda. 

El esfuerzo para mandar un mensaje vía módem es mínimo, su velocidad máxima, el precio ridículo. Luego llegó Whatsapp, aplicación campeona de la mensajería inmediata. (Fui "objetor del guasap" durante un tiempo, por alergia del anglicismo, por preferir la "mensajería reflexiva" antes que la "instantánea" y porque otras redes sociales acaparan gran parte de mi tiempo, por gusto o por obligación, pero al final no pude resistirme, ¡la familia!, ¡los amigos!, ¡el fontanero!...).

Cada vez que los hombres hemos puesto a funcionar un nuevo medio de comunicación, escritura cuneiforme, jeroglíficos, alfabeto, dígitos, grafismos musicales…, ya fuese en arcilla, cera, pergamino, papel o electrónica..., se han transformado las relaciones humanas y con ellas se ha visto modificado nuestro carácteer moral: Primero, los símbolos o cosas con las que se piensa; segundo, más imperceptiblemente y a largo plazo, los modos de pensar y, por último, los mismos objetos sobre los que se piensa: la estructura de los intereses. Recién sucedió con la prensa de Gütemberg; ella sola amplió el radio de la cultura intelectual e imaginaria y creó en pocos años una comunidad científica internacional, mejorando el rigor de la comunicación y ampliándola a un público lector creciente, alfabetizado.

El regalo mítico de Cadmo a los griegos, o sea la escritura fenicia origen de la nuestra, griega, latina o cirílica, disoció el pensamiento de las imágenes. Se ha señalado cómo la imprenta reforzó la oposición pitagórica entre mente y cuerpo, separó el mensaje del mensajero y creó un mundo de pensamiento abstracto. Neil Postman, eminente discípulo de MacLuhan (Escuela de Toronto), explicó que la identificación de la adultez con la capacidad social de leer y escribir hizo imprescindible el desarrollo del pudor como un mecanismo mediante el cual se controla el cuerpo mientras la mente trabaja.



El libro de bolsillo puso en comunicación a seres humanos distantes, pero también enriqueció el ámbito de su privacidad como diálogo interior, adensó así la soledad, favoreciendo el desarrollo independiente de personalidades diferenciadas. Gracias a la escritura y la lectura nos comunicamos con los muertos de todas las edades y países porque sus espíritus las habitan, eso con tal de que sepamos interpretar lo que dejaron escrito, es decir, con tal de que seamos capaces de concentrar la atención durante un tiempo en lectura comprensiva.

El pensamiento se ha ido alejando progresivamente de la acción y del gesto físico. La comunicación depende cada vez menos de la presencia sensible de los objetos y comunicantes. Los ordenadores están imponiendo al lenguaje una tercera, una cuarta, una quinta articulación de metadatos. Las inteligencias artificiales (IAs) hablan entre sí un lenguaje, el de programación, que el usuario medio desconoce. Los iconos que adornan esta entrada han sido creados por GPT-4 ("Gepeto" para los amigos), la Inteligencia Artificial (IA) que usa el complemento Copilot del navegador Bing de Microsoft

La telemática (telecomunicación + informática) aleja cada vez más el lenguaje de los objetos y sujetos tangibles mediante sucesivas encodificaciones. El mensaje se ha hecho luz y viaja a su velocidad a través de ondas electrónicas. Puede que la Internet -como insinuó hace años Negroponte, uno de sus arquitectos más afamados- acabe siendo un medio más de comunicación en competencia con otros, que habrán de reajustar sus funciones, el caso es que funciona como inmensa enciclopedia políglota y como etéreo y global mercado de bienes y servicios. ¿Acabaría siendo visitada sólo por personas con propósitos especializados, como las bibliotecas y hemerotecas actuales o las librerías de viejo?... Ya sabemos que no, que la conexión a la Red ha llegado a ser casi un derecho fundamental, una conditio sine qua non de la sociabilidad, intercambio, enlaces, producción y consumo postmodernos.

Hace tiempo que las previsiones de crecimiento se dispararon. Algunos alumnos se reían de mí cuando hace veinte años pronosticaba que hasta los ascensores contarían con conexión a la Red. Hoy pueden estar conectados hasta los frigoríficos. Profeta fue también el recién fallecido Eduardo Punset cuando llamó Redes a su divulgativo y estupendo programa de La 2. Todos o la inmensa mayoría somos ya internautas. Hemos sido enredados. Las posibilidades del medio son extraordinarias e imponen una nueva interpretación y ordenación del tiempo y del espacio, cuando no la disolución de este último, por ejemplo, la desaparición del Atlántico para el reagrupamiento de la comunidad de comunicación hispana que habla el mismo lenguaje: el español, “español”, sí, pues es bastante insólito llamar “castellano” a lo que hablan y entienden un venezolano, un ecuatoriano, un lepero o un cubano de Miami.

