La metáfora es el tropo por excelencia. En efecto, según la
definición de Quintiliano, el tropo sustituye (mutatio) las expresiones propias por otras de sentido figurado. Y
eso es, precisamente, lo que hace la metáfora, transpone o transfiere el
significado de una expresión a otra: "el sol,
lámpara de nuestro mundo”. Quintiliano
observa que, merced a los tropos, cambian no solo las formas de las palabras,
sino también de los pensamientos y de la composición (Inst. Orat., VIII, 6, 1-2). El lugar común que se aplica para producir una metáfora es
la semejanza. La metáfora condensa
una comparación (similitudo brevior):
“una evidencia cristalina”
(transparente como el cristal), “Rommel era un zorro” (astuto como un zorro).
En su mismo origen, la filosofía usó de las metáforas: la esfera de Parmenides, el río de Heráclito. En el corazón de la República de Platón (libros VI-VII), las metáforas exhiben toda su
potencia didáctica y simbólica para representar, expresar y conducir, en el símil de la línea y la alegoría de la caverna.
Ortega, maestro de María Zambrano, no desdeñó estos rodeos
verbales, consciente de que es imposible pensar sin comparar. Usó las metáforas
del náufrago, del peregrino o del deportista, para describir la vida moral humana...
Claros del bosque
es la gran obra de madurez de María Zambrano. Tiene carácter de ofrenda,
dedicada a la persona de su hermana Araceli con motivo de su tránsito. Sirve al propósito de un
pensamiento que pretende, ante todo, descifrar lo que se siente, el sentir
originario. Esos claros que se abren en la espesura son metáfora de vida verdadera para ese “ser que padece su propia trascendencia”.