por MAR CRUZ
Los monjes budistas no están obligados a renunciar al amor ni a la sexualidad, así me lo comentó Mushin, un amigo de juventud que ha cambiado la filosofía occidental por el budismo, pero ¿cómo ama un monje budista? ¿Qué relatos tiene el budismo sobre el amor? ¿No amamos todos de la misma forma?
Recordé el libro El Profeta que él mismo me había regalado hace bastantes años. “El amor os trillará hasta dejaros desnudos, os tamizará hasta liberaros de lo inútil, os molerá hasta dejaros como el campo en la nieve…”. Así lo relataba Kahlil Gibran en lo que ya se considera un bestseller de todos los tiempos. ¿Seguirá Mushin esperando un amor así, que lo trille, que lo tamice, que lo muela…?
La filosofía postmoderna nos dice que cualquiera amará en función del lenguaje y los relatos que hayan ido calando culturalmente en él: porque el lenguaje nos instruye sobre el modo de ver la realidad. En nuestra forma de hablar subyace siempre un tratado de psicología popular. Así, nos dice J.A. Marina, cuando aprendemos el léxico sentimental asimilamos un saber ancestral sobre los sentimientos humanos y se nos instruye acerca de los afectos y las relaciones.
¿Elegimos nuestra forma de hablar sobre las cosas? ¿Soy libre al menos cuando me hablo a mí misma sobre lo que siento? Para los estructuralistas como Lévi-Strauss, Lacan o Foucault, la respuesta es un rotundo No. El lenguaje es un fenómeno social y como tal está controlado por la estructura social y a ésta no le queda otra que mantenerse y transmitirse a través de él.
Derrida, uno de los que llegó más lejos con su interpretación, habla de la erradicación de la subjetividad individual en el proceso de la comunicación. Así cuando Julie Lespinasse, una mujer culta e ilustrada, amiga de D’Alambert escribía esto a Jacques de Guibert: “Os amo como hay que amar, de una manera exagerada, con locura, arrebato y desesperación”, no es que Julie hubiese decidido voluntariamente amar así, sino que la mitología grecorromana o textos como “Romeo y Julieta” habían hecho mella en ella y seguían perpetuándose a través de ella.
De la misma manera, cuando yo digo, en broma, que me sentí flechada (aquí el mito de Cupido) por Darío Sztajnszrajber, el rockstar de la filosofía en Argentina, fue algo que sucedió fuera del campo de mi consciencia. Yo no fui dueña de esa emoción, fue el discurso de Sócrates en el Banquete, el que hizo su trabajo. Platón argumenta que el amor a alguien es una excusa para llegar a un amor más profundo, el amor por el saber en el sentido de búsqueda de un sentido. Es decir, mi inclinación por Darío es sólo una excusa para desplegar mi verdadero amor, que es el amor a la filosofía –palabra que aparece por primera vez como sustantivo en ese texto.
Este relato que configura nuestra subjetividad provoca que el amor a alguien exceda a ese alguien y siempre esté queriendo ir mucho más allá. Darío diría algo así como “siento una relación erótica por el todo, pero llegué al todo porque me enganché con Vos”.
Hablando con Mushin me percaté que desconocía el movimiento queer, la idea del sexo no binario… y andaba in albis sobre el poliamor. Se ha hecho budista, pero es un hombre occidental maduro. Todo apunta a que los textos clásicos se apoderarán de él y está esperando que una mujer le diga: “¿Hasta cuándo, dónde, si no contigo? Y qué, sino tuya” como dice Elisabeth Barrett a Robert Browing en sus cartas.
Al final, siempre dependemos de vivir en una tribu inteligente con relatos inteligentes, incluso para amar.
El futuro hunde sus raíces en una historia natural (antropología) y en una historia del espíritu (psicología). En este blog reflexionamos sobre los vínculos y los desencuentros entre esos dos polos, en dirección a una anhelada armonía que unifique felizmente lo que somos. No sólo aquello de que estamos hechos, sino aquello a lo que aspiramos soñando y obrando.
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"Mille modis Venerem refero" –dejó escrito Ovidio en su *Ars Amandi*. Quiso decir que hay muchas, infinitas maneras de amar: "de revelar a Venus". Esta alusión a la diosa recoge vagamente la concepción platónica del amor como "manía", locura o posesión divina, es decir, como entusiasmo. Es también el "furor" de los humanistas del Renacimiento, el arrebato anagógico de los sufíes, la exaltación sagrada, la embriaguez lúcida... Todos los esfuerzos por "desublimar represivamente" (Marcuse) las formas más extraordinarias de entusiasmo erótico-poético resultan tristes, groseras, pero reducir el amor a sexo resulta sumamente rentable, porque el sexo se puede mercantilizar; el amor, no.
ResponderEliminarHay amores sublimes, como el adamar místico, y amores tóxicos y autodestructivos. Locos amores, como el que siente don Quijote por Dulcinea. A fin de cuentos, nada dice contra el amor que la amada no haya existido jamás (Machado). Por cierto que el Quijote puede entenderse como una formidable fábula contra el entusiasmo. Es lo que hizo el poeta y humorista Heinrich Heine.
Por supuesto –lo insinuas en tu excelente y sugerente artículo, Mar– que nuestras maneras de amar dependen de relatos, esto es, de mitos, de las novelas en que "se cuecen" tempranamente: nuestra inteligencia, nuestra emotividad, nuestros gustos y nuestras fobias, que dependen de los cuentos que aglutinan a la tribu y del diálogo con los próximos. Julián Marías llegó a escribir: "sin el lenguaje amoroso, el amor no existe". Don Juan es un gran seductor porque les habla a las mujeres en verso, además de ser temerario, guapo y rico –claro está–, chico malo, bad boy...
Ovidio enseña las artes, a veces, las malas artes para la conquista y el ligoteo. Del "amor- amor", del que no se mercantiliza, habla poco. Aprecio, José Biedma, que hagas esa puntualización y diferenciación respecto al sexo tan devaluado últimamente.
EliminarCreo que debería haber escuelas del amor, para dar a conocer esos amores sublimes y místicos tan fructíferos y creativos. Amores que ensanchan el mundo.
Y, puestos a escoger un maestro de la conquista mucho mejor Casanova que sentía verdadera devoción por las mujeres y se empañaba en hacerlas gozar. Don Juan tan sólo disfrutaba de doblegarlas. Hoy tendría la etiqueta de Narcisista patológico por guapo y rico que fuera.
Bien visto lo del Quijote, el entusiasmo, en ocasiones, se paga muy caro. Gracias por tu comentario. Anoto todas sus ideas.