Internet es una nueva comunidad de comunicación interactiva en la que uno puede decidir más selectivamente que en los medios tradicionales el universo o la ciudad virtual en que se mueve sin moverse, en que ama sin tocar pelo. Las oportunidades que ofrece para el teletrabajo y por tanto para la desmasificación de las ciudades es muy interesante, incluso desde un punto de vista ecológico. Aunque la Red de redes, y sus cachivaches, tambíen generan desechos, residuos y basura.

Procedente o asociada, como casi todas las grandes innovaciones, a la industria de la guerra (o de su disuasión, del llamado eufemísticamente "ministerio de defensa” usamericano), nació en lo civil con el encanto de una sociedad en ciernes bastante ácrata, gobernada por expertos, habitada por friquis intelectuales y universitarios, administrada en parte por máquinas. Una agrupación de “iniciados” que generaba por sí misma ciertas formas de solidaridad..., de complicidad. Pero ya puede también aplicársele la metáfora del Gran Hermano, ese Superpoder inquietante que sabe de tus gustos y hasta los controla insidiosamente, gobierna y satisface.



No todo está en la Red, esa global plaza pública, que también cuenta con secretísimas galerías subterráneas, mazmorras y laberintos por los que bullen criaturas terroríficas, estafadores, pedófilos y asesinos en serie. No todo está en Internet, pero sí mucho, muchísimo, virtual y desvirtuado, real y engañoso, seductor y terrorífico. Lodazales de imágenes perversas, pantanos tóxicos, aldeas de sectarios y perturbados, pero también generosas obras humanísticas y sin publicidad como la Wikipedia, cursos de agua limpia en los que poder, como Narciso, mirarse y hasta admirarse, aprender, investigar y enseñar. Por ejemplo, esa celda (infra) para los comentarios en la que usted puede publicar gratis sus objeciones a este artículo, o la felicitación por su contenido. ¡Tenga cuidado!, porque lo que escriba en el monitor no desaparece de la luz y, como la de las estrellas, podrá viajar impune o vigilada, a mucha distancia...




martes, 9 de abril de 2024

UNIVERSO ESPEJO

 

Un cuento de Italo Calvino (1923-1985) sobre el universo y la armonía interior. El nombre del personaje hace referencia a un famoso observatorio astronómico ubicado en Estados Unidos. Este relato forma parte de una serie en la que el protagonista observa y medita sobre las grandes cuestiones humanas, el libro lleva por título “Palomar” y se publicó en 1983 poco antes del fallecimiento del autor de “El barón rampante”, el relato que más fama le aportó. 

 


"Al señor Palomar le hace padecer mucho su dificultad de relacionarse con el prójimo. Envidia a las personas que tienen el don de encontrar siempre la cosa justa que decir, el modo justo de dirigirse a cada uno; que se sienten cómodas con quien quiera y que ponen cómodos a los demás; que moviéndose con ligereza entre las gentes perciben en seguida cuando deben defenderse y tomar sus distancias y cuando suscitar simpatía y confianza; que dan lo mejor de sí en la relación con los demás e incitan a los demás a dar lo mejor de sí; que saben de inmediato como valorar una persona en relación con ellos y en términos absolutos.

"Estas dotes –piensa el señor Palomar con la nostalgia de quien no las tiene- son concedidas a quienes viven en armonía con el mundo. Para ellos es natural establecer un acuerdo no solo con las personas sino también con las cosas, con los lugares, las situaciones, las ocasiones, con el deslizarse de las constelaciones en el firmamento, con el aglutinarse de los átomos en las moléculas. Ese alud de acontecimientos simultáneos que llamamos universo no arrolla al afortunado que sabe escurrirse por los mas minúsculos intersticios entre las infinitas permutaciones, combinaciones y cadenas de consecuencias, evitando las trayectorias de los meteoritos asesinos e interceptando al vuelo solo los rayos benéficos. Al amigo del universo el universo le es amigo. ¡Ojala –suspira Palomar- pudiera yo también ser así!

"Decide tratar de imitarlos. Todos sus esfuerzos de ahora en adelante tenderán  a lograr una armonía tanto con el género humano próximo a él como con la espiral más lejana del sistema de las galaxias. Para comenzar, dado que con su prójimo tiene demasiados problemas, Palomar tratará de mejorar sus relaciones con el universo. Aleja y reduce al mínimo la frecuentación de sus semejantes; se habitúa a hacer el vacio en su mente, expulsando de ella todas las presencias indiscretas; observa el cielo en las noches estrelladas; lee libros de astronomía; se familiariza con la idea de los espacios siderales hasta convertirla en un enser permanente de su amoblamiento mental. Después trata de conseguir que sus pensamientos tengan presentes contemporáneamente las cosas más cercanas y las más alejadas: cuando enciende la pipa, la atención a la llama del fosforo que la próxima vez debería dejarse aspirar hasta el fondo del hornillo iniciando la lenta transformación en brasas de las hebras del tabaco, no debe hacerle olvidar ni un instante la explosión de una supernova que se está produciendo en la Gran Nube de Magallanes en este mismo momento, es decir, hace unos millones de años. La idea de que todo en el universo se vincula y se responde no lo abandona nunca: una variación de luminosidad en la Nebulosa del Cangrejo o el adensarse de una aglomeración globular en Andrómeda no pueden dejar de tener alguna influencia en el funcionamiento de su tocadiscos o en la frescura de las hojas de berro en su plato de ensalada.

