Hans Küng y
Walter Jens. Morir con dignidad. Un alegato en favor
de la responsabilidad, 2010.
Curioso y emotiva publicación que en principio fue escrita a cuatro manos y acabó siéndolo a seis: las del teólogo disidente Hans Küng, el estudioso de la literatura Walter Jens y la esposa de éste, Inge Jens.
La vida es un don y el respeto a la misma se presenta como
un elemento fundamental de cualquier ética. Sin embargo la vida es tarea y
además la muerte forma parte de ella, más que nada en el caso del ser humano
capaz de imaginar, pensar, prever y preparar su propio final.
Las reflexiones aquí recogidas proceden de las charlas que
durante varias semanas dirigieron los dos primeros autores a un inesperadamente
nutrido público de la universidad de Tubingen en 1993. El drama que refleja el
libro es que si en aquellas fechas ambos hacían un alegato para que la cuestión de las personas ante su
muerte “pueda ser tratada con objetividad, dignidad y seriedad éticas”, en 2008
Küng comprobaba que esas esperanzas distaban de verse satisfechas, además de
que Walter, coautor del alegato había desarrollado una especie de demencia de
origen vascular.
Previamente al desarrollo de la enfermedad el matrimonio Jens habían firmado una Declaración de voluntad anticipada”, en caso de verse privados de capacidad de decisión, fase terminal de enfermedad irreversible, desorientación, inconsciencia duradera, dolores insoportables, los Jens pedían que cesaran los medios médicos que impiden la muerte. Dos años más tarde Walter Jens dependía de terceros, no reconocía a su familia ni sabía quien era. Pero físicamente no tenía dolores ni enfermedades. La esposa se encontraba ante el grave problema de no saber cómo ayudarle.
Al margen de las líneas directrices para un debate serio
sobre el tema que evite maximalismos y generalizaciones, como el de la
“pendiente jabonosa” de facilitar los “asesinatos encubiertos”, estremece el
testimonio de Inge Jens sobre la vida con una persona demente que en su tiempo
fue un intelectual universitario.
Cuidados en casa, en su ambiente, con ayuda, que se mueva,
tome el aire, que oiga leer en voz alta a sus antiguos alumnos a los que se
pide esta colaboración, aunque el enfermo no siga el texto, eran sus costumbres
de antaño. Música que les gustaba a los dos y les traía recuerdos comunes,
invita amistades y procura que participe en la conversación. A veces reacciona
con miedo, a veces parece contento. Inge se pregunta si le estará engañando. El
marido a veces dice “quiero desaparecer” y en seguida rectifica. “No, quiero
vivir”, para sumirse otra vez en un mundo, el suyo propio, en el que es difícil
seguirle.
“En tales instantes estoy segura de que mi esposo no me pide
ayuda para morir, sino para vivir. Para llevar una vida que merezca ese nombre
porque, aunque en ella hay, como en toda vida, angustia, tristeza, negación,
incluso desesperación, contiene también tanto de positivo, digno de vivir,
gozoso y satisfactorio que el deseo de ponerle fin, aun cuando ciertamente
pueda aflorar, (¿todavía?) no domina.
Pero yo no puedo ayudarle a alcanzar este equilibrio. A lo
sumo puedo hacer más llevadera su situación. Pero sé que antaño la posibilidad
de verse expuesto a una vida tan reducida mental e intelectualmente le agobiaba
más que todas las figuraciones del sufrimiento físico. En este punto confiaba
sin reservas en la humanidad de los médicos. Lo que no se atrevía a imaginar,
ni siquiera en las fases de manifiesta depresión que en los últimos años
atravesaba con creciente frecuencia era el estado en el que hoy se halla….
Vegetar privado de toda facultad mental no era compatible con su idea de vida
digna. Y la ayuda que él hoy reclama es, creo yo, la súplica de no exponerlo
más a una vida semejante.
