viernes, 28 de septiembre de 2012

Este es mi cuerpo

Mengs. 'Noli me tangere'

“Existo todo entero, contenido en los costados de mis músculos, esparcido en las márgenes compactas de los huesos. Alma soy que sobre la piel se extiende, y allí con dichosa complacencia se reconoce”

Las palabras son, claras, de un poeta bastante premiado, compañero de lides filosóficas y autor de más de una docena de libros. Me refiero a Miguel Florián.

Acabo de leer Este es mi cuerpo, un librillo de menos de ochenta páginas, preciosa y cuidadosamente ilustrado por Rafaela Gómez, entregado a la imprenta en el primogénito mes del 2012, “cuando la crisis se hizo horizonte y profecías apocalípticas anublaban nos”, como dice en su colofón no sé si el poeta o el editor, editor concienzudo, este de Alegoría, excelente prologuista, Carlos Rodríguez Estacio. Al libro no se le puede encontrar una errata, aunque sí algún lapso galicismo, cual gracioso resbalón menor.

El libro plantea interesantes cuestiones bajo una perspectiva sensual, entusiasta, metafórica, poética, desde una problemàtica próxima a las inquietudes inaugurales de este blog. Y es que no somos dos cosas, sino una sola compleja y misteriosa. “Nadie sabe lo que puede un cuerpo” –repite Miguel, la frase de Spinoza, a modo de dedicatoria. Al cuerpo simbólico de Jesús se refiere Florián. Noli me tangere! ¿Por qué ese cuerpo, ya resucitado, ya transfigurado, que escapa de la muerte, no quiere ser tocado? Ese mismo cuerpo ha propuesto ser comido por sus discípulos… “toma esta carne mía para endulzar tu boca; desciende hasta el centro oscuro de la pulpa, y conoce allí el regusto amargo de la almendra”. Cianuro contienen las almendras amargas y tóxicos letales los cuerpos. Sí, Jesús imaginó un tiempo en donde la carne y el espíritu se conciliaran, pero ¡ay! Nos cuesta menos creer en la reencarnación de los órfico-pitagóricos o de los gurús indostánicos, que en la resurrección de la carne…

Pero “los cuerpos sueñan, y al soñar edifican esa ilusión que llamamos vigilia”. Definitivamente, Descartes era un genio, pero se equivocaba. No somos dos cosas, sólo una enigmática y complicada. El cuerpo no es una prisión, sino una cifra de los espacios y los tiempos. Y –como escribe Miguel- el alma es un cuerpo que se sabe. Sin embargo, sólo parecemos enterarnos de que somos cuerpo cuando caemos enfermos. Entonces nos damos cuenta de que dentro del cuerpo nos acechan los peores males. Entonces, ¿sòlo soy cuerpo? Eso me angustia. Y es que la vida nos sujeta a axiomas insobornables a la voluntad. La sexualidad no es un mero accidente. Puede que el ideal andrógino, exceso del espíritu, demasía de la razón, nos acabe por convertir en seres abúlicos, híbridos y enfermos.

La llamada de la carne, ¿no es el canto de las Sirenas?, ¿hijas de las Musas?, ¿siniestra representación de la fertilidad? Letárgico vaivén de la lascivia. Lo bello, incluso si es sublime, nos seduce y enajena, nos perturba y saca de quicio. ¿Por qué Orfeo no pudo resistirse y volvió su mirada hacia Eurídice contraviniendo el dictado de los dioses? No pudo resistirse a la nostalgia del amor y a la belleza. Tal vez no se fiara de ellos; los dioses griegos compartìan la malicia de los  humanos. Tal vez fuese un cobarde y no tuvo el arrojo de morir, tal vez –como refiere Pausanias- creyó que el alma de Eurídice le seguía, pero al volverse comprobó que no era cierto. Ella no quiso volver a ser carne.