"Cuando está convencido de haber delimitado exactamente su propio lugar en medio de la muda extensión de las cosas que flotan en el vacío, entre el polvillo de acontecimientos reales o posibles que flota en el espacio y en el tiempo, Palomar decide que ha llegado el momento de aplicar esa sabiduría cósmica a la relación con sus semejantes. Se apresura a volver a la sociedad,  reanuda conocimientos, amistades, relaciones de negocios, somete a un atento examen de conciencia sus relaciones y sus afectos. Espera que se le extienda delante un paisaje humano finalmente neto, claro, sin niebla, en el que pueda moverse con gestos precisos y seguros. ¿Es así? Nada de eso. Comienza a enredarse en un embrollo de malentendidos, vacilaciones, compromisos, actos fallidos; las cuestiones más fútiles se vuelven angustiosas, las más graves se achatan; cada cosa que dice resulta desmañada, fuera de lugar, indecisa. ¿Qué es lo que no funciona?

"Esto: contemplando los astros se ha acostumbrado a considerarse un punto anónimo e incorpóreo, casi a olvidar que existe; para tratar ahora con los seres humanos no puede menos que ponerse en juego a si mismo, y ya no sabe dónde está su yo. Frente a cada persona uno debería saber cómo situarse con relación a ella, estar seguro de las reacciones que le inspira la presencia del otro –aversión o atracción, ascendiente inmediato o impuesto, curiosidad o desconfianza o indiferencia, dominio o sometimiento, discipularidad o magisterio, espectáculo como actor o como espectador- y a partir de éstas y de las cortrareacciones del otro, establecer las reglas del juego que se aplicarán en la partida, decidir las movidas y las contramovidas. Por todo ello, antes de empezar a observar a los otros uno debería saber bien quién es. El conocimiento del prójimo tiene esto de especial: pasa necesariamente por el conocimiento de uno mismo; y eso es exactamente lo que le falta a Palomar. No solo se necesita conocimiento sino comprensión, acuerdo con los propios fines y medios y pulsiones, lo cual quiere decir posibilidad de ejercitar un dominio sobre las propias inclinaciones y acciones, controlarlas y dirigirlas para no coartarlas ni sofocarlas. Las personas cuya justeza y naturalidad en cada palabra y cada gesto admira están, antes aun que en paz con el universo, en paz consigo mismas. Palomar, que no se ama, siempre se las ha arreglado para no encontrarse consigo mismo cara a cara; por eso ha preferido refugiarse entre las galaxias; ahora entiende que debería empezar por encontrar la paz interior. El universo tal vez pueda seguir tranquilo con sus cosas; él ciertamente no.

"El camino que le queda es éste: se dedicará de ahora en adelante más al conocimiento de sí mismo, explorará la propia geografía interior, trazará el diagrama de los movimientos de su ánimo, obtendrá sus formulas y sus teoremas, apuntara su telescopio a las orbitas trazadas por el curso de su vida y no a las orbitas de las constelaciones.”No podemos conocer nada exterior a nosotros pasando por encima de nosotros mismos –piensa ahora-, el universo es el espejo donde podemos contemplar solo lo que hayamos aprendido a conocer en nosotros”.

"Y he aquí que esta nueva fase de su itinerario en busca de la sabiduría se cumple. Finalmente podrá tener la mirada dentro de sí.  ¿Qué verá? ¿Se le aparecerá su mundo interior como el calmo, inmenso girar de una espiral luminosa? ¿Verá navegar en silencio estrellas y planetas en las parábolas y las elipses que determinan el carácter y el destino? ¿Contemplará una esfera de circunferencia infinita que tiene el yo por centro y el centro en cada punto?

"Abre los ojos: lo que se presenta a su mirada le parece haberlo visto ya todos los días: calles llenas de entes que tienen prisa y se abren paso a codazos, sin mirarse a la cara, entre paredes hostiles y descascaradas. En el fondo, en el cielo estrellado brillan fulgores intermitentes como un mecanismo trabado que se sacude y chirría en todos sus goznes no aceitados, vanguardia de un universo tambaleante, retorcido, sin quietud, como él."