En septiembre de 1909, cinco hombres llegaron a Worcester cerca de Boston en la costa este de los Estados Unidos para conquistar el Nuevo Mundo con una idea. El jefe era un tal doctor Freud de Viena. Diez años antes, este neurólogo había presentado un nuevo tipo de tratamiento para la histeria en su libro La interpretación de los sueños.
La obra contenía una visión escandalosa de la psique humana: según Freud, hay un tremendo estruendo debajo de la superficie de la conciencia. Los impulsos profundamente arraigados, especialmente la energía sexual o la libido, son laboriosamente controlados por los principios aprendidos de la moralidad y buscan una salida en el desliz de la lengua, los sueños y las neurosis. Son disfraces, sublimaciones, como lo llamó Freud, del inconsciente.