Y es que serlo es un latazo, ¡la carne me hace perder tanto tiempo! Cada vez más tiempo: lavarla, alimentarla, cuidarla, descargarla, taparla, vestirla, adornarla… En este punto son imprescindibles las enseñanzas de Diotima, la belleza de los cuerpos apunta más allá de sí misma. Sirve como trampolìn. ¿O no anhelamos la inmortalidad? Ansia de eternidad es el amor. La cualidad capital del erotismo –escribe Miguel-: “la determinación, la imperiosa urgencia por alcanzar un fin que nos trascienda, que nos coloque más allá de nosotros mismos”. Más allá del tacto, el gusto y el olfato, los sentidos noèticos: sólo los ojos y el oído, simetría, ritmo, armonía de las formas, consonancia de las estructuras. La emotividad universal de la música. Los ojos, “emisarios de la conciencia, heraldos del espíritu” nos elevan hacia esa belleza que dura siempre, y no tiene las horas contadas como las rosas de Ronsard. Para que la pasión no muera jamás, hay que situar la hoja de una espada entre Isolda y Tristán, para que el deseo no muera en su satisfacción y perviva en su tensión desesperada.

Algunas series populares americanas explotan esta tensión: colegas o amigos que se adoran pero que ni se tocan ni se besan. Eso sí, se miran mucho en ese monitor que nos sustrae los sentidos de la proximidad: olfato, gusto, tacto. Esa exaltación de la vista y del oído nos regatea un contacto más genuino, pero también más peligroso: esa sensualidad inocente de la infancia, abierta a un contacto que se hará distancia, burbuja de territorialidad desconfiada. ¿No será la pornografía un nuevo puritanismo que morigera el poder transgresor del erotismo, que nos desexualiza para reducirnos a mera anatomía?

Ciertamente, no debemos confundir el culto al cuerpo con el culto al look, con la idolatría de su imagen. Esas modelos anoréxicas no dicen nada, igual podrían ser máquinas o ciborgs. “Ver, pero no tocar” –llevan en sus trapos las etiquetas de los objetos de museo. ¡Pero necesitamos tocar y que nos toquen para no sentirnos solos! En una sociedad hipersexualizada, todo contacto se imputa sospechoso. 

Tienen razón quienes dicen que Eros fue el más antiguo de los dioses. En el erotismo –nos recuerda Florián- encontramos la curiosidad, la invitación al descubrimiento (al desnudamiento de la carne) que es propio también de la admiración filosófica. A fin de cuentas, la reverencia es también una muestra de amor, en su especie de devoción o de respeto.

Arriesga Miguel Florián en hipérbole –como todos los poetas- cuando escribe que el tacto es un sentido femenino, y que tal vez eso sea así porque lo femenino es el substrato de la especie. No estoy seguro de que –estadísticamente al menos- el tacto (la prensión fina) sea el sentido más desarrollado en la mujer. Creo que las mujeres son también, en general, finas olfateadoras, y que no es casual que algunos de los enólogos más célebres en la actualidad sean mujeres. Que la vista sea un sentido masculino –sobre todo en la atracción sexual- no deja de ser un tópico muy discutible…,  o que para el varón la caricia sólo cuente o como “un acto inoportuno o un mero hipódromo de la actividad genital”. También es discutible que la mujer sea menos púdica que el varón o más pródiga en mostrarse… ¡ça depend del genio del gallo o de la gallina!

Miguel explora las analogías entre el hambre y el deseo sexual (también llamado, no por casualidad, “apetito”). Muchas metáforas de requiebro y aproximación erótica denuncian esta originaria identidad de lo que Spinoza llamó conatus: ese deseo de seguir siendo, de perdurar en sí o en otro. El componente gástrico de la conducta amorosa. La lascivia se lleva bien con la glotonería.
Me ha sorprendido la afirmación de que de esta primacía de lo metabólico arranque el pensamiento de Anaxàgoras, la tesis de la panspermia, de que “en todo hay semillas de todo”… Si los seres se devoran y transforman unos en otros es preciso que en cada uno de ellos permanezca algún rastro del resto. Trágica es nuestra condición, pues siempre vivimos de la muerte ajena. Si respetásemos la vida de otros seres hasta sus últimas consecuencias, sucumbiríamos de hambre. Como saben esos seres hipersensibles y neurasténicos, asustadizos y paranoicos, todo contacto es un asalto. Sì, podemos cantar con Cernuda: es verdad que puede que algún día yo sea todas las cosas que amo: el aire, el agua, las plantas, el adolescente…; lo peor, que en ellas me disolveré, que en ellas solo se hallarán mis ruinas.

