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Gramática lacustre |
por Salva Solé
Invitado a colaborar en este blog por
José Biedma, quien aprecia en más de lo que valen mis talentos, voy a aportar
aquí mi visión personal sobre el tema de la relación entre el espíritu y el cuerpo
desde una de las vertientes más básicas de mi vivencia; la fotografía de
naturaleza.
Si bien la fotografía - cuando no es
forense ni industrial - como expresión esencialmente estética deriva en línea
directa del espíritu, también es hija del cuerpo. Ya no sólo porque, como para
todo, necesitemos un cuerpo con ojos que vean, cerebro que reflexione y manos
que obren, sino porque, en la fotografía de naturaleza, el cuerpo trabaja,
sufre y goza lo suyo. Para empezar, el cuerpo regresa al entorno natural que le
dio origen. No, no voy a obviar que el entorno urbano le es natural al hombre
que lo ha creado pero, como en tantos otros casos (¿tantos otros caos?) el
hombre parió un invento al que sucumbe, un invento que no controla, un invento
que se le impone y casi, casi se le opone. No obstante, ahora una gran
proporción de la humanidad es urbanita, y se halla más o menos adaptada a ese
ecosistema cuyo defecto, seamos justos, no radica en su artificialidad sino en
su insostenibilidad, su cualidad estresante y despersonalizada. Artificial
también lo es este texto y no por ello debería causar perjuicio a nadie.
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Tormenta sobre Ko Phida (Tailandia) |
Nací, crecí y vivo en Barcelona pero,
cuando salgo al campo, cuando camino hasta la orilla del mar o por las laderas
de los valles, mi cuerpo siente un placer que no encuentra a menudo en la
ciudad. Quizás fue ese el impulso primordial que me atrajo hacia la naturaleza
y que me llevó, ya en la primera adolescencia, a frecuentarla y retratarla.
Pero ese placer físico es sólo un pálido fantasma comparado con el gozo que, a
base de años de entrañable contacto con el medio natural, experimenta mi
espíritu. Gracias a ese poderoso estímulo, nunca me importó agotarme, herirme,
mojarme, congelarme o cocerme. Y es que, tras treinta y tres años (desde los
14), de excursiones, vivacs y caminatas, incluso las incomodidades físicas
parecen formar parte - al menos para mí - del gozo de estar allí donde más y
mejor me encuentro. Esa peculiaridad mía a veces ha sido confundida, desde el
sentir ajeno, con algún tipo de masoquismo. Pero mi cuerpo tiene claro que no
extrae placer del dolor sino que lo siente a pesar de él; la sensación de
íntimo contacto con la naturaleza trasciende el concepto de comodidad del mismo
modo que el amor trasciende el concepto de dinero (o debería trascenderlo).
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Espumas a alta velocidad (Costa da Morte, Galicia) |
Esa
corporalidad está en armonía con un fuerte sentimiento espiritual de
pertenencia -de pertenecer a la naturaleza, no de que ella me pertenezca - y, desde
bien temprano, ambas percepciones desembocaron en una búsqueda de su plasmación
estética. Por eso siento la fotografía de naturaleza como una experiencia
integral que, para mis necesidades, suple holgadamente los beneficios de una
vocación religiosa que nunca llegué a echar de menos. Y es que le encuentro
paralelismos a ambos fenómenos; hace unos años articulé los propósitos de lo
que di en llamar “apostolado estético” y que podríamos resumir en una alegría
tan grande ante la belleza del mundo que ayuda a superar los humanos horrores y
se desborda hacia el prójimo para compartir la maravilla.
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Juego |
Tras una juvenil etapa toscamente
mística que me llevó a vivaquear en la nieve, escalar en solitario las crestas
de los Pirineos y otras locuras a las que creo deber, al menos en parte, mi
actual salud mental, entré en una edad más lírica (o menos épica) y me volqué
hacia la ornitología. Esa especialización no es objeto de este ensayito pero
debo aclarar que gracias a ella he recorrido parte de nuestro planeta y he
visto belleza suficiente como para que, aunque ahora mismo me muera, mi vida
quede justificada. Al menos - claro está- desde mi sentir.
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Helada (Saldes) |
De todo ello surge mi obra como
fotógrafo de naturaleza; esa es la base espiritual y corporal que sustenta mi
ansia por captar y expresar la belleza, una necesidad que se extiende hacia
todo lo bello y no se restringe al ámbito natural (su núcleo) sino que se
expande a cualquier detalle que pueda hallar, incluso entre la basura. Para
quien sienta curiosidad, vistas las pocas muestras que aquí caben, le dirijo a
mi galería personal en FotoRed, la web donde actualmente voy dando forma a una
selección temática de mi obra;
En mi experiencia de la fotografía de
naturaleza, espíritu y cuerpo colaboran para hacer posible una búsqueda
estética que no deja de evolucionar y ramificarse y que, rechazando los
concursos y otras perversiones mediáticas, encuentra por igual alegría y
propósito en transmitirse hacia las almas sensibles y - más aún - hacia las sensibilizables; aquellas que, a pesar
de los imperativos de nuestros tóxicos modos de vida, intuyen que existe algo
más que la noria del trabajo cotidiano y los placeres automáticos que nos
venden como alivio al mismo. Con el cuerpo atrapado en rutinas embrutecedoras y
la mente aturdida por el cinismo, la indiferencia y/o el temor, son muchos los
espíritus que anhelan una armonía que se sospecha posible, una visión de la
realidad donde quepa el asombro, la serenidad y un amor amplio (el agape o amor universal) que otorgue
sentido a la existencia. Tengo claro que uno de los caminos que llevan hacia
ese sentir es la percepción estética de nuestro mundo. Y la fotografía, junto a
otras nobles artes, bien puede servir de vehículo en esa dirección.
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Agradecimiento (Zumaia, Euskadi)
Puesto que, para mí, la naturaleza no
es creación de nadie sino consecuencia de sí misma, dicho agape no desemboca en un descubrimiento de Dios, pero comprendo y
hasta simpatizo con quienes no pueden evitar sentir que tanta belleza habla -
casi directamente - de la divinidad. Dios o no Dios, ahí está la filigrana
infinita, fractal y alucinante del hielo al borde del arroyo o los trazos que
la hierba refleja al atardecer en un lago de los Pirineos; eso llena mi
espíritu y mueve mi cuerpo - que ya no tiene veinte añitos - como pocos otros
estímulos. Si me he de poner filosófico diré que quizás no exista menos verdad
en la percepción de la belleza física de un paisaje que en sus causas
primigenias, sean estas divinas o no (se me difuminan las diferencias).
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Con
estas pocas líneas espero haber compartido aquello que yo entiendo como un
trinomio particular formado por cuerpo, espíritu y estética de la naturaleza. No
sé si un texto tan falto de referencias eruditas satisfará a quien me lea, pues
no deja de ser la descripción de una vivencia tan íntima como estrictamente
personal de la cual no puedo extraer conclusiones universales. En cualquier
caso, posiblemente más acertadas que mis palabras, os dejo mis fotos.
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Gramática pelárgica (Tarragona) |