¿Qué derecho tengo yo a negarle tal ayuda? Podría salir al
paso de su exigencia con la indicación de que la experiencia me ha hecho más y
más insegura a la hora de valorar su estado. Cuando nos prometimos ayuda
recíproca, actuamos en conformidad con el saber que a la sazón nos era
accesible sobre situaciones límite y sobre la libertad de acción de que
dispondríamos….
Sin embargo, por lo que respecta a los supuestos previos,
esto es, en el análisis de las situación límite en la que debería ser prestada
la ayuda para morir, hoy he de tener en cuenta asimismo las experiencias de los
últimos años, que a la sazón eran enteramente inimaginables para mí. Me he
hecho más y más cauta, tal vez más indecisa; he aprendido a pensar de manera
distinta las categorías “indigno de ser vivido” y “digno de ser vivido”, a
matizar mis ideas sobre “dignidad” y “felicidad”, y a aceptar la imposibilidad
de resolver, al menos por mi parte ciertas antinomias.”
WALTER JENS (1923-2013) |
En 2013 Walter Jens fallecía cinco años después de estas
reflexiones y tras casi una década viviendo en estado de demencia. Este triste
destino movió a Hans Küng a reeditar la colaboración con su colega
universitario. El libro es una reflexión valiente, a la búsqueda del difícil
camino medio que deberían seguir todos los implicados en el tema:
-Juristas, reglamentando en derecho civil y penal,
respetando los testamentos vitales, garantizando la seguridad jurídica de los
médicos, también de los pacientes ante los abusos.
- Médicos, necesitados de coraje para discutir abiertamente
lo que ocurre al margen de la ley y también para que los que se oponen a una
reglamentación legal de la eutanasia colaboren con el fin de que los moribundos
conserven la dignidad de su decisión última.
-Políticos, que han de resistir las presiones y hacer leyes
más humanas no centradas en perseguir organizaciones que ayuden a morir sino
reglamentando legalmente el testamento vital.
-Eclesiásticos, que sepan
renunciar a las generalizaciones tipo “¿qué pasaría si todos pidiéramos
morir?”, que dejen de contraponer sin matices la “imagen cristiana del ser
humano” a la “imagen mundana humanista”.
-Medios de comunicaión, obligados a denunciar abusos de
quien hace del sufrimiento y muerte negocio e interés. Pero también a no
emplear un lenguaje escandaloso; mercantilización de la muerte, turismo de
muerte. Que saquen a la luz los casos difíciles con voluntad de esclarecimento
y reflexión.
Hans Küng defiende una posición a medio camino entre los
argumentos eclesiásticos y la de filósofos materialistas como Peter
Singer.
Los eclesiásticos oficiales ofrecen una imagen distorsionada
de un Dios señor y propietario y hasta verdugo del hombre, imagen que olvida el
Dios de los débiles, sanador de enfermos. El dolor enseña pero también lleva a
maldecir y una sociedad sin dolor nunca existirá por la propia realidad de las
cosas. Rechazar el sufrimiento, paliar el dolor no es antibíblico, aunque
determinada imaginería religiosa lo ha exaltado por aquí al máximo.
En el otro extremo el filósofo Peter Singer asegura que el
afectado por una enfermedad incurable es un ser ya no humano.
Justo porque la persona es persona también en la ancianidad,
la enfermedad, el sufrimiento, la debilidad tiene derecho a una despedida digna
de seres humanos.
No hay que tener miedo a enfrentar las preguntas más duras: ¿qué hay que hacer en caso de existencia vegetativa durante años? Tampoco hay
que temer enfrentarse a lo que hay más allá de la socorrida y provisional
distinción entre eutanasia pasiva y eutanasia activa. Aceptemos por tanto que el
cambio vertiginoso de normas y valores dados los avances de la ciencia nos
obliga a darnos cuenta de que hoy en día el fin de la vida está más que nunca
confiado a la responsabilidad de los hombres, sin confundir autonomía con
arbitrariedad.
En esa dirección apuntan las valiosas reflexiones de este
libro, en un tema que ya no es posible resolver de un plumazo, con
prohibiciones y sanciones, dado que cada vez seremos más los viejos y enfermos
y las antiguas recetas no valdrán para nada.
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