“Como un naufragio hacia dentro nos morimos” (Neruda)

Nacemos delicados, crecemos desequilibrados, maduramos ya enfermos. Si te levantas después de los cuarenta y no te duele nada, estás muerto. Ahora me doy cuenta –ya cincuentón- de cuánta verdad hay en la noción negativa de felicidad del maestro Epicuro: la felicidad es que no me duela nada, ausencia de sufrimiento. Habrá que reconocer –escribe Floriàn en referencia a Jaspers- que el estado de salud es excepcional. Puede que la salud sea tan incompatible con la lógica efímera de la vida, como la razón lo es con las pasiones, o sea, con nuestros padecimientos. Menos mal que el cuerpo no puede pensar su nada. Menos mal que sufriendo aún se siente viviendo. Aguda espina dorada... Menos mal que en esa afirmación del ser encuentra el cuerpo su destino, incluso en su acabose. 

Hay por debajo del querer del Yo algo mucho grande: “secreta intención de la naturaleza”, le llamó Kant; “ardid de la razón, espíritu del mundo”, dijo Hegel; “historia del Ser”, insistió Heidegger. Nuestro cuerpo no es más que una marioneta de los dioses, supuso rotundo Platón. Esa oscura fuerza es también la physis de nuestro cuerpo, que gusta ocultarse, tanto en sus momentos creativos, como en sus momentos autodestructivos.

“No hay diques entre la carne y el espíritu porque son manifestaciones del mismo ser”

Pero si la carne se hace eco de nuestra vida fracasada, en el síntoma neurótico, también el espíritu se aflige con los desengaños de la carne. Su decadencia nos desanima. Lo que hemos olvidado no es el sentido del cuerpo, está muy clara la gusanera en la que se disolverá, sino el sentido del espíritu que en el cuerpo sopla, cuando quiere y donde quiere. ¿El cosmos debe regresar al caos de donde surgió? ¿Y por qué no este caos de la naturaleza corporal, al cosmos espiritual del que procede? 

martes, 4 de septiembre de 2012

LA BELLA SIMONETTA VESPUCCI. ARTE Y FILOSOFÍA EN EL RENACIMIENTO


Aunque a algunos no les suene el nombre de Simonetta Vespucci, todos sin excepción conocemos sus rasgos, que inspiraron a Botticelli dos de los cuadros más emblemáticos de la pintura occidental: El nacimiento de Venus  y  La alegoría de la  Primavera,  que podemos admirar en la Galería de los Uffizi en Florencia.
Cuando descubrí la emotiva historia de Simonetta, me quedé asombrada: esta hermosísima joven, que enamoró a toda Florencia, fue la musa de amor carnal y divino para una generación de artistas verdaderamente prodigiosa, en la que rivalizaron en talento Leonardo y Botticelli, coetáneos de Tiziano, Rafael  y Miguel Ángel. Pero sólo llegan a ser leyenda quienes nos dejan en la flor de la juventud, en la plenitud de su belleza. Simonetta se fue con 23 años y Florencia entera lloró su muerte, con Lorenzo y Giuliano de Médicis encabezando el cortejo fúnebre. Se dice que Botticelli, que la pintó una y mil veces, ordenó en su testamento que lo enterrasen a los pies de su tumba.
Este verano he vuelto a Italia  y  me pareció buena idea llevarme como lectura La muerte de Venus de Luis Racionero, que narra estos acontecimientos. En la novela, Simonetta, a quien se supone amante de Giuliano de Médicis, es envenenada por el pintor, un enamorado celoso que también traiciona a su mecenas por venganza, facilitando su asesinato en la conspiración de los Pazzi. Decidida a averiguar  qué podía haber de cierto en semejante trama, he dedicado algún tiempo a estudiar esta época apasionante, en que filosofía y arte bebieron de las mismas fuentes. Como resultado, me gustaría contaros aquí cómo Simonetta llegó a ser la auténtica encarnación de la idea platónica de la Belleza en el Renacimiento italiano.

1-LA ACADEMIA NEOPLATÓNICA DE FLORENCIA
En el siglo XIV Petrarca fue el primer gran humanista que coronó a Platón como Príncipe de los filósofos por encima de Aristóteles, cuyas doctrinas consideraba petrificadas por el escolasticismo. No obstante, las obras entonces conocidas del ateniense eran muy escasas: Timeo, Fedro y las Cartas, situación que empezó a cambiar con la llegada progresiva de sabios bizantinos, que enseñaron griego en las universidades italianas y trajeron consigo obras clásicas desconocidas en Occidente. El papel de la familia Médicis sería muy activo en la recuperación de ese saber perdido de la antigüedad, al invertir grandes sumas en la adquisición de valiosos manuscritos cuya traducción y estudio financiaron.